Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Sportula. Gijón, 2016. Edición digital (epub). 166 páginas.
Angélica Gorodischer es, por méritos propios, uno de los grandes nombres de la literatura fantástica argentina —e incluso me atrevería a emitir el calificativo de «fantástica», pues muchos otros son también los palos literarios que ha tocado—. En el volumen que nos ocupa, publicado originalmente en 1979 y recuperado con gran acierto recientemente por parte de Sportula, se recogen, a modo de fixup, nueve relatos sin más hilo conductor que el protagonismo en todos ellos del sin par Trafalgar Medrano, viajero y comerciante estelar de singular filosofía, un argentino natural de Rosario, que ha ido donde sus compatriotas tan solo pueden soñar. La autora ofrece un gran despliegue de imaginación y de humor irreverente con cuentos que navegan a caballo entre la sátira, la space opera y la comedia intergaláctica. Hay en ellos ciencia ficción, sí, pero más en el trasfondo de los relatos que como algo plenamente presente. Hay fantasía en muchas situaciones que no terminan de tener una explicación del todo plausible. Pero, por encima de todo, el centro de los relatos siempre es la aventura, muy al estilo de Jack Vance, Italo Calvino o Robert Sheckley, pero regada de impagable idiosincrasia argentina —incluido algún que otro homenaje a Borges—. Peripecias de todo tipo en las que inevitablemente se ve envuelto su personaje, un narrador nato que atrapa en las redes de sus palabras e historias a todos sus oyentes, quienes serán después los encargados de transmitírselas al lector.
Dedicado a la importación y exportación de cualquier tipo de bienes que se le pongan a tiro, Trafalgar va a recalar en los más exóticos, llamativos o disparatados destinos. Un planeta gobernados por un aristomatriarcado de Mil mujeres, con un final cargado de crudeza en el significado de lo que en realidad ha supuesto la acción reflejada, en A la luz de la casta luna electrónica; otro donde solo es posible llegar con el más aproximado sustituto a lo que sería un viaje en el tiempo —ya que los viajes en el tiempo son algo que todos saben o debieran saber imposibles—, y en el que se repite la historia del nuestro y Trafalgar contribuye de forma singular al descubrimiento y colonización de América, en De navegantes; uno más donde el tiempo es simultáneo y no lineal, y donde cada día la historia salta adelante o atrás varios siglos, para confusión del comerciante que llega allí inadvertido, en El mejor día del año; y aún otro donde los muertos no se quedan muertos, sino que hacen compañía a los vivos de forma algo indeseada, marcando su forma de vida e impidiendo su desarrollo, en La lucha de la familia González por un mundo mejor… Unas localizaciones tan exóticas y llamativas como las aventuras que le toca vivir a Trafalgar en ellas.
Cada uno de estos nueve relatos o capítulos, pues bien podría considerarse la obra como una novela de facto, suele tener un narrador indirecto diferente. La autora utiliza diversas voces para retratar las vivencias del protagonista. Cada historia es transmitida al lector por uno de los amigos o conocidos rosarinos del protagonista. A veces el narrador se limita a repetir lo que Trafalgar le contó a él mismo o a repetir lo oído a un tercer contertulio, otras ni siquiera se identifica a quien se encuentra escuchando y retransmitiendo la historia, e incluso en ocasiones se puede rastrear en el narrador, narradora en este caso, la voz de una suerte de alter ego de la propia Gorodischer en un guiño que implica al lector en su juego literario, pues todos ellos son el público embelesado, ya sea de primera o de segunda mano, por el discurso —regado con tazas y tazas de café— que Trafalgar le ofrece de uno de sus sorprendentes viajes comerciales. Viajes en que recala en planetas con las más exóticas costumbres y en los que suele verse envuelto en las más curiosas, peligrosas y divertidas aventuras. Peripecias que a la postre no buscan sino cuestionar los diversos planteamientos éticos, sociales, políticos, económicos o filosóficos imperantes en cada uno de los mundos visitados, con un evidente reflejo en nuestra sociedad actual a la que lanza, disfrazados de humor, certeros y en ocasiones dolorosos dardos, y es que aún a pesar de haber pasado casi 40 años de su edición original los relatos siguen vigentes en la mayoría de sus disquisiciones sobre temas como la burocracia, el abuso de poder, el colonialismo, la política, el sexismo, la lucha de clases, la autoconciencia...
Como todo un pícaro moderno, Trafalgar con su enorme verborrea es capaz de comprar y de vender cualquier bien de consumo, siempre con el máximo beneficio propio, salvo cuando cuando encuentra un interés mayor al que dedicarse o cuando se ve envuelto en problemas por su involuntaria faceta de «desfacedor de entuertos». Adicto al café, certero conocedor de la naturaleza humana, estrafalario hasta el límite de la locura…, también es un declarado y poco vergonzoso mujeriego, De hecho, su atracción por el sexo femenino y su continuo coqueteo con las más hermosas damas con las que se encuentra encierra en contraposición una lectura casi feminista —o sin casi— de muchas de las situaciones planteadas, a pesar de que en muchas ocasiones las féminas retratadas no queden precisamente en buen lugar —existe una ambivalencia muy curiosa en las actuaciones de ciertos personajes femeninos y una lectura quizá demasiado benevolente hacia ciertas actitudes del protagonista que podrían llegar a cuestionarse como abiertamente machistas, pero que son aceptadas sin más análisis—.
Consciente del pacto de credulidad que la ciencia ficción exige Gorodischer juega siempre al borde del abismo, burlando al lector con redomada ironía. ¿Es todo lo expuesto una simple exageración? ¿Es realidad o es fantasía, pura invención de una mente enormemente imaginativa? ¿Es Trafalgar un auténtico viajero comerciante estelar o un fabulador nato? Sus propios oyentes se cuestionan en ocasiones la veracidad de lo que les cuenta, pero no pueden evitar caer fascinados en sus redes y solicitarle una nueva historia cada vez que coinciden con él ya sea en su casa, en la de un conocido común o en lo recóndito del Burgundy, “uno de esos bares de los que ya va quedando pocos”, un remanso de paz entre la frenética vida de la gran ciudad y cuyo dueño no necesita indicaciones para satisfacer al momento la imperiosa necesidad de Trafalgar de trasegar una taza tras otra del negro líquido aromático. Nadie puede confirmar que haya llegado nunca a abandonar nuestro planeta y navegado con su «cacharro» entre las estrellas, entre una multitud de planetas poblados por seres humanos —no parece haber mucho alienígena allá fuera, y si los hay sus mujeres siempre son sexualmente compatibles con nuestro viajero—, e interactuado con personas de muy diferentes y casi siempre chocantes costumbres, actitudes y tradiciones, con los que no obstante siempre puede comunicarse sin problemas como si compartieran todos un mismo idioma sin llegar a citarlo… Pero, al cabo, veraz o falaz, ¿siquiera importa? Porque el mejor producto de Trafalgar es uno que no vende, y con el que no comercia salvo por una invitación a unas cuantas tazas de café; un producto que entrega libremente con un poquito de insistencia al disfrute de su rendido público: sus relatos.
Gorodischer, de manera acorde al material que tiene entre manos, hace gala de una prosa directa, cercana, rica y chispeante, llena de variantes y de giros idiomáticos propios del hablante argentino —al fin y al cabo, tal es Trafalgar y tal es la autora—. Un estilo desenfadado con un toque coloquial que bebe mucho del relato oral, con llamadas de atención incluidas, sarcásticamente mordaz, pero muy cercano y cotidiano, alternando e integrando hábilmente jerga con un lenguaje más culto conforme lo requiere cada relato. Ofrece así historias con un toque de aventura pulp, emocionantes, intrigantes —algo potenciado por la forma un tanto errática de componer el relato por parte de Trafalgar, un narrador nato que gusta de crear tensión en sus oyentes con diversas referencias y digresiones tangenciales—, divertidas, surrealistas, exóticas, absurdas, estremecedoras, irónicas... Historias que, sin ser exactamente correlativas cronológicamente, deben ser —como pide la propia autora— leídas en el orden de publicación en que aparecen en el volumen, pues en realidad en su independencia se comportan como una unidad literaria en que los detalles y referencias se van acumulando de un relato al siguiente haciendo el conjunto más fuerte que sus partes, pero a las que, sin embargo, la similitud de la estructura de casi todas ellas puede jugar una mala pasada, pudiendo resultar por momentos algo repetitivas y haciendo de alguna manera recomendable espaciar la lectura entre unas y otras, sin dejar pasar tampoco demasiado tiempo entre ellas. Unos relatos que ofrecen una fabulosa sucesión de aventuras exóticas y que no parecen buscar sino el puro entretenimiento y la más refrescante diversión, con un residual mensaje social; algo que consiguen con creces sin llegar en realidad tampoco a dejar en el lector una marca imperecedera, ni falta que hace.
Hola :) Pues bastante interesantes y desconocidos en su totalidad por mi estos nueve relatos de esta autora argentina. Una space opera con bastante comedia y aventuras nunca esta demás tener anotada. Un abrazo^^
ResponderEliminarInteresantes y divertidos ;-)
ResponderEliminarLa parte de space opera del conjunto hay que tener en cuenta que es en plan Jack Vance, con multitud de planetas exóticos donde sucede la acción (una "acción" bastante tranquila por otra parte), no en plan bélico de batallitas espaciales, ni de grandes naves como un Banks, una Bujold o un Reynolds.
Saludos.
Este libro hay que leerlo con acento argentino o los diálogos suenan raros al lector español por los giros idiomáticos. Me ha encantando. :D
ResponderEliminarEse es precisamente uno de sus encantos. Al principio puede resultar un tanto chocante para un lector de España, pero enseguida se hace parte de la naturaleza del relato ;-)
ResponderEliminarMe alegro de que te gustara.
Saludos.