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viernes, 30 de agosto de 2019

Reseña: Cuentos de miedo

Cuentos de miedo.

Charles Dickens.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alianza editorial. Col. 13/20. Madrid, 2019 (2ª ed.). Traducción: Miguel Ángel Pérez Pérez. 365 páginas.

Intentar hacer una reseña de cualquier obra de Charles Dickens resulta seguramente un atrevimiento de lo más aventurado. Todo lo que debería decir es aquello de: «Leedlo», es un clásico indiscutible, un maestro, un gran prosista y una firma muy reconocible e interesante.., pero bueno, allá vamos. Este volumen recoge once cuentos publicados en otras antologías previamente —catorce si contamos que uno de ellos es Cuatro historias de fantasmas y que, en efecto, da lo que promete el título—, publicados entre 1836 y 1870, en que el autor ofrece su particular visión de lo fantasmagórico, inquietante y macabro, en apariencia muy alejados de sus novelas más socialmente realistas como Oliver Twist, Historia de dos ciudades o David Copperfield, aunque leyéndolos se hace evidente que le es imposible evadirse a un mensaje muy cercano a estas y su crítica social, y a un componente folletinesco propio de su época. Relatos con elementos sobrenaturales, ahora más cercanos al misterio que al terror, y que causan más miedo en los protagonistas que en el lector resabiado de nuestro siglo XXI, muy en la línea de su Cuento de Navidad, con un mensaje, cuando lo hay, de alguna manera más ejemplificante que moralizante, más inquisitivo que terrorífico. Una puerta a un pasado que no deja de volver.

Pertenecientes a una sensiblidad nacida con los últimos coletazos del post Romanticismo, alejados del susto fácil y con un acercamiento que abría el camino hacia un terror más psicológico, más centrado en el simbolismo, y menos recargado de lo que sería la tónica posterior, son cuentos repletos de unos fantasmas muy humanos, dotados de una extraña calidez, en busca de venganza, de liberación, de retribución, de justicia, de expiación o de una simple explicación a su muerte. Relatos llenos de oscuros presagios, de sugestiones y sueños premonitorios, de aparecidos y desapariciones inexplicables, de caserones habitados por el misterio, de mensajes admonitorios, de lo extraordinario infiltrándose insidiosamente en lo más cotidiano, de personajes atormentados, pero muy reales, y de una extraordinaria puesta en escena.

Cuentos muy cercanos, la mayor parte de ellos narrados desde una primera persona que busca la complicidad del lector, su predisposición a verse escolofriantemente sorprendido, con tintes de tragedia y un ocasional humor negro muy agradecido. Cuentos que diseccionan el mal del alma humana y sus oscuras profundidades, a la búsqueda de penitencia o de reparación de inciertos pecados; menos preocupados, quizás, de causar miedo que de explorar la psique humana en un intento de aprehender lo incomprensible, de darle una dimensión comprensible a lo extraño, a los fenómenos inexplicables —para la época—, un dejarse llevar por la maravilla y el horror, más tendentes al escalofrío que a la angustia.

Destaca El guardavías por la magnífica construcción de ese horror anticipado, por mucho que se pueda llegar a intuir sus derroteros. Hace gala de una narración subyugante, cargada de inevitabilidad y fatalidad. El encuentro casual entre el narrador y el guardavías que da título al relato, quien da muestras de un comportamiento cuando menos errático víctima de unas visiones a las que no puede escapar, da lugar a una inquietante sucesión de eventos que culminan con la revelación de un misterio contenido en sí mismo. Dickens crea una atmósfera de creciente tensión ante un desenlace que no se imagina alegre en absoluto.

También magníficos son otros relatos como El juicio por asesinato, tan intrigante como divertida donde una serie de visiones inexplicables van a terminar con el narrador, en contacto con el espíritu de la víctima, como miembro del jurado de un hombre que se sabe condenado de antemano. O El capitán Asesino y el pacto con el diablo, una historia que mezcla el homenaje a toda una forma de hacer Literatura, y de vivirla, con el escalofriante relato de un desalmado que se casa con muchachas jóvenes para saciar un cruel apetito y con unos cuantos viajes forzosos narrados con singular, macabro, humor. O La casa encantada, una mansión cuyas estancias están cargadas de culpa y fantasmas, y cuyo comprador busca desentrañar su misterio, para lo que invita a residir en ella una pequeña temporada a algunos de sus amigos y conocidos, tras la cual cada uno dará cuenta de su particular experiencia; aunque en este caso sólo se pueda asistir a las habitaciones correspondientes a la escritura del propio Dickens, echando en falta las que salieran de la pluma de autores como Wilkie Collins o Elizabeth Gaskell —obviamente, sería cosa de otro volumen—, se puede leer como una historia, casi, completa. O Para leer al anochecer, en la que las conversaciones nocturnas de una serie de guías de montaña en Suiza sacan a la luz unas cuantas historias sobrenaturales con difícil explicación. Fantasmas navideños, que da lo que su título promete, una serie de aparecidos en tan singulares fechas cuya visión no puede resultar más fatídica. El fantasma de la cámara nupcial, con un espíritu que busca eludir un terrible destino. El abogado y el fantasma vuelve a hacer uso del humor como una afectuoso crítica a un estamento, los leguleyos, que son capaces de liar con su verborrea legal hasta a los espíritus. El hechizado y el trato con el fantasma trata sobre los deseos concedidos y sus desastrosas consecuencias, sobre la memoria y el desastre de su falta, del horror del olvido, de perder los recuerdos y con ellos todo lo vivido; es quizá el más aterrador, sobre todo por lo que se cuenta y cómo lo cuenta, y a la vez conlleva una carga de esperanza muy agradable...
Cuentos que deben ser leídos teniendo en mente la época en que fueron escritos y el público al que estaban destinados. Ecos de las inquietudes de un autor comprometido contra las injusticias y la miseria que veía a su alrededor. Destellos de esperanza para un futuro más venturoso. Cuentos herederos de toda una tradición oral, destinados a ser leídos en familia,  al calor de la lumbre, siguiendo la práctica victoriana de leer cuentos de fantasmas la noche de Navidad —una celebración presente en muchos de ellos cargada de una notoria nostalgia—, buscando el estremecimiento cómplice y la fascinación por lo desconocido de una sociedad menos descreída que la actual, supersticiosa, donde lo maravilloso, inexplicable o sobrenatural todavía eran posibilidades más que aceptables. Más suspense e intriga que miedo o terror no dejan de ser una pequeña muestra del gran legado que Dickens dejara para su posteridad, quizá no lo más sobresaliente de su producción —alguno de ellos sí que sí, pero en todo caso historia pura de la Literatura.

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