Saga de la sombra del Cuervo, libro I.
Anthony Ryan.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Orok Editorial. Barcelona, 2020. Título original: Blood Song. Traducción: Nil Gascón Mateu. Ilustración de portada e interiores: Israel A. Díaz. 669 páginas.
Siempre resulta grato dar la bienvenida a nuevas editoriales que se sumen a la oferta de Literatura Fantástica en español, y este es el caso de Orok y la novela que nos ocupa. La editorial empieza fuerte y apuesta a lo grande con este principio de trilogía y el par de interesantes novedades ya anunciadas para el resto del año. Blood Song ofrece una fantasía épica de corte tradicional con algún apunte grimdark —bastante moderado— que la adapta a los gustos actuales. Al modo de Rothfuss, la narración discurre al ritmo del relato que el protagonista realiza a un cronista mientras ambos se encuentran embarcados en una nave rumbo a un duelo a muerte. El pasado aflora y la aventura surge de forma emocionante, con una primera mitad dedicada a glosar el entrenamiento del protagonista adolescente junto al resto de sus compañeros, con los consabidos ejercicios, experiencias y pruebas mortales, y una segunda mitad donde el lector va a poder conocer los hechos que empedraron el camino hacia el citado duelo, que tiene lugar al final del volumen, dejando bastante cerrada la historia. Fantasía épica y heroica, pues, de corte clásico con un aire moderno, muy en la línea de un David Gemmell de quien el autor se declara rendido seguidor. No es mal referente, en absoluto.
Prisionero y a punto de embarcar hacia un duelo en el que pocos apuestan por su supervivencia, Vaelin Al Sorna, guerrero respetado y odiado a partes iguales, cuestiona al encargado de acompañarle y vigilarle, Verniers Alishe Someren, cronista e historiador oficial del Imperio Alpirano, la veracidad de algunos detalles de la historia que este escribiera en su momento sobre los acontecimientos que llevaron hasta este punto. Picado en su orgullo, con una deuda personal por cobrar y con una aburrida travesía en barco en perspectiva Verniers acepta escuchar la versión del prisionero. Y así comienza…
El Vaelin de diez años, justo tras haber fallecido su madre es abandonado por su padre, el Señor de la Batalla y Primera Espada del Reino, a las puertas de la Sexta Orden, donde será entrenado como un hermano más para servir como guerrero a la Fe y el Reino. Comienza un duro periodo de su vida, repleto de difíciles pruebas que fortalecerán su cuerpo y mente y servirán de criba entre los aspirantes más débiles, pero donde también encontrará amistad y camaradería, forjando fuertes lazos de lealtad con sus hermanos de Orden más cercanos, Dentos, Barkus, Caenis, Nortah..., cada uno de ellos con su propia personalidad, habilidades y secretos, y con unos orígenes familiares dispares que deben olvidar a pesar de lo difícil que resulte, pues en la Orden ninguno de los hermanos tiene ya padre ni madre. Lazos que serán puestos a prueba en las futuras adversidades, en las misiones que se les encarguen y en la guerra por venir.
Aún cuando esa primera mitad de la novela refleja los ritos de iniciación y crecimiento de un grupo de muchachos obligados a madurar muy pronto, Ryan no edulcora ni rebaja en ningún momento la crudeza de la acción, la exposición a la violencia y a la muerte. Los adolescentes, apenas niños, a cargo de una orden religioso-militar exclusivamente masculina —lo que no significa que no existan interesantes personajes femeninos a lo largo de la narración— son obligados a entrenar a fondo, siendo castigados sus supuestos errores de forma inmisericorde por sus severos maestros, y debiendo pasar un peligroso número de pruebas, a veces mortales, que servirán para cribar a los más débiles, los menos preparados o simplemente los menos afortunados, pues siempre existe un componente de azar difícil de eludir.
Al tiempo que va estableciendo el escenario y las coordenadas socio-políticas y religiosas del Reino Unificado, un país compuesto por cuatro reinos antaño independientes y ahora unidos pero no muy bien avenidos en el que va a tener lugar gran parte de la acción de la novela, el autor va tejiendo, de forma emocionante e interesante, la acostumbrada red de amistad, dependencia, lealtad, rivalidad, odio, intrigas y misterios que tendrán gran repercusión en la segunda mitad, donde el escenario se enfoca más hacia lo bélico, en el que deberán cumplir con las misiones encargadas por la Orden y el Reino, lidiar con una insidiosa conspiración que incluye diversos intentos de asesinato, y emprender la ya anticipada invasión de parte del territorio del Imperio Alpirano, en la que los jóvenes guerreros tendrán que aplicar todos los conocimientos adquiridos en el manejo de las armas y en el arte de la guerra al servicio de la Fe. Una Fe que será cuestionada cuando la realidad de las personas que no la profesan sea revelada más allá de su supuesta herejía.
La novela es así un telar donde se entretejen los destinos de las diferentes Órdenes, dedicadas a la sanación, a la meditación, a la persecución de herejes, a la difusión de la Fe o a la batalla, con los de la misteriosa Oscuridad, los temidos dones de ciertas personas con habilidades especiales, mágicas, condenados por los altos poderes como algo herético y a erradicar, y de cuya conjunción de elementos va surgiendo un tapiz tan intrincado como sugerente. La Fe, y los diferentes tipos de adoraciones, cobran importancia en el devenir de la narración, al igual que los lazos que se van atando entre los diferentes personajes, no sólo entre los compañeros de la Sexta Orden, sino también entre otros ajenos que van a obtener gran trascendencia en el destino del protagonista y sus allegados, ya sea dentro de los poderes del Reino Unificado, con el Rey Janus y la princesa Lyrna a la cabeza, en el seno de otras de las Órdenes, como la hermana Sherin, una sanadora que va a tener suma importancia en la vida de Vaelin, o entre la soldadesca que les acompaña en un momento u otro de sus aventuras. Bajo todo ello hay una corriente soterrada de intriga, de maniobras políticas, de secretos arrastrados desde mucho tiempo atrás que podrían arrasar con todo el equilibrio actual del Reino. Y el protagonista lo va a descubrir por las duras cuando su propia vida sea puesta en la balanza de los intereses enfrentados.
Vaelin, punto de vista narrativo principal y casi único de la acción bajo cuya mirada transcurre todo el relato, es un muchacho con un destino manifiesto, y todo en su vida parece conspirar para que lo cumpla. Sin embargo, quizá nada salga como se esperaba y lo que lleva en su interior trastoque todos los planes que para él se habían preparado sin su conocimiento. Hay muchas manos en la oscuridad interfiriendo con el camino de su vida, conspirando de forma enfrentada para causar su muerte o promover su elevación al poder. Todo lo que cree saber sobre sí mismo, sobre las circunstancias que llevaron a su padre a dejarlo a cargo de la Sexta Orden, sobre los intereses contrapuestos dentro del Reino, sobre la Fe y su historia, es cuestionado una y otra vez. Y conforme aprenda más sobre sí mismo, sobre su familia y sobre el destino que otros habían planeado para él, más razones tendrá para rebelarse e intentar ser tan sólo él mismo. Y no lo va a tener nada fácil.
Ryan ofrece un amplio abanico de personajes, bien trabajados y caracterizados, siempre bajo las impresiones y conocimiento que de ellos llega a tener Vaelin, con un grupo de niños en el centro de la trama, entrenando, aprendiendo y forjando sus personalidades hasta conformar un fuerte vínculo de hermandad entre ellos mientras crecen y se convierten en hombres. Vínculo que no va a evitar que cada cual mantenga sus propios secretos e intereses, haciendo que en ocasiones entren en conflicto entre ellos, y que sólo cuando sean revelados podrán ser reflejados por el protagonista. Así el lector va a aprender los detalles de la historia a la vez que el mismo Vaelin lo hace, ampliando el foco o manteniendo buena parte del escenario y la trama en sombras al tiempo que permanecen así para él. Una estrategia que mantiene el ritmo y la intriga, y que ayuda a no anticipar ciertos giros que adornan de forma muy interesante el relato. Y si Vaelin parece demasiado «perfecto» en algunos momentos y circunstancias, bueno, es su visión sobre sí mismo lo allí reflejado, bastantes defectos se achaca como para no perdonarse otros.
La novela tiene una estructura casi circular, de modo que la trama planteada en el mismo principio de mano de Verniers obtiene respuesta al final de este mismo volumen, cerrando un buen número de líneas narrativas, estando en el centro de todas ellas el coste del ejercicio del poder, la importancia de la tolerancia hacia el diferente, y la creación de una reputación a través de la imagen parcial que los demás obtienen de una persona sin llegar a conocerla en realidad. Un volumen casi autoconclusivo a lo largo del cual y desde su mismo principio, no obstante, se han ido sembrando muchas sospechas, muchas sugerencias y temas candentes que quedan pendientes para las futuras entregas de la trilogía.
Sin poder entrar a valorar la prosa original de Ryan, por puro desconocimiento personal, cabría aquí incluir una serie de comentarios sobre la edición en sí, una edición que pudiera haberse beneficiado de una corrección profunda que hubiera evitado ciertos errores tanto orto-tipográficos como de redacción que afean de vez en cuando el texto, aunque no por ello la novela pierde su evidente atractivo. Como primer libro editado por Orok, otorgándoles la benevolencia de la tarea primeriza, las ganas demostradas, la ilusión depositada en el proyecto y lo adverso de estos días de coronavirus, cabe entonces tan solo decir que tienen un amplio margen de mejora para sus próximas publicaciones. Me consta, porque lo han comentado, el firme propósito de aprendizaje y perfeccionamiento. No soy muy dado a dejar sin crítica este tipo de temas, pero creo que las circunstancias y la voluntad de mejora expresada invitan por una vez a ello. Eso sí, el juicio será mucho más duro para la próxima ocasión.
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