Orson Scott Card y Aaron Johnston.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2009. Título original: Invassive Procedures. Traducción: Rafael Marín Trechera. 365 páginas.
Según explican los propios autores, la génesis de esta novela es, más o menos, la siguiente: Card encarga a Johnston que escriba un guión cinematográfico basándose en uno de sus cuentos, una vez escrito lo mueven para ver si alguien se interesa en trasladarlo a la gran pantalla, pero ante el “fracaso” en conseguirlo y para no dar por perdido todo el trabajo deciden convertir el material en una novela. Así, Tratamiento invasor se “jacta” de ser la adaptación de ese guión cinematográfico y lo cierto es que se nota en exceso, por ejemplo en la enorme predominancia de los diálogos dentro del texto, o en el abuso de las explicaciones, tanto científicas como de lo que está sucediendo en la escena, dentro de las conversaciones entre los diversos protagonistas, o en la descripción de algunas escenas de una forma totalmente “cinematográfica”, casi esquemática, más orientada a lo visual buscando la espectacularidad que a la introspección o la reflexión. Pero, ¿es eso algo malo en sí mismo? Pues la verdad es que a priori no, lo único es que viene bien el saberlo de antemano para que el lector se adentre en la lectura sabiendo lo que va a encontrarse y no se lleve la sorpresa al no encontrar exactamente lo que se espera de un libro de Orson Scott Card.
Pero, y he aquí otro de los interrogantes que puede suscitar la novela aún antes de comenzar su lectura, ¿es esta una novela de Card, del guionista Johnston metido a novelista o de ambos a cuatro manos? Por lo comentado un poco más arriba, el lector ya podrá sospechar que Tratamiento invasor debe más, por lo que se intuye, a Johnston que a Card. Sí, el cuento original es suyo, los personajes son bastante típicos de su producción, y el tema y sus ramificaciones se encuentran dentro de lo que se podría esperar de este autor; pero la plasmación de la historia, el desarrollo de la misma, el “tempo”, las descripciones cuando las hay y el tipo de escritura, por muy supervisada que haya sido, es evidente que debe más al joven colaborador que al “maestro” que pone el nombre en letras bien grandes para, supongo, aumentar las ventas.
Sin abundar mayormente en la autoría compartida, el tema que han elegido para su colaboración se encuentra, sin duda, de la máxima actualidad (a pesar de que el cuento original, «Negligencia», en que se basa la novela fuera publicado por primera vez en la revista Analog Science Fiction en 1976). La manipulación genética para “mejorar” al ser humano, para curar las enfermedades o para seleccionar ciertos atributos del ser humano por encima de otros, se encuentra actualmente sobre la palestra y es de sospechar que será tema de discusión científica y ética de los próximos años. En Tratamiento invasor el lector se va a encontrar con la aparición de un virus, aparentemente adaptado al genoma de ciertos individuos para curar sus enfermedades, que resulta terriblemente mortal cuando alcanza a otras personas que no sean sus destinatarios originales. Al mismo tiempo, una especie de secta religiosa de bienhechores amantes del prójimo, de los enfermos, los desahuciados y los más desfavorecidos, parece estar detrás de su propagación. Y ahí entra en la ecuación la Agencia de Riesgos Biológicos, con un recién reclutado Frank Hartman, especialista virólogo del ejército estadounidense, quien deberá frenar la expansión del virus aunque para ello deba enfrentarse al Profeta y a sus acólitos genéticamente mejorados.
Y así comienza la acción, una carrera contrarreloj en la que la humanidad puede estar jugándose su propio futuro. Los autores pronto se posicionan (incluso desde el propio título de la novela) dentro de la discusión ética y moral del uso de las llamadas terapias genéticas, al mostrar dos bandos distanciados de una forma excesivamente maniquea. Card y Johnston dan poco resquicio al lector para poder elegir entre una opción u otra, a pesar de que los “malos” podrían tener ciertas razones para conquistar las simpatías del lector si no fuera por la forma tan negativa y rechazable en que son presentados. De esta manera, salvo aquellos destinados a la redención previo arrepentimiento y retorno al “bando de los buenos”, los personajes afines a los “curadores” (la secta en cuestión) en todo momento son tratados de forma que el único sentimiento que inspiren sea el desprecio, el odio o la conmiseración. Los “buenos” en cambio, con todas sus dudas morales, son presentados de una forma mucho más amable, buscando la empatía y simpatía del lector en su cruzada frente a la manipulación genética y la cuestión de hacia dónde debe caminar la evolución humana, si se debe dejar actuar a la naturaleza o influir en la misma…
¿Y la historia? Pues como se puede imaginar de algo destinado a haberse convertido en una película, la narración, que se puede enmarcar dentro de la corriente cada vez más de moda del tecno-thriller biológico, contiene acción a raudales, un ritmo en ocasiones frenético que se demora más bien poco en descripciones o explicaciones técnicas, y los suficientes momentos álgidos y escenas espectaculares (y el lector no puede dejar de imaginarse cómo habrían quedado en pantalla grande, dada la abundancia de “lugares comunes” con otras producciones cinematográficas similares) como para mantener el interés. La predominancia ya reseñada de los diálogos y una fluida escritura hacen que la lectura avance a toda velocidad. La aparición de un buen número de personajes dota a la novela de variados puntos de vista, construyendo un puzzle más completo que si tan sólo se hubiera centrado en los protagonistas principales, aunque contribuye a un tiempo a diluir la atención sobre los más interesantes.
Se podrá estar de acuerdo o no con el mensaje que plantea Tratamiento invasor (y al menos tiene la virtud de hacerse posicionar al lector sobre la cuestión de la manipulación del genoma humano) y hay veces que parece querer hacer “comulgar con ruedas de molino” a aquellos que se adentran en sus páginas, pero lo cierto es que entretener entretiene. Aunque quizá no vaya mucho más allá, tampoco es imprescindible para pasar un rato agradable, cosa que Card y Johnston sin duda consiguen.
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