N.K.
Jemisin.
Reseña
de: Santiago
Gª Soláns.
Minotauro.
Barcelona,
2011. Título original: The Hundred Thousand Kingdoms. Traducción:
Manuel Mata. 346 páginas.
Al
poco de morir su madre en extrañas circunstancias, Yeine
es
convocada por su abuelo, rey sin corona de los Cien
Mil Reinos
y a quien no conoce, a la ciudad llamada Cielo.
Sin saber el motivo para tal requerimiento y buscando descubrir la
verdad tras el sospechado asesinato de su madre ―la heredera al
trono de los poderosos Arameri
al
que renunció por amor a un noble del bárbaro Norte―, acude
temerosa a la cita y es sorprendida cuando es nombrada ella misma
heredera junto a sus primos, Scimina
y
Relad.
En medio de complicadas maniobras políticas, pronto descubrirá que
nada le había preparado para lo que se le avecina y que las cosas
son mucho más complicadas que cualquier escenario que hubiera podido
imaginar. Atrapada en la antiquísima lucha entre los dioses, sus
descendientes y los humanos, las decisiones que pueda tomar parecen
inútiles ante su aparentemente predestinada muerte. Sin embargo,
enfrentada a una carrera contrarreloj de la que depende su vida ―toda
la acción trascurre en apenas un par de semanas―, no se va a
quedar de brazos cruzados; los tiempos desesperados requieren medidas
desesperadas, y Yeine no está dispuesta a abandonar toda esperanza
sin ofrecer una férrea resistencia. Sumándose a las intrigas
palaciegas, el paso de los días corre en su contra, y el
descubrimiento de algo que lleva en su interior no va a contribuir
precisamente a aumentar su entereza.
Yeine
es
una joven que se va a ver atrapada en un juego ya iniciado y del que
desconoce todas las reglas; a sus diecinueve años se ve arrojada de
repente a un lugar, lejos del único hogar que ha conocido, donde
todas las redes de amistades y enemistades, de alianzas y apoyos se
encuentran ya firmemente establecidas, donde no conoce a nadie, y
donde se antoja que su destino no es otro sino ser un peón de los
demás, dioses y humanos por igual, papel que ella no se resigna a
representar. No obstante, en su búsqueda de aliados y respuestas
nunca podrá estar segura de ninguna de las personas que la rodean ni
de a quién puede entregar su confianza.
Sin
esperárselo, se va a encontrar justo en el centro de una trama de
intereses políticos donde no hay nadie inocente, donde las víctimas
son también verdugos de dudosa moralidad, asesinos y genocidas sin
escrúpulos ni remordimientos, siempre intrigando, siempre buscando
su propio interés en el trato con los demás, siempre calculando
cómo usar a la gente, manipular a sus peones, de la manera más
favorable para conseguir sus objetivos. Se verá atrapada en una red
de intrigas, de mentiras y de engaños, en un juego de poderes donde
la muerte acecha tras cada elección o decisión desacertada,
sumergiéndose en una historia de tiranía, de esclavitud y de
racismo, de asesinato y traición, de confianza ciega y de justicia,
de hacer lo correcto por razones erróneas...
No
hay en esta novela corazones puros, y muy pocos personajes que se
puedan considerar intrínsecamente buenos; e incluso el altruismo de
Yeine tiene su contrapunto en esa búsqueda de respuestas al
asesinato de su madre y su deseo de vengarla. No hay generosidad en
sus actos, y la duda marca todas las relaciones que pueda llegar a
establecer. No obstante, tampoco existe una absoluta maldad y todos
los personajes ―tal vez salvo uno―, incluso los dioses dentro de
su amoralidad, muestran en algún momento una vulnerabilidad que los
hace candidatos a la redención. Y es que el tema del amor y del
perdón está muy presente en toda la trama.
No
obstante, en esa parte que debiera haber sido más amable, se antoja
que el inevitable romance está metido con algo de brusquedad y falta
de verosimilitud, con poca naturalidad, como una necesidad narrativa
introducida sin embargo de forma forzada y sin demasiada coherencia
con el resto. La ―única― escena de sexo está bastante traída
por los pelos, con un exceso de grandilocuencia y de imágenes
metafísicas que lo que consiguen es despojarla de la que debiera
haber sido su emoción real. Esa atracción es una relación que
desde el principio se muestra al lector como imposible, insana
incluso, pero que lejos de la tragedia inherente al deseo
irrealizable lo único que despierta es cierto rechazo e
incredulidad.
La
novela está narrada en primera persona desde el punto de vista de
Yeine,
lo que da una agradable cercanía e inmediatez a la acción, y
Jemisin
ha
intercalado de vez en cuando unas breves digresiones desde el
«presente» del relato, con la voz de la protagonista adelantando al
lector hechos de resonancia luctuosa que dan a entender que algo
terrible ha sucedido o está sucediendo, incrementando así la
tensión narrativa sin desvelar en modo alguno el final, pero
atrapando la atención sobre lo que ha de venir. Los pensamientos de
la protagonista, mostrando cierta confusión sobre lo sucedido
mientras interpela a una desconocida compañera, rompen la linealidad
narrativa, cambiando el enfoque con el que se debe leer el grueso de
la novela, arrojando sombras y luces sobre los acontecimientos,
matizando y poniendo en duda a veces la autenticidad de los recuerdos
que la protagonista está relatando.
Mientras
va avanzando el relato, la joven descubrirá que la Historia
no
es en absoluto cómo le han enseñado ―a ella y a todo el mundo―
en un ejemplo claro del recursivo “los vencedores escriben la
Historia” y tendrá que bucear mucho en busca de las auténticas
fuentes que le indiquen cómo actuar. El trasfondo de la guerra de
los dioses ―muy lejana en el pasado y llena de reminiscencias
mitológicas greco-latinas― sus auténticas causas, motivaciones y
consecuencias, manipuladas en interés de los Arameri, adquieren una
vital importancia para comprender las acciones que debe emprender
Yeine y la forma de comportarse de los dioses cautivos. Su
esclarecimiento será una tarea difícil pero imprescindible para
poder elegir el camino correcto que la aleje de su en principio
inevitable sacrificio.
En
el apartado de los personajes llama la atención la riqueza de
matices en algunos frente a la absoluta desatención de otros. Frente
al completo retrato de la propia Yeine, a la feroz dicotomía
Naha/Nahadoth,
a
la ambigüedad de T’vril,
o la ambivalencia y atractivo infantil de la personalidad de Sieh,
choca la superficialidad arquetípica de Scimina,
una mala malísima totalmente bidimensional, o la poca relevancia y
profundidad de personajes llamados a tener gran importancia como
Relad,
Viraine,
Dekarta
o
el resto de los semi dioses..., y que se antojan poco «trabajados»,
planos y sin auténtico «espíritu». No debe, sin embargo,
desmerecer esto el brillante juego de espejos en que embarca la
autora a sus lectores, sugiriendo más que mostrando el juego de los
poderosos.
A pesar de algunos evidentes fallos de ritmo
y de caracterización de alguno de los personajes secundarios, de la
escasez de descripciones de lugares y escenarios o de la falta de una
auténtica exploración y profundidad del mundo creado para la
ocasión ―que el lector no llega a conocer demasiado, ya que la
acción, a pesar del título, es casi absolutamente local en Cielo, y
solo se nombran y visitan un par de esos reinos con muy poca
implicación o repercusión en la trama central―, Los
Cien Mil Reinos
es
una muy interesante primera novela en el debut de Jemisin.
A pesar de que ya existe, en inglés, publicada una continuación, The Broken Kingdoms, lo cierto es que esta novela es absolutamente autoconclusiva, lo que siempre es de agradecer. De hecho, la trama se encuentra tan perfectamente cerrada que se hace inevitable sentir la curiosidad de saber cómo la autora va a continuarla, aunque el título de la siguiente novela ya da alguna pista.
A pesar de que ya existe, en inglés, publicada una continuación, The Broken Kingdoms, lo cierto es que esta novela es absolutamente autoconclusiva, lo que siempre es de agradecer. De hecho, la trama se encuentra tan perfectamente cerrada que se hace inevitable sentir la curiosidad de saber cómo la autora va a continuarla, aunque el título de la siguiente novela ya da alguna pista.
En
un libro sin grandes alardes bélicos, más de intrigas «cortesanas»
y políticas que de acción propiamente dicha, la emoción reside en
las fintas y contrafintas en las que se ve envuelta Yeine
en
el intento de salvar sino ya su propia vida al menos la de sus gentes
y seres queridos. En una coletilla que se está volviendo ya
recursiva, esperemos que la editorial no tarde demasiado en ofrecer a
los lectores la continuación. Al menos llegar hasta aquí ha
merecido la pena.
Hola, Yago:
ResponderEliminarLo empecé hace unos días, pero todavía no me atrapa :(
Recién voy tres capítulos, y pensar que El temor de un hombre sabio lo terminé en seis días...
En sí la historia parece interesante según la reseña, pero los personajes y la prosa no me están despertando interés.
Voy a continuar a ver si arranca la historia.
Un abrazo