Daniel Kehlmann.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nocturna ediciones. Col. Noches blancas. Madrid, 2015. Título
original: Beerholms Vorstellung. Traducción: Helena Cosano. 186 páginas.
Daniel Kehlman, autor de cierto renombre por sus obras más
recientes, sobre todo con La medición del mundo, debutó
literariamente con esta novela que ahora acertadamente ha «rescatado» Nocturna ediciones para el mercado
español. Se trata de una obra relativamente breve que juega de manera decidida con
las expectativas y las impresiones del lector en un ejercicio casi metafísico
entre la realidad y la ficción, entre la mística, las matemáticas, la
naturaleza del universo y la ilusión. Y es que, si el protagonista es un
aspirante a ilusionista obsesionado con la magia «auténtica», el propio relato
es un truco de prestidigitación, donde se proyectan sombras entre lo real y lo
imaginado, mezclando planos de existencia, burlando lo imposible, e
interactuando con personajes que muy bien podrían ser ficticios dentro del
mundo del protagonista. Difícil, muy difícil de catalogar, La noche del ilusionista
marca un interesante debut literario y será cada lector al final quién deba decidir sobre la verosimilitud de lo que ha leído o sentirse fascinado, o
placenteramente engañado, por el invisible truco.
En primera persona, Arthur Beerholm, el ilusionista del título, tras retirarse del ejercicio de la magia en la cúspide de su éxito, escribe a modo de diario vital de todo lo que en su vida le llevó hasta allí. De su nacimiento e infancia, de su adopción y la trágica muerte de su madre adoptiva, de sus estudios en un internado suizo, de sus primeros contactos con los trucos de cartas, y de lo que la vida había todavía de depararle al intentar conquistar sus sueños. La estructura de la novela se revela circular, donde el final se encadena con el principio.
En primera persona, Arthur Beerholm, el ilusionista del título, tras retirarse del ejercicio de la magia en la cúspide de su éxito, escribe a modo de diario vital de todo lo que en su vida le llevó hasta allí. De su nacimiento e infancia, de su adopción y la trágica muerte de su madre adoptiva, de sus estudios en un internado suizo, de sus primeros contactos con los trucos de cartas, y de lo que la vida había todavía de depararle al intentar conquistar sus sueños. La estructura de la novela se revela circular, donde el final se encadena con el principio.
La narración se inicia con un
estilo un tanto introspectivo y, sin perder ese tono de alguna manera
intimista, toma fuerza tras el paso del joven Beerholm por el internado suizo de La Ecole Internationale des Vescaux. Intrigado casi de forma
obsesiva por las matemáticas, enfrentado a lo irracional y a la locura del
infinito e intentando explicar la naturaleza de la existencia —y tras un primer
y algo traumático contacto con la prestidigitación—, su periplo vital, su deseo
de entender el universo, le impulsará a estudiar teología y a ingresar en el
seminario sin tener realmente un fuerte sentimiento religioso. Pero la vida da
muchas vueltas y la magia llamará de nuevo a su puerta, llevándole a
convertirse en uno de los mejores y más afamados ilusionistas del mundo,
convencido por la idea de dejar a un lado los simples trucos y realizar
auténtica magia, algo que definitamente le impulsará a intentar el más difícil
todavía.
Con una personalidad que bordea
el Síndrome de Asperger, el protagonista da cuenta de una vida envuelta en una
atmósfera onírica, surrealista en ocasiones, donde realidad y febril ficción se
entremezclan sintiendo el lector que se encuentra él mismo asistiendo a una
función de ilusionismo donde la llamada de atención sobre un detalle en
concreto esconde el truco, distrayendo del verdadero punto focal y provocando
la consecuente sorpresa. En su relato autobiográfico, ¿qué es real y qué
imaginado? Beerholm enfrenta lo
irracional mediante el uso de la fe primero, y de la magia después, intentando
proyectar luz sobre la oscuridad y aprehender lo incomprensible, desvelar el
infinito. El lector asiste a vivencias sorprendentes y fabulosas. Llamadas de
teléfonos desde cabinas fuera de servicio, un arbusto —la prototípica zarza— en
llamas en un parque recóndito, tazas de café que se llenan solas, sillas que se
mueven por sí solas, escaparates que estallan en añicos sin que nada ni nadie
los toque..., hechos inexplicables que le acercarán a la frontera de la
fantasía donde deberá decidir si creer o no. El protagonista se sumerge tras
los pasos de Merlín encerrado en la cueva por Nimue, forjando su propio destino
en el uso de la magia. Es un personaje que navega en la contradicción.
Descreído, entra en el seminario para tomar las órdenes menores; después,
obtenido el éxito, convertido en lo que deseaba, duda de sí mismo y sus dones
hasta un punto enfermizo.
Es este un relato que se lee con
rapidez, breve, intrigante y ameno, lleno, sin embargo, de un feroz dramatismo
no exento de irónicas muestras de humor. Una experiencia vital entretenida,
pero con un «poso» que crea gran curiosidad al no saber en momento alguno dónde
quiere llevar el autor a su creación. Cargado de introspección, de ambigüedad,
de frío análisis y disección de sus pensamientos y —supuestas— vivencias, el
protagonista se plantea si realmente hace magia o se está engañando a sí mismo.
Lo que narra, ¿es realidad o ficción?, ¿sucedió o se trata tan sólo un acto de
prestidigitación surgido de la imaginación del ilusionista, un engaño al fin y
al cabo sin saber muy bien a quién va destinado? Su narración, la plasmación
literaria de un cuadro de M.C. Escher,
se convierte en acto de reflexión, una confesión vital, que justifica un
postrer intento de Beerholm por capturar lo inaprensible, de mostrar que lo
imposible no es una certeza y que la naturaleza de las cosas, su propia física,
se puede subvertir. El lector debe estar muy atento a los detalles, a la frase
dejada caer sin aparente intención, a la distracción que hurta el foco sobre el
centro para desviar la atención y mostrar menos —o más, quién sabe— de lo que
sucede en escena. Y es que, según él mismo, el truco para hacer magia es no ser
consciente en ningún momento de lo que están haciendo ninguna de tus dos manos.
Parece difícil, un acto de fe, pero quizá tan sólo haya que intentarlo.
Órale, un post de la serie de HBO llamada El Hipnotizador, me trajo hasta aquí, cosa que agradezco porque desconocía este libro y sin duda tengo que darle un vistazo minucioso, se ve bastante interesante. ¡Gracias por la reseña!
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