Tierra de héroes, libro I.
Richard Morgan.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alamut. Serie fantástica # 45. Madrid, 2012. Título original: The Steel Remains. Traducción: Manuel de los Reyes. 415 páginas.
[Aprovechando la reedición de la novela y la próxima publicación de las reseñas correspondientes a las dos siguientes entregas de la trilogía recuperamos esta reseña subida a Sagacomic originalmente el 2 de mayo de 2012].
[Aprovechando la reedición de la novela y la próxima publicación de las reseñas correspondientes a las dos siguientes entregas de la trilogía recuperamos esta reseña subida a Sagacomic originalmente el 2 de mayo de 2012].
A pesar de tratarse de un autor reconocido y laureado internacionalmente, hasta el momento tan solo habíamos disfrutado de dos de sus obras traducidas al español —Carbono modificado, primera entrega de la trilogía dedicada a Takeshi Kovacs, y Leyes de mercado [Gigamesh]—, dado que al parecer el tema de los derechos del autor es caro y peliagudo de negociar, así que es de agradecer que Alamut se haya atrevido a ofrecer una nueva incursión en el universo literario de Morgan, eligiendo para la ocasión la que es aparentemente su primera incursión, después de un buen número de libros de ciencia ficción, en una muy peculiar fantasía heroica, y con la que inicia una trilogía. Peculiar tanto por la caracterización amoral de sus «héroes» como por la concepción del mundo —o mundos, no en vano hay un agradecimiento, entre otros, a Moorcock sin duda pensando en su Multiverso— en que los mismos de van a mover y en la forma de «moverse» por ellos.
Partiendo de ciertos lugares comunes de la fantasía, como puedan ser los guerreros retirados de glorioso pasado y triste presente, el viaje del héroe en una misión de búsqueda, o el retorno de antiguos poderes, es cierto que Morgan, como dice la frase publicitaria de Joe Abercrombie, coge alguno de los tópicos del género, incluso del folclore o los cuentos populares, y los hace astillas, como las viejas leyendas de castillos evanescentes o de viajes al país de las hadas, donde pasar un día significa haber perdido todo un año en su mundo, que toma prestadas de una tradición más clásica para darles la vuelta con un nuevo significado.
Adoptando como base alguno de los clichés más aceptados dentro de la Literatura Fantástica, el lector pronto se da cuenta de que no se encuentra ante lo «habitual»; sobre todo porque el autor, a través de una trama explícitamente violenta y sexual, con abundantes salpicaduras de sangre y vísceras, y personajes brutales, soeces, malhablados, viciosos, adictos a sustancias estupefacientes, carnales..., lleva el relato al extremo, casi hasta el exceso, de la actual corriente o moda de una «fantasía realista». Sus personajes «follan», no «hacen el amor»; sueltan continuamente tacos; se dejan arrastrar por sus deseos; torturan y no dudan en cometer acciones más que reprobables para conseguir sus objetivos o mantenerse un día más con vida.
Tres son los protagonistas principales, uno que se come la mitad del libro, Ringil, procedente de buena familia, veterano de guerra con grandes hazañas a sus espaldas, despreciado por la sociedad de la que proviene por su abierta homosexualidad, y que ahora vive retirado en el escenario de su última victoria a costa de contar viejas «batallitas» de su gloria pasada y de ayudar a los lugareños con aquellos problemas que requieren del uso de su legendaria espada. Y otros dos, antiguos camaradas del anterior, que van a ir alternándose con él los capítulos, Egar el Matagragones, líder del clan skaranak de los majak, de vuelta a su tierra tras la guerra para encontrase añorando allí los viejos tiempos a pesar del puesto que ha alcanzado; y Archeth, la última de una raza de constructores de máquinas, viajeros de un mundo subterráneo, dejada atrás en su marcha, y que ahora ejerce como consejera del disoluto emperador Jhiral Khimran II.
Desde un primer momento, desde que Ringil descuelga su espada, la Críacuervos, del muro de la posada donde se aloja para ir a enfrentarse a unos mortívagos, Morgan va a dejar claro los vericuetos por los que va a hacer transcurrir la trama: «héroes» crepusculares y desencantados, peleas sangrientas, seres sobrenaturales —¿o no tanto?— y cierto retorcido romance traducido a revolcones ocasionales carnalmente explícitos a través de tres líneas independientes obviamente llamadas a encontrarse en el apoteosis final.
Cuando Ringil reciba el encargo de localizar a una prima lejana vendida como esclava y empiece a investigar por el método de patear cuanto avispero se encuentre en su camino viendo que nadie parece desear realmente su éxito, pronto va a ser consciente del rumor del retorno de los dwenda, una antiquísima raza expulsada por los kiriath —la gente de Archeth—, y a la que las leyendas dotan de características abiertamente paranormales: evanescentes, más rápidos, más ágiles, algo dementes y con unos «poderes» muy superiores a cualquiera que pudieran tener los humanos. Y el retorno de uno solo de ellos, sin la contrapartida de los otros para hacer frente a su amenaza, podría ser sin duda la peor de las noticias.
Desde un primer momento, desde que Ringil descuelga su espada, la Críacuervos, del muro de la posada donde se aloja para ir a enfrentarse a unos mortívagos, Morgan va a dejar claro los vericuetos por los que va a hacer transcurrir la trama: «héroes» crepusculares y desencantados, peleas sangrientas, seres sobrenaturales —¿o no tanto?— y cierto retorcido romance traducido a revolcones ocasionales carnalmente explícitos a través de tres líneas independientes obviamente llamadas a encontrarse en el apoteosis final.
Cuando Ringil reciba el encargo de localizar a una prima lejana vendida como esclava y empiece a investigar por el método de patear cuanto avispero se encuentre en su camino viendo que nadie parece desear realmente su éxito, pronto va a ser consciente del rumor del retorno de los dwenda, una antiquísima raza expulsada por los kiriath —la gente de Archeth—, y a la que las leyendas dotan de características abiertamente paranormales: evanescentes, más rápidos, más ágiles, algo dementes y con unos «poderes» muy superiores a cualquiera que pudieran tener los humanos. Y el retorno de uno solo de ellos, sin la contrapartida de los otros para hacer frente a su amenaza, podría ser sin duda la peor de las noticias.
Precisamente de las referencias a estos dos pueblos, de las cosas que se dice eran capaces de hacer, de las máquinas utilizadas y dejadas atrás por los ingenieros kiriath, de los planos paralelos en que moran los dwenda, y de la forma de viajar entre ellos de ambas razas, de las menciones de una antigua luna convertida en un anillo en torno al planeta, del uso de cierta jerga con reminiscencias técnicas o de la descripción de ciertas armaduras, surge la duda de si en verdad Morgan ha facturado una obra de fantasía o una de ciencia ficción camuflada en un mundo atrasado. ¿Teoría cuántica o magia? ¿Razas sobrenaturales o experimentación genética? Pero que nadie se asuste, pues se trataría evidentemente de una ciencia ficción «de incógnito» que en ningún momento toma el primer plano, dejando el protagonismo a las luchas con armas blancas, a la presencia de dioses y otros seres «fantásticos» y a una estructura socio-política de corte medieval en el mundo en que se desenvuelve la narración.
Se desarrolla así el relato de una tensa búsqueda, mera excusa en realidad, con la condena implícita del tema de la esclavitud en su plasmación, plena de violencia, tanto física como psíquica, que da rienda suelta a las más bajas pasiones de los implicados. Una misión llena de combates y enfrentamientos, de intrigas y conspiraciones políticas, tensiones familiares, peleas y diálogos llenos de «palabras gruesas» que no desentonarían demasiado en una película de Quentin Tarantino. Un relato donde queda patentemente reflejado tanto el rechazo social ante la tendencia sexual del protagonista y de Archeth, tendencia no solo repudiada, sino castigada muy duramente por la ley, como a la abierta promiscuidad de Egar. Un rechazo impulsado sobre todo por la ingerencia del poder religioso en el poder terrenal, ejemplarizado sobre todo en el funcionamiento del Imperio, pero también en el difícil equilibrio establecido entre los líderes de los clanes majak y el chamán encargado de interpretar para ellos el mundo de los espíritus. La religión y la superstición utilizadas como arma para sojuzgar a un pueblo; el fanatismo, el odio a los que profesan creencias distintas, a los extranjeros, como forma de crear una unidad frente al enemigo o como distracción de los problemas internos.
Discutible sería la necesidad de abrumar al lector con escenas de contenido abiertamente pornográfico —gay y hetero—, de forma que se antoja un tanto gratuita e innecesaria, no por mojegatería ni cuestiones homófobas, que novelas del género protagonizadas por homosexuales ya existen unas cuantas como para escandalizarse ahora, sino porque lo explícito de las descripciones no solo no aporta nada imprescindible, sino que corta la acción de forma excesivamente abrupta y saturante, más adecuada quizá en una novela romántico-calenturienta que en una de «fantasía» épica.
Concentrado en la trama lo cierto es que Morgan no se prodiga precisamente en la «construcción» del mundo, quizá para no entorpecer el ritmo, describiendo únicamente lo necesario para hacer avanzar a sus personajes; va dejando caer lo imprescindible, pintando un mundo con Historia —y ahí queda todo el tema de la guerra contra los lagartos y otras referencias a acontecimientos pasados—, pero sin entrar en mayores profundidades ni excesivos detalles descriptivos. No hay un mapa al uso —ni falta que hace—, ni un prolijo trasfondo, lo que a veces es un motivo de frustración ante el deseo de saber más de los hechos que llevaron a la actual situación y que no terminan de esclarecerse meridianamente. En el aire queda la duda de quién tiene la razón en un conflicto largamente larvado, de quienes son los buenos y quienes los villanos en un relato que finalmente versa principalmente sobre la venganza y la supervivencia del más fuerte —o en todo caso de aquel que más empeño pone, trampas incluidas, en imponerse a su contrario a cualquier precio—.
Sólo el acero, a pesar de su carácter autoconclusivo, que hace que su lectura pueda considerarse satisfactoriamente independiente, inaugura una serie, Tierra de héroes, que continúa con El Gélido Mando y se cierra con La Impía Oscuridad. La novela termina de forma conclusiva, pero con ciertos detalles dejados caer en el epílogo y algunas preguntas sobre el pasado y el destino de los «héroes» que abren la puerta a esas continuaciones. Es este un mundo crepuscular, que vio grandes glorias, grandes poderes, de los que apenas quedan restos y leyendas, un mundo donde los soldados que volvieron a casa vieron como eran dejados de lado, obteniendo solo desprecio en lugar de agradecimiento y teniendo que malvivir en las calles, un mundo de continuos enfrentamientos, sucio, carnal y violento, lleno de una soterrada decepción por lo que pudo haber sido y no se hizo realidad. Un mundo del que, afortunadamente, parece que queda mucho por contar.
A pesar de gustarme estas historias de fantasía que se centran en mundos grises y más realistas, alejándose del concepto clásico del bien y el mal, de esta novela tengo el recuerdo de no llegar a conectar del todo.
ResponderEliminarTenía todo para gustarme, pero no lo consiguió.
No sé si ahora que van a sacar las otras dos partes engancharme a la historia e incluso releer este volumen.
Como siempre gracias por tus estupendas reseñas.
Bueno, no siempre se puede contentar a todos y este libro es claro ejemplo (he leído opiniones de todos los colores).
ResponderEliminarA mí me gustó, así que sin duda voy a ir a por las continuaciones ;-)
Saludos