Rodolfo Martínez.
Reseña:
Santiago
Gª Soláns.
NGCficción! Col. Fantasía # 1. Madrid, 2011. 556 páginas.
Si algo negativo pudiera tener el hecho de que a un autor le publiquen dos novelas prácticamente al mismo tiempo es que va a resultar inevitable, al menos en la mente de este reseñador, compararlas entre sí, y en ese ejercicio sin duda fútil e injusto, dado que cada obra es un mundo y sus valores debieran ser juzgados por si solos, cabe decir que, siendo la que nos ocupa muy buena novela, Sondela me ha parecido un libro superior.
Fieramente
humano
ha
sido el título acertadamente elegido para inaugurar la colección de
fantasía de la editorial NGCficcion!,
y a pesar de las ideas preconcebidas que tal elección podrían hacer
recaer sobre la novela, no hay que esperar aquí recreaciones
medievales o similares, sino algo mucho más contemporáneo. Lo
cierto es que son muchos los géneros que se podrían aplicar a esta
novela, desde la llamada fantasía
urbana,
con su toque de magia y seres sobrenaturales e incluso una pincelada
de romance ―si es que se le puede llamar así― hasta el horror
cósmico,
con una especie de maligno dios ancestral acechando desde la oscura
profundidad del desierto, pasando por el relato mitológico, la
novela negra o el thriller de aventuras e intriga.
Como
no podía ser de otra manera en el particular ciclo en el que se
inscribe Fieramente
humano
dentro
de la bibliografía del autor, el principal protagonista de la
narración no es otro que la
Ciudad,
esa urbe trasunto distorsionado del actual Gijón
donde
también transcurriera la acción de Los
sicarios del cielo y
de El
abismo en el espejo
―además
de un buen puñado de relatos sueltos―; un lugar que parece atraer
a los individuos, fenómenos y poderes extraños como un
vórtice plagado de cantos de sirenas para oídos sobrenaturales. Con
una estructura absolutamente coral, por ella pululan una buena
cantidad de personajes con diferente peso en la acción, pero todos
importantes, como el policía Gabriel
Márquez
que
parece haber quedado unido al destino del doctor
Zanzaborna,
dotado hechicero con un ego tan grande como sus poderes, después de
que el mismo le salvara la vida meses antes, aunque tal vez tuviera
alguna motivación oculta para hacerlo; o como la joven, y
misteriosa, Eva,
ayudante
del mago y algo más, mucho más, que simple desahogo sexual de
Márquez; o cierto Tuerto, cocinero extraordinario y buen degustador
de licores, que no llega a verse nombrado pero al que cualquier
lector avispado podrá poner nombre; o Laura
Piedra,
echadora de cartas, amiga, confidente y punto débil del corazoncito
del detective... Todos ellos, o casi todos, tienen sus propios planes
que no siempre van a coincidir con los de los demás, agendas ocultas
sin más intereses que los propios.
Así,
más allá de la relación entre el detective y el mago, la acción
tendrá su auténtico detonante cuando un hombre amnésico, viejo
conocido de Zanzaborna con el nombre de Niete
Nowan
y
que resulta ser un sociópata sin escrúpulos, despierte en la Ciudad,
dejando un críptico mensaje para el doctor y, marioneta de poderes arcanos, volando después a las profundidades de África,
al Corazón
de las Tinieblas.
Se reinician entonces y de forma macabra unos hechos que quedaron
inconclusos hace 30 años y que todos los implicados parecían desear
que hubieran podido permanecer en el olvido, que a su vez no fueron
sino consecuencia de las acciones realizadas y las decisiones tomadas
otros 30 años antes, en plena II Guerra Mundial, por once personas
que se verían envueltas en el despertar de cierto poder inmemorial y
que desde el desierto arábigo les acompañaría a cada uno en su
vuelta a la «civilización». Desde el «campo base» del presente,
que conforma el grueso de la narración, Martínez
va
a realizar abundantes incursiones en ambos pasados para ir desvelando
con retazos reveladores, atrás y adelante, la trama desde su
principio a su final. Y es, irónicamente, en las partes donde se
narra aquellos lejanos acontecimientos de hace 60 años, en los dos
«Interludios» intercalados en la acción principal, donde el libro
despega de verdad, donde más interés y tensión consigue acumular
el autor y donde adquiere todo su potencial. Se trata de una
auténtica novela dentro de la novela y ya solo por esas partes
Fieramente
humano
hubiera
merecido la pena.
Como
ya viene siendo habitual en el autor, en esta ocasión vuelve a
elegir una estructura literariamente compleja, con capítulos cortos
y directos, con distintos estilos literarios según se siga a un
personaje u otro; con diversas voces y puntos de vista, en general en
tercera persona salvo cuando sigue a Márquez en primera, dotando a
la narración de un tono de novela detectivesca realmente atractivo;
con variadas elipsis y cambios temporales, con diversas líneas
argumentales que se entrecruzan en diversos momentos; con un
escenario que se intuye más grande que lo mostrado; con personajes
secundarios bien retratados que aportan su granito a la trama ―las
tres brujas, el Jugador, los hombres-lobo, los cuervos, el
Guardián...―, algunos de los cuales perfectamente podrían haber
quedado fuera del relato pero que apareciendo le dan una mayor
robustez y profundidad, como si lo que se estuviera relatando fuera
―y es que lo es― tan solo una parte de una historia mayor.
Haciendo además que parezca fácil, cuando no lo es dado el nivel de
esfuerzo exigido para seguir todas las líneas argumentales, Martínez
en
ningún momento pierde la atención del lector, ni lo lleva a
confusión alguna, ya sea espacial o temporal, mientras lo acompaña
a través de una compleja trama con diversidad de personajes, capas y
lecturas.
Y
es que aparte de la aventura que se está narrando propiamente dicha,
hay mucho más que rascar en sus páginas. Por ejemplo, aunque sea de
lectura totalmente independiente, es un placer para el lector
iniciado en las obras anteriores ambientadas en la Ciudad el ir
rastreando todos los pequeños detalles y guiños que el autor ha ido
dejando en sus esquinas: la aparición de un monumento, de una
cafetería, de una música, de un transeúnte visto de refilón...
que imbuyen al texto de un sentimiento de complicidad, de vuelta al
hogar. Como un juego añadido, se puede intentar encontrar las
abundantes influencias y homenajes incluidos en el relato, como los
comic-books
de
Walter
Simonson
o
de Neil
Gaiman,
el muy evidente ―desde la misma portada― paralelismo entre la
figura del Doctor
Stephen Strange
superponiéndose
a la del doctor Zanzaborna ―esa curación en un templo en la cima
de una altísima montaña, esos viajes extracorporales...―, o las
reminiscencias de arcanos poderes y ritos sexuales que lo hermanan
con el Constantine
de
Hellblazer,
con esa especial dimensión «demonológica» y un cinismo que raya
lo ofensivo ―y es que Zanzaborna va a demostrar que, desde luego,
no es ningún santo―. En lo literario, de nuevo se siente la sombra
de Gaiman con su American
Gods,
de Lovecraft
y
un horror ominoso, innombrado y primordial, o de cierto escritor
colombiano que comparte nombre y un apellido con uno de los
protagonistas, además de crear cierta ciudad intemporal de grato
recuerdo.
En
la intrahistoria de la novela, fuera de lo que realmente contiene sus
páginas, es curioso asistir a la génesis y a los entresijos de su
creación, desde el lejano, en el tiempo, relato Bajo
la ciudad,
en el que se puede observar el germen de alguno de los personajes,
hasta lo que el autor explica al cerrar el volumen de una antigua
novela inacabada, Donde
yacen las sombras,
rescatada para la ocasión del cajón ―o, para ser más precisos,
de sucesivos discos duros―. Resulta llamativo que, al menos en mi
opinión, la narración de los sucesos iniciales, durante la II
Guerra Mundial, esté más lograda en ambientación, emoción y
coherencia interna que los sucesos radicados en la Ciudad propiamente
dichos. Lo cual no quiere decir en absoluto que el relato situado en
el presente carezca de interés, sino que lo que había en aquella
novela embrionaria ofrece una unidad mayor que lo construido a
posteriori a su alrededor. Una construcción sin fisuras, es cierto,
pero sin el mismo ritmo ni capacidad subyugante.
Y
es que, a pesar de sus muchos aciertos, no se puede decir que
Fieramente
humano sea
una obra totalmente redonda. Descendiendo a terrenos puramente
subjetivos, se antoja que hay en la acción una machacona insistencia
en ciertos aspectos. Como un innecesario exceso de violencia e
imágenes sexuales explícitas ―muchas veces en la misma escena―
que no terminan de encajar de manera fluida en la trama, haciendo
gala de demasiadas alusiones retorcidas. Parece que
Martínez
haya
querido que sus lectores apuren hasta las heces la copa de la
degeneración humana, pero su insistencia en incidir en la dominación
por medios sexuales, en los abusos, en el regodeo de la violencia
gratuita, resulta cansina y forzada, excesiva y redundante, sin
llegar a conseguir sus objetivos aparentes, sino causando cierta
saturación en su público.
Además,
en esta ocasión, al autor parece haberle faltado un tanto la
sutileza de la que ya ha hecho gala en muchas otras de sus obras.
Sobra tanto recordatorio desde muy diversas fuentes de que Márquez
sabe más de lo que sabe y sobran parajes repetitivos que remachan lo
que ya se ha visto, y es que, por ejemplo, ya sabemos que el Guardián guarda algo
muy importante, pero ¿de verdad hace falta insistir en ello tantas veces? En
el afán de que el lector capte toda la historia Martínez cae en la
trampa de explicar demasiado, haciéndose de forma puntual
innecesariamente farragoso. Hay momentos en que el relato se hace
algo moroso por reiterativo.
Y
una pequeña tontería absolutamente personal: el sacramento de la
confesión católica incluye un precepto que es el de «propósito de
la enmienda» que básicamente es la intención de no volver a pecar,
con lo que no sirve confesar pecados futuros ya que ningún sacerdote
daría la absolución de los mismos. Dada la, me atreveré a
llamarla, obsesión de Martínez por el tema religioso, fácil de
rastrear a lo largo de toda su obra, al menos debiera tener cuidado
con estos detalles que no llegan a aportar nada realmente
trascendente a la trama ―lo mismo daría que el personaje implicado
no se confesase y siguiese con su vida sin decir nada a nadie― y
sin embargo sí puede causar confusiones e ideas equivocas al tiempo
que resta coherencia y verosimilitud a lo narrado. Sinceramente,
entiendo que es una chorrada, pero son los detalles así los que
marcan la diferencia entre sumergirse a fondo en la trama o seguirla
con distanciamiento.
Y
a pesar de lo que pudiera desprenderse de estos últimos párrafos
Fieramente
humano es
una buena novela, una magnífica inauguración de la colección de
fantasía de la editorial, un extraordinario edificio añadido a la
particular fisonomía de la
Ciudad
―a
la que esperemos que el autor vuelva pronto―, un ejercicio
literario sobresaliente con una historia que atrapa de principio a
fin, con un toque de terror, mucha ironía, y misterio y aventura a
partes iguales. La prosa de Martínez
apela
a las sensaciones más profundas del lector, es visceral, excesiva en
sus imágenes en ocasiones, dispuesta a agitar las neuronas, a
revolver ciertas conciencias... Aunque el sobresaliente del curso
se lo haya robado Sondela,
lo cierto es que Fieramente
humano
alcanza
el notable sin dificultad y solo sufre en la comparación, que
siempre es injusta ―también diré que a otros Sondela
les
ha gustado menos que a mí, con lo que es posible que la que nos
ocupa pueda superarla en podios ajenos, y es que lo bueno de los
gustos es que cada uno tiene el suyo―. Tan solo añadir que
Martínez se está convirtiendo, sino lo era ya, en uno de los más
imprescindibles autores del fantástico hispano, un referente dentro
del género en su más amplia definición, no apto para todos los
paladares sin duda, pero abierto a un gran público dado su enorme
cantidad de registros y temáticas. Ya estoy esperando con
impaciencia su próxima obra.
Una buena reseña, si señor. Particularmente soy de los que prefieren ésta a Sondela, pero como bien dices... los gustos...
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario.
ResponderEliminarSí, soy consciente de que me estoy quedando solo en mi ensalzamiento de "Sondela", pero es que me gustó mucho ;-)
Creo que si las hubiera leído en orden inverso, mi opinión de "Fieramente humano" habría sido incluso más positiva, pero ya se sabe que las comparaciones son odiosas, y yo no he conseguido separarme lo suficiente de aquella para juzgar esta.
Saludos