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sábado, 13 de octubre de 2018

Reseña: La danza del gohut

La danza del gohut.

Ferran Varela.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ediciones El Transbordador. Málaga, 2018. 116 páginas.

Es esta una novela corta que sabe a poco, y no por falta de contenido o de una buena historia precisamente. Es cierto que no hace falta alargar un relato cuando su desarrollo pide una distancia corta, pero en esta ocasión el lector se queda con ganas de conocer más de los protagonistas y del escenario en el que se mueven, antes, durante y después de que todo «termine». Se nota que Varela se siente cómodo en el formato corto, siendo autor hasta el momento de un puñado de remarcables cuentos, pero aquí se antoja que tenía material para haber ido un poco más allá, sobre todo porque hay un par de ocasiones en que la dilatación temporal del relato se nota un tanto forzada, sin afectar en realidad a la trama, pero sí al convencimiento del lector. Con todo, se trata de una historia extraordinaria, llena de pasión y sentimiento, de juegos políticos y choque cultural, de filosofía y drama, con unas cuantas cuestiones que, bajo su disfraz pseudo medieval, invitan a reflexionar sobre nuestra propia sociedad y sus en muchos momentos excesivamente rígidas maneras de pensar y actuar. Bajo unas condiciones ciertamente difíciles una joven va a emprender sin siquiera planteárselo un examen de autoconocimiento que revolucionará todo su mundo.

Leara Viera es una plebeya que con mucho esfuerzo y trabajo duro, venciendo toda resistencia, ha conseguido ser tutora de la Academia de Tiuma, la cima impuesta por la sociedad a todas sus aspiraciones. Pero cuando es convocada a la morada del mismísimo Plenipotenciario de la ciudad, la mansión de los Novon, la mayor de las Grandes Casas de Tiuma, sus expectativas dan un vuelco radical. Si consigue sacar al primogénito y heredero oficial de la familia, Gerrin, del violento salvajismo en el que ha caído tras cuatro años de cautiverio entre los gohut su recompensa será impensable. Un ascenso al Decanato de la Academia al que jamás podría aspirar de otra manera careciendo como carece de un título nobiliario. Mas la tarea no será sencilla, pues el joven está convencido de haberse convertido él mismo en un gohut.

© Manu Gutiérrez
La novela discurre por unos derroteros iniciales no inhabituales en este tipo de historias en que una persona acude a cuidar / educar / reinsertar a otra que por ciertas cuestiones ha quedado «dañada», pero sí se encuentran espléndidamente narrados, con el necesario punto de atractivo y originalidad. Con mucho que ganar y todo por perder, si acepta el encargo, ¿conseguirá la joven devolver el juicio a Gerrin? El capítulo inicial ya anticipa la tragedia. Su «enfermedad» requiere un acercamiento lento y paciente, además de altas cotas de secreto para que el resto de Grandes Casas no conozcan el desastroso estado en que el joven ha caído. Además, la tarea tiene una fecha límite que no puede ser traspasado en modo alguno. Leara debe trabajar a contrarreloj, sin descanso, pero sin apresurarse tampoco, pues cualquier paso en falso podría dar al traste con el más mínimo avance. Un muy difícil equilibrio para una tarea prácticamente imposible. La joven deberá ir a vivir a la mansión Novon, donde convivirá de cerca con el encerrado primogénito, y con algún otro llamativo miembro de la familia. Allíse encontrará con un hombre de absoluto salvajismo, que parece haber perdido todo contacto con el mundo «real», hasta el punto de no pronunciar palabra y atacar violentamente a cualquier persona que se acerque a él. La tutora deberá intentar abordarlo, ganar su confianza y sacarlo de su mutismo. Pero conforme sus entrevistas se prolonguen, conforme vaya surgiendo a la luz la historia de los cuatro años de cautiverio del joven y ella misma sufra algunos encontronazos poco afortunados, su percepción de la familia Novon, de la sociedad en la que siempre ha vivido y de sus propias expectativas irá cambiando.

Una sociedad esbozada magistralmente con apenas cuatro trazos y unas pocos referencias, tras la que se intuye gran amplitud y profundidad, yendo un paso más allá de la simplista división entre los poderosos aristócratas y los sojuzgados plebeyos. Una sociedad marcada por una rígida jerarquización, aún con una tibia contestación entre los mismos aristócratas que marca un difícil equilibrio entre conservadores y reformistas que se disputan el ejercicio del poder —aunque unos y otros manteniendo siempre sus privilegios sobre el pueblo al que gobiernan—. Una sociedad en que los plebeyos tan sólo pueden aspirar a puestos sin relevancia, sin esperanza de mejora.

© Manu Gutiérrez
En contraposición, los gohut son elementos de la naturaleza, liberados a sus deseos e instintos, con sus propias reglas y costumbres que sólo atienden a las habilidades e inclinaciones de cada cual sin poner a unos por encima de otros. Es inevitable en visiones tan contrapuestas que termine produciéndose entre humanos y gohut un auténtico choque de culturas, de formas de entender el mundo, que llevan a que los primeros busquen a conciencia la erradicación de los segundos. Las creencias inculcadas en Leara durante toda una vida entrarán en conflicto con esta nueva forma de pensar y de vivir en armonía con la naturaleza, algo salvaje quizá —menos de lo que parece en realidad—, libre de absurdas ataduras a la férrea tradición instaurada para maniatar el espíritu humano. La venda cae de sus ojos, un poco apresuradamente pudiera ser, pero de una manera que Varela se asegura de justificar sobradamente, dejando a un lado toda tentación de glorificar sin más ni más la figura del «buen salvaje» que pudiera simbolizar la ¿absoluta? libertad de los gohut.

La necesidad de un enemigo externo para mantener el status quo de la comunidad. El absurdo, e injusto, clasismo devenido del hecho de que unas pocas familias o Casas dominen la política marcando el devenir de la vida de sus ciudadanos, casi con poder de vida y muerte sobre ellos. La rigidez de las tradiciones y el precio a pagar por un atisbo de libertad. Un incipiente toque de atención sobre el papel de la mujer en la sociedad. El cuidado debido a los más desfavorecidos. La reinserción de los desahuciados y de los criminales. La supuesta superioridad de los modos de la civilización sobre otras maneras de integrarse en el mundo...

Todo ello no es sino el telón de fondo sobre el que va a crecer y desarrollarse la dolorosa historia del amor de Ara y Rin. La danza del gohut encierra un apasionado relato narrado con una prosa ágil y muy efectiva, con una estupenda creación de personajes, imágenes impactantes —poéticas en ocasiones, crueles en otras—, bien trabajados diálogos, cuestiones de calado y una invitación al lector a examinarse a sí mismo mientras disfruta de una narración ciertamente entretenida. Un autor a seguir.

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