Elio Quiroga.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. La Trama. Barcelona, 2018. 431 páginas.
Con una mirada muy cinematográfica, que marca el tono y la visión tanto del escenario como de la acción, Quiroga factura en esta ocasión una novela de ciencia ficción que casi no se puede considerar así dado su carácter de presente, de hoy mismo, con amplio contenido científico, eso sí, y de misterio. Un thriller de suspense y —supuesto— alto voltaje sexual en el incomparable marco de los telescopios de Roque de los Muchachos, en la isla de La Palma, donde el aislamiento y la convivencia de una pareja de científicos van a dar lugar a una explosiva revelación. Hablar en sueños no es nada extraño, no suele serlo, salvo que la voz y la conciencia tras las palabras pertenezcan a otra persona que no es la que las emite. Una intrigante propuesta, muy entrelazada con la teoría científica que los protagonistas han ido a intentar convalidar en las modernas instalaciones del Instituto de Astrofísica de Canarias, y que da lugar a las más variadas respuestas. Rivalidades científicas, problemas de pareja, una investigación con plazo de entrega, secretos, cicatrices del pasado, miedos del presente, maltrato infantil, hermosos parajes, crímenes y una intriga dimensional que en conjunto, aún resultando agradable, no terminan de dar todo lo que podrían.
Sonia y Juan, dos físicos recién casados, aunque con una relación ya hace tiempo bien establecida en la que quieren dar un paso más allá, están a punto de emprender su viaje de novios hacia Tailandia cuando reciben la feliz noticia de que han conseguido un hueco para utilizar uno de los muy demandados telescopios de Roque de los Muchachos. Dedicados desde hace tiempo a una decisiva investigación sobre una teoría que podría cambiar todo lo que se sabe sobre el origen del universo, no tienen que pensarlo mucho. Es una oportunidad que se debe coger al vuelo, pues dada la lista de espera, de años incluso, podría pasar mucho tiempo hasta que pudieran volver a disponer de las instalaciones. No pueden posponerlo, sobre todo por el riesgo de que otros equipos en otras partes del planeta se les adelanten. Y es que si logran encontrar la partícula fundamental que están buscando y en la que basan su teoría, a la que han dado en llamar Fermión de Sonia, revolucionarán todo lo que los científicos han dado como establecido hasta ahora y, ¿quién sabe?, podría incluso hacerles ganar el Nobel de Física.
El aislamiento en el telescoscopio MAGIC-II, el más reciente y moderno del Observatorio de Roque de los Muchachos, es total. El acceso se hace a pie, por un camino muy estrecho en el que no cabe ningún vehículo, sin que ni siquiera los que llevan avituallamientos, equipos o hardware y software para la instalación, llegue hasta allí. No disponen siquiera de internet y los visitantes —y los dos residentes— deben apagar los móviles fuera de un área delimitada a riesgo con dar al traste con los trabajos más recientes. Sólo existe una línea telefónica directa que les comunica exclusivamente con el telescopio más cercano, el William Herschel. Así que si desean relacionarse con otras personas o darse un respiro en la investigación, deben desandar el escarpado camino para visitar a la pareja de investigadoras del Herschel, a una hora de camino al menos, o aprovechar la salida para hacer algo de turismo por las bellezas de la Isla Bonita, donde podrán apreciar su gastronomía y paisajes. Pero la mayor parte del tiempo la van a pasar allá arriba los dos solos, sin otra compañía que el silencio y el cielo estrellado. Y en esa soledad, en medio de una atmósfera que de bucólica va tornándose en opresiva, empezará a salir a la luz parte del bagaje pasado que ambos acarrean, viejos conocidos que podrían tensar la relación, o secretos y miedos que se guardan el uno al otro e incluso a sí mismos. La naturaleza que rodea el observatorio, sobre todo de noche, empieza a ocultar sombras ominosas que pudieran esconder oscuras amenazas, donde incluso la muerte podría estar rondando. Pero lo peor se encuentra dentro, en el dormitorio, en la extrañeza de una voz, y una personalidad tras ella, que no debiera estar ahí.
De esa convivencia tan cercana, del roce inevitable, surge un conocimiento que quizá hasta el momento no se había sospechado. Incluso las personas más queridas guardan secretos y para mantener una relación es imprescindible mantener la confianza dentro de la pareja. Una confianza que resulta muy fácil de perder, llenarla de sospecha sobre temas que se creían firmes como una roca, aceptados por ambos, y muy difícil de recuperar cuando se ha ido. La certeza es el golpe más duro y cuando la confianza se quiebra la duda tiñe cualquier otra faceta de la relación. El dolor de verse traicionado por la persona más cercana, por quien se supone que comparte todos los sueños y anhelos, la vida misma, es tan grande que parece imposible volver a lo que se tenía antes. Y que te suceda por segunda vez resulta devastador.
La forma en que se intenta conseguir un anhelado sueño puede tener consecuencias desastrosas. A lo largo del relato, en la persona de varios de los personajes, científicos y lugareños, se va a producir una confrontación entre ciencia y superchería. Entre la firme base de unos descubrimientos establecidos por la metódica observación, por experimentos cuantificables, y la creencia en otras formas de entender el mundo, en leyendas y mitos locales mucho menos tangibles, que buscan explicar la naturaleza de los isleños. La investigación científica sobre la materia y la energía oscuras, la búsqueda de dimensiones todavía no encontradas, las propiedades observables de los agujeros de gusano, la posibilidad de la presencia de otras inteligencias en el universo o de la existencia de partículas fundamentales, los llamados fermiones, todavía no descubiertos, va a confrontarse con la irrupción de un componente místico de otros planos de existencia y de conciencia, resultando que en algunas ocasiones quizá sean lo mismo con diferente definición. La física y ciertas pinceladas de psicología de pronto se adentran en el terreno de la metafísica, y el misterio se torna violento y muy peligroso.
Resulta obvio que el autor ha disfrutado imbuyendo la acción en el escenario de la isla, con amplias pinceladas de su geografía, historia y cultura, incluida su gastronomía. Un retrato que desborda cariño por lo descrito. Por ello resulta más chocante, eso sí, una descripción de sus habitantes un tanto negativa, como cerrados y ariscos con el visitante, que no oculta eso sí, toda la belleza y las bondades del lugar y de su impresionante cielo estrellado.
Con el misterio bien establecido, surge un escollo en la narración con la abundante, excesiva cantidad de sexo en el relato, que llega a apoderarse de la trama sin aportar un avance real a la misma —en realidad, no hay tanto, pero lo aparenta—. Es importante para la tesis de la novela, sí, pero llegado un punto resulta innecesario y machacón. Y en realidad el sexo en sí no sería ningún problema, sino que se convierte en tal al estar expuesto con algunas de las escenas menos eróticas y sugerentes que pueda un lector llevarse a los ojos. La descripción del acto es torpe y nada inspiradora, cuando no abiertamente anticlimática. Se entiende, porque se dice en el texto, que hay primero unas relaciones un tanto mecánicas, más un medio para un objetivo que un fin en sí mismas, pero que luego, por cuestiones obvias de la trama, se tornan en otras que desbordan —o deberían desbordar— pasión, que debieran resultar de una torridez arrebatadora… Nada de eso se transmite en realidad. Y tampoco sería problema si no se le hubiera convertido en una parte tan central, apabullante, pero poco verosímil del relato.
Entre los sueños, se deja leer, resulta interesante incluso, como thriller, con la inquietante y dolorosa historia familiar de Sonia, una sugerente propuesta científica y una hábil descripción de los métodos de investigación, pero falla en otros aspectos, sobre todo en la plasmación de las relaciones, sentimentales y sexuales, entre la pareja —o trío— protagonista, resultando entonces una novela un tanto fallida. El tramo final, frenético, hace que se perdonen ciertas licencias —¿hay en el último momento un fallo de script realmente curioso o yo me equivoco?—; el violento desenlace, el desazonante epílogo y la aterradora coda, demuestran un tono y una altura que ojalá se hubiera desarrollado mucho antes.
Si queréis una visión más positiva: Sueños entre Letras.
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