Mike Resnick.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Timun mas. Barcelona, 2012. Título original. Starship: Mercenary. Traducción: Joan Josep Mussarra. 311 páginas.
Tercera entrega de la saga estelar en que el autor se dedica a glosar las diversas y movidas andanzas del capitán Wilson Cole y su muy heterogénea tripulación a bordo de la Teddy R.
La acción de la presente engancha prácticamente en el punto donde se
quedara la trama de la anterior. Tras haber «desertado» de la Alianza
debido a los desmanes de sus mandos superiores y habiendo intentado, y
de alguna manera fracasado, en su intento de convertirse en piratas en
la Frontera Interior,
ha llegado el momento de probar una nueva profesión aparentemente más
acorde a su preparación militar: la carrera de mercenarios. Pero, como
no podía ser de otra manera, la cosa no va a ser sencilla como se les
antojaba en principio, lo que es obvio dará lugar a intensas situaciones
donde habrá que calibrar al milímetro si el riesgo a correr merece la
pena a cambio del precio a cobrar. Sobre todo cuando las negociaciones
para encontrar patrones se encuentran en manos de un alienígena fanático de los libros
de Dickens, que se hace llamar David Copperfield, antiguo contrabandista con una escala de valores un tanto personal y subjetiva.
La
convicción moral de los implicados, militares de carrera apegados a un
férreo sentido del Honor y de lo que es correcto, va a entorpecer
también en esta ocasión su incipiente carrera como mercenarios, como ya
lo sucediera, aunque en mayor medida, con la opción de la piratería. La
citada elección de patrones y objetivos se va a convertir en una tarea
peliaguda, teniendo en cuenta que los tripulantes de la Teddy R.
no están dispuestos a apoyar según qué causas, como todas aquellas que
pongan en peligro civiles inocentes o puedan conducir a perpetuar
ciertas injusticias comúnmente aceptadas en la casi sin ley Frontera Interior.
Busca Resnick una narración celérica y lo consigue mediante un diálogo casi continuo, que convierte en muy ágil la acción, pero que no cabe duda que literariamente deja un tanto que desear. La acción llega mayoritariamente al lector mediante conversaciones sobre los planes o sobre la resolución de los mismos, más que a través de descripciones de lo que está sucediendo en cada momento.
Imprimiendo un tono de desenfadada comedia, el cobarde Copperfield
se ocupa de dar el contrapunto divertido al dramatismo bélico en que se
ve envuelta habitualmente la Teddy R., al aceptar en principio
cualquier trabajo, por peligroso que pueda ser, mientras la recompensa
sea alta y su propio pellejo no corra riesgo. Lo que sucede es que en
muchas ocasiones los gastos y peligros se encuentran muy por encima de
los potenciales beneficios. De forma más directa, la relación entre Cole y su oficial Forrice también aporta sus buenas dosis de humor ante la forma de entender la idiosincrasia humana que tiene el alienígena.
Así,
no existe en la novela más intención que hacer pasar a los lectores un
rato entretenido, sin gastar demasiadas neuronas —de hecho, casi mejor
«apagar» unas cuantas antes de empezar la lectura—, de forma amable. Sin
ser un libro de humor lo cierto es que hay gran cantidad de situaciones
humorísticas y divertidas, más por las circunstancias y reacciones en
que incurren los personajes ya citados que por la inclusión directa de
chistes en el texto.
En la parte dramática hay un cierto crecimiento de los personajes principales, sobre todo en «secundarios» como Val,
quien va a tener que enfrentarse a difíciles decisiones al no compartir
desde un principio la misma escala de valores de Cole y su tripulación
original. Al mando de su propia nave, va a surgir el problema de cómo ir
repartiendo e integrando las nuevas «adquisiciones» de efectivos en una maquinaria ya
establecida y en funcionamiento, pero siempre en precario debido a la
escasez de miembros. Del reparto de los nuevos tripulantes y de la
elección de patrones va a depender buena parte del futuro de los nuevos
mercenarios, quienes pueden llegar a ver incluso comprometida su
amistad. La aparición de nuevos personajes o la sorprendente recuperación de alguno que había aparecido fugazmente, apenas nombrado, con anterioridad, colabora a ir ampliando el particular universo de la serie.
El autor pinta la Frontera Interior como si de una especie de Salvaje Oeste
se tratara, con colonos que tratan de ganarse la vida duramente, y
bandas de forajidos que solo buscan riquezas mediante el robo y la
extorsión, aunque sea a escala planetaria. Un lugar donde la única ley
parece ser la que impone el uso de la fuerza y donde el respeto por la
vida es escaso. El casino del Duque Platino, en la Estación Singapore, se antoja el saloon
del lugar, un territorio más o menos neutral donde se cierran los
negocios y los enemigos pueden tomarse una copa guardándose las
espaldas, aunque no siempre se pueda escapar de las peleas que destrozan
el mobiliario del local. Allí, los principios morales de Cole y sus
tripulantes los asemejan más a la figura icónica del sheriff o del cazarecompensas
—ético, eso sí— del lugar, que al típico mercenario que vende sus
servicios al mejor postor sin importar su catadura. Una posición esa,
sin embargo, que va a reportarles poderosos enemigos con los que tendrán
que lidiar en circunstancias adversas.
Starship: Mercenario
se encuentra estructurada, como ya sucediera con sus predecesor, de
forma episódica, pasando de una misión a otra casi sin descanso —salvo algún interludio «lúdico» en Singapore (un lugar, por cierto, que quienes hayan leído las aventuras de Valerian, agente espacio-temporal, no podrán dejar de imaginar como un trasunto del Punto de Encuentro que aparece en El Embajador de las Sombras)— ni ocasión de
asimilarlas por parte de sus propios protagonistas . Algo que
promueve que haya, como ya sucediera en las entregas anteriores,
situaciones que se resuelven con demasiada «facilidad» y rapidez, sin la
debida tensión aunque sí cierta intriga sobre cómo van a poder salir de cada embrollo en el que se meten. La filosofía inherente al personaje de
Cole es la de que es mejor ganar una batalla mediante el diálogo —y el
engaño, la picaresca— y una buena planificación que mediante el uso de
las armas. Así, en demasiadas ocasiones, los mercenarios consiguen sus
objetivos a través de retorcidas acciones dialécticas que fuerzan al
enemigo a desistir de sus intenciones, poniendo en bandeja de plata a la
Teddy R. el éxito sin haber disparado un solo tiro.
Una novela, y una serie, de space opera militar
para leer de forma rápida, desengrasar neuronas entre otras lecturas de
más calado, y disfrutar con una sonrisa sin intentar analizar
demasiado. Entretenimiento y escapismo puro y duro, sentido de la
maravilla a la antigua para degustar con la suspensión de la
incredulidad encendido en su rango máximo. Si se disfrutó de las
anteriores, esta mantiene la misma línea.
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Reseña de otras obras del autor:
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