La corona del pastor.
Una historia del Mundodisco.
Terry Pratchett.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Fantascy. Barcelona, 2016. Título original: Shepherd's Crown. Traducción: Manu Viciano. 350 páginas.
Es difícil ser objetivo ante la tarea de escribir esta reseña. Tras cuarenta y un títulos, y con historias todavía por contar que ya nunca serán leídas, el Mundodisco echa el telón, y lo hace saliendo por la puerta grande, con el «final» de las aventuras protagonizadas por Tiffany Dolorido y el resto de «Brujas». Es triste constatar que Pratchett, según palabras de sus colaboradores más cercanos, tenía muchas tramas nuevas en su cabeza listas para ser plasmadas en el papel y hacer las delicias de sus seguidores, es doloroso saber que no habrá relatos nuevos en ese Mundodisco que cada vez se iba abriendo más y más a la modernidad hacia un futuro de cambios muy difíciles de imaginar sin la prodigiosa mente del autor inglés. No cabe sino refugiarse en la lectura y disfrutar de este su último regalo. Una novela póstuma, sí, pero totalmente completa que, a falta de un último pulido quizá —según dicen los que le conocían—, mantiene todas las esencias, virtudes y humor que han hecho tan atractivo el Mundodisco. Una novela repleta de viejos conocidos; de reencuentros y despedidas; de un humor sutil que hace que se lea con una sonrisa perpetua aún en los momentos en que la garganta se cierra y se hace difícil hasta tragar saliva; de sentencias demoledoras y mensajes amables. Pratchett en esencia pura.
Temas y personajes que han sobrevolado toda la serie vuelven a la carga en esta última entrega. Los elfos no han mejorado sus maneras de actuar desde que el autor los trajera a la palestra en Lores y damas y, a pesar de una serie de encontronazos que deberían haberlos escarmentado, parece que están dispuestos a volver a las andadas una vez más. Con las barreras entre los mundos debilitadas por cierta circunstancia acaecida casi en el inicio del relato —y que a nadie se le ocurra contárosla—, sus incursiones en Lancre y la Caliza van a demandar la unión de las Brujas para combatir la amenaza en un momento que no es precisamente el ideal para alguna de ellas, especialmente para Tiffany, agobiada por todas sus obligaciones. Pero el mundo al que acceden los elfos tampoco es ya el mundo que conocieran en sus correrías de antaño. El de ahora es un mundo de hierro, donde el ferrocarril tiende sus líneas de pueblo a pueblo y sus residuos no son precisamente beneficiosos para los seres feeéricos. Un mundo donde los trasgos son miembros aceptados —más o menos— de la sociedad. Un mundo de leyendas que embellecen la realidad. Un mundo en que los malvados elfos ya no tienen cabida —aunque no dudarán en hacerse hueco de nuevo—, menos todavía si se aferran a los viejos usos como el usurpador Flordeguisante se empeña en mantener.
Además, en un línea paralela asistirá a los desvelos de Geoffrey, un jovencito desdeñado por su padre, que desea convertirse en bruja, siguiendo el camino inverso que llevaría en Ritos iguales a una mujer, Eskarina, a convertirse en mago; un jovencito de buena familia y un especial talento que muy bien podría haber dado el relevo a Tiffany como protagonista de toda una nueva subserie de las Brujas dentro del Mundodisco. No debería de extrañar que un hombre quisiera ser bruja y no mago, pues el mismo Pratchett poseía muchas de las habilidades de las que están dotadas estas singulares mujeres. Como ellas, él era capaz de tomar sobre sus hombros el dolor que sufren otras personas y transformarlo en consuelo, de transmitir calma, de convertir las peores situaciones en algo de lo que poder reírse luego, aunque sea con un poso de ironía. Como ellas, intuyendo el momento de su muerte, marcado por la terrible enfermedad que finalmente se lo llevaría, comenzó a poner en orden su casa literaria, brindando a los lectores alguno de los mejores libros de la serie y concluyendo en esta novela impregnada de un fuerte sentido de despedida. Quizá no era lo que él esperaba ni deseaba, pero supo estar a la altura y mantener muy alto el listón.
No es este un libro sentimental de por sí, aunque las circunstancias que rodean su publicación sí lo sean. Quizá por la falta de ese último pulido que se mencionaba antes tiene algo menos de humor directo que otros precedentes, y hace gala de una mirada más benevolente con algunas actuaciones que hubieran merecido la más sarcástica mención de haberse producido con anterioridad. Hay más dulzura que ironía, aunque cuando Pratchett saca el látigo y fustiga a los malvados lo hace de forma implacable, sin justificaciones ni perdones vacuos. La muerte está también muy presente, en sus más diversas facetas, puntuando dramáticamente el relato como si el autor, anticipando su final, no pudiera resistirse a dejar unas cuantas sentencias sobre lo que pensaba de la misma. Y es que la Muerte no es cruel, todo lo contrario, pero no puede evitar hacer su trabajo.
Esta es una novela emocionante, vibrante, llena de peligros para los protagonistas, quienes deben luchar contra un viejo enemigo sin saber demasiado bien lo que les deparará el futuro. Muchos son los llamados a tener aquí una última escena, ya sea en breves apariciones motivadas por los propios acontecimientos o mediante un simple pie de página de esos que tanto aportan al relato. La gran mayoría de las Brujas que alguna vez han pasado por las páginas de entregas anteriores vuelven aquí a saltar al escenario. Desde Yaya Ceravieja y Tata Ogg a la propia Tiffany Dolorido, pasando por Magrat Ajostiernos, Agnes Nitt, la señorita Carcoma o las más reciente hornada de aprendizas. Todas tienen mucho que decir, aunque no siempre sea agradable de escuchar, y de todas Pratchett entresaca una lección de humanidad, para lo bueno y lo malo. También hay menciones para el Archicanciller, los magos y otros habitantes de Ank Morpork. Y, no podían faltar en una aventura de su rapaziña, allí están los pequeños hombres libres, el clan Mac Feegle, impagables en cada una de sus actuaciones.
La Corona del pastor es una obra que rezuma humanidad por los cuatro costados, repartiendo lecciones de vida sin ningún tipo de afán moralizante o dogmático, sino mostrando con el ejemplo cómo se puede optar a lo mejor de las personas por muy difícil que sea el empeño. Pratchett postula que a veces las buenas intenciones no son suficientes, que hay que poner algo detrás para hacer del mundo un lugar mejor. O que cualquiera puede cambiar, mejorar, aunque el mundo se empeñe en poner piedras en su camino una y otra vez. O que las personas mayores tienen todavía mucho por decir si se toma uno la molestia de escucharles, quizá precisamente debido a su edad y experiencia; que todavía tienen mucho que aportar, y que arrinconarles en una esquina para que pasen sus últimos días en soledad es una pérdida para todos. Que la amabilidad nunca está de sobra y que no hay mayor magia que ayudar a los demás. Y que cada cual debe encontrar su propio camino en la vida, sin calzarse las botas de otro —u otra—, y marcarse las metas deseadas sin escuchar a quien diga que son imposibles de alcanzar porque las cosas siempre se han hecho de una forma determinada.
Una novela especialmente repleta de referencias. El shakespeariano “¡Pues grita «Pardiez» y lanza contra ellos al clan Mac Feegle!”. La llegada del hombre a la Luna. Los homenajes a los Monthy Python o a Apocalipsis Now —“¡Me encanta el olor del esfumino por la noche! (...) ¡Huele a victoria!”—. A Alicia en el País de las Maravillas. La mención, apenas una frase, a cierta ex Primera Dama británica… En un juego que el autor establece con sus lectores, introduciéndolo de forma tan sutil en el relato que consigue que la trama no se resienta en absoluto, los guiños son continuos y enormemente gratificantes, dando cuenta de que a pesar del alzheimer su mente siguió trabajando prácticamente hasta el final. Puede que algunos pasajes necesitasen de un pequeño pulido, puede que algunas situaciones requiriesen de algún chiste añadido, puede que el mensaje sea más directo de lo acostumbrado. Puede… Pero esta novela es esencia de Pratchett destilada, imprescindible para cerrar todo un mundo.
No puedo cerrar las reseña sin dar las gracias a Alejo Cuervo y Martínez Roca, quienes nos trajeron por primera vez el Mundodisco a España. A Plaza & Janés por recoger la antorcha. A Fantascy por llevar a término la aventura. Y a todos los traductores que han pasado por la serie, algunos con más acierto que otros, y entre ellos, dada la ocasión, especialmente a Manu Viciano, quien ha sabido encontrar de forma sobresaliente la voz y cadencia de la prosa de Pratchett, trasladándola a nuestro idioma con tanto acierto como efectividad —y si no que se lo digan a los Mac Feegle—.
Ha caído el telón, se hace el silencio. No está mal si alguna lagrimita se desliza involuntaria al cerrar el libro. Ahora no queda sino volver a El color de la magia y empezar a leer de nuevo. Así todavía quedarán cuarenta aventuras por delante. Pratchett dejó el mundo mejor de lo que lo encontró. No es pequeño legado.
A pesar de ser la última novela del autor, seguirá vigente mucho tiempo más gracias a sus seguidores y quienes hemos comenzado nuestra andadura por el disco recientemente. Además que don libros para ser releidos ;)
ResponderEliminarDesde luego.
ResponderEliminarLas horas que nos ha hecho disfrutar y el disfrute de las relecturas futuras no nos las va a quitar nadie.
Hola!!! todavía no he leído nada de este autor, pero son demasiados libros, aunque creo que les daré una oportunidad.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola.
ResponderEliminarEs importante saber que todos, salvo quizá los dos primeros, libros del Mundodisco son autoconclusivos y se pueden leer de forma independiente. Son "acumulativos", pues los personajes van creciendo de una entrega a otra y tienen un "bagaje", por lo que es recomendable leerlos en orden de publicación, pero tampoco es obligatorio.
Y, sobre todo, son una auténtica gozada y merece mucho mucho la pena leerlos.
Saludos.
Santi