Javier Trescuadras.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Cazador de Ratas. Col. King. Cádiz, 2018. 567 páginas.
Esta es una de esas reseñas en que la objetividad sale de la ecuación incluso antes de empezar a escribirla. Y es que esta es una novela en la que he encontrado unos cuantos escollos «formales», de escritura y maquetación, de los que suelen sacarme de la lectura, pero cuya historia me ha atrapado de tal manera que ha hecho que la leyera sin apenas descanso, disfrutando finalmente de la experiencia, haciendo que la balanza se inclinara hacia lo positivo. Trescuadras factura un thriller policíaco de terror sobrenatural en torno a la historia, en clave de investigación de un misterio, del Hombre del Saco en versión autóctona murciana, ubicación en torno a la cual se desarrolla la acción. Una historia de asesinatos en serie y desapariciones inexplicables, de terrores nocturnos, de pesadillas infantiles, de investigaciones policiales y celos profesionales, de lucha contra un mal que pocos pueden imaginar, de horror psicológico, de monstruos sobrenaturales —¿o quizá no tanto?—, de venganzas largo tiempo gestadas, de violencia física y psíquica… La leyenda del hombre del saco en todo su esplendor con un montón de facetas y filos cortantes para hacerla auténticamente terrorífica.
Germán Corso es un inspector de policía, de métodos expeditivos y algo «intuitivos», no demasiado bien considerado por sus compañeros —por algunos de ellos, cuando menos— a pesar de un alto número de buenos resultados conseguidos gracias a estas percepciones extrasensoriales. Poco se espera el derrotero que va a adquirir la investigación del nuevo caso que ponen en sus manos. Un abogado de alto copete ha desaparecido dejando tras de sí tan sólo una mancha circular de un fuego que no ha quemado nada más, un montoncito de arena y un poema escrito a mano en la pared de su despacho privado. Corso pronto sospecha que no va a ser la última desaparición, y vaya si acierta. Lo que no espera en absoluto son las complicaciones y derivaciones que va a adquirir el caso, retrotrayéndolo a una parte de la historia familiar que pensaba olvidada y que podría ser crucial en la situación en la que se va a ver envuelto.
Ela San Martín era apenas una niña cuando la pesadilla comenzó para ella. Una pesadilla que le ha dejado unas secuelas con las que apenas puede vivir, y menos dormir, y que le hacen necesaria la visita periódica a un psiquiatra. A pesar de no recordar con exactitud los eventos que propiciaron su situación, Ela siente un auténtico pánico hacia el hombre del saco. Un ser que siente que la acecha en cada esquina al caer la noche con el rostro oculto bajo un saco de arpillera polvorienta con un ojo cosido en equis, impidiéndole salir a la calle una vez ha caído el sol. Pero lo que no sabe es que la pesadilla está a punto de volverse algo demasiado tangible. Va a intentar recordar con todas sus fuerzas lo que sucedió hace ya tanto tiempo, sin saber que muy posiblemente entre aquellos recuerdos se encuentre la clave para resolver el misterio investigado por Corso.
Ilustración © CalaveraDiablo |
Libélulas en la noche hace gala de una trama con un alto componente fantástico y sobrenatural, oscuro y terrorífico, pero que no oculta que los peores monstruos a veces suelen ser humanos de lo más corriente, planteando situaciones muy reales que se pueden ver a día de hoy en cualquier noticiero: crímenes como asesinatos, secuestros, violaciones, pederastia, corrupción que están a la orden del día. La narración aúna tensión —mucha tensión— y un interesante misterio que se va enlazando a través de esas dos líneas temporales que se alternan en el relato, proyectando su alargada sombra la del pasado sobre la del presente. Trescuadras dosifica la información para que el lector se encuentre tan desorientado como los propios investigadores, descubriendo las claves y recovecos del caso todos a un mismo tiempo según avanza la investigación y van apareciendo pistas, datos y descubrimientos, al tiempo que se van recuperando los recuerdos de Ela conforme estos afloran a la mente de la protagonista, haciendo del pasado un pozo de arenas movedizas. El autor juega muy bien sus cartas, sugiriendo más que mostrando, señalando hacia una dirección mientras los implicados debieran estar mirando en la contraria. Hay que esperar lo inesperado.
La novela, tanto en escritura como en plasmación, presenta una serie de escollos que a este que firma le suelen sacar bastante de la lectura: Una narración por momentos algo deslavazada, con una escritura que hubiera mejorado con un pequeño repaso; elipsis forzadas, transiciones demasiado bruscas y cambios de puntos de vista dentro de un mismo párrafo, o en párrafos consecutivos sin indicación ni una línea en blanco que marque el cambio —aunque esto, sin más datos, podría achacarse quizá a la maquetación antes que al autor, dado que existe algún error más, como incluir en las últimas líneas del Prólogo lo que debía haber sido el encabezamiento de la primera parte—, que llaman a momentánea confusión; verbos con una relación temporal algo forzada —en absoluto incorrecta, ojo, pero que sí que hace algo brusco el ritmo de las frases—; actuaciones un tanto inverosímiles en momentos triviales que restan la debida credibilidad, dentro de lo fantástico, a la propuesta; personajes que aparecen de repente, sin presencia previa, y que es imposible no sospechar que van a tener una importancia mayúscula en el posterior desarrollo de los acontecimientos para bien o para mal… Y no obstante… No obstante la trama atrapa, creando el deseo y la imperiosa necesidad de saber dónde va todo y cuál puede ser su desenlace, lo que hace perdonar, o al menos obviar, unos fallos que tampoco son tan numerosos como pudiera dar a entender lo dicho hasta aquí.
La historia va uniéndose cual rompecabezas que tan sólo con sus últimas piezas desvelará la imagen que ocultaba. Una aterradora pesadilla que resuena a través de los años y que va a teñir de drama la vida de los protagonistas. Pasado y presente terminan por darse alcance con un saco de arpillera como puente que propicia el encuentro. Las acciones de antaño tienen consecuencias mucho tiempo después, y a veces el crimen, sobre todo si no se tiene en consideración como tal, puede quedar impune. Trescuadras trae al primer plano la leyenda del hombre del saco, en una muy interesante versión tradicional de su tierra murciana, la del Tío Saín y todo el profundo trasfondo que guarda, para desenterrar todos los miedos infantiles que impiden dormir por la noche o descansar por el día. Deconstruye la pesadilla y le da una nueva forma, mucho más aterradora si cabe, que golpea en la mente del lector de manera inquietante. Sin salvación no hay recuerdo. ¿Podrá recordar Ela? Y si lo consigue, ¿servirá de algo o será demasiado tarde?
No me termina de llamar en este caso, Santi. Lo errores que comentas impedirián que disfrutará de una trama que si que me resulta atractiva, ese hombre del saco made in murcia no es una mala premisa. Por cierto, la ilustración de Calavera Diablo es una barbaridad :)
ResponderEliminarInteresante propuesta, aunque me temo que sin espacio de momento entre mis preferencias!
ResponderEliminarSaludos!
Como comento en la reseña, los "defectos" no eclipsan en absoluto una buena historia como es esta. Luego ya entran los gustos, por supuesto, pero eso es particular de cada cual ;-)
ResponderEliminarSaludos