Dan Simmons.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova # 202. Barcelona, 2007. Título original: The Hollow Man. Traducción: Rafael Marín Trechera. 278 páginas.
Bastante vacío, en efecto, me ha dejado la lectura de este El hombre vacío. Nunca antes un libro de Simmons me había defraudado de esta manera, ni siquiera los que me habían parecido más flojos (Los vampiros de la mente, El bisturí de Darwin…) me habían dejado tan insatisfecho. Simmons siempre me había demostrado un oficio que, más allá del uso de la técnica del “superventas” de la que tan hábilmente se sirve en sus obras más mainstream, me atrapaba con su narración y me hacía leer sus libros en un suspiro por largos que fueran. En este caso no ha sido así, en absoluto, y menos mal que El hombre vacío es cortito y no se hace por ello eterno, aunque a veces tal amenaza pende sobre sus páginas.
Es esta la historia de Jeremy Bremen, un hombre con la capacidad de recibir los pensamientos de las personas que le rodean, una capacidad que se ha visto felizmente escudada durante años por la misma telepatía de la que hacía gala su esposa Gail; pero ahora ella ha muerto y el mundo se le viene encima a Jeremy cuando las mentes de los demás quedan abiertas a gritos a su escrutinio sin que pueda hacer nada por evitarlo. Ante tal invasión de su cerebro y queriendo aislarse del mundo, iniciará un viaje a través de los Estados Unidos que le conducirá a los profundidades de la psique humana y a la degradación más absoluta, hasta llegar a la indigencia; al tiempo que en una serie de flash backs iremos asistiendo a la relación que mantenía Jeremy con su esposa y a la investigación sobre la telepatía y otras habilidades matemáticas que llevaban a cabo los protagonistas.
Es triste comprobar la poca fe que, al menos aquí, demuestra Simmons en el ser humano. No es que el protagonista no se encuentre con otro personaje que parezca tener una mente “limpia”, sino que parece que tal ser no existe y todos los pensamientos que invaden agresivamente la mente de Jeremy son de una suciedad y fealdad absolutas. En un mundo en blanco y negro, el blanco parece no existir (más que en el recuerdo de su esposa) y los grises son realmente escasos. Es un mundo descarnado, cruel, terriblemente hipócrita y realmente muy triste.
El protagonista se mueve por unos impulsos que difícilmente podemos entender ya que al parecer ni siquiera el mismo los entiende demasiado (y como nosotros no somos telépatas, pues mucho menos), mientras el mundo, las personas que le rodean le bombardean con su suciedad mental y presentan al mundo, a las personas con las que conviven, una cara totalmente falsa. Y que sí, que todos tenemos nuestros secretos, nuestros pequeños (o grandes) pecadillos que queremos mantener ocultos, pero es que en la novela Simmons no se muestra más que la más rastrera bajeza moral como si esa fuera la norma, y ciertamente no creo que ese sea el caso. Además, para aderezar la narración y supongo que para que no se hiciera tediosa, Jeremy se verá inmerso en una inverosímil trama de mafiosos y asesinatos, de persecuciones y huidas a través del país que sirven para dar algo de emoción a la lectura, pero que no dejan de resultar en todo momento increíbles.
Simmons desde luego no ha perdido (bueno, no había perdido entonces, que el libro es del ’92) su buen hacer, y su escritura es tan fluida y agradable como siempre; lo que sucede es que eso no es suficiente para convertir en interesante este El hombre vacío y conseguir sólo por la fuerza de su narrativa implicar al lector en las desgraciadas, trágicas y tristes vivencias de Jeremy Bremen en un mundo tan sórdido y cruel que no es de extrañar que el protagonista quiera abandonar a toda costa en busca de algo mejor.
Lo siento, pero no, esta vez Simmons no ha conseguido atraparme con su patético protagonista ni implicarme en su periplo. Es la primera vez que me defrauda de esta manera y tal vez por ello esta crítica sea algo más dura de lo que hubiera sido si el autor fuera otro del que no hubiera esperado tanto. Quizá había puesto el listón demasiado alto (sobre todo teniendo tan reciente la lectura de su magna y magnífica Olympo), o quizá el libro sí que sea tan malo como me ha parecido; no lo sé. Al menos es corto, que no es poco alivio.
He comenzado hoy a leer este libro (¿no lo abandonarías por casualidad en el contenedor donde yo lo encontré?) y veo tu poco halagüeña crítica.
ResponderEliminarCuando lo termine te vuelvo a contar.
La ventaja es que yo no he leído Olympo.
No, no tengo por costumbre tirar ningún libro, aunque no me haya gustado. Para eso siempre viene mejor la donación a alguna biblioteca u otra institución (en las cárceles suelen estar deseando que les "regales" libros; y no es broma).
ResponderEliminarDe todas maneras, ¿encontrártelo tirado en un contenedor no te dio ninguna pista de que aquello no debía ser demasiado bueno? ;-)
Saludos