Emilio Bueso.
Reseña
de: Santiago
Gª Soláns.
Ed.
Salto de Página.
Col.
Púrpura # 29. Madrid, 2011. 239 páginas.
En
el pasado, Jérôme
fue
un talentoso pintor que estuvo a punto de triunfar en el difícil
mundo del arte en París y que fracasó por sus adicciones y
drogodependencias. Ahora, años después de su bohemia experiencia,
vive ―malvive, sería más exacto decir― en un ciudad cercana a
los Pirineos franceses donde de forma sorprendente recibe el encargo
de realizar un retrato de un excéntrico personaje, Iván,
con unas condiciones realmente extrañas: pintará solamente durante
cuatro noches, desde la puesta del sol al amanecer, en el aislado
caserón medio en ruinas donde reside el cliente y con las pinturas y
materiales suministradas por el mismo.
Al
volante de un coche tan destrozado por la vida como el propio Jerôme,
suspirando a cada paso por un chute de heroína, el pintor acudirá
puntualmente a la cita para cumplir el encargo en la que puede ser su
última oportunidad de plasmar su talento pictórico en una obra que
perdure. Mientras posa, cada noche en una ubicación distinta del
caserón, Iván empezará a relatarle su propia historia, un relato
que ha de llevarles desde la madre Rusia,
partiendo desde las largas noches de San
Petersburgo,
a
lo largo de una caótica huida hasta alcanzar esa casa de los
Pirineos,
recalando en lugares tan inquietantes como la fantasmagórica ciudad
de Prípiat
y
la cercana y abandonada central de Chernóbyl
y
su «desierto» nuclear o el Leningrado
deshumanizado
que soportó el asedio nazi en la II Guerra Mundial. La vida del
misterioso Iván, narrada en cuatro capítulos que abarca cada uno
una de las noches del posado, deja sitio entre ellos a unos
interludios
diurnos
donde el autor sigue la vida habitual de Jérôme, humanizándolo en
sus bajezas, con su curioso trabajo, la «amistad» con su compañero
de piso, sus inquietudes, sus miserias y su triste pasado de glorias
posibles y perdidas.
En
medio del relato principal, o soterrado por debajo del mismo, surge
de las sorprendentes rememoranzas de Iván una curiosa, y algo
enfermiza, historia de amor que ayuda a situar las causas de la
tragedia en su punto justo. Y en todo momento, marcando el ritmo, se
siente el latido profundo de un corazón que bombea negra sangre por
las venas del relato. Sístole y diástole. Contracción y
dilatación. No sé si estrictamente se le puede llamar terror,
pero lo que sí es seguro es que la lectura crea en el lector un
sentimiento de tensión, desasosiego, estremecimiento, asco,
conmiseración, repugnancia, intriga, rechazo... y curiosidad, mucha
curiosidad en torno a la historia de Iván que el autor ofrece a
pinceladas, desordenada en el tiempo, a veces difuminada por la
adicción del pintor que está escuchándola y la tamiza para el
lector con su primera persona y su particular mirada de heroinómano,
plagada de secretos que surgen entre líneas sin terminar de salir a
la luz del todo, llena de degradación y desesperación, de
violencia, de huidas desesperadas, de dolor y de algún toque
patéticamente humorístico ―ese Talbot
Horizon
que tan solo se encuentra a la espera del tiro de gracia―. Bueso
dosifica
hábilmente la información, plantando la duda en la mente del lector
para que le sea difícil dejar de leer hasta llegar a la última
página ―la novela, en su justa medida, es corta― y alcanzar el
inevitable, aunque quizá no esperado, final.
El
autor hace gala de una prosa a veces minimalista, de frases concisas,
directa, cruda, cargada con abundancia de unas metáforas afiladas
como un escalpelo, descarnadas y duras, a veces escatológicas,
sexuales, llena de imágenes de la degeneración del ser humano, de
las profundidades en las que puede sumergirse un hombre esclavo de
las drogas y las pasiones. Ofrece una disección inteligente del
monstruo, sin especificar quién es tal, si el sobrenatural o el
humano; un relato que parte de un pesimismo vital, de un perdedor que
trata de levantarse poniéndose zancadillas a sí mismo, que sabe que
debería olvidarse del retrato desde la primera noche y que, sin
embargo, no puede evitar volver al caserón atraído tanto por la
obra maestra que está creando como por la historia que se le está
narrando, inmerso en su misterio y en sus imposibilidades, deseoso de
conocer el desenlace a pesar de que el mismo pueda resultarle
funesto.
Es
Diástole
un
thriller de suspense o una novela de misterio, una aventura de espías
y servicios secretos, de mafias rusas, de corrupciones, de
traiciones, de gentes viviendo al límite, de pecados sin
redención... Una narración sobre el acto de creación artística en
sí mismo, sobre la entrega total a un sueño que bien podría
trocarse en pesadilla sin que a los protagonistas parezca
importarles, sobre la degradación del alma, sobre la inspiración
febril y sobre los artistas malditos, sobre la necesidad de dejar
algo atrás para ser recordado cuando uno ya no esté en el mundo. Y,
paradójicamente, sobre la amenaza nuclear ahora que se encuentra tan
tristemente de moda.
Como
pequeño tirón de orejas, cabe decir que la portada es demasiado
reveladora de lo que el lector se va a encontrar en las páginas
interiores. Aunque intuido desde un buen principio, el misterio de la
identidad y el verdadero ser de alguno de los protagonistas ―tampoco
hay muchos― es algo con lo que juega el autor de forma muy
sugerente; un juego que de alguna forma pierde fuerza al quedar uno
de sus incógnitas revelada en el electrocardiograma de la
ilustración. Nada importante, pero llama la atención no haber
tenido algo más de cuidado con esos detalles.
Es
Diástole
una
lectura perfecta para aquellos que gustan de ser inquietados, de
sentir un estremecimiento recorriéndoles la columna, de resolver un
misterio inteligente, de que les revuelvan el estómago con los
dramas ajenos, de revolcarse en las más bajas pasiones a través de
los ojos de sus protagonistas. Jérôme
podría
muy bien ser cualquiera de esos despojos humanos que a veces se
arrastran por las aceras de los suburbios o por los comedores
sociales y que miran a los demás transeuntes pasar con sus ojos
vidriados por el fracaso y las drogas, pero aún con un rescoldo de
fría esperanza ofrecida por un benefactor de ocultas intenciones e
historia contradictoria. Dos hombres llenos de sueños pictóricos
rotos, dispuestos a cualquier cosa por una última oportunidad... y
esta muy bien podría serlo para alguno de ellos.
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