Neal Shusterman / Jarrod Shusterman.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nocturna ediciones. Col. Literatura mágica # 75. Madrid, 2019. Título original: Dry. Traducción: Pilar Ramírez Tello. 418 páginas.
En España sabemos bastante de sequías y restricciones. No obstante, como en la mayor parte del mundo occidental, damos por seguro que cuando abramos el grifo del fregadero de la cocina, de la pila del baño o de la ducha de ellos saldrá un chorro de agua que palie nuestras necesidades. Lo tenemos tan asumido, en general, que muy pocas veces nos lo cuestionamos. Los Shusterman plantean una advertencia basada en lo que tenemos ante nuestros propios ojos; una novela catastrofista, con el cambio climático en primer plano y un apocalipsis muy localizado, aunque no por ello menos devastador para los que se ven afectados, cuando el agua deja de manar de los grifos de las casas de California. El relato refleja los sucesos de apenas una semana, demostrando que no hace falta más tiempo para que la frágil apariencia de civilización y racionalidad, de cordial vecindad, desemboque en caos y egoísmo, en desesperación y muertes. Plenamente sumergidos en la tragedia, un grupo de adolescentes deberán luchar por su vida mientras van madurando a golpes, ya sean de pérdida, de miedo o de dolor físico. No lo tendrán fácil y la sed va a ocupar toda su mente, todo pensamiento consciente, incluso sus sueños. La terrible situación va a sacar la peor cara de los seres humanos, la más cruel, aunque también sea posible encontrar colaboración desinteresada y compasión. Una frenética y peligrosa aventura donde el líquido elemento se convierte en el tesoro a encontrar, proteger y por el que luchar y entregar la vida incluso.
California. Futuro cercano. Arizona y Nevada se retiran del acuerdo de ayuda del embalse y cierran las exclusas de todas las presas. El río Colorado deja de fluir. Los grifos dejan de manar. Al principio no cunde el pánico. Pronto se restituirá el suministro, piensa la gente. Será algo temporal. Las autoridades proveerán. No van a dejarlos a su suerte, son un país occidental civilizado… Cuando las cosas se prolongan un par de días esas mismas personas empiezan a pensar en la supervivencia. Acaparan lo que pueden. Defienden con uñas y dientes lo que tienen. Suplican por compartir lo que atesoran los demás, y cuando las súplicas no funcionan es hora de pasar a palabras mayores, a la acción. En tres días la civilización pierde su barniz y el ser humano saca a relucir su peor faceta, el monstruo oculto, aunque también haya lugar para actos de heroísmo, entrega y solidaridad. Cuando la sed más atroz se impone, cuando el cuerpo empieza a vivir de reservas, ¿hasta dónde es uno capaz de llegar para obtener agua?
En California, como en otras regiones del mundo, la sequía se ha convertido en un elemento más de la vida. Lleva un tiempo ahí presente y las advertencias empiezan a perder su poder ominoso. La restricción es un hecho, no hay que llenar las piscinas o regar el césped, no hay que malgastar en duchas largas, no hay que limpiar el coche a golpe de manguera, pero nadie piensa que pueda llegar a afectar a algo tan básico como el agua de boca. Hasta que sucede. Cuando sus padres salen a hacer cola en las plantas desalinizadoras instaladas en la playa, Alyssa, una estudiante de 16 años de familia media de barrio residencial típico, queda al cargo de su hermano menor, Garrett, con la compañía de su rarito vecino Kelton, hijo de un estricto supervivencialista que empieza a ver cómo la situación le da la razón. Cuando los padres de ambos sean, por un motivo u otro, sacados de la ecuación, juntos emprenderán un inesperado periplo en el que se les unirá la conflictiva Jacqui y, más adelante, el elusivo Henry. El grupo de adolescentes, librados a su suerte, emprenderán sin más remedio un periplo en el que deberán enfrentar los muy diversos retos que la búsqueda de agua, y de un lugar donde resguardarse a salvo, va a ir poniendo en su camino. Entre la necesidad de apoyo mutuo y la desconfianza deberán luchar por conservar sus vidas sin perder su humanidad en el empeño.
Sed es así una novela semi coral, alternando varios puntos de vista principales en primera persona, Alyssa y Kelton predominantemente, y apuntes de escenas con otras personas que tienen una presencia tangencial, o ninguna en absoluto, con relación a los primeros. Hay una trama general siguiendo al pequeño grupo de adolescentes que se ven envueltos en las más inesperadas, patéticas o aterradoras peripecias en su búsqueda de agua, y pequeñas Instantáneas de lo que ocurre lejos de sus ojos, con sucesos relacionados y algunos personajes que luego protagonizarán cameos más o menos importantes en la corriente principal. Los autores crean una visión amplia del problema y de los eventos que están teniendo lugar, al tiempo que centran el drama en los adolescentes protagonistas para no dispersar la atención del lector.
Pudiera parecer que alguno de los comportamientos de los jóvenes protagonistas se muestran exagerados, fuera de la realidad. Incluso hay momentos en que dan ganas de darles un bufido y pedirles que asuman la realidad, que actúen en consonancia a lo que están viviendo, que se comporten con cordura y comedimiento. Pero la civilización para con los demás es un bien fácil de mantener cuando no se está desesperado, cuando, como es este caso, una sed devastadora no amenaza con colapsar el cuerpo, impidiendo pensar en nada más. No dejan de ser jóvenes viviendo situaciones límite a las que nunca habían sospechado enfrentarse, para las que no estaban en absoluto preparados y ante las que van a reaccionar de forma imprevisible. Descubrirán mucho sobre sí mismos. Un poco de estupidez y adolescencia desatada no está de más.
La desesperación lleva a hacer cosas que nunca se hubiera imaginado o soñado hacer. El egoísmo y la autopreservación se adueñan de la mayoría de las personas, siendo la solidaridad un bien escaso y difícil de encontrar en medio de la desconfianza general. La unión hace la fuerza, dicen, pero en situaciones tan angustiosas muchas veces esa unión conduce al uso y abuso de la fuerza de una mayoría que termina disgregada conforme se evaporan los recursos. Hay un rápido, celérico, desmoronamiento de las convenciones sociales, de las más básicas normas de convivencia. No tarda en imponerse la ley del más fuerte y el poder de la turba. La intensidad del relato no deja de aumentar, partiendo de un inicial desasosiego que lleva paulatinamente a situaciones de riesgo creciente, de la ominosa sensación de que la muerte inevitable planea sobre el grupo, y no sólo por la deshidratación a la que parecen condenados.
Situaciones desesperadas provocan conductas sorprendentes, insospechadas e inadecuadas, y reclaman acciones nunca imaginadas. La gente se ve obligada, incluso con agradecimiento, a beber agua reciclada de las instalaciones sanitarias, de inodoros, de piscinas, de mejor calidad de la que se bebe hoy en día en muchos países del tercer mundo, pero que nunca habrían considerado beber en otras circunstancias. Privilegios de occidente que pronto se desmoronan. Cuando al apretar el botón de la cisterna no salga una cascada de agua para llevarse las deposiciones, cuando algo tan asumido falla, la vida cambia irrevocablemente y los problemas del día a día que hasta entonces parecían tan importantes pasan a un segundo plano. Cuando la vida está en juego, ¿cómo no empuñar un arma y defender la última botella de agua? ¿Cómo no luchar por el último refugio? ¿Cómo no ir allá donde nunca se habría ido, hacer lo que nunca se hubiera siquiera considerado hacer?
Sed presenta una situación extrema limitada al estado de California y a un tipo de sociedad muy concreto, donde fenómenos como el supervivencialismo o la posesión de armas son más comunes, pero que podría fácilmente ser trasladada a otros territorios y/o países. La naturaleza humana no diverge tanto como para no reconocer comportamientos y actitudes compartidas por cualquier ciudadano de la llamada civilización occidental. Podría tratarse de cualquier calle de barrio residencial, de urbanización de adosados de clase media. El desmoronamiento físico y moral resulta inevitable y, mucho peor, comprensible. La despreocupación inicial. La inoperancia y tardanza en poner en marcha la ayuda. La sensación de autoridades desbordadas ante un desastre imprevisto, esperado en realidad pero que nadie supo anticipar en su terrible dimensión. El sacrificio desinteresado de unos pocos. La deshumanización de muchos. La hipocresía. Los errores juveniles. El estrés. La picaresca y el abuso... Todo converge hacia un final que deja con algunas preguntas y una advertencia demoledora. El cierre presenta un sentimiento agridulce, tirando a amargo, como no podía ser de otra manera ante la dimensión de la catástrofe humanitaria. E invita a la reflexión. Podría pasarnos a nosotros.
Una recomendación, leedlo con un vaso de agua a mano.
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