Elia Barceló.
Reseña: Santiago Gª Soláns.
Roca editorial. Barcelona, 2017. 477 páginas.
Me encanta la definición que la propia autora da en las páginas de la novela: Esta historia es como tener entre las manos todas las teselas de un mosaico y tener que ir montándolas poco a poco, colocándolas en su sitio correcto, para ir descubriendo una imagen de la que se tiene la idea general, pero no de los detalles más concretos, y quizá el resultado final no sea precisamente el que se tenía en mente de antemano. Centrada en el realismo, y dejando a un lado la vertiente fantástica de muchas de sus obras anteriores, Barceló ofrece aquí una historia dolorosa que se dilata en el tiempo, saltando desde la actualidad al pasado en diversos momentos de la Historia del siglo XX de España y Marruecos. Una mujer que, sin desearlo de inicio, se embarca en un viaje a la memoria para exorcizar los demonios, las sombras, que le acompañan desde hace mucho tiempo, desde que su hermana fuera violada y asesinada en Rabat, donde entonces residía la familia, el día que la humanidad llegaba por primera vez a la la Luna. Un crimen que nunca pudo terminar de aceptar o comprender. Una tragedia que rompió a su familia y marcó para siempre su vida por un sentimiento de culpa, al menos hasta el día de hoy. Se inicia así una narración que aúna una saga familiar a la intriga de una investigación criminal —totalmente amateur, no es una novela de detectives—, con un trasfondo histórico cercano y certeras reflexiones sobre la memoria, el paso del tiempo, la edad y todos los hitos de una vida que modelan la personalidad, sobre el arte o algunas de las injusticias sociales de nuestro país que siguen, hoy como ayer, produciéndose.
Helena Guerrero a sus sesenta y bastantes años es una pintora de éxito mundial que emprende viaje a Madrid desde Australia, donde reside en la actualidad, con motivo de la próxima boda de su nieta Almudena. Una nieta a la que apenas conoce, pues hace mucho que, marcada por la tragedia del crimen cometido sobre su hermana Alicia, a la que adoraba, cortó lazos con el resto de su familia. Aprovechando la ocasión va a negociar una exposición en el Reina Sofía y a visitar en el hospital en el que se encuentra ingresado, con una enfermedad terminal, al que fuera su cuñado. Un hombre con el que comparte la tristeza y quien le va a poner en posesión de ciertos datos que harán que se cuestione todo lo que creía saber sobre la muerte de su hermana. Además, el pasado, ese pasado que siempre ha marcado su vida con la duda y la culpa, va a saltarle a las manos en forma de dos cajas con diversos documentos, fotografías o cartas con la que empezará a componer el mosaico de la historia familiar, descubriendo todo aquello que había permanecido oculto en las inquietantes sombras, haciendo supurar heridas que en realidad nunca habían llegado a cicatrizar. Heridas que tienen su reflejo en ciertos aspectos de la reciente Historia española que tampoco han obtenido todavía su debida conclusión.
Barceló consigue construir una protagonista poliédrica, con muchas facetas, profundamente humana incluso en su odiosa, y un tanto prepotente, manera de tratar a las personas que la rodean. Una mujer independiente, herida y en cierta manera solitaria, que no necesita a nadie para vivir como desea, poco dado a los afectos y que incluso prefiere mantener las mínimas relaciones sociales, un tanto amarga y cortante, que poco a poco irá desvelando una naturaleza que se oculta incluso para sí misma. Casada y divorciada muy joven, con un hijo al que apenas conoce ni soporta por su evidente diferencia de caracteres, la familia para ella es algo distante con quienes conserva los contacto justos, mantiene una relación en la actualidad con Carlos, un auténtico pilar en el que apoyarse gracias a su amor y entrega incondicionales. Junto a ellos Barceló va presentando, con implicación desigual, a diferentes miembros de la familia, cada cual con sus propias personalidades e intereses, tanto del presente como del pasado. Blanca y Gregorio —Goyo—, los padres, tan desconocidos para la propia Helena, tan hijos de su época y de sus convicciones; Alicia, por supuesto, la hermana, que pasa de una imagen idealizada a tomar una sorprendente e inesperada, consistencia vital; Jean Paul, el cuñado, en la actualidad muy enfermo, un hombre de enorme atractivo en el pasado, quien siente que debe haber un cierre para la historia; y gentes diversas, familiares, amigos y conocidos que de una manera u otra influyeron en el devenir de la historia o que en la actualidad intentan establecer una nueva relación con Helena.
Poco a poco, detalle a detalle, secreto a secreto, irán saliendo a la luz los componentes de un drama familiar que no podían imaginar. Barceló juega con las expectativas, dosificando los datos con maestría, guiando al lector a través de una investigación casi detectivesca que va haciendo surgir fragmento a fragmento no sólo la historia de lo sucedido en La Mora, la idílica finca familiar a las afueras de Rabat, aquel fatídico día de 1969, sino la de los secretos de una familia que Helena creía conocer y que, sin embargo, va a depararle más de una sorpresa, no todas precisamente agradables. Secretos que se encuentran indisolublemente unidos a ciertos eventos de nuestro pasado reciente. La acción se desplaza entre España y Marruecos, bajo una hermosa luz que desvela la felicidad previa en La Mora, refugio de la familia en tiempos de posguerra. Es así una novela sobre la memoria, sobre la aceptación de lo que comporta el paso del tiempo, sobre mirar atrás y preguntarse dónde demonios se ha ido el tiempo, en qué se ha malgastado y terminar aceptando que eso es todo lo que hay.
El Madrid y, luego, el Rabat actuales van a ir dando paso a saltos atrás en el tiempo para ir narrando de forma escalonada los sucesos que conforman la tragedia, desde mucho antes de que llegara a suceder, desde que los padres de Helena se conocieran en la Valencia de 1935, en tiempos que ya comenzaban a aventurarse turbulentos. En medio de la acción Barceló intercala también algunos epígrafes describiendo las fotografías y documentos del pasado familiar que contenían las cajas. Un relato que comenzando en los meses previos a la sublevación franquista va a ir avanzando hacia los sucesos de 1969 en la finca familiar de La Mora, enlazando paso a paso con el presente y descubriendo algunos horrores de la historia más reciente de nuestro país, tanto sobre el llamado alzamiento como algunas de sus consecuencias posteriores dentro de la sociedad. Un alzamiento con culpables en primer grado, de eso no cabe duda, pero que dentro del relato tampoco quiere ocultar los fallos que ambas facciones cometieron antes de llegar a tan trágicos y reprobables acontecimientos.
Como línea paralela y trasfondo de una parte de la historia, dentro del retrato de ese Madrid moderno surgen curiosas, y reivindicativas, reflexiones sobre el mundo del arte en general, y de la pintura y la literatura en particular. Y no es la única invitación a ejercitar el pensamiento autónomo: el mayor esfuerzo y coste de las mujeres para hacerse valer en su justa medida, para competir en un mundo de hombres que, en el fondo, no ha cambiado tanto desde la rígida y machista sociedad de la España de la dictadura, es algo que podemos ver en nuestro día a día.
Barceló presenta su obra con una prosa en la que se nota todo el oficio que la autora atesora. De apariencia sencilla, pero muy medida y cuidada, elegante, que consigue transmitir todo el profundo calado de la historia en pocas pinceladas y que entrega al lector, mediante un narrador omnisciente en tercera persona, toda la información necesaria para ir montando el puzzle, con la debida cadencia, sin avasallar, sino con una magnífica estructura en la que destaca el interesante uso del género epistolar —tan poco en boga hoy en día con toda la pompa y boato que conlleva—. Hay a lo largo del texto un par de recapitulaciones de lo que los protagonistas han ido descubriendo que quizá se muestren un tanto innecesarias, pero que, aunque cortan un tanto el ritmo, tampoco molestan. Algo frustrante resulta también la sensación de que algunos de los personajes están guardándose conocimientos de gran importancia que tan sólo van a revelar cuando la investigación ya está prácticamente hecha; ocultando detalles que de haber sido revelados antes habrían evitado muchas vueltas y esfuerzo. Algo, sin embargo, que se carga de sentido conociendo la situación familiar y los reproches que todos se podrían llegar a echar en cara.
El color del silencio es una novela de sentimientos, de reconciliación con el pasado por muy duro que el mismo sea, de secretos familiares, de amor, de culpa y remordimiento —justificado o no—, del silencio que mantiene todavía en sombras oscuros hechos del pasado que no debieran nunca haber tenido lugar, de retribución, de perdón, de aceptación con uno mismo. Una novela dura, triste, liberadora, hermosa, reivindicativa en ocasiones, en que se deja bien claro que la memoria juega malas pasadas y lo que uno cree recordar y lo que se interpretó de ello choca con lo que en realidad sucedió. Es un mosaico, un inteligente rompecabezas, un juego de sombras sobre el que proyectar luz. Una hermosa, aunque dolorosa a veces, historia que muestra cómo la literatura puede ayudar a reflexionar sobre todo aquello de lo que en ocasiones es tan difícil hablar, de lo que todo un país guarda silencio. Y es que por muy anestésica que sea la ignorancia, aunque también acarree su dolor, saber siempre será mejor, por muy estéril que sea la verdad —¿o tal vez no?—.
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