Rachel Hartman.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nocturna ediciones. Col. Literatura Mágica. Madrid, 2016. Título original: Shadow Scale. Traducción: Marta Torres Llopis. 683 páginas.
Como es habitual en los casos de un libro que es continuación de otro advierto que la presente reseña es muy posible, no, más bien es seguro, que va a contener detalles reveladores no de la presente, pero sí de la anterior, Seraphina, y que podrían destripar parte de la trama de aquella. Que cada cual siga leyendo bajo su responsabilidad. La novela se abre con un capítulo, a modo de fragmento de una crónica histórica, que sirve para recapitular los acontecimientos principales de la primera entrega, y la acción propiamente dicha de Escamas comienza muy poco después de los acontecimientos narrados en su predecesora; pero Hartman, de forma valiente, cambia radicalmente el tono del relato hacia algo un tanto más oscuro y menos inocente, mostrando la personalidad emergente de la protagonista tras liberarse, aunque solo sea en parte, de sus secretos y con el telón de fondo de la guerra inminente siempre presente —y finalmente desatada de forma cruenta—. La autora no se contenta con repetir o seguir el mismo esquema de la primera entrega, sino que explora nuevos caminos para su protagonista, ampliando su mundo y buceando en el auténtico significado de su «jardín» mental. Escamas es un viaje de búsqueda y un relato bélico, una loa a la amistad, una denuncia de los malos tratos, del racismo y de los prejuicios, un retrato de la construcción de la personalidad de una joven y un examen de autoconocimiento. Ya no se trata de una joven, Seraphina, queriendo encajar y ser aceptada en el mundo, sino de esa joven buscando aceptarse a sí misma.
Son tiempos de cambio, tiempos convulsos, tiempos de guerra. Tras los eventos narrados en Seraphina el enfrentamiento entre dragones y humanos está a punto de estallar, y el reino de Goredd, refugio del Comonot, se prepara para el mismo ahora bajo el mandato de su nueva soberana, Glisselda. Seraphina, tanto por deber como por amistad, deberá plegarse a sus designios, sobre todo cuando coinciden tanto con los suyos propios, aunque guardándose para sí el amor imposible de negar que siente por el príncipe Lucian Kiggs, prometido de la joven reina. Desvelado su secreto más íntimo, su verdadera naturaleza, la joven deberá partir en «misión diplomática», junto al vital Abdo, hacia los reinos vecinos de las Tierras del Sur, Ninys, Samsan y Porphyria, con la intención real de reunir al resto de ityasaari, híbridos de humano y dragón como ella, para ofrecerles un lugar seguro a cambio de que los mismos contribuyan con sus especiales dones al esfuerzo bélico. Una leyenda dice que juntos podrían levantar una red capaz de detener a los dragones y proteger la capital; así que Seraphina debe partir para comprobar su veracidad al tiempo que cumple su deseo de unir en hermandad a los «suyos» y de encontrar a su tío Orma que, tras su enfrentamiento al final del libro anterior, ha abandonado el reino sin un destino manifiesto.
En esta búsqueda de sus congéneres, Seraphina parte con las ideas muy claras, con mucho optimismo y un firme convencimiento de que la reunión solo puede resultar positiva, beneficiosa y deseada por todos, pero los sucesos que va a ir viviendo a lo largo de su viaje van a hacerle cuestionarse las bases de sus convicciones, mostrándole que los buenos deseos no siempre son suficientes y muchas veces ni siquiera llevan a finales satisfactorios. Los semidragones poseen entre ellos una conexión que les permite realizar acciones que los humanos no pueden. Cada uno de ellos es distinto, con diferentes habilidades, y si bien es cierto que la suma de todos ellos podría resultar en algo magnífico y aterrador a un tiempo, también lo es que nadie debería ser obligado a actuar contra su naturaleza y sentimientos. El deseo de Seraphina de reunirlos a todos pronto se demuestra tan complicado como ingenuo. Deberá aprender que cada persona tiene sus propios intereses y plantearse la realidad tras los fines perseguidos detrás de tal reunión. Sobre todo cuando la presencia de Jannoula, cuya historia trágica irá saliendo poco a poco a la luz, se vaya filtrando en su día a día, oscureciendo su labor.
Y es que Hartman presente muy bien las indeseables consecuencias del maltrato sufrido por Jannoula, cuyas secretas intenciones se irán desvelando lentamente, para desgracia de aquellos ityasaari que se crucen en su camino. Conforme va presentando a los diferentes semidragones la autora, sutilmente, va introduciendo una pregunta en la mente de sus lectores: ¿los monstruos nacen o se hacen? Y entonces de esta pregunta se ramifican muchas otras que cuestionan la moralidad de ciertos actos o presentan las consecuencias de otros,invitando a plantearse ciertos temas de amplio calado.
Escamas sigue a rajatabla el ejemplo del adagio que dice que los prejuicios se curan viajando, pero claro, sólo si el sujeto implicado quiere ser curado. Seraphina va a tener que convivir con otras culturas y otras sociedades algunas de cuyas costumbres le pueden parecer extrañas e incluso estrambóticas, pero tras las que siempre hay una motivación —aunque en ocasiones sea de lo más absurda—. Todo el mundo tiene la idea de que sus costumbres son las «correctas» y que todos los demás deberían guiarse por ellas. No obstante muchas veces esas costumbres son totalmente intransferibles y resultaría ridículo imponerlas en lugares donde no son necesarias. Hay que respetarlas pero no plegarse a ellas ciegamente. Hartman hace un gran trabajo de construcción del mundo, sin abandonar en momento alguno el tono juvenil y un tanto naif del relato, presentando la diversidad de los diferentes reinos, ciudades, culturas y gentes que las componen desde perspectivas ajenas que permiten al lector ampliar la comprensión del mundo al tiempo que ofrece un canto a la tolerancia y al respeto al «diferente».
Sin embargo la mezcla entre ese tono juvenil sin complicaciones y el esquema de la búsqueda, sobre todo de los primeros ityasaari, hace que la trama caiga en una ejecución que se repite varias veces: Seraphina busca y encuentra a sus congéneres con sorprendente facilidad, muchas veces como fruto de la pura casualidad, y entonces sucede algo que complica su inclusión en el grupo, obligándoles incluso a marcharse de vacío.
La autora aprovecha para explicar y cerrar ciertos temas planteados en al anterior novela, como pueda ser todo el trasfondo «religioso» y la naturaleza de los llamados «santos», y profundiza en las sociedades humanas y draconianas —impresionante la incursión en el Laboratorio Cuatro, con esas muestras de tecnología «exótica»—,si bien en cierta forma se echa en falta, aunque se mencione en unas pocas ocasiones, la inclusión más en profundidad del sustrato musical que vertebraba la anterior entrega. También puede resultar un tanto decepcionante que, en la búsqueda de nuevos derroteros, la mayoría de personajes principales de la anterior entrega, y a los que se había cogido en cierta forma cariño, aparezcan aquí de forma casi testimonial. Glisselda, Lucian, pero sobre todo Orma, apenas aparecen en papeles muy secundarios y poco decisivos en realidad para la trama, dejando el centro de los focos principalmente a los semidragones, conocidos anteriormente tan solo por los arquetipos que habitaban dentro del jardín de grotescos en la mente de Seraphina, y que van siendo paulatinamente presentados e introducidos en la historia. Algo que si bien puede ser chocante dado el inevitable deseo de que los ya conocidos tuvieran mayor protagonismo, desarrollando las historias y relaciones ya planteadas antes, viene muy bien al relato al ampliar el foco y puntos de vista de la narración. Frustrante es, no obstante, el enorme, literalmente, deus ex machina que resuelve la situación de los capítulos finales. Si bien se podría decir que de alguna manera se venía anticipando tal solución mediante alguna que otra velada alusión, la misma no deja de resultar un tanto brusca para todo lo que se venía narrando.
Curiosamente es en la subtrama romántica, presente en un muy discreto segundo plano durante toda la novela, donde más transgresora se muestra la autora, ofreciendo una inesperada resolución al problema del «triángulo» amoroso. Seraphina y Lucian se aman, pero ninguno quiere hacer daño a Selda, por quien sienten una firma e imperecedera amistad que no dudarán en poner por encima de sus propios deseos. Su amor, separados por la distancia pero también por el peso que supone mantenerlo en secreto, se convierte algo así en algo ilícito que envenena su relación con su soberana y amiga, al tiempo que introduce un elemento de tensión en la trama. En una vuelta de tuerca que difícilmente se ve venir, la autora lo resuelve de una forma que aboga de nuevo por la tolerancia y el respeto.
Escamas es un cierre a la bilogía en cierta forma inesperado y, por tanto, sorprendente. Sin abandonar el tono juvenil, casi ingenuo, de una prosa cercana y sencilla cargada de musicalidad —con una más que agradable traducción, como es habitual en los libros de Nocturna— Hartman arriesga con caminos no apuntados en la anterior novela y ofrece un relato mucho más grande, geográfica y humanamente, que aquel. Mantiene sus virtudes, su mensaje positivo y necesario, aunque lo matiza y refuerza, sin dejar de lado la aventura y la emoción. Quizá el romance sufre y es dejado un tanto de lado a fuerza de remordimientos, pero el giro que la autora le imprime no va a dejar a nadie indiferente. Y aunque la trama, sin duda, se cierre, lo cierto es que queda mucho por saber y leer sobre el mundo de Seraphina; algo de lo que ya se está ocupando de remediar la autora, inmersa en la escritura de otra historia, independiente, situada en el mismo escenario.
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