Rafael Marín.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Col. Albemuth Internacional # 30. Granada, 2010. 235 páginas.
Publicados de forma muy dispersa y hoy prácticamente inencontrables, es toda una oportunidad poder acceder a estos relatos de forma conjunta. Los que el lector va a encontrar en este volumen son cuentos de madurez, de equilibrio, profundamente sinceros, muy literarios, poéticos por momentos, repletos de imágenes y metáforas, de retruécanos, con una intencionada carga política en ocasiones, y donde el autor ha dejado sin duda mucho de si mismo y de sus vivencias ―como en ese Cádiz o ese instituto tantas veces retratados―. Son relatos con un trasfondo mayoritariamente algo triste, cargados de palpable nostalgia incluso cuando tienen un final feliz, impregnados de melancolía, anhelantes de tiempos pasados, de calles recorridas que ya no son las mismas que fueron, de reflejos en el espejo que ya no son hoy lo que se viera ayer...
Empieza la antología con Bibliópolis, toda una declaración de principios. Con un toque muy «borgiano», con una idea recurrentemente explorada con distinto acierto ―antes y después, desde el propio Borges, pasando por Gaiman y su Sandman hasta el más reciente, y posterior, Pozo de las tramas perdidas de Thursday Next―, el protagonista, un escritor que ha perdido su inspiración, viaja en sueños a una biblioteca donde se encuentran aquellas obras jamás plasmadas ―no solo literarias― por sus autores, y allí decidirá «robarse» a sí mismo y copiar los libros que su imaginación podría haber escrito si no le hubieran fallado las musas. Bibliópolis es así una ciudad de mármol depositaria del arte aún no realizado y esta es la historia de una obsesión que persigue la creación literaria como fin sin más objetivo, y enmascara la locura destructora de quien vive tan solo para encontrarse a sí mismo en sus escritos y liberar sus demonios. Es muy emotivo el «cameo» de Robert Capa y su reflexión sobre sus fotografías no realizadas. Un hermoso cuento.
El segundo relato, Ragnarok en las playas de Itaca, también habla, en cierta manera, de la locura y la obsesión. Hace mucho tiempo, los dioses olímpicos fueron perseguidos hasta casi el exterminio por un enemigo implacable en busca de venganza; los pocos supervivientes, con el aliento de su perseguidor en el cuello, eligieron el olvido antes que la extinción y bebiendo nepente olvidaron lo que habían sido. Pero la cacería ha permanecido a lo largo de los años y en nuestros días podría estar llegándose a uno de sus últimos capítulos. Marín juega con maestría con los mitos y las religiones para ofrecer una versión de las epopeyas griegas y de la desaparición de los Olímpicos tal vez algo diferente a la que nos ha llegado a través del tiempo y de la visión de los poetas clásicos. Con gran erudición ―que luego también mostrará en otros campos en una especie de marca de la casa―, el autor aplica sus conocimientos sin pedantería para ofrecer una mirada nostálgica sobre las consecuencias que el inmisericorde paso del tiempo tiene sobre la memoria. Sobra, tal vez, la explicación de los nombres de los protagonistas, evidentes a pocas referencias que se tengan ―sobre todo cuando en el mismo cuento aparecen esas referencias―, es impresionante no obstante cómo hace encajar sus propias piezas en los huecos vacíos del mito para que la toda la trama funcione a la perfección. Destila mucha ironía, cierto cansancio y, tal vez, una aceptación de la rendición ante fuerzas mayores.
Con el tercer relato, Una canica en la palmera, el autor interna a sus lectores en las calles y la historia de su querida Cádiz. Es difícil hablar de este cuento sin destripar una parte demasiado importante del argumento, una parte que a pesar de ser intuida desde bastante pronto de la narración del inicio de la amistad entre dos niños de ocho y siete años respectivamente, Lucía, de vuelta en la ciudad al haber conseguido su padre profesor, por fin, plaza fija allí, y Pablo, que conoce un montón de juegos antiguos y calza unas extraños «zapatos» de esparto, que serán un «espanto», pero al menos son cómodos; una amistad que es mejor que el lector descubra por sí mismo para poder paladear del todo la maestría con la que Marín va desvelando los detalles. Un relato de amor por el pasado, por la infancia que no ha de volver, de nostalgia por unos tiempos quizá más sencillos, con menos prisas, con unos juegos y unos hábitos que no costaban un duro y entretenían en comunidad mucho más de lo que pueda hacer ahora cualquier «comunidad virtual». Se ha quedado, tal vez, un poco desfasado en cuanto a las referencias temporales de la protagonista, las películas y programas citados pertenecen, obviamente, al momento en que se escribió el cuento y a ello hay que retrotraerse. Y en la figura del novio de la tía de Lucía es fácil reconocer a cierto boxeador retirado, al que no nombra aquí, pero que luego protagonizará algún otro relato.
Le sigue, sin abandonar Cádiz, La piel que te hice en el aire, que amalgama en sí, todo el proceso creador, la movida madrileña, el imposible camino de retorno para recuperar el pasado, la difícil tarea arqueológica en busca de aquello que haga recuperar la memoria de lo perdido al crecer, un romance homosexual que debe florecer a escondidas que difícilmente escandaliza hoy en día, pero que en la época y el padre retratados se siente auténtico, las mentiras que se cuenta uno a sí mismo, el dolor de perder arte y amor a un tiempo... El retorno de Enrique Costas como profesor al colegio donde fuera alumno y donde todo, o casi todo, sigue igual y ya nada es como parecía, y en cuyos pasillos casi se intuye la presencia del propio autor en su faceta como docente, en el cariño con que retrata a ese anciano cura que se resiste a dejar la vida y su puesto, y en todas esas generaciones de mozalbetes que se desdibujan en las orlas de cada curso, confundiéndose nombres y caras, aventuras, travesuras y horas de estudio. La fría mirada hacia atrás para tratar de entender cómo se pudieron torcer tanto las cosas, como el destino juega con uno para trastocar los planes y las ilusiones, y como el amor puede matar pero también redimir y entregar un perdón no solicitado.
Con La sed de las panteras Marín traslada la acción tanto espacial como temporalmente, y lleva al lector al Madrid de la Guerra Civil, bajo los bombardeos fascistas, utilizando para su historia a un personaje que protagonizara luego ―o, más bien, antes― un cameo en una obra teatral de Alberti. Es este un relato sobre la barbarie, sobre el genio de Goya, sobre las obsesiones que llegan a convertirse en el único propósito en la vida, sobre la defensa de Madrid y el intento de proteger las obras de El Prado de las bombas indiscriminadas, sobre una pintura que tal vez no exista y que arrastra una extraña maldición para aquellos que dicen que la vieron en alguna ocasión, sobre la poesía y sobre los pintores y su bohemia y su compromiso político a pesar de todo. Sobre el inevitable destino. Incluye una interesante referencia al primer cuento, y al fotógrafo Capa, quien también apareciera allí. Para disfrutar y reflexionar a un tiempo.
Y la acción vuelve a Cádiz en El último suspiro. Una curiosa historia de fantasmas protagonizada por Torre, el boxeador retirado que hizo sus pinitos de detective y vive al borde de un cementerio. Se ve envuelto aquí en la resolución de un antiguo misterio cuando en un solar dela ciudad aparece un cadáver antiguo ―de hace unos treinta años, lo que lo diferencia de los muchos muertos hace la tira de tiempo, fenicios o romanos, o el inevitable sarcófago que aparecen en cuanto se inicia una nueva obra en el suelo de Cádiz―, al que le faltan las caderas. Es obvio que Marín ama profundamente a su ciudad, pero el exceso de modismos, de giros propios de la jerga del lugar de localismo... hace algo indigesto, literariamente, para el que no los comparte, el relato. Si la trama es realmente interesante, el misterio y su resolución fascinantes, la forma de narrarlos se hacen sumamente pesadas, con una prosa innecesariamente enrevesada con un «gracejo» que en pequeñas dosis puede resultar simpático, pero que para todo el cuento resulta algo cargante.
El siguiente Son de piedra, también en Cádiz, plantea cuántas cosas contarían las piedras si pudiesen hablar, cuántas historias guardan las paredes de una casa, cuántos secretos, cuántos dramas y alegrías, cuántos amores y rupturas... Chloe, quien aparece con otro nombre en un relato anterior ―y es que las brujas deben guardar su verdadera identidad― tiene el don, o la maldición, de oír y entender lo que dicen las piedras, los metales o las maderas, y utiliza su capacidad para rescatar la historia de una bruja anterior que habitó en la casa que ella decidió comprar al comprobar que permanecía muda ante su presencia, que no «le hablaba» salvo con la sensación de rechazo que su presencia le provocaba. Una historia de amor trágico, de cómo el destino no debe ser burlado, de culpa y tristeza, y del modo de intentar reparar algo por mucho que sea imposible hacerlo.
Y así se llega a Llena eres de gracia, un thriller que se diferencia notablemente del resto de historias de la antología al alejarse de elementos más «cotidianos» y cercanos al lector español para adentrarse en los entresijos del brazo armado ―y super secreto― del Vaticano y que tantas páginas ha llenado ―de múltiples formas y con mayor o menor acierto― en libros, comics y películas, mezclando de elementos sobrenaturales con otros mucho más mundanos. Ángela de Ory, una monja que en tiempo atrás fuera una afamada modelo de vida más que disoluta, entrará a formar parte de Ora pro nobis, el trio ejecutor de la Iglesia contra el Maligno en cualquiera de sus encarnaciones. Los tres protagonistas deben enfrentar aquí la misión de erradicar el mal allá donde se presenta, lo que les llevará a París y al corrupto mundo de la moda. Es una pena que, en su afán de ofrecer distintos puntos de vista de lo que va sucediendo, Marín deja de alguna manera colgado al personaje del periodista, que parece va a tener muchas más importancia de la que luego realmente tiene en lo que pudiera ser el único fallo importante achacable a este emocionante relato de acción. Los personajes, sobre todo Ángela, con sus dudas y sufrimientos, están estupendamente construidos, debatiéndose entre la incertidumbre de la monja ante su misión y la certeza de sus compañeros. Si la idea de base es algo tópica, no lo es en absoluto su desarrollo. Interesante y entretenido.
Con Volver a Sitges empieza a cerrarse la antología con una serie de relatos mucho más breves que los anteriores. Año tras año una pareja se reencuentra en el festival de cine de Sitges para renovar una amistad que va más allá, incluso, del simple amor. Dos personas que se liberan de su vida cotidiana en esos diez días de películas fantásticas que marcan, o marcaban, otra forma de entender el cine, y que en esta ocasión sabe a despedida, a melancolía por otros tiempos difícilmente recuperables, con ese último toque fantástico que irrumpe como un sueño.
A veces corren es una particular historia de zombis antes de que estos muertos vivientes se convirtieran en el fenómeno literario de moda y eran más «carne» cinematográfica. Una contestación a tanto «contagiado» en contraposición al zombi clásico, muerto y resucitado, que sin embargo sigue atado a sus hábitos; tal vez un homenaje a las películas de George A. Romero, donde los cadáveres sin cerebro perseguían casi arrastrándose, a paso de tortuga, a sus condenadas víctimas con una especie de paciencia inquebrantable que les impedía sacar ventaja en la persecución. Un chiste, en definitiva, una pequeña boutade a costa de la propia mitología del monstruo y de en lo que habría de convertirse posteriormente.
En Sombras de candilejas Marín despliega todo su amor y conocimiento de la figura de Charles Chaplin, por el cine clásico, todavía mudo y en blanco y negro, y por los tebeos, uniéndolo todo en una reflexión sobre el paso inmisericorde del tiempo que impide a los propios protagonistas intuir que los adelantos técnicos van a engullir su forma de vida; que primero el sonido ―tal vez de unos disparos― y luego el color ―puede que de unas perlas ensangrentadas― iban a dar paso a una nueva forma de su arte, donde muchos, incapaces de adaptarse, ya no tendrían sitio. Una fiesta en el antiguo Hollywood es el escenario elegido por Marín para plasmar su particular homenaje a unos actores que hicieron historia al iniciar con paciencia artesanal lo que después sería una «industria», al tiempo que el guiño final merece un auténtico aplauso.
Y para cerrar definitavamente la recopilación That's all right, mama le da al lector, en tan solo una página, un What if? de esos que tanto proliferan en los comics que tanto ama el autor. Un ¿qué hubiera sucedido si...? simpático con la longitud justa para despedir el volumen con una última muestra de erudición curiosa.
Desde luego, estos cuentos, ninguno inédito, pero todos difíciles de encontrar, se merecían una recopilación para encontrarse a disposición de su público. Confieso que solo había leído unos pocos de ellos, así que ha sido todo un placer poder acceder a todos en esta ocasión. Seguramente si Marín se dedicase a otro tipo de Literatura su nombre sería mucho más reconocido, pero yo le agradezco que sea fiel a si mismo y nos ofrezca estos relatos con su elemento fantástico capaces de emocionar y de producir escalofríos a un tiempo. Magnífico escritor y magníficas obras, a las que de alguna forma siento que no he conseguido hacer justicia en mi análisis. Todo un acierto por parte de AJEC el haber publicado este Piel de fantasma.
Rafael Marín posee un estilo preciosista, recargado en ocasiones, casi barroco, pero muy agradable, donde cada palabra y cada signo de puntuación están en su sitio y tienen su razón de ser, plagado de metáforas, de imágenes que se quedan en las retinas del cerebro como si realmente hubieran estado ante los ojos del lector. Cercano al «realismo mágico», la mayoría de estos relatos aprovechan el retrato de lo cotidiano, del día a día más cercano, para introducir un elemento perturbador con un toque fantástico que rompe los esquemas establecidos, situando la lectura en un nuevo parámetro. El autor deja sueltos todas sus filias y sus fobias ―desde Aute a Elvis, del cine al cómic, de su amado Cádiz a un más bien denostado Vaticano, de la Movida madrileña a las luces de Hollywood...― para construir historias perfectamente documentadas. Poseedor de un bagaje cultural asombroso y de una capacidad admirable de transformarlo en tramas, en misterios, en escenarios fascinantes, dueño del pasado y del presente, sin adentrarse en esta ocasión en ese futuro en el que también nos ha deparado grandes aventuras, Marín es capaz de despertar intensas sensaciones al tiempo que muestra las miserias humanas con una mirada tierna y cariñosa, sin duda, pero afilada cual bisturí diseccionador que deja todos los entresijos del alma de los protagonistas al aire para que cualquier lector los contemple y se vea reflejado en ellos. Y muchas veces no es nada agradable mirar bajo la piel y descubrir lo que allí se oculta, no solo fantasmas, sino los secretos que nadie quiere que vean la luz.
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Reseñas de otras obras del autor:
Grandísimo autor español, que se merece mejores reconocimientos de los que dispone. Gracias por una reseña estupenda, y gracias a Rafael Marín por su prosa mágica, ensoñadora y,muchas veces, afilada y dolorosa como una cuchilla. Victorderqui
ResponderEliminarAhí queda eso ;-)
ResponderEliminarLa verdad es que es una pena que no le publiquen más. Estos cuentos demuestran la magnífica madurez literaria a la que ha llegado, con un dominio fabuloso de la escritura y una imaginación fascinante.
Saludos.
Una de las mejores reseñas que nunca he leído. Has sabido captar la esencia de los relatos, las ideas, creencias, nostalgias, incluso las obsesiones, que yacen debajo de los argumentos, y indicar el poder de la escritura. De verdad, un reseñista digno del libro.
ResponderEliminarMuchas gracias por la parte que me toca, pero el mérito es todo de Rafa Marín y de sus estupendos cuentos. Siempre es un placer leerlo y reseñarlo.
ResponderEliminarEstupenda reseña del libro. La publico en el blog de la editorial y la enlazo a esta entrada.
ResponderEliminarUn saludo ;)
Hola Vanessa.
ResponderEliminarMuchas gracias por el elogio y por el enlace.
Un abrazo