Victor Blanco.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Col. Arrakis Ficción # 4. Granada, 2011. 244 páginas.
En
un devastado mundo post apocalíptico —sin que se llegue a conocer las
causas para que se haya llegado a esa situación—, un pequeño reducto de
civilización es gobernado con mano de hierro a través de una
feminocracia. Se trata de Dunenburgo, la ciudad donde las mujeres modificadas genéticamente conocidas como las Valquirias
imponen su ley con su fuerza genéticamente aunmentada y sus armas de
avanzada tecnología. Fuera de sus altos e impenetrables muros se
extiende una zona desahuciada, degradada hasta el extrmo, donde habita
la escoria de la sociedad: el Suburbio. Entre ambos, manteniendo un difícil equilibrio entre uno y otro, se encuentra Réquiem, un enclave sin excesivas comodidades, pero donde la vida todavía encuentra una razón para medrar.
En lo peor del Suburbio, el vertedero, vive Spade,
un solitario obligado por las circunstancias, un perdedor derrotado por la vida, pero que todavía conserva intactos
algunos de sus sueños de juventud, por muy difícil que sea realizarlos. Por el momento, se contenta con perder a las cartas y conseguir con
cierta regularidad un chute de la droga de turno. No sabe, sin embargo,
que un conocimiento que no recuerda poseer lo va a poner en medio de un
enfrentamiento que podría cambiar su mundo.
Mientras tanto, Faisán el Fanfarria, el líder de los Artistas Callejeros, una banda de punks
del Suburbio, aspira a unir a todos los pandilleros bajo su égida, para
lo que no duda, ayudado por ciertos elementos tecnológicos no
habituales en su entorno procedentes de Dunenburgo, en enfrentarse al
resto de bandas, eliminando a sus jefes, asimilando a sus seguidores y
matando a todo aquel que no acepte el nuevo orden de las cosas. Pero la
ambición de Fanfarria no se queda ahí, sino que tiene muy altas
aspiraciones.
Empieza
así un relato un tanto contradictorio, sin mensaje, donde la violencia
parece un fin en sí mismo, sin ninguna otra justificación que ofrecer
escenas espectaculares, donde la denominación de los pandilleros como punks se muestra totalmente acertada ante la filosofía vital con la que afrontan su día a día: no future.
Solo Spade parece querer sobrevivir una noche más, ver de nuevo la luz
del amanecer y seguir adelante. Los demás, con beber, fornicar y
extender la máxima destrucción posible a su alrededor, incluyendo unos
cuantos buenos asesinatos, ya tienen más que suficiente. De hecho, la
única diversión de las bandas parece ser salir a enfrentarse con otros
como ellos, aterrorizar a los escasos habitantes «neutrales» del
Suburbio, y destruir cualquier elemento del mobiliario urbano que
increíblemente hubiera permanecido intacto hasta el momento. No future, en efecto.
Se
pueden encontrar en el libro multitud de influencias o referencias —literarias, cinematográficas, comiqueras y
roleras—
fácilmente rastreables a lo ancho y largo de todo el texto. Hay algunas peleas que
parecen provenir directamente de algún videojuego de luchas como Streetfighter o similares. Las valquirias parecen inspiradas en el juego Warhammer 40K o en ciertas secundarias de los comics de Juez Dredd. El escenario, y alguno de los personajes, recuerdan inevitablemente a películas como Mad Max, 1997: rescate en Nueva York, Rebeldes u otras parecidas. Hay secundarios y escenas que rememoran planteamientos de los comics de Conan. Hay situaciones que retrotraen a ciertos westerns crepusculares...
La
desatada historia se compone de varios niveles, que al principio
parecen no tener nada que ver unos con otros, pero que finalmente se van
a revelar muy relacionados. Y todo gira en torno a Spade, un complejo
personaje, que va a convertirse sin quererlo en el objeto de la búsqueda
de todos los implicados. El autor va a ir ofreciendo a ramalazos
fragmentos de su pasado, de la relación que le une con los demás
personajes, de las razones de su amargura y de su odio, de los motivos
que le llevan a perseguir una oscura y desesperada venganza. Junto al
enigmático Fanfarría, con quien pronto se intuye que comparte un pasado
común, son los dos protagonistas sobre los que va a girar la acción de
la novela, desvelando poco a poco, a golpe de violencia, los planes que
el destino tiene reservados para ellos.
Noches de suburbio fue una de las novelas finalistas del Premio Minotauro 2007;
confieso no haber leído la ganadora —no me atraía nada, la verdad—,
pero sí alguna de las otras finalistas y debo reconocer que si a nivel
de argumentos la cosa no pinta mal, en lo literario, la escritura, el
tema deja un tanto que desear. Hay que foguearse, leer y escribir mucho,
antes de encontrar una voz y un estilo, y están llegando al mercado
muchas novelas que necesitarían de cierto reposo y muchas correcciones
para ofrecer un producto más «profesional», con menos de esos fallos que
el inevitable deseo del escritor novel de verse publicado cuanto antes
parecen propiciar. No es el menor la falta de vocabulario que propicia
la «enésima» repetición del calificativo enésimo, por ejemplo.
Ciertamente
es difícil encontrar el tono de un relato. Hay ocasiones, como en la
presente, en que la búsqueda de un efecto supuestamente épico o de un
exceso de grandilocuencia lo que consigue es precisamente todo lo
contrario, rozando peligrosamente la parodia e impidiendo que el lector
se tome en serio o se «crea» lo que está leyendo. Un defecto en el que
cae de principio el autor, ofreciendo una narración que a pesar del
barniz de ciencia ficción estaría más cercana a una fantasía heroica o
una espada y brujería superficiales, cambiando la hechicería por ciertos
accesorios tecnológicos que ciertamente no llegan a marcar la
diferencia —hay un deflector de disparos que, al no saber cómo funciona o
ha sido diseñado, ciertamente de poco se diferencia con un hechizo
protector; hay luchas con hachas y espadas; hay un líquido que da una
fuerza sobrehumana y que recuerda a cierta pócima mágica...—,
y primando el efectismo, el deseo de «epatar» al lector, sobre el
relato. Cuando, según avanza la novela, el autor va encontrando una voz
más comedida y una prosa menos desproporcionada, el daño ya está hecho y
cuesta bastante tomárselo en serio. La segunda parte gana muchos
enteros, y el final es ciertamente emotivo, pero hay que saber llevar al
lector hasta el mismo.
Son
abundantes los detalles que amenazan con ahogar lo que por otra parte
es un buen e intrigante relato. Hay escenas muy bien resueltas, sobre
todo ya avanzada la narración —como la del destino de Dudda—,
pero en general el intento de imbuir de inicio trascendencia a todas y
cada una de las páginas termina consiguiendo el distanciamiento de la
narración por saturación. Y ya el colmo se lo llevan los, por suerte
escasos, pies de página, que rozan en demasiadas ocasiones el ridículo,
aclarando cosas de forma totalmente innecesaria o que muy bien podría
haberse intercalado en el propio texto sin necesidad de cortar su
lectura. Tener un narrador omnisciente no debería significar que el
autor se inmiscuya de esa manera desde fuera de la propia historia,
incapaz quizás de explicarse a través de sus personajes y descripciones.
Blanco
plantea sin duda una interesante historia, emocionante, imaginativa e
intrigante, llena de tensión, violencia y buenas intenciones, pero la
inexperiencia literaria, la falta de rodaje, le ha jugado quizá una pequeña mala pasada, haciéndole ofrecer
un producto que queda algo cojo en la parte narrativa. Noches de suburbio
es, solo en ese sentido, una novela un tanto fallida, cuyos errores
lastran en demasía sus evidentes aciertos. Lo bueno es que con 21 años
en el momento de escribir la novela el autor posee mucho margen de
tiempo para depurar su prosa y mejorar el estilo. Los mimbres ya los
tiene, le falta un poco de oficio y eso es de esperar que le llegue con
la experiencia.
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