Connie Willis.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2010. Título original: the Winds of Marble Arch. Traducción: Pedro Jorge romero. 413 páginas.
Para abrir el volumen , y supongo que para refrescar la memoria después del tiempo pasado entre uno y otro ―que nunca viene mal―, se vuelve a ofrecer la introducción de Willis ya publicada en el anterior. No voy a incidir mucho más en ello, sino para remarcar nuevamente lo revelador de muchas de las afirmaciones ahí vertidas por la autora que ha hecho que sea un placer volver a leerlo.
Pasando a los relatos, abre este segundo volumen La maldición de los reyes. Una excavación arqueológica en un planeta lejano esconde la historia de un genocidio que solo muy poco a poco es revelado. Pero tras el afán de los protagonistas de salir del planeta con los «tesoros» hallados ¿se encuentra solo el deseo de preservarlos y escapar de la enfermedad-maldición que los acompaña o hay algo más. ¿Se trata de salvar una «antigüedad» de valor incalculable o de un simple expolio interesado aprovechándose del atraso de la sociedad dominante del planeta? Sin duda el relato transmite un mensaje excesivamente ambiguo, demasiado difuso, escondiendo comportamientos algo cuestionables bajo la premura de recibir un tratamiento para la extraña enfermedad que parece afectar a los descubridores de una particular tumba milenaria y la amenaza de los poderosos del planeta. ¿Es lícito aprovecharse de los legítimos dueños por muy bárbaros que sean y por mucho que sus antepasados hubieran robado los bienes antes? El relato no es un mal relato, está correctamente escrito, con personajes bien desarrollados, es emotivo y se percibe perfectamente el sentimiento de premura, de irreparable pérdida si no se sacan las obras del planeta ―unas obras, eso sí, que habrían estado perfectamente a salvo si los arqueólogos no las hubieran desenterrado y sacado a la luz―. Es difícil tomar partido en esta historia, entre los expoliadores de uno y otro lado, salvo para lamentar que los verdaderos oprimidos, los descendientes del pueblo masacrado y subyugado mucho tiempo antes, sigan siendo los perdedores después de todo.
Con Incluso la reina vuelve el humor y la ácida crítica tan característica de los relatos de Willis. En una sociedad futura donde las mujeres se han librado de diversas tiranías femeninas, entre ellas la menstruación, acercándose a la igualdad real con los hombres, una joven decidirá apuntarse a las «Ciclistas», un grupo de mujeres que desean volver a la situación anterior. Una convulsa y algo improvisada reunión familiar en torno a la mesa de una cafetería servirá, con el irónico estilo de la autora, para poner de relevancia la dura lucha del auténtico feminismo para adquirir aquellos derechos tradicionalmente negados a las mujeres y, al mismo tiempo, denunciar de alguna manera el «hembrismo» ―el machismo femenino― y ciertas tendencias actuales de muchas supuestas feministas que terminan resultando algo risibles contempladas en el espejo de la hábil prosa de la autora. El típico cuento donde «no pasa nada», pero que al finalizar, tras la inevitable sonrisa, queda una profunda capa de reflexión. Quizá es que haya que llevar las cosas hasta el extremo, haciendo una broma de ellas, para que nos las tomemos en serio.
En Posada el lector se va a encontrar con una nueva, peculiar y diferente historia de Navidad que le llevará a plantearse qué significan en realidad esos días tan señalados, cuál es, o debería ser, su verdadero espíritu. Mientras el coro de la iglesia ensaya su función navideña y fuera cae una copiosa nevada, la caridad cristiana se muestra en entredicho y parece muy lejana mientras la esposa del pastor, la reverenda Farrison, hace quedarse a los sin hogar fuera de la iglesia mientras esperan la furgoneta que los lleve al refugio por la desconfianza y el recelo ante lo que pudieran hacer o robar dentro de la parroquia. Tan solo una de las componentes del coro, metiéndose en un monumental enredo, tratará de ayudar y poner de nuevo en su camino a dos peculiares viajeros que han perdido el rumbo; demostrando además que cuando la necesidad apremia y la voluntad es buena incluso la barrera del idioma se puede superar. Una denuncia al ritmo de vida actual, a la falta de empatía con los necesitados, a la desconfianza hacia el prójimo desconocido y una lección de humildad para todo el que tenga un poco de corazón; destinado a remover conciencias y a cuestionarse nuestros propios comportamientos ante los demás.
Le sigue Samaritano, que es tal vez, el cuento más prescindible de toda la antología ―y me refiero a los dos volúmenes―. Dando cuenta de la particular visión religiosa que tiene la autora y seguro que con muy buena voluntad, Willis plantea aquí la posibilidad de que un orangután, habiendo aprendido a comunicarse mediante el lenguaje de signos y a realizar pequeñas tareas de mantenimiento en una parroquia de la Iglesia ecuménica unida, tenga también un alma en el sentido cristiano de la palabra. En un relato que aparentemente quiere plantear unas cuestiones filosóficas de hondo calado, se antoja que se queda como mucho a medio camino; dejando la elección en manos de cada lector, sin mojarse realmente, y lo cierto es que la referencia al Samaritano del título y su aplicación a alguno de los protagonistas es, como poco, excesivamente ambigua. Es un relato muy insatisfactorio, que podría haber dado para mucho más, y que a pesar de todo se lee con agrado e interés por los personajes y sus vivencias, y que por eso deja una sensación ambivalente, más cercana a la decepción que a la satisfacción. Como siempre Willis construye una ambientación y una situación realmente intrigante, pero no acierta con la exposición y el desarrollo.
Y desde el futuro más o menos cercano, la autora lleva al lector a uno más lejano con Cultivo comercial situando la acción en un planeta colonizado por la humanidad, donde los descendientes de los primeros colonos luchan contra la dura naturaleza por sobrevivir a las malas cosechas, las enfermedades mortales y las circunstancias adversas, mientras buscan desesperadamente encontrar un producto que puedan exportar a la Tierra para conseguir un equilibrio que les permita cierta independencia. La lucha contra lo inevitable, la rebelión contra la eterna injusticia, el deseo de sacudirse el yugo invisible de los que mantienen el sistema productivo y que no desean cambios en el status quo se abren paso en la mente del lector. Con personajes que se debaten entre el amor, el deber, la obligación, la desesperación y el rechazo, se impone el hacer lo que debe hacerse por encima de cualquier otra consideración. Una dura lección que muchos debieran aprender. Una historia triste que apenas deja entrever un rayito de esperanza y que, sin duda, invita a la reflexión. Una nueva muestra de cómo Willis puede darle la vuelta a las ideas preconcebidas que va planteando la narración hasta llevar al lector dónde ella desea y que casi nunca suele ser lo que parecía en un principio.
Con Jack la autora vuelve al Blitz, el bombardeo sobre Londres en la II Guerra Mundial, una nueva visión de la brigada de incendios dándole en esta ocasión un toque de misterio que pudiera ser, o no, sobrenatural. En esta ocasión, con este escenario tan querido por ella, ofrece un relato más complejo de lo que pudiera parecer a través de un grupo heterogéneo de hombres y mujeres que lucha contra los fuegos causados por las bombas y buscan supervivientes entre los escombros; una historia de redención, de remediar algo del mal causado; y de amistad, de compartir lo poco que se tiene en tiempos de penuria, de la vida bajo presión y de las flores que crecen incluso entre el erial de la barbarie humana, de amor más allá de la razón. Muy posiblemente, no está a la altura de Brigada de incendios, pero le sigue de cerca. Se nota que Willis ama la Historia por el tacto exquisito que demuestra al retratarla en sus gentes y lugares. Y ama a las personas, haciendo a sus personajes «reales» ante los ojos del lector, dotándolos de una humanidad, de una sensibilidad y una credibilidad difícilmente igualados por otros autores.
El siguiente La última autocaravana es otro de los relatos multi-premiados de la autora. Uno se pregunta del porqué del cambio de título ―cuando incluso en contraportada aparece como El último de los Winnebagos, y que hace referencia no solo a esa última autocaravana, sino también a una tribu de «nativos americanos»―. El lector se encuentra con un mundo crepuscular donde una forma de entender la vida donde prima la rapidez está terminando con otra más tranquila y bucólica, con todo lo que ello conlleva de pérdida; un mundo que resultará especialmente triste para todos aquellos que amamos a los perros y que sabemos todo lo que significaría su desgraciada extinción. El fin de una era en un brillante tour de force donde la tecnología cerca al hombre ―a pesar de que los caminos imaginados por Willis han quedado un tanto desfasados―, limitando su mundo muchas veces en vez de agrandarlo, donde hay que renunciar a mucho tan solo para ganar en velocidad ciega en la frenética vida actual y donde el lector se implica emocionalmente con la suerte y el dolor de todos los protagonistas ―el fotógrafo que vive con el triste recuerdo de su perro, la joven que causó esa pérdida y que vive desde entonces con la angustia de la culpa no asimilada, la pareja de ancianos que ven como su mundo termina y tratan de poner buena cara al mal tiempo...―. Desde luego, si un acierto tiene la autora en todos sus relatos es la extrema facilidad que tiene para poner al lector en la piel de sus personajes, haciéndole partícipe de sus alegrías y tristezas, de sus problemas y sus nervios, de sus ansias y locuras. Demuestra historia a historia conocer a la perfección el alma humana y consigue retratarla con una aparente facilidad que esconde una muy profunda complejidad en la estructura de todas sus obras. Impresionante. Es fácil entender el porqué de tantos premios.
Con Rito para el entierro de los muertos la autora se adentra en los terrenos de las historias fantasmagóricas, con un reconocido homenaje a Mark Twain y su Tom Sawyer con un personaje que vuelve a casa, después de haber desaparecido y haber sido dado por muerto, a tiempo para asistir a su propio funeral. Una historia de amor trágica, de remordimientos y arrepentimiento a pesar de lo que el corazón indica. Y de egoísmo y de perdón y de vergüenza y de amistad inesperada... Un cuento tierno que se podría inscribir sin demasiado problema dentro del Romanticismo clásico, y que a pesar de no destacar especialmente mantiene alto el nivel del volumen.
En El alma escoge su propia compañía el lector se enfrenta de nuevo al humor más absurdo de Willis desatado de forma absoluta, o la historia de cómo dos poemas póstumos de Emily Dickinson dan las claves de cómo la escritora rechazó desde la tumba la invasión marciana luego relatada por H.G. Wells y que en verdad tuvo lugar en Amherst. Es un cuento de apariencia intrascendente pero que esconde muchos conocimientos y amor entre sus líneas. Sin duda, hay claves que se escapan para el no experto en Dickinson y su ausencia de rimas coherentes. Da también una ácida visión de la revisión y particular interpretación de los expertos estudiosos de ciertos autores a los que es posible hacer decir cualquier cosa que se les antoje en sus poemas, por muy absurdo que pueda sonar en principio. Hilarante es decir poco, aunque se hace un tanto exasperante con tanta nota a pie de página, y quizá solo guste a los amantes de la Literatura.
Y la autora se adentra de nuevo en la nostalgia con Azar. Qué sucedería si en vez de caminar por la acera bajo la lluvia se hubiera bajado a la calzada, o si en vez de coger el impreso equivocado se hubiese cogido el correcto, o si se hubiera quedado en la residencia en vez de salir... Decisión tras decisión que marcan irreparablemente una vida sin que se pueda hacer luego nada para volver atrás, para elegir otro camino que quizá no hubiera llevado al callejón en que actualmente se encuentra la protagonista del relato, de vuelta a la ciudad y a la universidad donde cursó sus estudios, rememorando acciones del pasado, lo que fue y lo que pudo haber sido. Una mirada sin duda melancólica sobre todas esas pequeñas cosas, esos detalles en los que apenas se reparan y que lanzan los «destinos» en una dirección determinada sin que realmente sin que posteriormente se pueda modificar el resultado. Una gran muestra de la excelencia de Willis para construir grandes historias con las cosas más cotidianas, un ejemplo de su gusto por la reiteración de un elemento dentro de la narración sobre el que gira casi toda la trama ―en este caso los repetidos intentos de la protagonista por conseguir un impreso para solicitar un puesto de trabajo―. Es una historia donde algunas pinceladas divertidas se mezclan con un intenso sentimiento de tristeza y pérdida, y que dan muestra de lo magnífica comunicadora que es Willis.
En el Rialto. Amor, humor, Hollywood y física cuántica. ¿Es posible mezclar estos elementos y que salga un cuento no solo coherente sino profundamente satisfactorio? Pues no hay duda de que sí y este es seguramente el mejor ejemplo de ello. Un congreso científico en el que una recepcionista aspirante a modelo guión actriz bastante «despistada» desatará el caos, mientras la protagonista trata de resistirse a los intereses románticos de otro de sus colegas y el ponente principal parece desaparecido, al tiempo que las conferencias previstas nunca parecen estar en la sala anunciada de antemano. Una comedia de enredo donde las habitaciones de hotel obtienen diferentes inquilinos a un mismo tiempo creando incómodas situaciones ―¿o tal vez no tanto?― y donde la inevitabilidad de los acontecimientos lucha contra la teoría de los mundos paralelos. Un relato delicioso que podría llegar a dar un nuevo sentido al principio de incertidumbre de Heidelberg.
Y cierra la antología Epifanía. Una estrella brillante guió a los tres reyes magos de oriente ante la presencia del niño Jesús el día de la Epifanía. Pero... ¿es posible una revelación semejante en el mundo de hoy en día? ¿Es posible sentir una llamada, dejarlo todo y, sin saber exactamente qué se está buscando, lanzarse a la carretera sin comunicarle a nadie tus intenciones y encomendándote tan solo a tu intuición? Pues algo así le sucede al padre Mel mientras está dando su sermón dominical, así que tras el oficio, sin pensar en las consecuencias y sin saber a ciencia cierta lo qué estaba persiguiendo, se quita la sotana y se encamina con su coche en dirección norte mientras las intensas nevadas cierran las carreteras a su espalda. Intensa, emotiva, solidaria, hermosa... Epifanía es la historia perfecta para cerrar la antología. No hace falta saber de religión para entender el mensaje, ni siquiera hace falta «creer», pues como Willis deja muy claro las señales se encuentran por doquier a nuestro alrededor, tan solo hace falta saber verlas e interpretarlas, la que tampoco es siempre algo sencillo. No es tanto el hecho religioso, sino el amar a tus semejantes, intentar comprenderlos y apoyarlos, incluso cuando no te entra en la cabeza su comportamiento, asistir al necesitado y esperar que la satisfacción del bien realizado sea su propia recompensa, sin esperar nada más a cambio.
De esta forma tan emotiva se terminan los dos volúmenes con lo mejor de la producción «corta» de Connie Willis, una colección de relatos que tienen en la variedad su principal virtud y que ganan con la relectura; que harán que el lector amante de la obra de la autora reflexione, que se ría y se sienta triste hasta llegar incluso al borde las lágrimas, que se emocione y que pase la última página con un suspiro de satisfacción. Como decía al principio de la reseña del primer volumen, sin duda Willis no es bocado para todos los paladares ―por ser excesivamente literaria, por sus referencias, por su enfoque, por sus temáticas... ¿quién lo sabe salvo sus detractores?―, pero para aquellos que lo disfrutan la degustación de estas historias será toda una delicia, una delicatessen, un plato ―una comilona, más bien― muy recomendable con el que merece la pena darse el atracón, pues no empacha en absoluto.
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