Joanna Russs.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nova. Barcelona, 2021. Título original: The Female Man. Traducción: Maribel Martínez. Ilustración de cubierta: Dominic Harman. 269 páginas.
Días después todavía no tengo muy claro cómo catalogar esta obra. No sé si es una novela de viajes en el tiempo y mundos paralelos, si un alegato feminista, una biografía muy particular, un manifiesto político, una alegoría que explora la realidad de nuestro mundo, un experimento literario y social o una llamada a las armas. Todo ello, muy posiblemente. Publicado originalmente en 1975, —en español en 1987 por Ultramar—, El hombre hembra es uno de los principales clásicos de la ciencia ficción reivindicativa feminista. Con una trama, una vez que se consigue desentrañarla, insospechadamente sencilla, Russ construye un elaborado, complejo y, de inicio, confuso constructo estilístico mediante una narrativa trenzada, saltando de mujer en mujer, todas narradoras, todas en primera y en tercera persona en algún momento, todas entremezcladas hasta el punto de resultar difícil decir cuál es el «yo» narrador que está expresándose en según qué escenas. Los pensamientos y discursos de unas y otras se suceden, se confunden, se amalgaman y combinan continuándose sin transición los de unas en los de las otras. Todas retratadas por los ojos de las demás. Todas reflejando una etapa de la lucha feminista. El hombre hembra es una obra mordaz, furiosa, sarcástica, reivindicativa, desafiante, radical y combativa. No es cómoda de leer, no tiene una trama definida, y toda la acción se encuentra supeditada al mensaje, pero, por desgracia, sigue siendo una obra necesaria.
A partir de la aceptación de la existencia de un multiverso en el que no se puede viajar al pasado o futuro propios, sino a los de mundos paralelos, la autora reúne a cuatro mujeres, Janet, Jeannine, Joanna y Jael, de tiempos, procedencias y culturas diferentes. Con su forma de encarar las relaciones con el género masculino, cada una de ellas muestra y confronta con las demás una suerte de distopías y utopías feministas, desde aquella en que la dominación masculina es total sobre la mujer hasta otra en que los hombres han dejado de existir, pasando por una sociedad que se dice igualitaria pero en realidad coarta toda aspiración femenina y una cuarta en que la separación geográfica por sexos es un hecho y se traduce en un largo enfrentamiento que impide todo entendimiento.
Janet viene de una Tierra del futuro a la que han renombrado como Whileaway, donde todos los hombres desaparecieron a causa de una plaga ochocientos años antes de su presente, y las mujeres han creado una sociedad prácticamente idílica, libre de tensiones de género, pero donde, no obstante, la sororidad brilla un tanto por su ausencia. Es una utopía feminista que no oculta las tensiones entre las propias mujeres, y donde la violencia ha sido canalizada hacia una especie de duelos ritualizados. Janet es arrancada de su tiempo y espacio, y aparece en el mundo de Jeannine.
Jeannine vive en una Tierra en la que la Gran Depresión se extiende mucho más que en nuestro mundo, y donde toda la sociedad está enfocada al dominio y satisfacción masculinas. Toda la construcción de la identidad de una mujer gira en torno a la mirada del hombre, a la aceptación de sus deseos, a la obtención de su aprobación y a su complacencia. Jeannine sueña con contraer matrimonio y ser así feliz, mientras se encuentra atrapada en una relación con un hombre al que no ama, pero al que no sabe cómo dejar. Su mundo es un lugar donde las mujeres son vistas como meros vehículos reproductores, amas de casa u objetos de deseo sexual. La presión de otras mujeres, como su propia madre, la convence de que su felicidad siempre estará supeditada a la del hombre, y está tan subyugada que incluso, a pesar de hacerse amiga suya, llega a reprobar a las mujeres independientes como Janet. La visitante del futuro se convierte en este mundo en toda una celebridad que no puede evitar un fuerte choque cultural. Un shock que se verá igualmente confrontado cuando ambas se trasladen a la realidad de Joanna.
Joanna es una ambiciosa mujer, con grandes metas y alta cualificación, atrapada en una sociedad que la ningunea, la más parecida quizá a la de la propia autora en el momento de la publicación del libro, incluso en la cercanía temporal del presente de la mujer, los años ‘70 del siglo pasado, y en su profesión, escritora. Cuando se reúna con Janet y Jeannine las llevará a una fiesta para que vean cómo se relacionan hombres y mujeres allí, en una igualdad ficticia que se deshace por sus costuras. Joanna vive en una sociedad donde se supone que sobre el papel todo es posible para ella, pero en la práctica ve como una y otra vez las puertas se le cierran cuando aspira a conseguir sus aspiraciones en igualdad con los hombres. Joanna es una mujer furiosa, dispuesta a romper con los roles del género y con las injustas cadenas que la sociedad le impone. Una sociedad donde en realidad los hombres aspiran tan solo a mantener lo que siempre han tenido. Una vez reunidas las tres serán transportadas al futuro donde reside Jael.
Jael es una asesina alterada genéticamente, en un mundo con una sociedad tecnificada en la que hombres y mujeres viven separados en países diferentes envueltos en un largo conflicto. Jael aboga por la guerra abierta contra los hombres, a su exterminación, aspirando quizá a un mundo como Whileaway, y sugiriendo que el único camino para conseguirlo es mediante el uso de la violencia endémica. En ese mundo Janet se verá forzada a participar en unas negociaciones de paz que no se ven nada sencillo de llevar a buen puerto.
Cada una de las cuatro mujeres son quizá distintas facetas de un mismo espíritu femenino, arquetipos de diferentes aspectos de la experiencia y vivencias de las mujeres. Cuatro caras de la subyugación y las reivindicaciones femeninas. Cuatro estadios de la guerra de géneros. La novela ofrece una denuncia de los comportamientos tóxicos de los hombres, pero también de las presiones de unas mujeres sobre otras, y encierra una invitación a romper con los roles de género tradicionalmente impuestos y aceptados para crecer en igualdad real. El entretenimiento de la novela está así en todo momento supeditado a la persuasión, a remover conciencias, a ofrecer alternativas para conseguir resultados tangibles y perdurables.
El hombre hembra es una novela estilística y estructuralmente compleja, iconoclasta, en la que resulta difícil entrar debido a su retorcida, pero fascinante, estructura prismática y elíptica. Narrada desde múltiples puntos de vista que matizan la imagen reflejada de cada una de las demás, sin transiciones de voz narradora obvias, incluye discursos que incluso rompen de forma calculada la cuarta pared para remarcar el mensaje. La acción se ve interrumpida continuamente por reflexiones; las subhistorias no tienen continuidad inmediata, saltando e intercalándose de una a otra; es difícil, y a la vez terriblemente sencillo, empatizar con ningún personaje… Lo mejor es dejarse llevar por la furiosa corriente y captar las sensaciones dejando la interpretación para el final. Repleta de emociones que resaltan la importancia del mensaje, con la ira destacando por encima de todas, y un sentimiento enojado y reivindicativo, Russ —o su trasunta Joanna— deja claro que hay una guerra en curso, y que la felicidad y realización de las mujeres depende de su resultado. ¿Es posible una coexistencia pacífica? Parece claro que no mientras no cambien mucho las cosas.
Es esta una obra rabiosamente hija de su tiempo, de la lucha y postulados feministas de entonces, que en algunos aspectos y actitudes ha quedado superada, y en otros, de forma decepcionante, sigue resultando demasiado actual. Aunque muchas cosas han evolucionado y quizá en algunos aspectos la novela se queda corta —sobre todo en la amplitud de la definición de los géneros—, sigue siendo relevante hoy en día, con un desafío literario y metarrefencial que invita a cuestionarse las propias ideas sobre el tema.
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