China Miéville.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La máquina que hace Ping! Col. Ojos de plato. Castellón, 2019, 2ª ed. Título originaL. Looking for Jake. Traducción: María Pilar San Román, Silvia Schettin, Arrate Hidalgo, Cristina Jurado, Marcelo Cohen y Cristian Arenós Rebolledo. 340 páginas.
A estas alturas cualquier aficionado a la Literatura Fantástica que se precie conoce a China Miéville. Quizá le apasione o quizá le cueste entrar en sus mundos extraños y retorcidos y no sea muy seguidor suyo, pero lo que no se puede negarle es que se ha convertido en una de las grandes figuras del género con sus muy personales libros. Una ciencia ficción y fantasía que derivan hacia lo extraño —lo weird—, lo surrealista, lo metafísico, lo inquietante y desasosegante, y la sátira política. De todo ello dan buena cuenta los relatos recogidos en este volumen, la primera de sus antologías, magníficos ejemplos de su producción primigenia cuando todavía su nombre no sonaba, al menos para el lector español, tanto como ahora. La máquina que hace Ping! ha tenido el enorme acierto de rescatar la antología, la mayor parte de cuyo contenido permanecía inédito en nuestro país, reuniendo un magnífico equipo de traductores que mantiene sin fisuras toda la esencia del autor, toda la maravilla y extrañamiento de sus textos, todo el disfrute de unas obras que permanecían inexplicablemente sin traslación al español. Una estupenda oportunidad de conocer al autor antes de enfrentarse a sus novelas más largas.
El volumen se abre con un prólogo, firmado por Cristina Jurado, de esos que se revelan auténticamente valiosos para encarar la lectura de los relatos posteriores. La escritora española afincada en Dubai no se limita a glosar una serie de loas a su admirado Miéville, sino que bucea en su biografía y producción literaria, ofreciendo algunas de las claves —la fascinación por Londres y los entornos urbanos, el ideario político del autor, su pertenencia al New Weird…— con las que encarar los relatos sacándoles todo su jugo. Un prólogo que rezuma y contagia ilusión y amor por la obra.
El primer cuento de la antología es precisamente el que le da título, Buscando a Jake. Es la atmosférica —importa más el escenario y las sensaciones que la trama en sí— historia de un hombre que busca la presencia de un amigo en un mundo, un Londres, apocalíptico, profundamente cambiado, distorsionado, desolado y misteriosamente desierto. Una búsqueda que es tanto una cruzada como un reto con el destino. Inclasificable e inquietante, no da respuestas pero deja de lo más satisfecho. Miéville busca más reflejar los efectos que las causas, en un relato en que la ciudad se convierte, de forma anónima, en uno más de los involuntarios protagonistas.
También inquietante y angustioso es Cimiento, la oscura historia de un ex combatiente que arrastra extrañas secuelas después de una mala experiencia bélica. Un hombre que tiene la capacidad de entender los susurros de los cimientos de los edificios, de las grietas en oscuros sótanos, de lo enterrado bajo la ciudad. Un relato estremecedor por todo lo de crudo realismo que arrastra tras el barniz fantástico, tras la historia de una acción de guerra en el Golfo totalmente deshumanizada, fuera de cualquier convención, y que lleva al protagonista a ver e interactuar con los verdaderos cimientos de toda ciudad occidental. No se trata tanto de sobre qué están construidos nuestros edificios, sino de aquello que sustenta las conciencias occidentales, y las sombras y malas acciones que se ocultan para no volverse dementes. Sobre los pecados que no se pueden absolver. Un relato cargado de simbolismo —aunque esto sea algo consustancial a todos ellos—, de imágenes escabrosas, sangrientas, de sufrimiento e imposible redención, y con una prosa abrupta, rota como la mente del antiguo soldado. Extraordinario.
Como extraordinario, desasosegante y aterrador para cualquier padre o madre que quiera a sus hijos es El parque de bolas, escrito en colaboración con Emma Bircham y Max Schaefer. Una sutil historia de fantasmas en un escenario tan inocente como la piscina de bolas de una de las tiendas de una cadena de muebles a montar por el comprador. Una historia cargada de sensibilidad, de intriga y de horror, aunque quizá el miedo no lo causen los espíritus que puedan rondar en torno.
Informes sobre diversos sucesos acaecidos en Londres es un relato muy lovecraftiano con un toque de leyendas urbanas y con el propio Miéville como protagonista narrador - retransmisor en primera persona del contenido de un misterioso paquete llegado a su poder por error. Los informes recibidos van revelando de una forma críptica una historia secreta de la ciudad. La fascinación por la cambiante arquitectura urbana, de calles evanescentes que a veces están y a veces no, se palpa en esta historia sobre las investigaciones de una sociedad secreta dedicada a investigar extraños sucesos acaecidos en Londres. Esos sucesos ajenos al londinense común y corriente, pero que una vez conocidos es imposible eludir.
En el mundo de los magos un Familiar es un ser que acompaña al practicante, siendo recipiente de parte de sus poderes y parte importante en la ejecución de sus hechizos. Cuando un mago crea de manera harto irresponsable su familiar a partir de su propia carne los resultados no son ni los esperados ni los deseados. Se trata de un relato estremecedoramente kafkiano, grotesco, pero también enternecedor. Toda acción tiene sus consecuencias, así que Miéville reflexiona a través de un ejemplo terrible sobre los efectos de las decisiones tomadas en momentos de arrebato.
En la Entrada extraída de una enciclopedia médica el lector se va a encontrar con un breve informe sobre el contagio y expansión de una extraña enfermedad, la Plaga de Buscard o vermipalabra, una auténtica pesadilla que arrastra en su locura incluso a aquellos que buscan hacerle frente y encontrar una cura. Un virus que se transmite por el habla y que encierra metáforas realmente deliciosas de descubrir.
Detalles encierra una triste reflexión sobre la soledad, la enfermedad, la locura, la paranoia y el aislamiento. Un niño es enviado por su madre a la casa amarilla, a llevarle comida y otros enseres a una mujer que permanece encerrada en su piso, donde recibe visitas a las que nunca deja entrar, pero a las que ofrece valiosos consejos y profecías. Pero es imposible mantenerse siempre totalmente aislado del mundo y el menor resquicio es suficiente para dejar entrar el horror del exterior. A veces las personas quieren más de lo que los demás pueden darles, a veces exigen demasiado y el coste lo pagan otros.
En Mensajero Morley recibe extraños objetos con la instrucción de entregarlos en los lugares más variopintos. Se siente partícipe de una gran misión, un pequeño engranaje en una maquinaria mayor, aunque no es inmune a las dudas que empiezan a surgir ante la extrañeza y secretismo de todo lo que rodea su misión. ¿Es uno de los buenos o se encuentra en el bando de los malos? Un claro caso de paranoia justificada, de duda ante unos actos que no se sabe a qué conducen. La zozobra y la duda creadas en el protagonista y en el lector son buena parte de la fuerza del relato.
Con un sabor muy clásico Cielos diferentes abre una puerta a diferentes dimensiones y a lo que pudiera acceder desde ellas. Un hombre instala en su estudio una hermosa vidriera decorativa antigua, proveniente de un anticuario, que pronto empieza a demostrar intrigantes cualidades, pues en noches tormentosas no se moja con la lluvia sino que ofrece vistas de un lugar que no se encuentra detrás del resto de ventanas a las que acompaña. Un relato ominoso, cargado de rabia y de decisión a no dejarse arrastrar por la situación y por el miedo a ser sobrepasado por las generaciones más jóvenes llamadas a ocupar el sitio de los mayores.
Posiblemente en el más político de todos los cuentos de un compendio de relatos ya de por sí comprometidos Miéville saca a relucir sus convicciones tomando decidido partido. Acaba con el hambre es un canto un tanto pesimista y desencantado acerca del futuro —presente en realidad— de la humanidad. Una historia de espionaje corporativo, de empresas u organizaciones benéficas que aparentemente buscan un bien, algo tan importante como la erradicación del hambre en el mundo, cuando sólo persiguen su propio beneficio y de aquellos que deciden luchar activamente contra ellos, de hackers anarquistas que luchan contra la hipocresía de nuestro tiempo, de la filantropía interesada, del turismo humanitario. En cierto sentido se trata de un relato muy triste por todo lo de reflejo de nuestra realidad tiene.
En Noche de paz se da cuenta de un fenómeno que cada vez es más palpable en nuestra realidad, la mercantilización —llevada en este caso a su extremo— de la Navidad®. Su tono abiertamente humorístico, donde cualquier objeto relacionado con tan significativa fecha —al menos para occidente— se encuentra bajo marca registrada y no puede ser usado si no se paga por el mismo, no oculta el sarcasmo detrás de la propuesta, la crítica tanto al capitalismo como a los izquierdistas de salón, a la banalización de todo referente importante. Mordaz y divertido a partes iguales, es tanto una acerada crítica realizada desde la más fina ironía como una invitación a reflexionar muy fuerte sobre el mundo que estamos construyendo.
Con un toque muy dickensiano el siguiente relato, Jack, invita a una nueva visita —o primera si no se han leído todavía las novelas allí situadas— a la Nueva Crobuzon de La estación de la Calle Perdido y a sus rehechos y personajes de la calle. Una reflexión sobre el heroísmo y sobre unos actos que pueden llegar a confundirse con el mismo. Jack Mediamisa, es un héroe para algunos, un criminal para otros, pero su historia, de la que muchos se jactan de haber sido partícipes, no deja indiferente. Este es el relato de alguien que sí interaccionó con él en realidad que llegó a conocerlo como pocos le conocieron. Irónico y con un genial, y demoledor, giro final.
El comic Rumbo al frente, ilustrado estupendamente por Liam Sharp, se siente un tanto simple, apenas un boceto de una historia que podría haber dado más de sí. Se queda en algo críptico, una crítica al aparato bélico, una fábula sobre la difícil adaptación de los excombatientes a su nueva realidad, sobre cómo es muy difícil dejar la guerra atrás, o sobre la insidiosa forma, casi invisible, de introducirse lo bélico en cualquier faceta del día a día del ser urbano. ¿Quién sabe?
Y cierra el volumen la novela corta El azogue, una historia post catastrofista, aunque la catástrofe sea de lo más inesperada, tras una debacle que casi acaba con la humanidad. Una guerra que nadie esperaba ha dejado un Londres irreconocible, devastado, poblado de criaturas extrañas, los imagos, donde los pocos humanos supervivientes se juntan en guetos y en grupos de resistencia con pocas esperanzas. La otredad devuelve su mirada distorsionada al observador y el resultado no puede ser más devastador. ¿Se puede culpar al esclavo, por mucho que no se supiera que la fuera, por rebelarse ante sus atormentadores involuntarios? No se volverá a mirar la imagen que devuelve el espejo de la misma manera.
Con unos cuentos de nivel, en general, más que notable, si no se conoce al autor esta antología es la puerta perfecta para entrar en su obra. Para los ya iniciados es una ocasión estupenda para reencontrarse con él y seguir disfrutando de su imaginación y delirio. Una obra que camina de la mano entre la fascinación por los mundos imaginados y la denuncia política y de las injusticias que aquellos permiten reflejar con singular indignación. Ciudades vivas, hambrientas, de arquitecturas indefinidas o cambiantes; dimensiones paralelas; fantasmas tristes; criaturas al otro lado del espejo; identidades cuestionadas; monstruos hambrientos; horror lovecraftiano; anticapitalismo; distopía; lo extraño y surrealista… Ecléctico y subyugante, quizá no sea para todo tipo de públicos, pero con un poco de predisposición es difícil no caer rendido a sus pies.
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