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jueves, 2 de mayo de 2019

Reseña: La voz de Amunet

La voz de Amunet.

Victoria Álvarez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Col. Literatura mágica # 74. Madrid, 2019. páginas.

Victoria Álvarez hace que parezca muy sencillo algo tan absolutamente complejo y difícil como es facturar la excelente muestra de despliegue imaginativo, admirable prosa y alarde de planificación que es esta novela. La autora consigue un perfecto equilibrio dentro de cada capítulo, y de cada uno de ellos con el resto, dosificando las revelaciones, la acción  y la emoción, manteniendo el misterio y la intriga, potenciando el interés y las dudas, y jugando con las expectativas y deseos de los lectores. Sólo hay dos fuerzas que sobrevivan al paso de los milenios, y son las dos caras de una misma moneda: el amor y el odio. La narración va a llevar la acción a dos épocas tan fascinantes como el Antiguo Egipto del faraón Amenofis Neferkheperura, autollamado Akhenatón, y su esposa Nefertiti, y el país del Nilo y la Francia revolucionaria de 1799, presentando una historia con cuatro personajes principales que van a ofrecer cuatro visiones de un mismo drama dilatado en el tiempo. Una historia que, contra el habitual juego de la autora, que gusta mantener las sospechas sobre el carácter fantástico o no de algunos de los elementos presentes en sus obras, se sumerge esta vez de lleno en lo sobrenatural, entrelazando componentes ficticios e históricos con singular habilidad, sin fisuras. La autora, demostrando un profundo trabajo de documentación que dosifica con maestría para no apabullar al lector ni demorar su lectura, se toma las necesarias libertades creativas tanto en algunos de los personajes como en la datación de algunos sucesos para plasmar satisfactoriamente su historia, incluida la presencia de cierta princesa, enlace con alguna de sus obras anteriores, que va a darle mucho juego para desgracia de la protagonista principal.

Amunet
Egipto 1346 a.C. Khay es un joven escriba del templo de Ipet Sut con un pie deformado de forma congénita por lo que sufre las bromas y desprecio de sus compañeros; algo que no le impedirá perseguir sus sueños por muchos obstáculos que se presenten —y sí que van a ser muchos— en su camino, incluido el amor de la fascinante Amunet, tan por encima de su estatus. Cuando la ve por primera vez —y el lector a través de sus ojos— ella es una inocente muchacha con el secreto don de comunicarse con los animales y que vive feliz con su padre en la ignorancia de lo que el futuro le depara. Cuando los sacerdotes de Amón tienen noticia de su particular habilidad no tardan en proclamarla heka, una suerte de hechicera con poderes concedidos por los dioses, llevándola al templo para instruirla, pero con ocultos designios en busca de alcanzar sus propios fines. De forma harto natural el amor encontrará a Amunet y Khay, pero también la desgracia. A través de sus andanzas, mientras se ven atrapados por las intrigas políticas y religiosas de quienes en un periodo convulso aspiran a ejercer el poder de Egipto, el lector va a asistir a maniobras de lo más ruines, a comportamientos deleznables y a un trágico destino, anticipado casi desde el mismo inicio, que les condena a un final posiblemente nada afortunado.

Shaheen
Egipto, 1799. Muchas cosas son las que han cambiado en un Egipto ahora hollado por los pies de las tropas de ocupación francesas, a cuya cabeza se yergue el mismo Napoleón Bonaparte. El expolio de los tesoros del pasado está a la orden del día, y pequeños rateros dedican sus afanes a la rapiña de antiguos palacios y viejas tumbas para vender su botín en un lucrativo, pero también peligroso, mercado negro de antigüedades. Shaheen es uno de estos ladrones, con la peculiaridad de que puede comunicarse con algunos de los espíritus de los muertos que han quedado atrás. Al recibir el encargo de saquear cierta tumba del Valle de los Nobles su destino quedará sellado. Como lo estará, aunque ni él mismo lo sospeche, el de Gabriel Roix, un joven historiador, desplazado a El Cairo en una suerte de autoexilio, que acompaña a su tío René en la búsqueda arqueológica ordenada por un Napoleón necesitado de fondos económicos para alcanzar la reconstrucción de su flota y garantizar su retorno a Francia. Cuando el joven vea dirigidos sus pasos a la misma tumba que Shaheen intenta saquear el futuro de ambos se verá enredado sin solución. A partir de ese momento un propósito común los unirá, y la voz de Amunet, a través de los siglos, guiará los derroteros de una búsqueda que los conducirá a los peligros de la Francia revolucionaria donde se enseñorea Madame la Guillotine.

Gabriel
La autora embarca así a los lectores en una historia de superación y de traición, de amor y de justicia, de secretos y de vergüenza, de misterio y de vindicación. Y, por encima de todo, de inmisericorde búsqueda de poder —ya sea político o religioso, o una mezcla de ambos— y de los que son arrollados en el proceso, de ambiciones desatadas y de sacrificios ajenos para obtener los intereses propios. Cuando los poderosos disputan su camino hacia la cima son otros los que sufren las consecuencias, los que son utilizados y desechados, los que son engañados y traicionados, los que reciben promesas que nunca han de ser cumplidas, los que ven trastocados sus vidas de manera irrevocable tan sólo para que la codicia y afán de aquellos se vean satisfechas. Amunet y Khay, Shaheen y Gabriel, van a ser figuras menores, importantes, sí, incluso decisivas, pero desechables, en un juego cuyos jugadores no contemplan sino satisfacer sus propios anhelos sin tener en cuenta los sueños y aspiraciones de quienes se encuentran por debajo de ellos, herramientas en manos de aquellos a los que no les importa el bienestar de los demás, sino tan sólo el propio.

La novela se estructura en torno a capítulos alternos no demasiado largos que van saltando alternativamente entre las dos épocas y dividiéndose de forma secuencial entre los cuatro puntos de vista narrativos, Amunet y Khay en el Antiguo Egipcio, y Shaheen y Gabriel Roux en el Egipto y la Francia de finales del siglo XVIII, aunque resulta evidente la presencia de algunos de ellos en los capítulos de los demás, sobre todo la de Amunet, cuya figura, ya sea en forma corpórea o incorpórea, presente a lo largo de todo el relato dando cuenta de sus especiales habilidades en un momento y otro se revela como el fulcro sobre el que se sustenta todo el entramado literario y narrativo de la obra. Existe un agradable, sugerente e intencionado paralelismo entre las acciones de las dos épocas, muy interesante de rastrear, con el añadido de que la resolución de los dilemas planteados sean tan diferentes en una y otro que mantiene en todo momento la atención y la intriga del lector.

Khay
En unas tramas que ofrecen un desatado despliegue de ingenio y creatividad, tan importantes como los protagonistas se muestran los personajes secundarios. Por supuesto, ahí están los desencadenantes de buena parte del drama, como la ambiciosa y perversa princesa Meresamenti, hija del faraón, quien sólo siembra mal a su paso, y el aspirante a emperador Napoleón, quien no duda en utilizar al precio que sea cualquier recurso que le permita obtener el poder al que aspira; pero también cobran vida aquellos otros que van a participar de esa tragedia, ya sea como apoyo como aantagonistas. La decidida Belle Lacombe, el muy humano Nakhtpaatón, la enigmática Madame Lenormand, el abnegado Pathmai, los distantes e inflexibles Akhenatón y Nefertiti… Personalidades perfectamente esbozadas, trazadas y caracterizadas, diversas y variadas, que dan cuenta del buen hacer y de la profundidad del trabajo de Álvarez.

Por encima de todos descolla Amunet, desdoblada en una suerte de doble personalidad en la vida y en la muerte se adueña de todo el relato de forma arrolladora. La muchacha que va creciendo y adquiriendo experiencia hasta convertirse en una decidida mujer en el Antiguo Egipto se muestra muy diferente del espíritu que Shaheen liberará siglos después, pero a lo largo de la narración se van haciendo más y más evidentes los motivos para semejante cambio. La pérdida de la inocencia, los golpes de la vida, las traiciones de aquellos en los que confiaba, el odio de quienes la envidian o el desprecio de quienes tan sólo quieren utilizarla como herramienta de sus anhelos… Todo confabula contra la heka y el bienintencionado pero equivocado Khay, y cualquiera de los planes que con tanta ilusión pudieran trazar. Y si la Amunet de la Francia revolucionaria se muestra un tanto desabrida, insensible e innesariamente cruel, lo cierto es que motivos no le faltan en absoluto. Lo raro sería que todo lo vivido no hubiera hecho mella en su espíritu.

Resulta patente que La voz de amunet es una obra de personajes magníficamente caracterizados, pero también que estos cobran vida en un escenario perfectamente construido. Si en algo destaca Álvarez en todas sus novelas, y esta no iba a ser una excepción, es en la magnífica ambientación desplegada como trasfondo y escenario de la acción, geográfica e históricamente hablando. La autora consigue transmitir el poderoso contraste del polvoriento y caluroso Egipto con el lluvioso, frío y bastante inhóspito París. una contraposición en la que el drama —los dramas, porque sí, desde el mismo principio se anticipa la tragedia en uno y otro tiempo— se va a desarrollar a un ritmo constante y firme. Cada capítulo de cada protagonista muestra un trabajado equilibrio, cada cual tiene su momento de exposición y de reflexión, su parte de acción, su dosis de intriga y su punto álgido en el que, normalmente, da paso al siguiente dejando al lector con la avidez de seguir leyendo cuanto antes lo que viene a continuación. Todo suma: los personajes, la trama, los escenarios, los edificios —desde los templos y palacios egipcios a los salones o catacumbas parisinas—, los monumentos, las gentes —los poderosos y el pueblo llano—, los ropajes y vestimentas, las costumbres, los ritos, el colorido…

Con La voz de Amunet Álvarez ha escrito uno de sus mejores libros —y eso que ya llevaba nueve remarcables obras en su haber—, trascendiendo una vez más clasificaciones y géneros, ofreciendo una historia para cualquier público que desee una aventura apasionante, inteligente, estupendamente planificada, con trabajados escenarios y tramas, una magnífica atmósfera, y unos personajes que roban el corazón por mucho que el lector se sepa llamado a sufrir con ellos. Un nuevo despliegue de imaginación y virtuosismo de quien sigue revelándose como una de las grandes orfebres de las letras españolas. Y no se puede cerrar esta reseña sin destacar la belleza del libro en sí. Nocturna, con su mimo al detalle, sus cenefas y las ilustraciones como las que acompañan esta reseña, obra de Cecilia G.F., consigue una vez más que el soporte se convierta en parte integrante del goce estético de la obra.

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