Reseña
de: Santiago
Gª Soláns.
Minotauro. Col. Fantasía. Barcelona, 2011. 669 páginas.
Finaliza
la saga iniciada años ha con La
espada de fuego.
La novela continúa exactamente allá donde quedara El
sueño de los dioses,
con la que forma en realidad una unidad novelística dividida por la
longitud que habría adquirido de publicarse en un solo tomo ―para
los que se quejaban de que el anterior resultaba un tanto «escaso»,
este son más de 650 páginas de letra apretada―. Negrete
ha
incluido en esta ocasión, antes de empezar con la acción
propiamente dicha, un resumen de lo sucedido hasta el momento que se
agradece ―aunque el propio autor reconoce que quizá debiera
haberlo ofrecido en la anterior entrega, dado el tiempo transcurrido
entre la publicación del segundo y el tercer volumen― y que ayuda
a situar correctamente la acción y los personajes.
Mientras
Tubilok
sigue
adelante con sus maquinaciones para abrir las puertas del Prates
―una
acción que tendría como una de sus consecuencias el fin de la
propia Tramórea―
con el fin de trascender a un plano superior y enfrentarse a las
Moiras,
el grueso de los personajes ―tanto humanos como dioses― se
dirigen por distintos caminos hacia una confluencia donde se decidirá
el destino final de todos ellos y del universo que comparten. A pesar
de la sensación de inminente batalla con la que se cerraba la
anterior novela, los derroteros por los que se interna la acción de
esta son algo diferentes de lo que se podía esperar. Ante el
inminente peligro, el relato en principio se demora, se ralentiza
mientras el lector asiste a la forja de Zemal
primero,
y mientras los principales actores se dirigen hacia sus «marcas»
después. Hay ciertos momentos en que todos los personajes parecen
encontrarse en «tránsito», viajando de un lugar a otro, restando
un tanto de la carga épica para sumergir al lector en el
descubrimiento o la descripción de las maravillas que todavía no
habían sido desveladas del mundo de Tramórea y de lo que el mismo
encierra.
Las
maniobras de Tubilok para traspasar las puertas del Prates y las de
Tarimán,
forjando una nueva espada de poder, para evitarlo, hacen de la
narración una muy particular partida de ajedrez, donde en algún
momento dado todos los implicados se sienten meros peones en manos de
los dos poderosos. El desenmascaramiento de quiénes ―o qué― son
los Kalagorinôr,
de sus verdaderas intenciones y el paso adelante que dan para
reclamar un importante protagonismo en la trama cierran con acierto
un círculo perfecto. Las explicaciones sobre el mundo, sobre las
aceleraciones, sobre los dioses ―o metahumanos―, sobre la
«magia», sobre las espadas de poder... no dejan nada en el aire,
cerrando todas las tramas y contestando a todas las dudas que
pudieran haber ido surgiendo en la mente de los lectores por el largo
camino.
Hay, en efecto, en el libro una menor dimensión épica asociada a batallas que impliquen gran movimiento de tropas ―de hecho, se puede decir que solo hay una «gran» batalla como tal―, pero eso no implica que el lector no vaya a asistir a un buen número de situaciones plenas de dramatismo. Además, el autor ha incluido un buen número de enfrentamientos individuales que garantizan la emoción y la tensión, al tiempo que las muertes de alguno de los principales protagonistas llena el texto de una tristeza multiplicada por la sensación de «adiós» a un buen amigo conocido desde hace tiempo con la que se cierra la novela. La carrera contrarreloj, la conjunción anunciada de las lunas, que deben asumir los protagonistas, llena entonces de premura el relato, al tiempo que el seguimiento puntual de unos y otros de los protagonistas, ofreciendo momentos concretos del avance de alguno de ellos hacia el Prates por muy distintas sendas, dejando en la sombra a otros para ser revelados más tarde, dota de una enorme agilidad e interés al texto. Si quizá hay menos épica, la carga sentimental lo compensa con creces.
Poco
se puede añadir a lo ya dicho en la reseña de la anterior entrega,
que se puede leer aquí,
sobre la prosa de Negrete, sobre su buen hacer narrativo, sobre su
desbordante imaginación ―acompañada en esta ocasión por el apoyo
técnico y la «plasmación» visual de Juan
Miguel Aguilera―.
Tan solo decir que, después de cuatro libros y un gran número de
páginas, el autor consigue seguir sorprendiendo con el mundo que ha
creado, con la enorme obra de ingeniería que supone Tramórea y con
todo lo que la rodea, al tiempo que ofrece una narración de factura
impecable con una prosa que se lee de forma muy gratificante.
Si
en el libro anterior, la narración se quitaba abiertamente la careta ante el
lector, mostrándose como un relato con un trasfondo de ciencia
ficción, en esta ocasión lo hace ante los propios personajes,
haciéndolos conscientes de que viven en un mundo mucho más
extraordinario de lo que pudieran haber imaginado. Abierta la puerta
de la ciencia ficción más «hard», el autor se sumerge a fondo en
la explicación de las Branas
y
de las diferentes universos existentes más allá del de Derguin y
compañeros. La inmersión en las explicaciones cientifistas, echando
mano de realidades alternativas, mundos huecos fruto de enormes obras
de ingeniería y sorprendentes técnicas utilizadas en la génesis
del «planeta», o de los fenómenos extraños, hasta ahora mágicos,
de los que son capaces algunos de los protagonistas, incorpora a la
trama algunos elementos tecnológicos que, quizá ―y aunque ya se
intuían en las anteriores entregas―, pueden desconcertar e incluso
producir un cierto rechazo rechazo en aquellos lectores más apegados
a la Fantasía
que
a la Ciencia
Ficción.
Sin embargo es de remarcar que las mismas se encuentran tan
perfectamente integradas en el relato que nadie debiera temerlas ni
privarse de la lectura por el «cambio» de registro efectuado desde
aquel lejano principio.
El
corazón de Tramórea
es
ese típico libro que uno no quiere que termine a pesar de estar
deseando saber cuál es su final, tanto por el disfrute de la
aventura en sí misma que ofrece como por ese componente de despedida
anunciada que conlleva. Tal vez no sea exactamente lo que uno
esperaba después de todo lo acaecido hasta entonces, pero lo cierto
es que se trata de un broche casi perfecto para una de las mejores,
sino la mejor, saga de Literatura Fantástica española. Habrá que
permanecer atentos a las siguientes obras del autor. Una lectura muy
satisfactoria.
Confieso que soy una de las que le guarda cierto temor a los dos últimos libros de la saga precisamente por ese giro hacia la ciencia ficción pero bueno, los libros ya están en casa y no me apetece quedarme a medias :P
ResponderEliminarLa verdad es que yo estoy acostumbrado a leer tanto Fantasía como Ciencia Ficción, así que ese giro o mezcla de géneros me ha encantado, pero entiendo que alguien tenga ese recelo que citas. Sin embargo, creo de corazón que no hay que tenerle miedo en absoluto, porque Negrete lo ha integrado a la perfeccción en el relato y no creo que suponga ningún problema grave. Donde antes había una estatua que "quemaba" con la mirada ahora se sabe que lanza rayos láser, por ejemplo, o donde había un viaje al infierno (el Prates) ahora se va a una dimensión paralela o superior; pues bien, ya se ve que tampoco es realmente lo importante, es quizá tan solo un cambio de nomenclatura muy bien hecho.
ResponderEliminarEstos libros hay que leerlos; y más si ya los tienes en casa ;-)
Saludos