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lunes, 18 de marzo de 2019

Reseña: Wardraft

Wardraft.
Warcross 2.

Marie Lu.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Col. Literatura mágica # 72. Madrid, 2019. Título original: Wildcard. Traducción: Noemí Risco Mateo. 396 páginas.

Intrigante, sugerente, imaginativa, y con un variado trasfondo, como ya hiciera en su precedente, Warcross, Lu sigue apostando por el entretenimiento sincero, la aventura con barniz cyberpunk, la intriga, el misterio y la acción, introduciendo una sublectura sobre los límites de la investigación científica, los abusos de poder y los riesgos y tentaciones de retorcer la ética e ir un paso más allá de lo moralmente justificable en el desarrollo de nuevas y revolucionarias tecnologías. No son, en absoluto, temas nuevos en la ciencia ficción, pero es de agradecer su inclusión, junto con ciertas cuestiones de género que surgen de la forma más natural de la trama, en libros dirigidos —en principio— a un público joven y bien dispuesto a asimilarlas. Wardraft no es un libro independiente, en absoluto, y para leer el cierre de la bilogía es imprescindible haber hecho lo propio con su precedente. Advertir, pues, que esta reseña tendrá los mínimos destripes de la presente, pero sí que puede contener alguno relevante de su precedente, con lo que es importante leerla con la debida cautela.

Se acerca la ceremonia de clausura de Warcross, en la que los diez mejores jugadores de la competición votados por los fans se enfrentarán en un torneo final estelar. Emika Chen, tras los sucesos que cerraban la anterior entrega, se encuentra en una posición de lo más incómoda. Su vida ha dado un nuevo vuelco. Mientras valora si debe aliarse con Cero, al que hasta el momento consideraba su enemigo, para combatir al que era su gran amor, Hideo Tanaka, el inventor de las lentes NeuroEnlace que conectan mediante la realidad aumentada y la virtual prácticamente a toda la humanidad, va a descubrir que alguien ha puesto precio a su cabeza. Si su vida ya era complicada está a un paso de complicarse todavía más. El mundo que se ha vuelto dependiente de las lentillas que tanto dan acceso a las comunicaciones y a los más avanzados juegos como controla los medios de producción o ayudan a mejorar la vida de los discapacitados. Pero Hideo ha ido más allá y se ha dotado a sí mismo de un poder casi inimaginable. Un poder que llega al noventa y ocho por ciento de la población mundial —y sí, semejante porcentaje es uno de esos datos que hay que aceptar pese a toda reticencia para disfrutar de todo lo demás— y que amenaza ser total cuando el algoritmo de las NeuroEnlace se actualice en todas las lentillas beta de Juegos Henka. Así que debe plantearse cuestiones de las que podría depender el futuro destino de toda la humanidad: ¿De quién puede fiarse, de Hideo o de Cero, o de ninguno de los dos? ¿Quién es el villano en esta historia? ¿Pueden llegar a justificarse de algún modo los llamados daños colaterales provocados por la consecución de un supuesto bien mayor?

Emika, contrarreloj, tiene tan sólo ocho días para impedir la actualización del algoritmo, así que, con el apoyo de sus compañeros de los Jinetes Fénix, pondrá en riesgo su propia vida tanto en el plano físico como en el virtual. Para la ocasión, de modo muy acertado al evitar así cualquier tediosa repetición, la acción se desplaza algo más al mundo físico y el juego Warcross propiamente dicho, a pesar de mantener su importancia y estar en todo momento presente, pasa a un segundo plano, sin la descripción directa de ninguna competición del campeonato, aunque las escenas acaecidas en el mundo virtual sigan teniendo su lugar de la forma espectacular ya vista en la anterior entrega. No obstante, las apuestas han subido. Ya no se trata de un juego en absoluto. Y a la postre todo depende de las decisiones de dos jóvenes de sentimientos confusos. A veces se hace —muy— difícil perdonar el comportamiento de Hideo, sobre todo viendo algunas de las consecuencias más terribles de sus actos, o empatizar con las emociones de Emika que la llevan a cuestionables decisiones o a reaccionar ante lo que le sucede más que a ponerse al frente de su vida y tomar la iniciativa, pero todo se entiende mejor cuando el lector consigue ponerse en la piel de los adolescentes que no dejan de ser —y es que sí, algo de drama adolescente también hay. Además, Hideo no es el único en arrastrar traumas del pasado, y más de un personaje deberá lidiar con ellos antes de alcanzar la meta propuesta.

Mediante un inteligente uso de archivos de memoria recuperados la autora trae a la luz la historia tras la desaparición años atrás de Sasuke, el hermano pequeño de Hideo, un trauma del pasado no resuelto que habría de motivar la creación del algoritmo de control tras las lentillas NeuroEnlace. Y lo hace denunciando de alguna manera la mala praxis investigadora de científicos sin moral que sólo buscan el beneficio personal —no sólo económico en esta ocasión— disfrazado de bien social. La percepción de la situación va modificándose conforme la realidad del pasado va saliendo a la luz. Emi, llena de dudas, está caminando por la cuerda floja sin arnés ni red de seguridad, a corazón abierto. En un juego de luces y sombras va a descubrir los matices de la historia, unos matices que la harán ver que no todo es como pensaba, que muchas veces la personas no son lo que parecen, que no siempre hay que fiarse de las primeras impresiones y que lo que está sucediendo podría tener ramificaciones ocultas de lo más insospechadas.

¿Puede justificarse el más mínimo mal causado por la búsqueda de un supuesto bien superior? ¿Existen fronteras que no debieran cruzarse, tanto en la investigación científica como en el control del crimen? ¿Es la tecnología peligrosa o perniciosa per se o todo depende de la mano que la controle? ¿Puede alguien obtener un poder casi total sin sentir la tentación de usarlo en beneficio propio? ¿Sería lícito acabar con los delitos a costa de restringir la libertad personal y mutilar el libre albedrío? ¿Dónde reside la naturaleza humana?

Con un desenlace agridulce donde los haya, con una circunstancia realmente conmovedora, Lu cierra la bilogía de manera certera. Una escritura ágil y dinámica, lenguaje directo, descripciones precisas, personajes con caracteres variados, acción abundante, suave tensión romántica y tramas emocionalmente emocionantes —y una gran traducción también, por cierto—... Vamos a dejarnos de etiquetas. Esta es una de esas novelas «juveniles» con mucho más contenido y profundidad que otras supuestamente dirigidas a un público generalista y adulto. Un libro con un público objetivo definido, sí, pero que también puede ser disfrutado por aquel lector que disfrute con una imaginativa historia de corte fantástico teñida de ciencia ficción tecnológica.

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