Hombre lobo 2.
David Wellington.
Reseña de: Jamie M.
Timunmas. Barcelona, 2011. Título original: Overwinter. Traducción: Joan Josep Mussarra. 415 páginas.
Retomando la acción prácticamente donde quedó en Balas de plata, Cheyenne Clark y Montgomery Powell han conseguido escapar de la emboscada sufrida en la tóxica ciudad de Port Radium,
y, sin embargo, no pueden abandonar su huida. Dirigiéndose siempre
hacia el norte, hacia las tierras despobladas que rodean el Círculo
Polar Artico en suelo de Canadá, no hay momento en que puedan sentirse realmente a salvo. Algo que se verá acentuado cuando los encuentre Lucie,
una cruel mujer loba directamente salida del pasado de europea de
Powell y que ya desde su primera aparición, entrando desnuda en un bar
de un pueblecito costero y pagando de muy mala manera la amabilidad de
los lugareños, va a dar cuenta de su conflictiva personalidad..
El
trío, siempre perseguidos, emprenderán un peligroso camino hacia el
norte entre terribles tormentas de nieve, en busca de encontrar el lugar
donde una antigua leyenda insinua que podrían encontrar el remedio para
su situación, la maldición de la licantropía. No lo van a tener fácil,
un misterioso cazador ruso, Varkanin,
va tras la pista de Lucie, y en su impacable misión va a verse
respaldado por el gobierno canadiense, o por un brazo secreto del mismo
que busca deshacerse de los lobos para poder explotar los recursos
energéticos de la región.
Para añadir más presión a su situación, Chey
debe luchar entre sentimientos contradictorios con respecto a Powell,
entre el odio que anida en su interior por la maldición que le ha
transmitido y el indudable atractivo que siente por él. Por si no fuera
suficiente, la loba dentro de ella se hace más poderosa a cada día que
pasa, amenazando con hacer desaparecer la personalidad humana de la
joven, adueñándose tanto de sus días como ya lo ha hecho de sus noches.
La búsqueda de la forma de romper la maldición, sin saber si realmente
la misma existe, se convierte así en una carrera desenfrenada contra el
paso del tiempo que, de manera inmisericorde, les acerca cada vez más a
un desenlace dramático.
Por el camino, el enigmático Dzo vuelve a su lado, dispuesto a ayudarlos en lo que esté en su mano, y el autor aprovecha para profundizar en el tema de los espíritus animales con alguna aparición inesperada y memorable que alcanza una importancia mayúscula. Lo cierto es que Wellington
utiliza a su antojo el misticismo esquimal de una forma realmente
atractiva que encaja a la perfección con la historia que se encuentra
narrando, consiguiendo, además, unir pasado legendario y presente
escéptico de manera suave e interesante.
Es
esta una novela mucho más satisfactoria, redonda y completa que la
anterior, en la que quizá pesaba en exceso el lastre de la
“presentación” del mundo donde se desarrolla la acción. Aquí, con todo
establecido, el autor aprovecha el impulso tomado para ofrecer sin
pausas una aventura por momentos frenética, con una alta carga de
tensión centrada en la persecución, los enfrentamientos entre los
propios miembros del grupo y con sus cazadores, y la lucha de Chey por
conservar su humanidad. No hay casi “altos” en el camino, siendo el
movimiento continuo con una buena cantidad de acción, luchas, sangre,
peligros, explosiones y muertes... donde Wellington deja bien claro que
muchas veces los humanos podemos ser mucho más salvajes e irracionales
que los propios animales.
El
autor, a pesar de que la transformación de humano a lobos sigue siendo
el detalle más insatisfactorio de toda la novela, sí explica en esta
ocasión el origen de la maldición, remontándose muchos, muchos años
atrás y uniendo su génesis casi a la del homo sapiens. Sumergiéndose en leyendas y mitos esquimales, utilizando el animismo Inuit,
es de agradecer la diferente visión que el autor ofrece de unos seres
sobrenaturales tan explotados por la literatura y el cine, consiguiendo
imbuir en la trama un enfoque algo diferente del acostumbrado, en el que
no es lo de menos la decisión de llevar la acción a unos escenarios muy
poco habituales en el género (aunque algo más explotados, poco más, en
el vampírico con títulos, por ejemplo, como 30 días de noche),
las gélidas llanuras del Círculo Polar Ártico, sus tormentas de nieve,
sus pequeñas y aisladas poblaciones y sus duros habitantes, y unas
“noches” durante las cuales la luna puede permanecer visible en el cielo
durante cinco días seguidos propiciando la duradera libertad de los
lobos de su forma humana.
Hay
en la novela un triángulo “romántico” que llena de palpable tensión
sexual las relaciones, con atracciones no correspondidas, amores negados
y sentimientos contradictorios. El acierto de Wellington es no
centrarse tanto en el contenido romántico sino en lo que de
enfrentamiento aporta a la trama, los celos de Lucie, las dudas de Chey,
la contención e indefinición de Powell, crean una situación explosiva
altamente inestable.
Y
hay también un “villano” que no lo es en absoluto, un cazador
implacable que, sin embargo, tiene un lado tierno y compasivo. El
personaje y la historia de Varkanin
es, sin duda, una de las grandes creaciones del libro. Un hombre capaz
de cualquier cosa por alcanzar su venganza, tan obsesionado con eliminar
a la loba que ya no existe otra cosa en su vida, con una cordura que
roza la demencia llevándole a tomar decisiones que marcarán
irremediablemente su cuerpo o le pondrán enfrente de gentes que después
de todo le son simpáticas. Contradictorio y muy humano, paciente hasta
el extremo, sin desfallecer nunca, su sed de venganza es lo que
finalmente va a marcar el destino de la “manada” de Chey.
Luna de plata
no es un libro de terror propiamente dicho, sino un thriller lleno de
suspense con elementos sobrenaturales que beben de elementos legendarios
y míticos de la tradición Inuit.
Una aventura de ritmo rápido y ágil, que no da respiro, con una prosa
sencilla y efectiva que se lee en un suspiro. Complementándose a la
perfección con su predecesora, Balas de plata,
la novela consigue sin embargo ser mucho más satisfactoria que aquella,
aunque solo sea, además de por la profundización realizada en la
sicología de los personajes, por la labor de atar cabos y dar
explicaciones a la que se dedica el autor, dando un final redondo a la
trama.
Y
es que un acierto más de Wellington es que ha sabido terminar aquí la
saga de Chey y Powell, contando la historia en su longitud precisa, sin
alargarla ni añadir volúmenes innecesarios a un relato al que no hay más
que añadir. Es posible que el autor vuelva de alguna manera a este
mundo licantrópico que ha creado, pero con el cierre de Luna de plata,
tan coherente y atado, es de suponer que no será ya con los mismos
personajes. Es de agradecer en el género que nos ocupa una “serie” que
no va más allá de los dos volúmenes; una rara avis, sin duda. Entretenida y sugerente.
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Reseña de otras obras del autor:
Me gusto mucho leer este libro aunque el final no me agrado, esperaba otra clase de final, ya que me encantaron los protagonistas y la complicación entre ellos.
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