José Antonio Fideu.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Minotauro. Barcelona, 2016. 494 páginas.
En el mundo del Premio Minotauro de Literatura Fantástica 2016, que perfectamente podría haber sido nuestro mundo si ciertos detalles no indicasen algo muy diferente, la magia efectivamente existe, aunque el común de los mortales no sea consciente de ello, y los magos deban escudarse en el uso de trucos para no revelar su condición bajo la más extrema de las amenazas. La magia no es un camino de rosas ni su práctica supone gran alegría para los magos; antes bien, más bien parece su condena. Los últimos años de la magia es una novela de fantasía victoriana —aunque con poco steampunk— donde la lucha entre el bien y el mal se troca por un enfrentamiento entre el orden natural y el mágico, una dualidad de la que pocos son conscientes pero que encierra múltiples riesgos de la mano de fascinantes criaturas sobrenaturales provenientes de otro plano. Una novela con un tono un tanto ambivalente, entre lo juvenil y lo decididamente adulto que va creciendo en intensidad conforme avanza la trama.
En el Londres de 1871 el joven Aurelius Wyllt languidece ayudando a su padre en la atención de la taberna familiar sin muchas aspiraciones de futuro. Sin embargo, la visión fortuita de los carteles anunciadores de la futura actuación del Gran Mago Houdin creará en él la obsesión de asistir a la función y, aún más allá, de convertirse él mismo en un mago. No lo tendrá nada fácil y cuando crea que la suerte empieza a sonreírle será cuando el golpe recibido sea más fuerte. Gracias a Houdin descubrirá que la magia es real, pero que también es peligrosa y que existe una presencia, un ser llamado el Cazador de Hadas, cuyo único propósito es la erradicación de la magia y de sus practicantes de la faz de la Tierra. Cuando veía abrirse ante él un futuro brillante, como pupilo del mago francés, la desgracia se cebará con él, de manera que incluso su pasado habrá desaparecido y el presente será muy diferente a lo que Aurelius recuerda.
El relato que empieza de forma engañosa como la iniciación mágica de un joven aprendiz, es en realidad un peligroso viaje, vital y geográfico, en pos de la salvación de los últimos retazos de magia sobre la Tierra. Porque el final de la magia podría suponer también el final de toda existencia. Aurelius, con unos cuantos compañeros de lo más llamativos y sorprendentes, como el enano Calibán, la bella y enigmática Gabrielle o el desabrido y arrojado Medio Erizo, iniciará un recorrido circular que recorrerá todo el orbe, partiendo de Londres y volviendo al origen tras un periplo que atraviesa Europa, Asia y se supone que EE.UU. —hay una extraña elipsis por la que desde Japón los protagonistas aparecen en Nueva York— en el que irán interactuando con diferentes miembros del mundo mágico. Pero el viaje en sí no es importante, sólo la excusa para mover el escenario y conocer a personajes, y criaturas fascinantes, relacionados con la magia mientras intentan eludir a su despiadado perseguidor. Es un viaje de descubrimiento, de revelaciones del mundo oculto. Una huida hacia adelante, siempre bajo amenaza de muerte y desaparición, cuya meta se intuye es un inevitable enfrentamiento con el ser, irónicamente mágico, que busca la erradicación de la magia.
Un ser creado por la búsqueda de equilibrio que el mundo requiere. Toda acción mágica deja un residuo, una marca en el mundo, que debe ser compensada por las leyes naturales. Entre los propios magos existen disensiones sobre la manera de actuar, siendo la más extendida la de mantener un perfil bajo y no llamar en absoluto la atención. Se antoja así su existencia un tanto vana, dotados de poderes a los que tienen un enorme temor de usar. Las criaturas mágicas que entran en nuestro mundo —dragones, licántropos, hadas…— son perseguidos por ambos bandos, unos para no llamar la atención, otros para erradicarlos. El Cazador de Hadas es un ser despiadado, un asesino perverso, sádico y sanguinario, pero no exento de razones; al fin y al cabo, es un producto de la propia magia, una válvula de escape que permite mantener el status quo en un equilibrio hasta que algo lo desestabiliza y empieza una cacería que no puede terminar en nada bueno. Es un hábil manipulador, un jugador de ventaja que esconde sus ases bajo la manga, un sádico que esconde no obstante un anhelo que lo va a convertir en el mejor personaje de la novela, un ser que no persigue sino lo que está férreamente grabado en su naturaleza.
Cabe advertir que, más allá de la bien desarrollada atmósfera del Londres victoriano, siempre cargada de sugerentes perspectivas, y a pesar de lo que pueda aventurar la sinopsis, el lector no debe buscar aquí demasiado toques «steampunk» al uso. No los hay, salvo alguna mención a ciertos pequeños autómatas empleados en las funciones de algún mago y poco más. La novela no pertenece en absoluto al género de lo retrofuturista, sino que se adentra sin rubor en el reino de lo fantástico y mitológico, dando presencia a poderes y criaturas sobrenaturales, recreando una época que tampoco es exactamente la que recuerda nuestra propia Historia. Y es que merece una especial mención el radical efecto que tiene la muerte violenta de cada mago asesinado por el Cazador de Hadas, cambiando incluso la realidad circundante a los supervivientes, y dando lugar de facto a una existencia diferente.
Hay a lo largo de la historia multitud de referencias a personajes reales de nuestro lado, aunque la mayoría no llegue a tener una participación efectiva en la acción, limitándose muchas veces a estar de paso o dar cobijo a los protagonistas a lo largo del relato, salvo algunos como Gepetto, Simbad o Hans Christian Andersen quienes, aunque sea en unas versiones un tanto diferentes —no podría ser de otro modo— de lo que nosotros conocemos, tienen una participación más activa en la trama, para bien o para mal, en la «cruzada» emprendida por los protagonistas. Otros, como Buffalo Bill o Nicola Tesla, aparecen en el texto de forma breve, más como homenaje de la admiración del autor hacia ellos que como parte vital del relato. La novela, de hecho, se cierra con una especie de «¿Quién es quién?» con unas pequeñas biografías de cada uno de ellos, junto a unas líneas explicando los motivos del autor para incluirlos en el relato.
Con un narrador omnisciente y una escritura que no termina de encontrar decididamente su tono, a caballo de una prosa que tiende a lo juvenil, pero que incluye escenas, por sexualidad y violencia, absolutamente adultas, Los últimos años de la magia encierra un alegato en formato aventura en favor de la fantasía como parte vital del desarrollo emocional del ser humano, de la necesidad de los sueños y de la magia para crecer como personas, manteniendo siempre un necesario equilibrio con la realidad que nos rodea. Engaños, desengaños, perfidia, romance, traiciones, cónclaves mágicos, criaturas extraordinarias… y un relato imperfecto pero cargado de sugerencias.
Gracias por tu reseña, Santiago. Tomo nota de todo... Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarNo hay de qué, José Antonio. Gracias por pasarte a comentar y enhorabuena por el premio ;-)
ResponderEliminarSaludos