Tade Thompson.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2019. Título original: Rosewater. Traducción: Raúl García Campos. 383 páginas.
La telepatía siempre ha sido uno de los temas más queridos de la ciencia ficción clásica, aunque en muchos casos se coquetease más con la fantasía que con la especulación científica. Thompson trae de lleno el tema al siglo XXI, dotándolo de un trasfondo de contacto —o invasión— alienígena y justificando plenamente los «poderes» psíquicos. La novela, un thriller noir con algo de bio-cyberpunk, elementos detectivescos y muy diversas capas entre las que destaca la presencia continuada pero no en primera línea del alienígena, ofrece así una lectura de lo más satisfactoria incluso para aquellos lectores dados a cuestionar la existencia de este tipo de elementos psíquicos en un libro de género. En un contexto en que los alienígenas caminan —o se desplazan, o flotan…— ya por la Tierra, los efectos de su contacto son realmente sorprendentes para la humanidad, abriendo un gran número de posibilidades y haciendo muy interesante e intrigante la lectura.
2066. Nigeria. Al amparo de una extraña biobóveda alienígena ha crecido la ciudad de Rosalera. Kaaro, uno de sus habitantes, es un sensible, alguien capaz de conectarse mentalmente con la xenosfera dotándolo, en apariencia, de ciertos poderes psíquicos. Es un buscador, capacitado para encontrar cualquier cosa, objeto o persona en quien alguien haya pensado alguna vez. Antiguo ladrón, en la actualidad trabaja como cortafuegos en un banco, levantando un muro psíquico que impida que otros hackers sensibles accedan a la información, datos de cuentas, contraseñas y demás material de valor de las transacciones que sus contratadores llevan a cabo. Pero eso es sólo su trabajo diurno. En secreto, y bastante contra su gusto, se debe a la Sección 45, una oculta rama del gobierno que utiliza a personas como él en favor de los intereses del país —o de su gobierno al menos—, detectando amenazas o elementos subversivos.
Narrada desde la primera persona de Kaaro, la novela se estructura entre el Ahora de 2066 y el Entonces del pasado que viene a poner en contexto la actualidad, intercalando entre ambos diversos Interludios con las misiones del protagonista para la S45. Así el lector asiste de primera mano tanto al descubrimiento y primeros usos de sus poderes, a su «fichaje» por la agencia o a los eventos que darían lugar a la fundación y desarrollo de Rosalera, como a la peripecia del protagonista mientras busca resolver un misterio del que muy bien podría depender su propia vida. La alternancia entre unos y otros muestra el crecimiento, para bien y para mal, de la personalidad del protagonista, la forja de su carácter y las transformaciones que el paso del tiempo, y de los hechos en que se ve envuelto, van tallando en él. Del despreocupado, y egoista, joven que sólo busca su propio bienestar, al desencantado y cínico adulto, harto del sistema y de su vida. Lleno de defectos, con un código moral bastante flexible que justifica su anterior carrera de latrocinio, materialista y hedonista, con cierto sesgo misógino, es un «héroe» a la fuerza, decidido a cuidar primero de sí mismo y luego preocuparse de cómo el mundo puede afectarle en ese cuidado. Y, sin embargo, cuestionado en su propio sentido de identidad —¿quién es él en realidad cuando siente los sentimientos de otras personas superpuestos a los suyos? ¿Cuando las fronteras mentales se difuminan, piensa los pensamientos y vive lo que otros vivieran? ¿Dónde termina él y empiezan los demás?—, va a demostrar tener sus corazoncito, y su brújula ética terminará por señalar hacia el lugar correcto, quizá a su propio pesar. En el momento de la verdad el protagonista va a trascender su papel de mero mercenario, de agente obligado por las circunstancias, y encontrará su lugar y su momento.
Ejemplarizada en la presencia de la biobóveda y la ciudad que ha crecido a su vera, primero llamada La Rosquilla por motivos obvios, y luego Rosalera no precisamente por su buen olor, en el planeta está teniendo lugar una silenciosa invasión alienígena, muy diferente de aquellas a las que Hollywood nos ha acostumbrado. Una invasión que ni siquiera se siente como tal, sino más bien una coexistencia indiferente, que trae ciertos beneficios para la humanidad pero que no deja de encerrar una enconada amenaza. Algunos de esos beneficios pudieran ser la existencia de los xenoformes —Ascomycetes xenosphericus—, filamentos alienígenas de estructura fúngica compuestos de neurotransmisores, que conforman la xenosfera, una red que permite el vínculo psíquico al que se conectan los sensibles, personas así capaces de acceder a los pensamientos, emociones o recuerdos de los demás. O el Día de Apertura, un singular acontecimiento anual, auténtica motivación tras el establecimiento y posterior desarrollo urbano de Rosalera, en que la bóveda se abre y deja escapar compuestos alienígenas que traen la cura de todas las enfermedades, aunque en algunos casos incluyan soluciones demasiado creativas y poco saludables, y lleguen incluso a la reanimación de los muertos, aunque solo de sus cuerpos, no así de la la mente, con lo que en realidad se convierte en una auténtica maldición. Manadas de peregrinos conviven con los residentes permanentes del lugar en una amalgama de necesidad, esperanza y codicia. Hay un equilibrio entre lo positivo y lo negativo, entre el deseo de curación de los enfermos que acuden a su reclamo y la avaricia por controlar el fenómeno y hacer negocio a su costa. Y el nombre del alienígena, Ajenjo, no parece precisamente elegido al azar.
En un delicado equilibrio de información, sin apabullar, sin revelar demasiado para no entorpecer la intriga, pero sin mantener demasiado a oscuras al lector, hay diversas tramas tejiendo un tupido entramado que invita a mantener la atención. En las escenas de su pasado, entre las diversas misiones al servicio de la S45, Kaaro se embarca, entre otros menesteres, en la búsqueda de la Chica de la Bicicleta y de la evanescente Lijad, una persona y un lugar que parecen intrincadamente unidos a otros fenómenos extraños, entre la leyenda urbana y la lucha anti gubernamental. En el presente iniciará una intensa relación sentimental con la misteriosa Aminat, a través de quien conocerá a su aún más misterioso hermano Layi, encadenado en su propia casa, mientras una extraña presencia en la xenosfera, cuyo avatar se asemeja a una inmensa mariposa con cuerpo de exuberante mujer, no deja de aparecérsele, copulando con él en ese mundo virtual, al tiempo que le esconde sus verdaderas intenciones e identidad tras el nombre de Molara, y su jefa en el S45, Femi Alaagomeji, no ceja en su insistencia en que cumpla con sus obligaciones para con la agencia, incluido cierto interrogatorio que cada vez despierta más suspicacias en el protagonista... Hay en las diversas tramas momentos de lo más tensos, violencia y hechos reprobables, sexo no siempre consentido, atentados, asesinatos y ejecuciones, alienígenas y humanos de lo más desagradables, drones con formas de aves, filosofías que buscan convertir a las personas en máquinas..., pero también amor, envuelto en sospecha, eso sí. Y, sobre todo, un mundo fascinante por descubrir.
Pues si interesantes son las tramas en que Kaaro se ve envuelto, entonces y ahora, lo cierto es que el trasfondo y el escenario no desmerecen en absoluto. En el mundo físico el equilibrio de la geopolítica se ha modificado. EE.UU. se ha aislado del resto del mundo de forma absoluta. China y Rusia se disputan la hegemonía sobre el resto del orbe. El autoritarismo campa a sus anchas, y en Nigeria las heridas del post colonialismo van sanando, pero están lejos de cicatrizar. La ambientación africana va más allá del mero escenario y de cierto uso de jerga y lenguaje autóctono, introduciendo al lector en su día a día cotidiano, en su idiosincrasia, su colorismo, sus actitudes y costumbres, su música, espiritualidad y cultura, haciendo la lectura tan distinta como interesante y amena. En el plano de la xenosfera, donde Thompson deja volar su imaginación, las imágenes son de lo más evocadoras, creando paisajes imposibles y espacios torturados donde la identidad se difumina, se oculta y se muestra tan sólo como el deseo de cada sensible.
Es, además, una obra socialmente implicada, pero cuyo mensaje no se apropia de la trama sino que fluye de ella. Las políticas y leyes restrictivas en torno al género sexual, la intolerancia, la discriminación racial, la justicia tribal que oculta su horror en el anonimato de la turba, las redes sociales y sus vacíos, el desequilibrio económico y la pobreza, el aislacionismo y el totalitarismo, el colonialismo físico y cultural —muy significativo es que la primera aparición registrada del alienígena sea en Londres, la gran urbe, antes de recalar en Nigeria, la antigua posesión—, la identidad...
Rosalera es una novela lo suficientemente autoconclusiva, con la respuesta al misterio que Kaaro iba persiguiendo y la resolución de la presencia en Nigeria de la bóveda y, por ende, de la ciudad crecida a su amparo y la relación del protagonista con la misma, como para dejar más que satisfecho al lector, pero se guarda una serie de temas y de hilos por los que es de agradecer la noticia de la inminente publicación —en inglés, aunque esperemos que también en español— del resto de la trilogía Ajenjo al completo este mismo año, con los títulos Insurrection y Redemption. Y no podría cerrar la reseña sin citar el buen trabajo de traducción de la novela, un trabajo que no se hace notar, pero que dadas ciertas complejidades inherentes al texto bien podría haber dado al traste con la lectura. Por suerte, Raúl García Campos vuelve a estar a la altura de la tarea. Ojalá pronto repita con las continuaciones.
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