Christopher Moore.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
DeBolsillo - La Factoría.
Col. Best Seller # 1 / 4. Madrid, 2011. Título original: You Suck: A
Love Story. Traducción: Victoria Horrillo Ledesma. 319 páginas.
Doce años después de la publicación de La sanguijuela de mi niña Moore escribió una secuela que parte prácticamente del mismo momento en que aquella terminara. C. Thomas Flood, joven aspirante a escritor, se despierta convertido en vampiro por su «novia» Jody.
Comprensiblemente enfadado, seguro que tal circunstancia sería una
buena excusa para romper su relación, pero Tommy está enamorado —o
piensa más con la entrepierna que con el cerebro— y no puede evitar
perdonar a su chica en medio de un revolcón antológico. A partir de ahí
tendrán que empezar a explorar juntos los límites de su nueva
existencia, de los poderes adquiridos con su nueva condición, separando
el mito y la realidad de lo que pueden hacer o no los vampiros. Y una de
las primeras cosas debe ser encontrar un nuevo esbirro que se encargue
de los trabajos diurnos de los que hasta esa noche se encargaba Tommy,
como por ejemplo alquilar cuanto antes un nuevo apartamento, pues debido a la promesa hecha a Cavuto y Rivera, los inspectores de homicidios, al final del libro anterior, deben
abandonar lo más pronto posible el loft que hasta entonces habían ocupado.
El
autor construye en esta ocasión una historia divertida aunque
escasamente hilvanada, con un humor directo, muy poco —más bien nada—
sutil, trufado de referencias y equívocos de naturaleza sexual y mucho
más «grueso», incluso escatológico en ocasiones, que el de su
antecesora. La trama —si es que se puede estrictamente hablar de una— es
mucho más desenfrenada que aquella —y eso que ya lo era bastante—, en
un sentido un tanto deslabazado, como una sucesión de sketchs
que llevan hacia un lugar común. La novela se nutre de unos pocos
personajes nuevos —una prostituta de piel azul y llamada precisamente Blue; la nueva esbirra de la pareja de vampiros novatos, Abbey Normal, una chica gótica de gran imaginación aspirante a ser transformada, y su amigo gay, Jared...—, e introduciendo grandes cambios en los ya conocidos, como los más que nunca descerebrados animales o el un tanto errático Emperador de San Francisco. Los dos inspectores de homicidios pululan por ahí, pero esa trama detectivesca tan marcada de La sanguijuela de mi niña ha desaparecido aquí de forma casi absoluta.
La mejor parte del libro se la llevan, sin duda, los capítulos en los que Abby Normal
refleja en su diario las cosas que le van sucediendo con una óptica
ciertamente distorsionada, desde la ingenuidad y la incomprensión de lo
que realmente significaría obtener sus deseos. Abby es un remedo del
Tommy de la primera novela en una versión todavía más joven. Unos
adolescentes terriblemente ingenuos, que se autoengañan, con grandes
sueños un tanto fuera de su alcance y a los que las circunstancias les
dan más de lo que esperaban, y desde luego no como lo esperaban. Abby es
más experimentada que Tommy a pesar de esos tres años menos, para algo
ha crecido en la gran ciudad y no en un pueblecito perdido del Medio
Oeste y, sin embargo, en el fondo es igual de inocente que este. Los
tiernos anhelos de amor escondidos en su diario, su dulzura escondida
bajo una protectora coraza de ironía, le hacen un hueco en el
corazoncito de los lectores y consiguen que sea ella quien mantenga en
realidad el interés de la novela, bajando el mismo cuando ella sale de
escena.
Moore
se regodea en situaciones un tanto absurdas, extravagantes hasta el
extremo, exageradas, llevando los límites de las actuaciones de sus
«actores» —sobre todo el grupo conocido como los animales—
más allá de un comportamiento coherente incluso pensando en todas las
increibles cosas que les están sucediendo y su naturaleza inclinada de
por sí al desmadre. El humor inteligente, los dobles sentidos, se
encuentran en esta ocasión escasa y esporádicamente dosificados, y
cuando aparecen —ligados como ya he indicado sobre todo a la figura de
la adolescente Abby— consiguen elevar con mucho el nivel de la lectura,
despertando las adormecidas sonrisas extraviadas en el resto del texto.
Conforme
avanza el libro, el lector va «descubriendo» una especie de mensaje
soterrado —ya no sé si intencionado o es que yo tenía ganas de encontrar
«algo más» en el texto— desvelado por las acciones de cada uno de los
personajes: Moore
sugiere que a veces las buenas personas hacen cosas malas
bienintencionadamente, sin querer, y que el Mal en muchas ocasiones es
tan solo una cuestión de aburrimiento. Es inevitable traer a la mente
dos refranes que vienen mucho al cuento: «El camino al Infierno se
encuentra empedrado de buenas intenciones» y «Cuando el diablo se aburre
con el rabo mata moscas». A los resultados de las acciones de unos y
otros me remito.
El
final de la novela se avecina tan precipitado —cuando quedan ya muy
pocas páginas uno empieza a pensar que no hay manera de que el autor
termine aquello de alguna manera— que incluso se agradece el deus ex machina
liberador que permite cerrar la historia con algo parecido a una
conclusión satisfactoria y un epílogo que sienta las bases para la
siguiente entrega. ¡Chúpate esa!
es un libro divertido, sí, entretenido, sí, algo decepcionante, también
—en comparación sobre todo con su antecesora—, que gustará a los
amantes del humor grueso y la parodia fácil. Habrá que leer ¡Muérdeme! para ver si remonta el vuelo.
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Reseña de otras obras del autor:
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