Mary Robinette Kowal.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Oz editorial. Col. Oz Nébula. Barcelona, 2020. Título original: The Calculating Stars. Traducción: Aitana Vega. Ilustración de portada: Gregory Manchess. 408 páginas.
Soy de una generación post llegada a la Luna que creció soñando con la conquista del espacio, con ver estaciones espaciales orbitando la Tierra, bases selenitas, colonias marcianas, y viajes más allá del Cinturón de Kuiper y la Nube de Oort, convencidos de aquello tan heinleiniano de «la humanidad no puede depositar todos sus huevos en la misma cesta». Pocas de nuestras aspiraciones se cumplieron, aunque todavía seguimos esperando —sí, algunos somos así de ilusos o de optimistas—. Pero, ¿hubieran sido diferentes las cosas si, en vez de la Guerra Fría, el motor de la iniciativa espacial hubiese sido una amenaza de extinción global? Vistiendo la cuestión de una ciencia ficción social, feminista, antirracista y reivindicativa, Kowal ofrece su respuesta en forma de ucronía de tono amable aún a pesar de las terribles actitudes que está denunciando. Una Historia alternativa de la carrera espacial en la década de los años ‘50 y posteriores del siglo XX, donde muchas cosas han cambiado, pero otras son fiel reflejo de lo sucedido en nuestra realidad, fecha arriba o abajo, y donde todavía es fácil reconocer ciertos comportamientos enquistados en nuestra sociedad occidental. Primera entrega de una duología, ahora convertida en trilogía, la novela es una precuela de La señora astronauta de Marte (incluido en A la deriva en el mar de las lluvias y otros relatos. Sportula, 2015), una extraordinaria historia que si no se ha leído todavía mejor dejar para después de la novela, más que nada por no chafarse alguna sorpresa.
La historia se abre con una primera parte, tirando a breve, que reúne todas las características de la típica novela catastrofista. Presenta una ucronía cuyo punto jonbar se sitúa en 1952, cuando un meteorito cae a la Tierra, golpeando el mar cerca de Washington D.C. con desastrosos resultados y pronósticos aún más devastadores. Empieza entonces una segunda, que se lleva la parte del león del relato adentrándose en los derroteros de la justicia social, y donde se da cuenta de la puesta en marcha de la Coalición Aeroespacial Internacional, una agencia a nivel global —aunque radicada en lo que queda de los EE.UU.— para el desarrollo de un programa espacial que ponga al hombre en órbita y establezca colonias fuera de la Tierra. Y sí, al «hombre», porque incluso ante la innegable y rotunda evidencia de que para que esas colonias sean viables será imprescindible la presencia activa de mujeres, estas son apartadas de toda aspiración a convertirse en astronautas. Elma York, matemática de genialidad precoz, antigua piloto del WASP —el Servicio Aéreo Femenino durante la II Guerra Mundial— y duramente golpeada por la tragedia, trabaja como calculadora dentro de la CAI y, pese a que las costumbres aceptadas reserven tan sólo papeles secundarios a las mujeres, no va a renunciar a su sueño de viajar al espacio. Luchando contra todas las trabas e impedimentos que la sociedad imperante en aquel entonces ponía en el camino de las mujeres, perseguirá su sueña de convertirse en astronauta por méritos propios.
La acción se encuentra narrada en primera persona desde el punto de vista de Elma, quien, aún arrastrando ciertos problemas de ansiedad y ataques de nervios desde la adolescencia, decide no obstante tomar un papel activo, combatir —quizá también en interés propio— la discriminación racial y el sexismo tan extendidos y aceptados de la época, haciéndose consciente en el camino de sus propias carencias, de su propia ceguera ante ciertas actitudes de las que ni se daba cuenta porque no la afectaban a ella directamente. Como judía ella misma es víctima de los prejuicios, sufriendo de antisemitismo, pero, no obstante, le cuesta quitarse la venda de los ojos hasta que, intentando apoyarlas, descubre la doble discriminación a la que se enfrentan diariamente sus compañeras negras. Desde su posición privilegiada de mujer blanca, una y otra vez tropieza con la misma piedra, constatando que sólo con las buenas intenciones no se va a erradicar un problema de tan profundo calado dentro de las mentes de los «beneficiados» por el sistema —aunque ni siquiera sean partícipes activos; la pasividad y el dejar estar también son parte del problema—.
A través de su versión alternativa de los EE.UU. de los años 50, con ese grupo de mujeres calculadoras luchando por conseguir algo más de lo que la sociedad les permite y limita, Kowal presenta con gran acierto y sensibilidad el ambiente de la época, la segregación y la problemática de los prejuicios de género o de raza, construyendo un interesante retrato histórico gracias a un profundo trabajo de documentación, tanto en lo social como en lo tecnológico que acompaña al desarrollo del programa espacial. Y es que hay en la novela dos relatos inextricablemente unidos, la carrera espacial, con sus avances tecnológicos, sus cálculos y resolución de problemas matemáticos y mecánicos, sus pruebas y lanzamientos de cohetes o sus misiones pioneras, y la vida personal de la protagonista, con sus luchas, desvelos y pequeños dramas y alegrías familiares, que dotan de profundidad a la primera, de mayor interés. Es emocionante como, contra viento y marea, se pone en marcha un acelerado programa espacial destinado a llevar a la humanidad a su satélite y a otros planetas.
Sin embargo, los personajes, sobre todo la propia Elma y su marido Nathaniel, todo un dechado de virtudes, de comprensión y de apoyo incondicional, tras una interesante caracterización inicial se sienten en ocasiones algo impostados o demasiado perfectos, vehículos necesarios para sustentar la trama, poner en marcha el programa espacial y llevarlo adelante contra viento y marea. Falta tal vez un poco de emoción personal en la relaciones y en la plasmación del maltrato sufrido por las mujeres y por las personas de color. Incluso en el enfrentamiento contra la némesis de Elma, el coronel Parker, el misógino y rencoroso militar / astronauta dedicado a poner piedras en su camino, parece que falta tensión. Aún así, es fácil identificarse con sus acciones, irritarse ante los pequeños desaires recibidos e indignarse ante las evidentes desigualdades sufridas. En ese sentido Kowal demuestra saber muy bien lo que se trae entre manos, y aunque no muestre su lado más descarnado sí que despliega una amplia empatía hacia esas mujeres que no podían aspirar a ciertas cosas tan sólo por su sexo, y si encima eran negras ¡apaga y vámonos!
Es, desde luego, una óptica amable para tratar problemáticas terribles, pero en algunos momentos, entre tanta resignación y casi aceptación del status quo, se echa en falta un poquito más de virulencia y de rabia. Incluso el escenario del cataclismo que sigue desarrollándose y todas las intrigas políticas que la situación provoca se sienten un tanto desapegadas. El texto, en el inicio de cada capítulo, se va salpicado de notas y recortes de prensa dando cuenta de diversas catástrofes —maremotos, bruscos cambios de temperatura, hambrunas…— y hechos relevantes que tienen lugar a lo largo de todo el globo, pero es algo que apenas parece afectar a los protagonistas, conscientes aunque distanciados quizá de la situación general del resto del mundo. Sin embargo, también es cierto que la emoción del relato reside en todos esos pequeños pasos que acercan a la humanidad a las estrellas. Esta es una historia hermosa y optimista, de superación ante las adversidades, de loa hacia el espíritu humano y a la cooperación, de invitación a luchar por la consecución de los sueños, y de homenaje a toda esa mitad de la humanidad que no tiene por qué pedir permiso para conseguir todas las metas al alcance de sus capacidades sin que nadie les haga sombra por el mero hecho de su género.
Pero Kowal, además de esa denuncia sobre la desigualdad de género, tanto en temas laborales como hogareños, llena la novela de mucho más: El aislamiento, burla y ostracismo al que se condena a los niños que destacan intelectualmente, pudiendo llegar a causar en ellos dolorosas secuelas. El sexismo y el acoso sexual en el trabajo, tan extendido y aceptado que se da por inevitable. La culpabilización de las enfermedades psicosomáticas, como la ansiedad mental, que llevan a esconderlas como algo vergonzoso para quien las sufre. La discriminación racial y de las minorías en general, asumida o inconsciente, tan arraigada en la sociedad que muchas veces se convierte en actos reflejos y irreflexivos, terribles pero demasiado aceptados —incluso quien lo sufre no está libre de proyectarlo sobre terceros sin siquiera darse cuenta de ello—. La óptica pervertida de la Historia que ha llevado a invisibilizar a una parte de la sociedad y sus logros a lo largo del tiempo —importante, vital, el aporte de la Nota histórica final—. La apuesta por la colaboración a nivel internacional para avanzar en un mañana mejor. La necesidad de un programa espacial fuerte... Y todo imbuido del sentido de la maravilla de la carrera espacial, del anhelo por abandonar el orbe y surcar las estrellas; el anhelo por construir aquí abajo un mundo más igualitario y justo. Después de tanto tiempo, seguimos soñando.
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