Mañana cruzaremos el Ganges.
Ekaitz Ortega.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones El Transbordador. Málaga, 2017. 303 páginas.
Una de las características distintivas de la ciencia ficción —de la buena ciencia ficción— siempre ha sido la de especular sobre el futuro que nos espera pasado mañana partiendo de lo que podemos observar en nuestro presente. De ahí han nacido las grandes distopías históricas —cuando el término era algo más concreto que el simple significado de futuro catastrofista con el que es asociado actualmente— como 1984, citada en este mismo libro, Un mundo feliz o Fahrenheit 451. Ortega nos acerca a uno de estos futuros en que, desgraciadamente, podemos ver muy reflejadas las actitudes y el rumbo político y social de nuestro presente. Un futuro de libertades restringidas, de vigilancia extrema, de gobiernos formados por tecnócratas, de sospecha hacia el diferente y discriminación por raza o religión, de censura y control de los medios..., retratado a través de la visión y vivencias cotidianas de una periodista, bastante de vuelta de todo, que se va a ver implicada en una urdimbre inesperada que le hará cuestionarse muchos aspectos de su vida. No es una novela de trama frenética, sino de exploración de la vida bajo unas condiciones socio-políticas bastante desasosegantes y, lamentablemente, posibles.
Eva Warren es una mujer en su madurez, entre los 45 y los 50 años, autora freelance de reportajes de investigación que, ante la nueva ley emitida por el gobierno europeo por la que todo periodista debe pertenecer a la nómina de un medio gráfico para poder seguir trabajando, presenta una solicitud para entrar a formar parte de la plantilla del European Times, buscando ganar la seguridad a costa de perder toda independencia laboral. Algo que no le resulta sencillo, pues aprecia en mucho la libertad de la que ha disfrutado hasta el momento y las muchas posibilidades que le permitía, desde la elección de temas a la lectura por puro placer. Su erudición y conocimientos literarios va a plagar el texto de referencias y guiños que el lector puede ir desenterrado con gusto, descubriendo el empobrecimiento que para Eva supone la aceptación del nuevo orden de cosas. Por si tener que enfrentar el estrés de una posible nueva vida laboral fuera poco, tiene que lidiar con una tensa situación familiar, con una tibia relación con su marido, Tommy, en un matrimonio acomodado y hecho el uno al otro, pero en el que la pasión hace tiempo que desapareció; y con una hermana, Marie, alcohólica y dependiente a la que no puede dejar en la estacada puesto que fue quien la cuidó cuando, muerta su madre, su padre las abandonó. La vida no es sencilla en la Europa de pasado mañana. La rutina y el control de las autoridades son el día a día de sus habitantes. Aunque siempre hay quien parece decidido a cambiar el status quo, y el robo y filtración de unos antiguos ficheros informáticos, procedentes de antiguas páginas web con contenido ahora prohibido, van a remover unas aguas menos tranquilas de lo que aparentaban.
Bajo la mirada de Eva el lector va a ir descubriendo los cambios sociales y políticos que han tenido lugar en esta «nueva» Europa, cerrada sobre sí misma bajo la dirección de un gobierno abiertamente tecnócrata y vuelta de espaldas al exterior, víctima de un estado totalitario en la práctica, aunque no sobre los papeles, que no duda en mantener la calma social con una política represora que conjuga hábilmente el uso del palo y la zanahoria. Ortega crea una distopía política con una atmósfera intimista y familiar en torno a la periodista y sus problemas, laborales y familiares, y la situación general como telón de fondo. La narración no destaca así por una acción frenética, ya que apenas la hay, sino por la disección de sus consecuencias en una población personalizada en Eva. No hay grandes escenas de persecuciones, enormes explosiones o muertes vividas en primera persona, aunque sí se citan un buen número de estallidos de bombas, actos subversivos, violencia física y psíquica, y se cuestionan tanto sus causas y motivaciones, como las derivaciones que todas ellas tienen sobre los «inocentes» que sólo quieren bajar la cabeza y seguir viviendo sin llamar la atención, tan cómplices de la situación como los que la provocan con sus actos. Nunca estuvo más presente el famoso poema y sus últimos versos: «Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera defenderme». El silencio y la inacción, la actitud acomodaticia y el dejar hacer, son siempre parte del problema, no de la solución.
Esta cualidad de confidencia, de confesión íntima de Eva, hace que la narración en primera persona tenga un tono algo distante, un tanto impersonal de inicio, quizá acorde con su profesión periodística, cual si de un reportaje se tratara bajo el clima de un control estatal con sesgos poco democráticos. Más adelante, poco a poco, va plasmándose una mayor implicación emocional conforme las cosas se complican en su vida, pero tampoco parece ser ese el objetivo del relato. Es como si la protagonista y narradora quisiera distanciarse de los hechos narrados, de una vida que no le satisface en demasía, pero de la que es incapaz de apartarse, siendo incapaz de crear una empatía con el lector, que comprende pero no comparte sus desdichas, hasta bien entrado el relato, cuando ya parece inevitable tomar partido. El relato da cuenta de un ritmo pausado, expositivo e informativo, aunque no excesivamente descriptivo. Sin sobresaltos ni cuando el peligro salta al paso de la protagonista, quien se limita a reflejar los hechos con profesionalidad, pero sin tensión, lo que rebaja un tanto el tono de la historia.
El autor presenta un mundo inquietantemente posible, donde muchos de los problemas del presente se ven magnificados hasta sus consecuencias más dolorosas. El control de la población por medio de la tecnología y de los medios de comunicación, la desinformación, la posverdad, la utilización torticera de las redes, la censura y la manipulación de la realidad, el uso creativo del miedo como método represor, el colaboracionismo, la culpabilización como chivo expiatorio del individuo o colectivo «diferente» —los hindúes en este caso— para distraer la opinión pública, la amenaza de condenas injustas por crímenes inexistentes para mantener el orden, la precariedad laboral, el recorte de libertades personales, el fin de la independencia de los centros universitarios y la banalización de los estudios para obtener una sociedad adormecida, la limitación de la privacidad, la reaparición del movimiento ludista…
Y su gran acierto es mostrarlo a los lectores no de forma expositiva y directa, sino a través de la manera en que todo ello afecta a la vida privada de la protagonista y de su familia, a sus relaciones y los vínculos que han establecido a lo largo del tiempo que se conocen. Un matrimonio que da la impresión de permanecer juntos por mera costumbre, porque es más fácil seguir adelante con la rutina que plantearse otras posibilidades, porque es un apoyo que se da por sentado a pesar de los altibajos. Y una hermana, Marie, continua fuente de preocupaciones y disgustos, en perpetuo estado de fuga y negación, pero de la que Eva no puede distanciarse por una deuda de gratitud quizá no del todo bien entendida por Tommy, quien bien abogaría por dejarla a su suerte. La periodista se revela como un ser humano normal y corriente, con todas sus virtudes y miserias, sus dudas y miedos de lo más naturales —al paro laboral, a no saber por qué su padre las abandonó, a quedarse sola…—, demostrando lo difícil que resulta en ocasiones hacer lo más correcto cuando casi nunca es lo más sencillo. Eva no es ninguna superheroina y, aunque dispuesta a hacer lo que debe, no puede evitar sopesar el coste de cualquier acción y valorar lo que supondrá para su vida y la de sus seres cercanos que son, como en la mayoría de los casos, los que realmente le importan. La balanza tan sólo se va a decantar al final a un lado u otro por cuestión de meros matices.
Mañana cruzaremos el Ganges es un relato de supervivencia, de esas cosas que hay que hacer para no ser devorado por la maquinaria de un estado opresor y controlador, de las renuncias a las que se está dispuesto y de las líneas que uno se niega a cruzar. Un relato, con grandes connotaciones políticas, que plantea el difícil equilibrio entre la satisfacción y seguridad personal y la libertad de la sociedad, entre el bien común y el control absoluto, entre la globalización y el respeto por lo propio, entre la vida bajo el yugo y el efímero resplandor de la revolución. Y todo bajo la mirada de una mujer que, quizá, lo único que desea en realidad es recuperar a su padre, o al menos despejar la duda de por qué desapareció de su vida. Intenso y cargado de mensajes.
Como todo lo que publica la gente de El Transbordador, tiene buena pinta.
ResponderEliminarY con respecto a la reseña, pues genial, como siempre.
Saludos
Como digo, a mí me ha fallado un tanto el tono tan distanciado, la escasa implicación emocional dada la importancia de lo narrado. Por lo demás es un libro magnífico.
ResponderEliminarGracias por pasarte a comentar y por los halagos ;-)
Saludos