Nina Allan.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Fábulas de Albión /
Nevsky Prospects. Madrid, 2014.Título original: The Silver Wind.
Traducción: Carmen Torres y Laura Naranjo. Prólogo: Sofía Rhei.
201 páginas.
Ya sólo por su
«envoltorio», por la magnífica edición con la que Nevsky /
Fábulas de Albión ha «vestido» este libro ―esa cubierta de
cartulina de tacto granulado, cual papel acuarela en el que se
plasma la simbólica y hermosa portada―, dan ganas de palparlo y de
leerlo. Pero lo mejor está dentro. Máquinas del tiempo es
una «recopilación» de cinco relatos ―o cuatro más un epílogo―
«independientes» que, sin embargo, se van entrelazando y
superponiendo a través de detalles discordantes y de nombres
compartidos que, junto a un sustrato metafísico común, dotan al
conjunto de una atmósfera onírica y surrealista, y que sólo obtienen su significado más pleno al ser leídos en conjunto. Un cubo rojo para
ir a la playa, un anillo con un ópalo, una amiga que reside en
Australia, el Hombre del Circo y su bastón de ébano con cabeza de
águila…Y los recurrentes relojes, las máquinas del tiempo del
protagonista. Quizá lo más deseable sería llegar «virgen» a su
lectura, sin ideas preconcebidas, sin saber realmente de lo que
tratan o de qué versan estas historias. Pero también es bueno estar
advertido ante una lectura tan subyugante como desconcertante. Una
lectura sobre tiempo interrumpido, paradojas y realidades
alternativas.
Martin Newland es
un tipo fascinado no tanto por el tiempo en sí, sino por su
«maquinaria», por su funcionamiento y recovecos, por la posibilidad
de recuperarlo, y por lo que el mismo significa para las personas.
Obsesionado hasta cierto punto por los relojes que han marcado
momentos decisivos de su vida, la investigación en torno a su origen
y construcción le llevará a descubrir cosas sobre sí mismo y sobre
la naturaleza del tiempo que no podía imaginar
La autora propone un
juego de realidades paralelas, de tiempos convergentes, de personajes
recurrentes que cambian significativamente de un relato a otro,
avatares que comparten nombre, pero no las mismas experiencias
vitales ni la misma biografía. Como el efecto del paso del tiempo y
la lejanía sobre los recuerdos, unos relatos difuminan los otros,
los matizan, le dan un significado que antes muy posiblemente no
tenían. Dora es tanto amada hermana, centro de la historia,
soporte vital de la pasión del protagonista, como simple amiga, una
aparición vista y no vista, después de cumplir su tarea. Pero
también está Stephen, hermano de un Martin sin ninguna
hermana, o amigo de una conocida. El tío Henry, y las «tías»
Myra y Judith,
aparecen varias veces pero su papel no es concordante. El siniestro
Hombre del Circo, es luego Andrew Owen y más adelante
Owen Andrews, para terminar disociando su nombre en dos,
creador y personaje. Como un palimpsesto, cada historia se
«reescribe» sobre la anterior, matizando el mensaje, jugando con la
percepción del lector, con sus prejuicios y con las cosas que da por
sentadas.
El primer relato, El
carro alado del tiempo, intencionadamente escandaloso con
cierto tema tabú en las relaciones amorosas, se podría considerar
totalmente realista. A través de dos puntos de inflexión
profundamente marcados, el momento en que su tío Henry le regala un
Longines al cumplir 18 años y el luctuoso suceso que
acaece a su hermana, Martin tiene que enfrentar la inmisericordia del
tiempo. Un padre ausente, un tío generoso, una madre severa, la
desintegración de su familia…plantean el fin de una época y de
todas las ilusiones creadas, dejando quizá su vida en suspenso.
El guardián de mi
hermano, que presenta la presencia de un fantasma en una
historia por otra parte de corte familiar, produce una sensación de
desconexión con la anterior, de alteridad, con la
introducción de un mínimo toque sobrenatural en la presencia de su
perdido hermano Stephen. El lector empieza a darse cuenta de
la presencia de piezas disonantes. Aquí, es en su decimocuarto
cumpleaños cuando Martin recibe como regalo un reloj, un Smith,
de manos de sus tías Judith y Myra, y descubre cosas sobre sí mismo
que no esperaba. Es esta una historia de descubrimiento, de
revelación de secretos, de dolor y culpa.
Pero no es hasta el
tercer relato cuando el elemento fantástico irrumpe de forma imparable, y
entonces el lector confirma que cada una de estas historias
manifiesta una faceta diferente de Martin, un universo alternativo,
una realidad paralela. El Viento Plateado, es, sin
duda, el «corazón» del libro ―además de dar título al original
en inglés―, y no sólo por introducir el tourbillon,
el dispositivo que debería permitir controlar el tiempo, sino porque
se empiezan a descubrir las claves para entender los demás. Entre la
ucronía y lo distópico, presenta una Inglaterra con un gobierno
totalitario profundamente racista y altamente militarizado, y una
sociedad entregada, resignada, derrotada ante el signo de los
tiempos, que prefiere el «mal menor» ante una amenaza exterior ―e
interior―. La búsqueda de un renombrado relojero, Owen Andrews,
que antaño trabajara en un proyecto secreto gubernamental sobre la
manipulación del tiempo, va a complicarle la vida de forma
catastrófica a Martin, viudo desconsolado, dando un giro que no se
esperaba. Allan deja caer cuestiones sobre el amor, la pérdida
y la imposibilidad de recuperar lo que el tiempo se llevó, a la vez
que invita a buscar cualquier asomo de felicidad aunque sea
disfrazada de conformismo. Una historia triste, desesperanzada que da
cuenta de las posibilidades de una ciencia ficción cercana con un
punto de terror.
En el último relato como
tal, Cuerda, el punto de vista se centra más en
Miranda, esposa fallecida en el anterior, y objeto aquí del
enamoramiento de Martin. Aparece de nuevo la figura dominante del
enano relojero, tal y como fuera en los recuerdos de antaño, en lo
que quizá se antoja otra existencia. Con todas las piezas en la
mano, como ante un rompecabezas, se debe enfrentar a la recuperación
de un tiempo perdido, aunque nada podrá ser nunca del mismo modo que
fue.
Cierra el volumen
Cronologías: Epílogo, con un evidente contrapunto
metaliterario, donde el protagonista hasta el momento, Martin, ni
siquiera aparece. Otros hermanos, otro reloj, otro espacio y tiempo
compartido o no con los anteriores ofrecen una nueva luz, o acaso tan
sólo distinta, sobre los cuatro relatos precedentes; una pequeña
promesa de que la felicidad es posible, pero tan sólo para aquellos
que toman las riendas de sus vidas, sin delegaciones, y fuerzan que
las cosas vayan bien. Se intuye un bucle, una vuelta cíclica,
cerrando pero no explicando los misterios del tiempo. Como un
estudiado mecanismo, como los engranajes del reloj, las historias van
encajando conformando un todo cuyas partes no «funcionarían» igual
de bien por separado.
Son cuentos que,
indudablemente, se pueden leer de forma independiente, pero que
entonces «dicen» mucho menos que juntos. Colectivamente, siguiendo
los patrones, las coincidencias y divergencias, se potencian los unos
a los otros. Se trata de historias con un carácter acumulativo, que
«crecen» con la interacción cruzada. Sueltas son meras
constataciones de las vidas de los personajes, esbozos interesantes,
pero no impactantes. Unidas conforman un gran lienzo sobre la vida y
las decisiones vitales, un andamiaje que sustenta un complejo
entramado de mundos paralelos, realidades alternativas y donde las
diferentes líneas de tiempo se entrelazan ofreciendo una meta-trama
que da fuerza al volumen. Individualmente son golpes de vistosos
colores, juntas un gran cuadro que atrapa visualmente la mente y la
sugestión, obteniendo entonces todo su significado.
Historias que cobran
sentido en la plasmación, implacable y palpable, que la autora
presenta de los sentimientos implicados en la búsqueda de Martin: la
derrota ante las oportunidades desaprovechadas, la pérdida, la
ausencia, la imposibilidad de recuperar lo pasado o de retener lo que
se ha ido, la memoria y sus malas pasadas, los recuerdos no tan
imborrables como quizá se suponga, el amor y su ausencia, la
familia, la esperanza, el desconcierto, el miedo, el olvido, la
nostalgia, los remordimientos… Y Allan lo hace mediante el
método de ofrecer una cotidianidad que se ve quebrada por lo
extraño. Las casualidades, las desgracias, los encuentros fortuitos
juntan o separan a las personas, creando hilos que se ramifican.
Ciertos puntos hacen divergir las existencias, giros y elecciones que
dan lugar a una existencia y no a la otra. ¿Puede seguir siendo una
persona la misma si las circunstancias que moldean su vida varían
sustancialmente? Cuando aquello que le hizo actuar de una determinada
manera nunca ha tenido lugar, ¿van su vida y sus actos a producir el
mismo futuro?... No hay respuestas aquí ―o tal vez más de las que
podría pensarse―.
Máquinas del tiempo
es una experiencia de lectura sugerente, a veces desconcertante, a
veces exigente, intrincada, exacta como el mecanismo de un reloj,
difusa y extraña como el tiempo, inexplicable e intrigante como los
buenos misterios. Cinco versiones de la realidad, sin un final obvio,
sin un cierre, meras posibilidades entre otras muchas, cuestiones sin
respuesta, paradojas sin explicación. Tic tac. Tic tac. El reloj
desgrana las existencias.
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