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sábado, 11 de febrero de 2012

Reseña: Largas noches de lluvia

Largas noches de lluvia.
Marc R. Soto.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Viaje a Bizancio Ediciones. Col. Clatter # 7. Sevilla, 2011. 131 páginas.

Al tener el libro en sus manos el lector se encuentra con un breve, aunque morbosamente delicioso, volumen que contiene tres relatos, Sueño de nieve y barro, La sonrisa del reloj y Largas noches de lluvia, de muy diferente longitud —cortos los primeros y bastante más largo el último— con muy diferente enfoque pero idéntico objetivo: inquietar y sorprender. Tres historias que parten de lo cotidiano y familiar, de lo íntimo —un paseo en el bosque, un niño que recibe un regalo, un hombre que cuida de su esposa enferma ocupándose de las labores del hogar— para hacer surgir de las sombras aquellas ocultas realidades que se niegan a salir a la luz. Historias en verdad intemporales —más allá del año que acompaña a cada título—, enclavadas en un pueblo de eso que se ha dado en llamar la España Profunda donde sus habitantes se muestran enormemente celosos de su silencio y privacidad, de forma, por ejemplo, que veinte años después de llegar al lugar y estar casado con una de «ellos», el boticario sigue siendo el «extraño», el extranjero del lugar. Historias que hablan de familias, de relaciones envenenadas, de envidias, rencores y celos, de verguenzas propias y ajenas, y es que detrás de cada uno de los incidentes se encuentran muchos secretos y mentiras, muchos sentimientos inexpresados, muchas ofensas no resueltas, mucha culpa no exteriorizada.

En el primer cuento, muy corto, el lector se encuentra, en 1977, con dos hermanos que caminan por el bosque invernal para visitar una cueva donde, supuestamente, un oso se encuentra hibernando, pero donde en realidad el mayor planea matar al pequeño debido a unos irrefrenables celos.

En el segundo, un poco, aunque no demasiado, más largo, en 2010 un hombre explica, a modo de confesión, cómo le cambió la vida cuando apenas era un niño el regalo de su tío coleccionista filatélico de una valiosa lupa, con un montura de oro de veinticuatro quilates, y un álbum para guardar los sellos que a partir de entonces fuera adquiriendo.

Y cerrando el volumen, con la narración más extensa de las tres, es en 1967 cuando Rogelio, el regente de la taberna de un pequeño y aislado pueblo, es descubierto por el cartero desangrado en la bañera de su casa y el boticario del pueblo es requerido hasta allí para ver si puede hacer algo por el finado.

Soto hace gala en todos ellos de un estilo suelto, ágil y a la vez medido, sin palabras ni añadidos innecesarios, enormemente sugerente, ofreciendo poderosas imágenes que surgen sin fisuras del texto, sin avisar en realidad, para golpear la mente del lector con cierta truculencia, con un horror que surge más de lo imaginado que de lo plasmado en las páginas. Imágenes que se quedan en el recuerdo del lector como se quedaron en las retinas de sus protagonistas. Imágenes que se deslizan por el alma como esa lluvia que cae en noches cerradas, limpiando, quizá, los oscuros secretos, pero que no puede llevarse nunca ni el dolor ni el odio ni la culpa ni, por suerte, el amor de un padre por su hija. Imágenes que provocan sensaciones, que cautivan y horrorizan, que transmiten emociones y convierten los relatos en algo vivo. Dominando el lenguaje a la perfección, las narraciones fluyen sin obstáculos, dosificando los datos y descripciones para llevar la atención allí donde el autor desea, caminando a través de los detalles mientras va creando una tensión creciente —ese cuchillo que corta la piel y la sangre que gotea por el muslo, esa lupa que condensa los rayos del sol y quema aquello a lo que apunta, esas discrepancias entre los testimonios de los implicados que tuercen las sospechas...— para ofrecer una revelación final que coloca todo lo anterior bajo un nuevo prisma e interpretación.

Historias desasosegantes, con cierto toque de horror bajo barniz costumbrista y no exentas de una buena dosis de ironía, llenas de suspense y misterio. Y por encima de todo, un sentimiento de amor y poesía. Soto ama a sus personajes y lo demuestra en la forma en que los trata, en cómo los retrata, en cómo se pone en su piel —consiguiendo que a través de él también lo haga el lector— para transmitir sus sentimientos, miedos y anhelos. Detrás de los tensos silencios, de las miradas de reojo, se ocultan muchas verdades incómodas y muchos secretos compartidos, y el autor, cual cirujano sin escrúpulos, se dedica a hurgar inmisericordemente en la herida por mucho que duela para inquietar a sus lectores, para mostrarles que detrás de cada individuo, por inocente que aparente ser, puede ocultarse el monstruo que puebla en sus pesadillas. Sin sobresaltos, son cuentos que pueden calificarse de «tranquilos», con una cadencia suave y ciertas rupturas finales.

Es en el tercer relato, el más extenso y que da título a todo el volumen, donde el autor más se aleja del «cuento con giro final sorpresa» para ofrecer un desarrollo más elaborado de la trama, con un cierto «mimo» que le permite dar mayor profundidad a la creación de los personajes, con un mejor retrato psicológico y un mayor detallismo, con una presentación inicia de la trama que pasa con suave transición de lo íntimo de las relaciones entre un matrimonio, de esa sabiduría popular con sus certeros refranes, a la escena de un crimen y su «investigación», con una narración que poco a poco va introduciendo el misterio hasta alcanzar un tenso punto culminante con la resolución de lo sucedido y un demoledor desenlace donde el costumbrismo de los pueblos aislados cobra toda su importancia en el relato, como causa y efecto del drama.

Largas noches de lluvia —como libro— es en efecto un volumen breve, demasiado breve, que deja con ganas de leer más obras del autor y que cumple a la perfección el objetivo implícito de entretener e inquietar, a la vez que invita a cuestionarse ciertas cosas. Habrá que estar atento a la evolución del autor.

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