Peter Tieryas.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2017. Título original: United States of Japan. Traducción: José Heisenberg. 406 páginas.
Este es uno de esos casos en que la espectacular portada puede llamar a equívoco, pues ésta es, en efecto, una novela en la que aparecen robots gigantes tripulados por humanos —mechas—, pero no es una novela que centre su foco en ellos y sus acciones —como en el cine pudiera ser Pacific Rim—. Para situar al lector, aquí va a encontrar una ucronía en que Japón y el III Reich ganaron, por circunstancias que serán explicadas a lo largo de la trama, la II Guerra Mundial, repartiéndose el territorio de Norteamérica e instaurando el Imperio del Sol Naciente allí una férrea administración sobre lo que pasarán a denominarse Estados Unidos de Japón. Y sí, como el propio autor dice, el libro es «hijo espiritual» de El hombre en el castillo, de Dick, pero su prosa, trama y desarrollo son totalmente originales y diferentes, bebiendo eso sí de un punto Jonbar similar e introduciendo Tieryas algunos pequeños homenajes para disfrute de los amantes de aquella —hay que estar atento para captarlos, siendo el más evidente la existencia allí de un libro clandestino, un videojuego aquí, en el que los aliados ganaron la guerra—. El resultado es un apasionante y sugerente thriller con un oscuro toque de novela negra cyberpunk en un mundo donde la tecnología se ha desarrollado con mayor rapidez que en el nuestro, pero en el que reinan la opresión, la injusticia y la violencia.
Cuarenta años después del fin de la contienda, los estadounidenses adoran a su emperador como un dios viviente, y muy pocos son los que añoran tiempos pasados. Un pequeño grupo mantiene su lucha contra el orden establecido, suspirando por unos desaparecidos USA que idealizan como mucho más libres y felices, y planteando mediante un subversivo juego cómo podría haberse desarrollado la Historia de haber ganado estos la guerra, presentando un mundo donde rigen la esperanza y la libertad. El capitán Beniko Ishimura del Ejército Imperial, licenciado de la Academia Militar de Ludología de Berkeley, trabaja en la Oficina de Censura de Santa Mónica revisando videojuegos, con lo que, un tanto de rebote, el caso recaerá en sus manos. A su lado, la agente Akiko Tsukino, de la Tokubetsu Koto Keisatsu —abreviado Tokko: la policía secreta japonesa—, implacable y leal seguidora del Emperador, empezará a desentrañar una trama más complicada de lo que en origen se podía intuir. Una trama que les llevará a ambos a cruzar sus límites y a enfrentarse a sus propios demonios interiores.
El brutal y represivo dominio de Japón se sustenta sobre el convencimiento de su superioridad moral, la rectitud de su ideales y la divinidad de su Emperador, y se hace posible gracias a sus avances tecnológicos, desarrollados mucho más rápido que en nuestra línea temporal. Al «pequeño» detalle de ser los primeros en desarrollar, y usar, la bomba atómica, se une posteriormente que, para los años 80 del presente del relato, la investigación en mecánica les ha permitido construir grandes robots de enorme potencia bélica; que en informática han puesto en marcha un trasunto de Internet, la Kikkai, con una gran inversión en desarrollo de juegos en línea o en realidad virtual —aunque en verdad sean un nuevo vehículo de control y adoctrinamiento para descubrir comportamientos divergentes a la línea oficial—; que en telecomunicaciones están muy implantados una especie de smartphones llamados porticales; y que su exploración en genética y biotecnología les ha llevado a conseguir importantes avances en implantación de prótesis mecánicas en miembros amputados, armas virales y otros descubrimientos tan asombrosos como potencialmente aterradores. Japón domina con mano de hierro su Imperio, y en los Estados Unidos de Japón la represión está a la orden del día. Las órdenes no se cuestionan. La disidencia es duramente reprimida. La obediencia debe ser ciega. Y las purgas son continuas, no importa si la acusación tiene sustento o no, la mera sospecha se convierte en el delito denunciado.
Ishimura es visto por sus cercanos como un perezoso dilatante, un vago bebedor y mujeriego que apenas cumple con el mínimo de sus obligaciones y ve la vida pasar con un evidente distanciamiento y desapego —aunque eso sea algo que quizá no se corresponda exactamente con la realidad—. Sin embargo, su lealtad es para todos incuestionable, dado que cuando era apenas un niño denunció a sus propios padres como traidores al emperador; algo que causa admiración y rechazo a partes iguales entre quienes le rodean, y con lo que carga con aparente resignación. Una actitud para la que tiene motivos, aunque el lector tarde en descubrirlos. A través de sus ojos se dibuja una sociedad con la continua sensación de control y opresión, de falta de libertad, de palpable temor ante la posibilidad de hacer o decir algo que pueda considerarse como una muestra de falta de adhesión o de entrega a su dios viviente, un temor con el que viven la mayoría de estadounidenses. La más nimia falta, la expresión de una opinión dubitativa, la más pequeña desviación puede ser motivo de arresto y tortura, o acarrear la más letal de las sentencias. La indolencia exterior de Ishimura esconde sin embargo a un muy competente programador, cuyo dominio de los porticales y la tecnología informática le abrirán diversas puertas y le sacarán de más de una situación apurada, llevando a un enriquecimiento progresivo de su figura. Sus secretos ocultos lo hacen más y más humano, y convincente, conforme avanza la lectura.
Ishimura es visto por sus cercanos como un perezoso dilatante, un vago bebedor y mujeriego que apenas cumple con el mínimo de sus obligaciones y ve la vida pasar con un evidente distanciamiento y desapego —aunque eso sea algo que quizá no se corresponda exactamente con la realidad—. Sin embargo, su lealtad es para todos incuestionable, dado que cuando era apenas un niño denunció a sus propios padres como traidores al emperador; algo que causa admiración y rechazo a partes iguales entre quienes le rodean, y con lo que carga con aparente resignación. Una actitud para la que tiene motivos, aunque el lector tarde en descubrirlos. A través de sus ojos se dibuja una sociedad con la continua sensación de control y opresión, de falta de libertad, de palpable temor ante la posibilidad de hacer o decir algo que pueda considerarse como una muestra de falta de adhesión o de entrega a su dios viviente, un temor con el que viven la mayoría de estadounidenses. La más nimia falta, la expresión de una opinión dubitativa, la más pequeña desviación puede ser motivo de arresto y tortura, o acarrear la más letal de las sentencias. La indolencia exterior de Ishimura esconde sin embargo a un muy competente programador, cuyo dominio de los porticales y la tecnología informática le abrirán diversas puertas y le sacarán de más de una situación apurada, llevando a un enriquecimiento progresivo de su figura. Sus secretos ocultos lo hacen más y más humano, y convincente, conforme avanza la lectura.
En una posición perfectamente integrada dentro del sistema, la visión de la Mayor Tsukino muestra una realidad totalmente contrapuesta a la de Ishimura. Ella no se plantea el orden social. Las cosas son como son, y el Emperador, dios viviente, merece toda su entrega y sacrificio, sin que haya sitio para la duda incluso al realizar las acciones más atroces en el cumplimiento de las órdenes de sus superiores. Y los que se cuestionan la situación son sin duda traidores. La mujer es una auténtica fuerza de la naturaleza; fuerte, inteligente y capaz, que no deja que nada se interponga en sus convicciones. Su crecimiento es una de los grandes aciertos de la novela. A la luz de los acontecimientos en que se van viendo envueltos, se verá obligada a «abrir los ojos» y cuestionarse aquello que para ella hasta entonces no tenía más vuelta de hoja. Un cambio no exento de resistencia y dolor en absoluto. Deberá hacer frente a un pasado y presente de violencia inmisericorde, de tortura y ejecuciones sumarias que quizá no estén tan justificadas como siempre había dado por hecho.
Aunque de personalidades prácticamente antagónicas, ambos se ven obligados a trabajar juntos. A pesar de sus recelos y de unas ideas que más de una vez van a entrar en conflicto, Ishimura y Tsukino deberán cooperar y abrirse paso a través de una red de engaños y mentiras en su búsqueda del general Kazuhiro Mutsuraga, antiguo oficial superior y mentor de Ishimura, y autor intelectual tras el juego Estados Unidos de América, algo para lo que deberán descender hasta lo más profundo del mundillo criminal e internarse en «zona de guerra». Pero lo que descubrirán es mucho más de lo que esperaban. Asistirán, y participarán, en crímenes horrendos, visitarán escenarios de lo más inquietante, conocerán a personajes estremecedores, bucearán en la anterior relación de Ishimura con Mutsuraga, se internarán en territorio «enemigo» y harán frente a las convicciones de los George Washintons —como se hacen llamar los miembros de la guerrilla anti EUJ— en un examen a la ética e ideales, propios y ajenos, implicados en todo el conflicto.
Tieryas hace un gran trabajo de construcción del mundo y los personajes, introduciendo trasfondo y caracteres mediante acciones y diálogos, sin necesidad de farragosas explicaciones, manteniendo así un ritmo sostenido, rápido, ágil y entretenido. Además de la pura aventura —y no se puede negar que los mechas, aunque participen menos de lo que podría desearse, molan y dan gran espectacularidad—, el autor introduce una importante carga reflexiva sobre los totalitarismos, el abuso del poder, la reescritura de la Historia por los vencedores o las consecuencias de la aplicación de ciertas ideologías que buscan imponer su particular cosmovisión sobre toda una sociedad sojuzgada. Hay aquí una subyacente crítica al racismo al ser los no asiáticos vistos como ciudadanos de segunda, que deben mantenerse bajo vigilancia y demostrar continuamente su respeto al Emperador. Hay un fascismo imperante, con un componente oriental realmente curioso, pero no por ello menos aterrador. Hay una visión muy pervertida del cristianismo, que llega a competir con el fanatismo con el que los japoneses adoran a su emperador divino, mostrando que cualquier tipo de extremismo lo único que trae es sufrimiento...
Con un estilo narrativo muy personal y una llamativa mezcla de géneros Estados Unidos de Japón es una novela autoconclusiva, perfecta y muy satisfactoriamente cerrada, que da respuesta a todas las preguntas y misterios planteados, con una buena cantidad de intriga y de acción que puede ser disfrutada en varios niveles de lectura. No es estrictamente una novela de robots gigantes, ni una continuación o secuela al uso de la novela de Philip K. Dick, ni falta que le hace, pues termina resultando algo mucho más satisfactorio.
La novela de Dick no me terminó de gustar, también es verdad que la leí hace poco y el paso del tiempo no creo que haya jugado a su favor. Espero bastante más de esta historia la verdad.
ResponderEliminarSaludos y buena reseña.
Hola :) Reconozco que mi interés comienza a ser cada vez mucho mayor por esta novela. Primero era el tema mecha, pero ya me dijeron que era algo meramente anecdotico y no algo principal en la trama. Luego el tema de ese dominio japones sobre EEUU me llamaba, pero a mi el tema político no me suele atraer. Pero son tantas las alabanzas y me gusta lo que leo, que me veo en la imperiosa necesidad de echarle una lectura :)
ResponderEliminarHola, Javi.
ResponderEliminarYa comento en la reseña que ambas novelas, en trama y estilo, tienen oco que ver. Como el autor confiesa es más bien una relación "espiritual" y, sobre todo, temática en el punto de partida (esa invasión de los EE.UU. por parte de japoneses y alemanes). luego el desarrollo y la prosa son totalmente diferentes.
Saludos
Hola, Mangrii.
ResponderEliminarYo no suelo leer reseñas de antemano, para no ir condicionando las mías, así que esperaba más participación de los mechas (que la hay, ojo, y espectacular), pero no creo que su carácter secundario sea algo que disminuya el valor de la novela, para nada.
En cuanto al tema político, se podría decir que hay bastante, pero no lastra la narración en absoluto. El autor se ha currado un montón el trasfondo, pero no permite que eso se adueñe de la trama, sino que lo convierte en uno más de sus atractivos. sabiendo más o menos por dónde van los tiros, yo creo que es una novela que se puede disfrutar mucho.
Saludos