Ted Kosmatka.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Fantascy.
Barcelona, 2014. Título original: The Games. Traducción: Gemma
Rovira. 414 páginas.
Nos encontramos ante la primera novela del autor
en la que ofrece un thriller de suspense científico,
en un futuro cercano, jugando con los supuestos avances, desmedidos,
en ingeniería genética e inteligencia artificial. No se
trata de una crítica a la ciencia en sí misma, sino de un «aviso»
contra la falta de controles en la investigación de ciertas
tecnologías, del peligro de jugar con la naturaleza para intentar
doblegarla a nuestra voluntad, de la ambición desmedida por hacer
dinero con cualquier nueva tecnología o descubrimiento científico
―de hecho, como si ese fuese su único propósito―, del riesgo de
la búsqueda del saber por el saber sin pensar en las consecuencias,
o de las interferencias de la burocracia y los desmanes de los
políticos en otras áreas de la sociedad ajenas a su ámbito propio.
Con una «tecnojerga» y unas especulaciones bastante ajustadas al
tema que se está tratando y con una base en biología e informática
en apariencia sólida para dotar de una agradecida verosimilitud a lo
narrado ―doctores habrá que me corrijan―, el libro recuerda a alguno de los
tecnothrillers de Michael Crichton ―inevitable
pensar en Parque Jurásico― o del tándem Preston
/ Child, con abundante atención a los detalles y unos personajes
que cumplen efectivamente con su papel pese a un intento de
innecesaria y excesiva caracterización familiar y afectiva.
En el mundo del futuro
cercano de 2044 los tradicionales Juegos Olímpicos se
ven precedidos de una competición extraordinaria consistente en el
enfrentamiento de unos singulares «gladiadores», unas criaturas
diseñadas mediante ingeniería genética cuya única cortapisa es
que no pueden tener nada de ADN humano en su genoma.
Independientemente de dónde se celebren las Olimpiadas, estos
particulares juegos siempre tienen lugar en territorio del ganador
del certamen anterior, algo que han conseguido los EE.UU. durante los
últimos doce años con tres victorias consecutivas. Pero una nueva
cita se acerca y, dadas las filtraciones que apuntan el enorme
potencial de los futuros competidores, Silas Williams, el
genetista diseñador de las anteriores criaturas, recibe esta vez las
especificaciones de un «agente» exterior. El espécimen biológico
resulta ser toda una incógnita, sin que el equipo pueda definir de
qué tipo de ser se trata. Y mientras los científicos a cargo del
programa empiezan a preocuparse, los políticos, personalizados en la
figura de Stephen Baskov, presidente de la «Comisión
Olímpica» encargada de la competición, no piensan más que en la
victoria y su efecto económico. Como es fácil que adivine cualquier
lector, una catástrofe sangrienta y violenta está gestándose bajo
sus mismas narices sin que quieran verlo. Una catástrofe que se ve
venir desde lejos como un accidente inevitable y que, sin embargo,
termina adquiriendo mucha mayor dimensión de la esperada.
Así, el diseño queda en
manos de un super ordenador, quien con su fría y desapasionada
eficiencia va a encargarse de la creación de una criatura bestial,
imparable, desarrollada únicamente para vencer a sus contrincantes y
sobrevivir a toda costa. Con un genoma que nadie entiende, ni siquiera
Evan Chandler, el genio tras el ordenador. Dado lo
inexplicable de su diseño y de las características que la criatura
va demostrando, para intentar entender qué han creado, Silas echará
mano de la ayuda de la xenobióloga Vidonia João, que se
antoja se encuentra en el lugar para añadir dramatismo, cierto
interés romántico ―muy suavemente desarrollado, por otra parte―
y una pincelada de ciencia exótica a toda la ecuación.
La novela se encuentra
dividida en tres partes: Truenos lejanos, La
tormenta que se avecina y Diluvio. Las dos
primeras partes son básicamente de «exposición», con el
nacimiento, crecimiento y «entrenamiento»
de la criatura, con el intento de desvelar qué es realmente por un
lado, y con la participación de Chandler, su especial programa
informático, inteligencia artificial y realidad virtual por otro;
dejándose así las manos libres para la tercera parte, la que se
lleva la mitad de la longitud del libro, donde el autor da rienda
suelta a la acción más desatada, tanto en los enfrentamientos entre
los gladiadores de los diferentes países como en lo que sucede a
continuación. Irónicamente los «juegos» del título, desde su
apertura hasta su clímax, no llegan a ocupar siquiera 50 de las más
de 400 páginas de la novela. Kosmatka imbuye el final de un
toque sombrío conforme se va desvelando la intención real tras el
diseño del muy particular genoma del luchador estadounidense y el
destino al que parecen abocados los protagonistas.
La ciencia «liberada»
del control de la ética. La moral supeditada a lo empresarial... El
autor parece advertir del peligro de convertir la investigación
científica en una empresa comercial, en una competición donde los
conocimientos no son tan importantes como los balances de cuentas
finales. O de dejar la ciencia en manos de los políticos y los
financieros que a la postre lo que buscan son ganancias, ya sean
económicas o de otro tipo más cercano al poder. La ciencia per se
no es «buena» ni «mala» sino que lo son las cosas que se hacen
con ella. Silas y Vidonia personifican al científico ético e
involucrado en la sociedad frente al egoísmo de Chandler, un genio
informático socialmente inadaptado que solo se encuentra a gusto
entre máquinas, y que por el mero placer de satisfacer su ego va a
poner al mundo entero en peligro, y a la feroz voracidad del
desalmado Baskov sólo preocupado por la victoria a cualquier precio.
Hay una inasible
sensación de cierta falta de equilibrio en las tramas, una falta de
integración entre el tema genético y el informático, sin que, pese
a la importancia de ambas, lleguen a alcanzar el mismo peso,
apoderándose además en ocasiones líneas secundarias que distraen
de lo que hubiera debido ser el prometido centro de la novela.
Kosmatka intenta, como forma de crear mayor profundidad y definición,
establecer unos lazos afectivos entre los personajes y los lectores,
dotando a los protagonistas de unas vivencias quizás un tanto
innecesarias para la historia principal, pero que buscan construir
empatía para dar mayor intensidad a los dramáticos momentos
finales. Por ejemplo, más distracción que otra cosa, ¿de verdad
aporta algo conocer los problemas conyugales de Ben, el ayudante de Silas, o sólo
entorpecen el ritmo?
Con un desarrollo
tecnológico que se antoja bastante proporcionado al tiempo
transcurrido y una sociedad bien definida, el autor da al relato un
mínimo toque de ecologismo light que quiere invitar a seguir
un camino distinto, que ya se intuye hoy, si queremos seguir
disfrutando de ciertas maravillas de nuestro planeta. Se trata así
de un entretenimiento tecnológico ―algo que parece ser su premisa
principal― con una pizca de crítica social y un viraje en absoluto
inesperado hacia el género catastrofista de «monstruo imparable» y algunos toques de horror inclusive. Al final, prima la emoción e intensidad de ese rápido
entretenimiento sobre la reflexión que podría haber aportado,
aunque el autor no evita en absoluto dejar ciertos temas en el aire
para que sean los lectores quienes saquen sus propias conclusiones.
Es de agradecer, sin embargo, que en esta última fase, el autor no
convierta a sus personajes en auténticos «héroes de acción»,
sino que siguen siendo personas con todas sus limitaciones ―y sus
virtudes y conocimientos― que hacen frente como mejor pueden y
según sus particulares inclinaciones a la adversidad, ya sea
responsabilizándose y buscando soluciones unos o meramente
escondiendo la cabeza en un agujero otros.
Los Juegos es una
novela de debut escrita con un prometedor pulso narrativo, preciso y
sin excesos, sobria pero agradecidamente descriptiva, de lectura muy
rápida, con un ritmo bien dosificado, aunque con ciertos errores
narrativos achacables a la impericia de una obra novel, entre las que
la falta de ciertas explicaciones sobre cómo se ha llegado a esa
competición o la poca contestación social hasta el momento ―el
evento no deja de ser una pelea de gallos a lo bestia― no son lo de
menos. Un tecnothriller de «manual», bien ejecutado, con el
debido suspense, los debidos momentos de emoción, la implicación
científica, las revelaciones «sorpresivas», la acción que se
desata y un final tan intenso como oscuro e intencionadamente
emotivo. Con una cadencia totalmente cinematográfica, la trama de la
novela se va desenvolviendo ante los ojos de los lectores de forma
enormemente gráfica tanto en los prolegómenos como en la catástrofe
que se avecina de manera irremediable. Cuidado con ponerse por en
medio.
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