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martes, 29 de abril de 2008

Reseña: Crónicas del Señor de la Guerra

Crónicas del Señor de la Guerra.

Bernard Cornwell.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Volumen 1. El rey del invierno. Muchnik Editores. Col. Quinteto 17. Barcelona, 2002. Título original: The Winter King. Traducción: Concepción Cardeñoso Sáenz. 621 páginas.

Volumen 2. El enemigo de Dios. Muchnik Editores. Col. Quinteto 26. Barcelona, 2002. Título original: Enemy of God. Traducción: Concepción Cardeñoso Sáenz. 575 páginas.

Volumen 3. Excalibur. El Aleph Editores. Col. Quinteto 34. Barcelona, 2002. Título original: Excalibur. Traducción: Concepción Cardeñoso Sáenz. 589 páginas.

En la Britania del siglo V, el rey supremo Uther Pendragón se erige como la última defensa de los reinos unidos de los britanos contra la amenaza sajona proveniente del continente y cuya presión es cada vez mayor. Pero Uther está a punto de morir y su herededo, su hijo Mordred, es apenas un recién nacido, así que dejará la regencia y el destino de la unidad britana en manos de su hijo ilegítimo: Arturo, caudillo guerrero, que se verá atado a los juramentos prestados, a los que su honor le impedirá faltar o renunciar, a pesar de sus propios sueños y capacidades, mayores de los de muchos otros que se considerarán sus superiores. Y así comienza una épica narración en la que la pervivencia de los enfrentados reinos britanos está en juego, frente al aparentemente imparable avance de los sajones y a las luchas internas que desgarran la unidad alcanzada por Uther Pendragón. La tarea no es en absoluto sencilla y Arturo se enfrenta a una vida de continuas batallas y derramamientos de sangre, en la que los momentos de solaz y esparcimiento serán como rayos de sol entre nubes de tormenta.

Hay que decir que, aunque dividido en estos tres voluminosos tomos, en verdad se trata de una única novela, ya que cada entrega continúa sin pausa con lo narrado en la inmediatamente anterior. Sin embargo, también se debe indicar que podría ser recomendable el dejar un reposo entre libro y libro, un descanso que permite un mejor disfrute sin sobresaturarse.

El relato se nos presenta escrito por un monje en el final de sus días; de origen sajón, pero criado por los britanos, llegaría a convertirse en uno de los mayores valedores y amigos de Arturo. En varios momentos se recalca que lo que se está contando es la historia real, los sucesos como él mismo los viviera y fuera testigo, en contraposición a las visiones de poetas y juglares que pervirtieran la historia para hacerla más hermosa, más acorde a los gustos de sus oyentes, enalteciendo a algunos personajes que en realidad poco o nada tenían que ver con esa visión “caballeresca” extendida con posterioridad.

Cornwell intenta un acercamiento “histórico” a la figura del caudillo britano, Arturo, que nunca quiso ser rey, pero sin renunciar por ello a la visión más “mítica” que nos han trasmitido los bardos, poetas y escritores de siglos posteriores. Así el autor se embarca en una fiel reconstrucción, ampliamente documentada, de lo que podría ser la vida en la Edad Media, en una tierra como Britania; de los usos y costumbres; los tipos de construcciones; los ropajes de nobles, soldados y plebeyos; de los utensilios, bélicos y cotidianos, que los mismos utilizaban; en una búsqueda de realismo que da una gran profundidad al relato sin restarle un ápice de emoción. Se nota en todo momento, licencias aparte, una búsqueda de veracidad que acerca mucho más lo narrado al lector. Mención aparte merecen las cruentas descripciones de las numerosas batallas en las que se ven envueltos los protagonistas, lejos de la poética de los juglares, pero no exentas de un cierto lirismo salvaje y épico. Un realismo que se muestra en los ejércitos de leva, con pocos soldados “profesionales”, con cada guerrero portando todo lo que necesita para el enfrentamiento, tanto armas, como aperos y provisiones; en las descripciones de las luchas, en el sufrimiento, en las tripas que se derraman, en los olores que casi se intuyen, en los diálogos entrecortados, auténticos, en el miedo que se palpa y en el sobreponerse al mismo que hace de los guerreros auténticos locos o héroes…

Realismo, sin embargo, que choca a veces con el uso de personajes, circunstancias o nombres claramente anacrónicos con la época en que está situada la acción; hecho que el mismo autor se ocupa de remarcar y justificar en unos pequeños apéndices al final de cada volumen, como un guiño o concesión al lector moderno que espera ciertas cosas de la leyenda artúrica que no podrían faltar.

Es curioso en ese sentido tener en la mente las diferentes versiones del ciclo como La Muerte de Arturo de Mallory, ya que resulta muy interesante ver los paralelismos y los lugares en que difieren (muchas veces radicalmente) unas y otra. Es interesante ver cómo son tratados los diferentes hechos “históricos”, las batallas, la vida diaria o algunas de las leyendas periféricas del ciclo, incluidas aquí como interesantes añadidos al trasfondo de la historia principal en curiosas versiones del origen del mito.

Ofrece Cornwell el retrato de un mundo en proceso de cambio, con referencias a la ya lejana ocupación romana, que dejó un barniz de civilización y cultura en los dirigentes y reyes britanos, pero que se va perdiendo en la ignorancia de guerreros y campesinos (estremecedora la imagen en la que unos soldados aclaman al rey entrechocando las astas de sus lanzas contra un mosaico mientras las piezas cerámicas van saltando con cada golpe al suelo), y con la llegada del cristianismo que va extendiéndose en una difícil convivencia con las creencias ancestrales de los pueblos allí instalados y que muchas veces llevará a la confrontación.

Es llamativo, dentro de esa búsqueda del realismo por encima de todo y con la que podría entrar en contradicción, el uso que hace Cornwell del recurso mágico. Como personaje omnipresente (aunque muchas veces ausente) no podía faltar el mago Merlín, consejero con agenda propia de Arturo, y con el que el autor juega a no tomar partido sobre la existencia real o no de la magia, decantándose a un lado u otro según el momento en que se encuentra la narración, ofreciendo muchas veces la explicación mundana (trucos, sugestión, engaño…) del acto milagroso, pero dejando en el aire la duda sobre la causa de alguno de ellos, quizá para que sea el propio lector el que elija lo que más le satisfaga.

En la épica historia de este Señor de la Guerra, y ahora que está tan de moda la saga de Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin, se podría decir que ésta es un claro antecedente de la misma. A lo largo de sus muchas páginas aparecen multitud de personajes de los que no se debe encariñar uno demasiado, batallas por doquier, política, traiciones, muertes a granel, interesantes dosis de romance, adulterio e insinuación de incesto, enfrentamientos entre reinos “hermanos”, un continuo cambio de alianzas en el juego de los tronos, amenazas exteriores, y hombres, y mujeres, con una gran profundidad psicológica, ambiguos, llenos de matices… humanos al fin y al cabo.

Se mueven estos personajes en un mundo que termina, el de los dioses paganos, y uno que avanza imparablemente, el del cristianismo, que provoca muchas tensiones y que no es sino reflejo de la agonía de los reinos britanos ante los sajones, a los que tratan de detener. Merlín, paladín de los antiguos dioses, buscará por todos los medios restaurar su poder y ascendencia sobre la antigua Britania para recuperar el antiguo esplendor perdido.

Todo ello, sobre todo esa búsqueda de realismo, conduce al autor a un final algo anticlimático, pero no por ello menos emocionante. En el tercer tomo, tras la gran batalla de mediado el mismo, se produce una larga “despedida” (casi medio libro) mucho más tranquila con un repunte de épica en el último tramo, con una batalla que no llega a alcanzar las cotas de la anterior y que deja paso a un final más poético y triste. Es el fin de una era, de una forma de entender el mundo, y de una magnífica novela (o trilogía) destinada a pervivir en la memoria.

jueves, 24 de abril de 2008

Reseña: Sauce ciego, mujer dormida

Sauce ciego, mujer dormida.

Haruki Murakami.

Reseña: Santiago Gª Soláns.

Tusquets editores. Col. Andanzas # 649. Barcelona, 2008. Título original: Mekurayanagi to, nemuru onna. Traducción: Lourdes Porta (del prólogo: Jordi Beltrán). 386 páginas.

Siempre me ha parecido complicado hacer una reseña sobre una antología de relatos, sobre todo porque es muy difícil que todos ellos mantengan un mismo nivel. En este caso, sin embargo, con sus altibajos inevitables, los 24 cuentos incluidos en Sauce ciego, mujer dormida, se defienden juntos y por separado como una lectura plena y atractiva. Abarcan los mismos un amplio periodo de la producción de Haruki Murakami, desde 1983 hasta 2005, lo que permite hacerse una buena idea del devenir de la carrera literaria del autor.

Todos los relatos, a pesar de su enorme variedad (muchas veces fruto de la fusión temática entre oriente y occidente que tan brillantemente cultiva este autor), parecen partir de un hecho cotidiano, cercano, para de una forma absolutamente natural desgajarse en cierto modo de la realidad y mostrar al lector una esquina de su mundo que no se esperaba. Un suceso enigmático, una decisión inesperada, algo que se sale fuera de lo común, cualquier pequeña cosa puede dar lugar a lo narrado. Los toques fantásticos que contienen muchos de ellos están asumidos como si no fueran nada en absoluto extraordinario; como si no debieran llamar la atención, sino aceptarse como una faceta más del diario discurrir de sus protagonistas. Muchos relatos, como gajos de la existencia, ni siquiera tienen un final definido, sino que continúan su historia más allá de las páginas del libro.

El lector se encuentra ante auténticos retratos, fotografías en movimiento, tanto de personajes, como de motivaciones o sensaciones. De alguna manera se produce el encuentro con lo extraño, rompiendo la cotidianidad, pero en vez de tratar de aventurar una explicación al suceso, simplemente el autor se hace eco del mismo (hay un recurrente uso de la primera persona, como si se quisiera acercar mucho más a lo narrado) con naturalidad, sin ofrecer respuestas, sino tal vez buscando que el lector se involucre y elucubre sus propias deducciones. Muchas veces, ni siquiera existe ese intento, sino que busca tan sólo provocar un sentimiento, una emoción evocada por las palabras.

Quizá como hilo conductor entre todos ellos, es inevitable darse cuenta de la existencia de una profunda reflexión, a veces irónica, a veces casi filosófica, sobre el propio acto creativo, sobre la escritura principalmente, ya que es indudablemente lo que más de cerca toca al autor, pero también sobre otros ámbitos como pueden ser el mismo acto de la lectura, la pintura o la música (ese jazz que parece impregnar todas las páginas del libro, aunque tan sólo se mencione en unos pocos relatos). Existe un deseo subyacente de querer transmutar la realidad por la creación, de alcanzar un lugar “ideal”, que quizá no lo sea tanto.

Si hay un elemento que se puede decir que es prácticamente inherente a todos los cuentos es el surrealismo, rozando desde lo humorístico (“Somorgujo”) hasta lo grotesco y visceral (“Cangrejo”), ofreciendo siempre una peculiar poesía con las imágenes que se van abriendo ante la mente del lector. Así se puede rastrear en “La tía pobre” (que une ambas cosas, creación y surrealismo, al hablar de un hombre que tiene que acarrear sobre su espalda a la tía pobre del título, creada por su mente sin saber muy bien cómo y al que todos le dan consejos sobre cómo debería librarse de la misma), o en “El mono de Shinagawa” (quizá uno de los más bellos relatos de la antología) o en “La piedra de riñón que se desplaza día tras día” (y creo que el título ya es bastante explicito) o en “Conito” (donde los cuervos hablan, convertidos en descerabrados críticos)…

Pero encontramos muchos temas o reflexiones más aparte de los ya mencionados. En “Hanalei Bay” el autor da muestras de una profunda humanidad y empatía, a la vez que nos muestra la manera tan simple en que se forman los mitos. En “El espejo” ofrece un toque de terror (más de ambiente que de susto) al enseñar cómo lo sobrenatural puede entrar sin aviso en la vida de uno de la manera más simple. Hay historias que se cuentan dentro de las historias, como la que da título al volumen, “Sauce ciego, mujer dormida”, donde el desasosiego generado por las circunstancias extrañas domina el intelecto hasta que se recupera lo cotidiano; y en el lado opuesto “La chica del cumpleaños” muestra cómo ese mismo encuentro con lo extraño, lo que te aparta del habitual discurrir de tu vida, te cambia y te transforma en cierto grado, de forma que a pesar de seguir siendo la misma persona, ya eres alguien distinto.(genial el detalle de ni siquiera desvelar el deseo solicitado). Todos los relatos tienen un toque poético, mayor o menor, pero siempre presente, un sentimiento evocador, una belleza intrínseca, una fuerte carga emotiva que tanto puede ser de esperanza (impresionante en su brevedad, “Un día perfecto para los canguros”) o de indefensión y repulsa (“Nausea, 1979”)

Dentro de la enorme variedad temática, imposible de acotar al igual que es imposible circunscribir los relatos a un género concreto, el autor mantiene varias constantes, como pudiera ser el recurrente y ya mencionado uso de la música, o la presencia del mar, concurrente en tantos de sus relatos que se convierte en un protagonista más, con personalidad propia, desencadenante o testigo de los hechos; como en “El séptimo hombre”, donde la pena y la culpa impiden el acceso a la redención, a la concesión del perdón para uno mismo. La mezcla es continua, el surrealismo siempre presente se hace ciencia ficción en “El hombre de hielo” (donde el protagonista es literalmente lo que sugiere el título) o el relato de viajes y búsqueda interior se transmuta en misterio en “Los gatos antropófagos” (donde lo extraño puede estar tanto fuera como dentro de uno, y las dimensiones pueden confundirse)…

Sauce ciego, mujer dormida es, en definitiva, una colección de relatos para paladear con calma, para disfrutar de las sensaciones que crean en la mente, y a los que volver pasado un tiempo a seguir descubriendo todo aquello que una primera lectura no ha dejado al descubierto, que seguro que es mucho. Se obtienen más preguntas que respuestas, pero merece la pena, al fin y al cabo son relatos como la vida misma.

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Reseñas de otras obras del autor:

Kafka en la orilla.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas.


lunes, 21 de abril de 2008

Avance: Un número de miedo para Historias Asombrosas

Recibimos el siguiente comunicado de prensa:

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En mayo estará disponible en librerías especializadas y en Scifiworld.es la segunda entrega de Historias Asombrosas.

Un segundo número dedicado al terror que, a lo largo de sus cien páginas, conseguirá perturbar vuestros sueños con autores de auténtico lujo como Pilar Pedraza, Domingo Santos, Laura Gallego, Elia Barceló o el mismísimo Ramsey Campbell entre otros.

Recuerda, en mayo, Historias Asombrosas ¡No faltes a la cita!
Reservalo en Scifiworld.es o en tu librería especializada.

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Para más información:

SCIFIWORLD

www.scifiworld.es

prensa@scifiworldmagazine.com

viernes, 18 de abril de 2008

Reseña: El niño del pijama de rayas

El niño con el pijama de rayas.

John Boyne.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Salamandra. Barcelona, 2008 (15ª edición). Título original: The Boy in the Striped Pyjamas. Traducción: Gemma Rovira Ortega. 219 páginas.

De la contraportada del libro:

“Estimado lector, estimada lectora:

Aunque el uso habitual de un texto como éste es describir las características de la obra, por una vez nos tomaremos la libertad de hacer una excepción a la norma establecida. No sólo porque el libro que tienes en tus manos es muy difícil de definir, sino porque estamos convencidos de que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura. Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué se trata.

No obstante, si decides embarcarte en la aventura, debes saber que acompañarás a Bruno, un niño de nueve años, cuando se muda con su familia a una casa junto a una cerca. Cercas como ésa existen en muchos sitios del mundo, sólo deseamos que no te encuentres nunca con una.

Por último, cabe aclarar que este libro no es sólo para adultos; también lo pueden leer, y sería recomendable que lo hicieran, niños a partir de los trece años de edad.

El editor”.

Lo cierto es que resulta muy difícil llegar “virgen” a este libro, pues es uno de esos cuya “fama” corre como la pólvora de boca en boca y de recomendación en recomendación, sobre todo en la prensa (hace nada vi en un periódico una de esas listas de “lo más vendido en…” donde lo destripaban vilmente en tres líneas), pero la verdad es que es lo más aconsejable. Lo interesante de El niño con el pijama de rayas es ir descubriendo por uno mismo y desde el primer capítulo todas las referencias que va ofreciendo la mirada inocente del pequeño protagonista y sus infantiles, e ingenuas, interpretaciones de lo que va viendo. Cuánto menos se sepa de la trama, mejor; no es imprescindible, desde luego, pero se disfruta más.

Utilizando muchos de los recursos de la Literatura Infantil (llamadas de atención, repetición machacona de frases clave, nombre mal transcritos como los entendería un niño…) Boyne ofrece un relato para adultos lleno de poesía y horror. Sinceramente, creo que, a pesar de lo que diga la sinopsis, los adolescentes de hoy en día carecen del acervo cultural necesario para captar en toda su intensidad el significado pleno de esta novela.

El niño con el pijama de rayas muestra al lector las diferentes caras del “monstruo”, invitando a una reflexión sobre los horrores a los que puede descender el ser humano, mostrando sin embargo rasgos de “humanidad” y de amor. Hay aquí una radiografía del alma humana, de sus abismos y de sus cimas, de cómo se puede continuar con la vida cotidiana o llegar a acostumbrarse a hechos terribles mientras no le toquen a uno como su protagonista. Se plantea el dilema moral de la sumisión a la obligación o al deber; a la ceguera voluntaria que permite que los actos horribles cometidos contra otros se conviertan en justificables. Habla el autor del odio oculto bajo el barniz de la razón. Y todo ello bajo el prisma que otorga la mirada inocente de un niño de nueve años que no puede entender que exista el mal en su mundo, que sólo desea jugar con sus amigos, vivir en su barrio y crecer feliz; un niño que tendrá que juzgar lo que le va sucediendo según los parámetros que su protegida vida le ha ofrecido, y que le llevarán a ejercer la amistad a pesar de todas las barreras que se interpongan en su camino.

Ya desde el primer capítulo se puede intuir por dónde va a discurrir la narración, ya se plantean los parámetros de tiempo y lugar a los que circunscribir la acción, pero hay que ir escarbando entre las pistas que deja caer la visión distorsionada de un niño que no quiere que su mundo cambie. Las referencias se van sucediendo, conformando un ameno relato, donde poco a poco se va desvelando el horror oculto tras el traslado de la familia a través de una narración casi siempre amable hasta el mazazo final.

El niño con el pijama de rayas es un libro que se lee de un tirón, gracias a su brevedad y a la agilidad de la escritura de la que hace gala Boyne. No es, tal vez, para tanto la fama que está alcanzando merced a la recomendación popular que ha propiciado que haya alcanzado ya su 15ª edición, pero sí que es, desde luego, una lectura muy recomendable, destinada a agitar conciencias y a provocar la reflexión. Creo que merece la pena sumergirse en sus páginas.

Y no deje que se lo cuenten.

martes, 15 de abril de 2008

Reseña: El misterio de Stonehenge

El misterio de Stonehenge.

Jack Williamson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría de Ideas. Col. Solaris ficción # 103. Madrid, 2008. Título original: The Stonehenge Gate. Traducción: Isabel Notario Matey. 314 páginas.

Jack Williamson publicó su primera historia en 1928, atesorando desde ese momento hasta su muerte en 2006 una enorme y exitosa producción tanto en relatos como en novelas. Se le podría considerar casi como uno de los últimos “dinosaurios” de la ciencia ficción clásica, en la que parece haberse quedado anclado, con una forma de entender el género ajena al paso de los años. Y eso se nota tal vez en demasía. A pesar de estar publicado originalmente en el año 2005, El misterio de Stonehenge tiene el sabor de la SF escrita durante los años 50 ó 60 del siglo pasado, rezumando a lo largo de sus páginas una ingenuidad a veces enternecedora y a veces realmente sonrojante.

Cuando el profesor Dereck Ironcraft descubre en unas fotos de radar satélite unos restos similares al círculo de Stonehenge enterrados bajo las arenas del Sahara profundo, decide junto a tres amigos docentes (de muy diversas disciplinas académicas) utilizar sus vacaciones para montar una excursión privada e investigar las antiguas estructuras. A través de la narración en primera persona de Will Stone, profesor de literatura inglesa, asistiremos a las peripecias que tal decisión desencadenará en el grupo. El protagonista se convierte en un testigo pasivo de la narración, dejando que las cosas sucedan a su alrededor sin llegar en momento alguno a implicarse en la acción, simplemente observando y dando testimonio de los hechos.

La forma de narrar, como ya he dicho, es excesivamente “clásica”, excesivamente pegada a un “sentido de la maravilla” que busca sorprender por la simple acumulación de descripciones y situaciones extrañas cuando hoy en día la sorpresa es muy difícil de conseguir. La fascinación no pasa ya tan sólo por describir sociedades, planetas o civilizaciones ajenas a la experiencia humana (que aquí las hay, y unas cuantas), sino en hacerlas verídicas a los ojos del lector, en explicarlas, justificarlas y hacerlas de alguna manera posibles, aunque sean inexplicables. No basta con exponer una sucesión de “maravillas” evocadoras que no se sostienen más que por su propia existencia o de hechos que suceden porque sí; hay que bajar a la arena y hacerlas verídicas.

El misterio de Stonenhenge es, en ese sentido, terriblemente ingenua. Los personajes no tienen unas reacciones demasiado coherentes ante las cosas que les suceden, no se cuestionan lo que les ocurre. Simplemente lo aceptan, con excesiva rapidez y naturalidad, y continúan la aventura en una especie de huida hacia delante, saltando de planeta en planeta sin explicación alguna. Que pasando por en medio de dos columnas de piedra aparecen en otro planeta, pues estupendo; que encuentran una carretera que se mueve sola y avanza desde hace siglos sin agotarse su energía o a pesar de estar cortada en algunos trozos ¡qué más da!, la cogen y a ver dónde les lleva. Las cosas funcionan porque sí, no hay un proceso por el que el lector comprenda las decisiones o las conclusiones a las que llegan los protagonistas; todo avanza porque lo necesita la trama y ninguno de los implicados lo cuestiona, sino que se aprovechan de ello y a otra cosa mariposa. Juega Williamson con la tecnología aventurada hoy por otros escritores (caso del ascensor espacial o de los robots de material dúctil, que pueden asumir diferentes formas), pero al contrario de éstos no intenta en ningún momento justificar su existencia o intentar explicar su funcionamiento. Todo está supeditado a la aventura en sí, incluso el tiempo de la narración, confuso en algunos momentos en que sin indicación o elipsis alguna pasan días sin que el lector sepa dónde se han metido.

Sin embargo es una novela tan sumamente “naif” que consigue, una vez asumido el propio absurdo implícito en ello y forzando un tanto (mucho) la suspensión de la incredulidad, que se lea hasta con simpatía, con nostalgia, como un residuo de una forma de narrar que hoy ha quedado de alguna forma obsoleta, pero que tantos buenos ratos nos hizo pasar cuando nos iniciábamos con los clásicos de la Edad Dorada. Unos libros de una época más inocente quizá, cuando las cosas parecían más fáciles, los extraterrestres mucho más posibles y la aventura era en sí la única justificación para la propia aventura, sin introspección ni, muchas veces, cierta lógica (y es que el libro está plagado de detalles que tan sólo pueden ser calificados de incoherentes).

Hay poco lugar para la reflexión, y cuando la hay, la misma es tan sutil como un martillazo en la cabeza, como ese planeta donde transcurre el grueso de la narración y en el cual el enfrentamiento racial entre blancos y negros es tan marcado que casi cae en la parodia más que en el reflejo de lo vivido en nuestro mundo, o como ese supuestamente sorprendente origen de la humanidad que se desvelará sacado de la manga de uno de los protagonistas.

La Factoría sigue empeñada, por otro lado, en lastrar el agradable disfrute de sus libros, traducido aquí en la sustitución de nombres de personajes en medio de la narración (poner el nombre de uno de los protagonistas en vez del que de verdad está participando en la acción o diálogo; cosa que sucede unas cuantas veces) o la inclusión de guiones donde no corresponde. No es, desde luego, tan grave como otras veces, pero ya es demasiada reincidencia a lo largo de los años. Deberían mejorar el tema, en su propio interés.

En definitiva, El misterio de Stonehenge (por cierto, me pregunto a qué viene el cambio en el título de ese proclive a la confusión “El misterio de…” en vez del mucho más descriptivo y acertado “La puerta de…” original) es un libro actual que debe ser leído como si hubiese sido escrito un buen porrón de años atrás y dejando a un lado toda la incredulidad posible. Sólo así se conseguirá entrar en la narración y seguir el galáctico periplo de los protagonistas con cierto interés y fascinación, que supongo que es lo que el autor buscaba.

miércoles, 9 de abril de 2008

Reseña: El círculo de Farthing

El círculo de Farthing.
Jo Walton.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

La Factoría de Ideas. Col. Línea Maestra # 10. Madrid, 2008. Título original: Farthing. Traducción: Carmen Albadalejo. 316 páginas.

Tras sorprendernos gratamente con la muy recomendable Garras y colmillos, La Factoría nos ofrece ahora El círculo de Farthing, una ucronía fascinante de la misma autora. En 1949, ocho años después de la paz firmada con Hitler para sacar a Gran Bretaña de la II Guerra Mundial, el grupo político que lo hizo posible se reúne en Farthing, la finca que diera nombre al mismo, para pasar un fin de semana y planear sus movimientos destinados a recuperar las más altas cotas del poder, del que se habían visto alejados un tanto en los últimos tiempos. Pero he aquí que la tranquilidad del campo se verá alterada al descubrirse el asesinato de uno de los miembros de la camarilla; asesinato, por otra parte, de indudables motivaciones políticas, pero que podría no está tan claro como las pruebas parecen indicar.

La trama se desarrolla en dos líneas paralelas: Por un lado el lector sigue la historia a través de la narración en primera persona de Lucy Kahn, antes Lucy Eversley, casada con David, un judío no muy bien visto por el grupo de amistades de Lucy ni, sobre todo, por la madre de la misma. Por otro, el objeto de la narración se traslada, esta vez en tercera persona, a la investigación que sobre el suceso lleva a cabo el inspector Charmichael, de Scotland Yard. A través de una estructura literaria de capítulos alternos entre una y otro, el lector asistirá al desarrollo de los acontecimientos, observando casi desde el principio como las dos historias, los datos que van descubriendo ambos no terminan de concordar, produciéndose importantes discrepancias que indican, sin duda, la existencia de gato encerrado en las distintas versiones del asesinato y de su mano ejecutora.

El círculo de Farthing se presenta así como la típica historia policíaca, donde los implicados tienen que resolver el misterio de la identidad del asesino y las motivaciones que se ocultan tras su acción; pero el lector pronto se da cuenta de que el libro encierra mucho más, en su trasfondo, de lo que se podría pensar en un principio. Walton desarrolla una inteligente ucronía en la que el horror de una Europa dominada por el nazismo planea sobre toda la trama: el sufrimiento de los discriminados judíos; la hipocresía de una sociedad británica que da la espalda al continente para poder vivir sus en apariencia idílicas vidas ciegas a la barbarie fascista que amenaza con instalarse silenciosamente dentro de ellas mismas, la demonización de los bolcheviques tomada como excusa para aplastar cualquier movimiento obrero…

Jugando muy hábilmente sus cartas, sin perder en ningún momento la amenidad o el interés, la autora va mostrando el desprecio recibido por David Kahn, el judío que lucha contramarea para limpiar la imagen de los suyos a pesar de confesarse bastante poco religioso, y que servirá como involuntario chivo expiatorio del crimen. El lector va descubriendo un trasfondo muy trabajado, una sociedad totalmente fracturada entre los señores, los nobles, y los sirvientes, los plebeyos y trabajadores. Con brillantes pinceladas, Walton va dejando caer detalles de la vida cotidiana en esa Gran Bretaña divergente, tan diferente, pero a la vez tan similar a la de nuestro mundo; y eso sin olvidar en ningún momento lo que se nos está narrando: la investigación de un crimen, con sus interrogatorios, sus sospechosos, sus pistas y sus revelaciones sorprendentes.

Da muestras la autora de una escritura muy fluida, muy imbuida de la forma de narrar de las novelas policíacas de mediados del siglo pasado (época, por otra parte, en la que se sitúa la propia narración) tanto en la forma como en el fondo, aunque la temática desvele un horror que sólo se puede considerar con el desapego que da la distancia de los años. El círculo de Farthing, como un cóctel preciso, contiene las dosis justas de misterio y dramatismo, de un humor contenido muy británico y de ciertas llamadas a la reflexión.

“¿Y si una democracia se hubiera vendido al fascismo?”, inquiere la portada, pero lo que en verdad se nos relata dentro es cómo Gran Bretaña cierra los ojos y le regala a Hitler el resto de Europa y la posibilidad de concentrar todos sus esfuerzos bélicos en la campaña del Este. Uno de los protagonistas reflexiona sobre cómo han abandonado a sus aliados y se pregunta entonces para qué lucharon y murieron durante dos años los jóvenes del país, para qué sufrieron los bombardeos los habitantes de Londres, para qué fallecieron tantos civiles, si al final, y tan sólo por designios políticos y por ambición personal, sus dirigentes pactaron con el fascismo comprando su propia tranquilidad.

Al final, parece decir Walton, en ese mundillo cerrado y endogámico de la alta política, el aliado de ayer puede ser perfectamente tu enemigo de hoy; y las trampas y encerronas son ley de vida. Aprovecha la autora para hacer un juego de palabras con el título original, ya que “Farthing”, además del lugar donde se desarrolla prácticamente toda la acción de la novela y que da nombre al grupo que negociara la “Paz con Honor”, es también el nombre que recibe la moneda inglesa de un cuarto de penique, detalle que tendrá su relevancia a lo largo de la trama, y que, de alguna forma, quiere manifestar lo que de verdad valen los que buscan el poder en su beneficio.

La novela se “cierra” con un final bastante abierto, no en cuanto a la trama del asesinato, perfectamente resuelta, sino en torno al destino inmediato de los protagonistas principales, que queda bastante en el aire. Afortunadamente para aquellos que disfruten de El círculo de Farthing, la autora ha publicado Ha’penny, un libro que sin ser estrictamente una continuación del que nos ocupa, sí amplia el escenario de esta Gran bretaña alternativa con un nuevo caso del inspector Charmichael. Esperemos que La Factoría lo incluya dentro de sus planes de publicación y podamos seguir disfrutando pronto de la obra de Jo Walton en castellano.

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Reseña de otras obras de la autora:


martes, 1 de abril de 2008

Eventos: AsturCon 2008

Nos hacemos eco de esta noticia aparecida en la bitácora de Rodolfo Martínez "Escrito en el agua". Un año más se convoca la AsturCon, un evento en torno al fantástico que siempre recibe las mejores críticas:

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Ya está en marcha, un año más, la AsturCon, los encuentros de ciencia ficción y fantasía que se realizan dentro del entorno de la Semana Negra de Gijón.

Las fechas, del 11 al 13 de julio de este año.

El lugar, como ya he dicho, la Semana Negra.

Y este año, aprovechando que George RR Martin es uno de los invitados al festival gijonés, la AsturCon estará dedicada a Canción de Hielo y Fuego, como no podía ser menos.

En un caso así sólo había una opción para el cartel de este año: Enrique Corominas. Ya habéis visto el cartel justo al inicio del post: Un Jon Nieve en medio del frío norte (aunque esperamos que para julio el tiempo mejore por aquí), defendiendo el Muro con su wargo Fantasma. Al fondo del personaje, una de las atalayas del Muro, con un sospechoso parecido con el mirador de la Providencia de Gijón.

© 2008, Rodolfo Martínez

© 2008, Enrique Corominas, por el cartel