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martes, 11 de octubre de 2011

Reseña: El Bebedor de Lágrimas

El Bebedor de Lágrimas.

Ray Loriga.

Reseña de: Jaime M.

Alfaguara. Madrid, 2011. 231 páginas.

Cuando me enfrenté a la lectura de este libro confieso que no tenía ni idea de qué era eso de un “mundo” o una “literatura” cross over que se anuncia en su publicidad. Así que, ni corto ni perezoso, y con lo fácil que es en estos tiempos consultar Internet, me puse a remediar mi ignorancia y descubrí que la literatura cross over viene a ser la que engloba aquellos libros supuestamente juveniles que por su orientación y escritura contienen elementos que pueden ser disfrutados a cualquier edad, novelas para un público indeterminado, mezcla de géneros y de niveles de interpretación de lo narrado. Me ha parecido especialmente clarificador este artículo.

Adela, una “inocente” joven de 18 años, llega a la Universidad de Carnwell para estudiar Historia del Arte procedente del pequeño pueblo de Nueva Augusta, del que nunca antes se había alejado. Allá la espera un joven enamorado al que, más bien por pena, ha prometido regresar con él sin pensar realmente en cumplirlo. Ella quiere dejar su provinciana vida atrás y, agarrando firmemente sus riendas, tomar un nuevo rumbo para su futuro, y volver a su anterior existencia queda muy lejos de sus planes. Recién llegada al campus, mientras se dirige a la residencia femenina donde se va a alojar, es abordada por la dicharachera y desinhibida Laura, que parece haberla elegido para ser su compañera de habitación, mejor amiga y pupila para sus enseñanzas como mentora en torno a la historia de la Universidad y sus leyendas; principalmente la del Bebedor de Lágrimas.

Una leyenda que se remonta a mucho tiempo atrás y que viene a ser, en palabras de la propia  Laura, algo así: Dicen que hace como cien años o más, una chica prometida en matrimonio fue engañada por un falso enamorado al llegar a Carnwell, y después, como ya te puedes imaginar, fue burdamente despreciada, y que sus lágrimas trajeron hasta aquí a su pretendiente, que vengó la afrenta matando al chico que se había cepillado a su prometida. La leyenda sostiene que desde entonces cualquier chica engañada en este campus será vengada por el Bebedor de Lágrimas, que al parecer vaga aún como alma en pena arrastrando su espada por entre los olmos. (...) y la muchacha humillada públicamente y repudiada por su caballero, no logró soportar la vergüenza y la culpa, y se tiró desde el acantilado.

Pero Adela no cree en fantasmas, así que la historia tan solo le parece algo inventado para dar color al ambiente de Carnwell. Sin embargo, en su primera noche allí, las chicas visitan el pueblecito costero y en medio de una vorágine de alcohol y drogas Adela no tarda en encontrarse en la playa manteniendo relaciones sexuales con un joven que ha conocido allí mismo, Stephan, y el Bebedor de Lágrimas no tardará en hacer actor de presencia dando comienzo a la pesadilla de la joven estudiante.

A partir de ese momento van a ir apareciendo en escena varios actores importantes en la trama, Augustus C Warden, jefe de la policía del lugar, y su madre, con la que forma un curioso tándem de investigadores que oliéndose un crimen se ponen manos a la obra de buscar a los criminales entre los estudiantes y los residentes habituales del pueblo. Puck y Lawrence, una curiosa pareja de fantasmas corporeizados, de cuyos diálogos (entre ellos mismos o con otros implicados como los estudiantes metidos a vendedores de marihuana Sage y Cody), algo surrealistas, se desprende buena parte del humor del libro. Sara, la tercera compañera del cuarto 666 de la residencia femenina (el campus mantiene la separación por sexos), tan boba como anatómicamente dotada (aunque la verdad es que no se termina de saber demasiado bien qué pinta ahí en medio, no pasa de ser una comparsa: la tonta que se dedica a alagar a la popular en las descerebradas pelis universitarias americanas)... La enigmática Eudora Mills, la encargada de la residencia femenina, que parece saberlo todo de la “familia” de Laura y que quizá guarde unos cuantos secretos, pero que aquí no termina de adquirir protagonismo...

Empieza a desarrollarse entonces un relato que mezcla una mundana investigación policial con una historia sobrenatural de amor, odio y venganza, donde lo más prosaico se funde con lo extraordinario, dando paso a una intriga que lleva más de un siglo desarrollándose. El problema de esa trama es que todo lo que va sucediendo se presenta de forma demasiado sencilla, todo se acepta con excesiva naturalidad, sin cuestionarse lo extraño (e incluso absurdo) de muchas de las situaciones planteadas. Cuando lo sobrenatural irrumpe, casi nadie parece mostrar su incredulidad más allá de un simple encogimiento de hombros. Con un ritmo rápido y desenfadado, lo cierto es que apenas hay lugar para las dudas, sean de los protagonistas o de los lectores.

El Bebedor de Lágrimas, quizá por esa búsqueda de la cualidad cross over, es una lectura que continuamente está enviando mensajes contradictorios a sus lectores, como si no terminase de decidirse a qué publico se está dirigiendo en cada momento: desde el tono con continuas referencias sexuales y una protagonista abiertamente promiscua que marca una supuesta orientación adulta (acorde quizá a la edad de las protagonistas) hasta ciertas conversaciones o situaciones algo “tontas” que convierten el relato en algo plenamente juvenil (o infantil). Es tal vez un problema de indefinición, de querer abarcar ambos mundos sin, seguramente, dejar satisfecho a ninguno de los dos. Pero es que además el propio texto contiene varios detalles que se convierten en contradicciones narrativas, fallos argumentales, momentos en que una acción o un diálogo están de una forma inexplicable en abierta oposición con algo que se ha narrado con anterioridad.

Se trata sin duda de una novela que hubiera necesitado muchas más de las 231 páginas de letra grandecita para haber desarrollado en profundidad los temas presentados y la personalidad de los personajes implicados. Tal y como está, parece que todo se resuelva de un plumazo, con demasiada prisa y poca implicación emocional. Eso sí, esto también consigue que no se haga en absoluto pesada, salvo cuando, casi al final del libro, el autor se decide a desvelar la auténtica historia desencadenante de todo, la parte de verdad que subyace bajo la leyenda, la de Lawrence e Irene en Carnwell.

Tiene la virtud de dejar bastante cerrada la trama fundamental, aunque sea de un plumazo apresurado, dejando con ese Fin del primer libro todo preparado para las continuaciones que completen la, en principio, trilogía. Con esa perspectiva, El Bebedor de Lágrimas se antoja una larga introducción a lo que ha de venir a partir de ahora, una presentación y puesta en escena del escenario y los personajes que a partir que están así ya preparados para lo que sea que se avecine.

Deja la impresión de que gustará más a los/las tardo adolescentes que se dejen llevar por el ambiente erótico-festivo-universitario, por lo romántico de la historia y por la ligereza de la narración, que a los adultos maduros que intenten analizar el sustrato del texto buscando el mensaje de la lucha entre el bien y el mal, el Cielo y el Infierno, la inocencia y la depravación, que sin duda se esconde entre sus páginas. Es un poco triste, no obstante, que todavía a estas alturas la manera de intentar “convertir” en literatura para mayores una historia juvenil caiga una vez más en el fácil, y parece que único, recurso de añadir sexo y drogas. Seguro que hay otros caminos, esperemos que Loriga los encuentre en las próximas entregas.

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