Box. Vol. 3.
Hay algo dentro de la caja.
Daijirô Morohoshi.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Satori ediciones. Col. Manga. Gijón, 2020. Título original: Hako no Naka ni Nani ka Iru. Traducción: Marc Bernabé. Rústica con solapas. 224 páginas. B/N.
Box, encaminándose de forma decidida a su resolución, entra en este volumen en un juego escheriano de las ilusiones. Los enigmas se van a centrar, mayoritariamente, en los trucos visuales, las perspectivas y distancias imposibles, en los trampantojos y en el engaño óptico entre lo que la vista muestra y la mente se empeña en decir que es imposible, en las sombras elusivas que ocultan a la vista soluciones para el misterio. Las apariencias siempre engañan, y en esta caso más que nunca. Escaleras que suben y bajan a la vez, peldaños que tanto son superiores como frontales, edificios cuyas paredes son interiores y exteriores a un tiempo, torres ilusorias, caminos que hay que contemplar con una mirada «diferente» para poder recorrerlos. Parece un lugar sin reglas, pero nada más lejos de la realidad. Las reglas están muy definidas allí dentro, aunque no siempre se les hayan explicado de antemano a los jugadores, y además, a la Caja no le gustan nada los tramposos. Conforme más avanzan hacia el corazón del misterio más inminente se hace la amenaza para cada uno de ellos.
En la caben Caja auténticos abismos, mostrando un interior cada vez mayor, dimensionalmente imposible, y los supervivientes entre los ocho «jugadores» iniciales de este descarnado juego de enigmas deberán descubrir cómo superar los obstáculos si quieren alcanzar el Último Nivel y descubrir por fin el desenlace. No lo van a tener fácil, y la Chica Demoníaca, tan cerca del final, no parece muy convencida de dejar escapar a ninguno, recurriendo incluso a sus más arteras artes para impedir que salgan con bien del rompecabezas en que se encuentran inmersos. Aunque los espacios se abren más allá de los angostos pasillos que los han conducido hasta allí, la atmósfera sigue siendo opresiva, de ambiente cerrado y tensión contenida. La narración, apoyada en el sobrio pero expresivo dibujo, fluye de forma continua, invitando a seguir leyendo sin descanso.
En la caben Caja auténticos abismos, mostrando un interior cada vez mayor, dimensionalmente imposible, y los supervivientes entre los ocho «jugadores» iniciales de este descarnado juego de enigmas deberán descubrir cómo superar los obstáculos si quieren alcanzar el Último Nivel y descubrir por fin el desenlace. No lo van a tener fácil, y la Chica Demoníaca, tan cerca del final, no parece muy convencida de dejar escapar a ninguno, recurriendo incluso a sus más arteras artes para impedir que salgan con bien del rompecabezas en que se encuentran inmersos. Aunque los espacios se abren más allá de los angostos pasillos que los han conducido hasta allí, la atmósfera sigue siendo opresiva, de ambiente cerrado y tensión contenida. La narración, apoyada en el sobrio pero expresivo dibujo, fluye de forma continua, invitando a seguir leyendo sin descanso.
Según se acerca más el desenlace Morohoshi, aunque sin renunciar en absoluto a ellos, deja un poco a un lado la temática social y el retrato psicológico que impregnaban las páginas anteriores para centrarse en la pura aventura, en el riesgo y la premura en que se encuentran inmersos los protagonistas. Y si bien la problemática que arrastra cada uno ya ha sido bien asentada y definida, el cambio sigue siendo el motor de la historia, la evolución y el crecimiento como personas. Cada cuál es su propio enigma, y todos deberán descubrir y asumir su verdadero yo antes de poder seguir adelante.
La tensión se palpa en el ambiente. Los monstruos, o un monstruo muy concreto, siguen acechando e intentando acabar con ellos. Los secretos de los jugadores que se mantienen en lid se muestran al resto, algunos tristes, otros dolorosos, otros simplemente vergonzosos. Secretos que cada cual debe aprender a interiorizar para aceptarse a sí mismos. Abrirse a los demás es una forma de cerrar heridas. El juego psicológico y la fortaleza mental se demuestran así tan determinantes como la destreza física.
Pues Morohoshi va a ponerlos en las situaciones más comprometidas, con sus vidas pendientes de un hilo al borde del abismo, y para escapar de la Caja deberán trabajar unidos, ya que las pruebas son cada vez más difíciles e insospechadas. La colaboración se muestra mucho más rentable que el individualismo, y, no obstante, siempre habrá quién ponga sus propios intereses por delante de los del conjunto. Sin embargo, en el momento determinante, todos deberán decidir en realidad qué están dispuestos a perder para poder salir adelante con sus compañeros.
El autor, y la estupenda edición de Satori, mantiene las adivinanzas y pasatiempos extra al principio o final de algunos capítulos, consiguiendo un momento de distracción de la historia para el lector; un descanso para ese survival horror al que volver tras resolver, o no, el enigma planteado.
¿Podrán todos los jugadores superar todas las pruebas? Y, si lo consiguen, ¿podrán los supervivientes, si los hay, enfrentarse a lo que habita el corazón de la Caja? ¿Les dejará salir indemnes, si vencen en el desafío final, ese ente que habita en lo más profundo de tan singular lugar? Si todo ha sido un juego de engaños, de luces y sombras, tras otro, ¿qué les garantiza siquiera que haya una salida? Los capítulos finales, un tanto agridulces, cierran de forma muy satisfactoria la historia, con todas las explicaciones necesarias y precisas, sin extenderse demasiado y dejando unas cuantas preguntas en el aire para mantener el misterio. No es un terror espeluznante, sino de esos que remueve por dentro.
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