Miyuki Miyabe.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Quaterni. Madrid, 2012. Título original: R.P.G. Traducción: Purificación Meseguer. 284 páginas.
La
autora japonesa ofrece una nueva intriga criminal situada en
Tokyo, aunque en esta ocasión la propia ciudad va a tener mucho menos
protagonismo que en alguna de sus anteriores novelas. Todo comienza
cuando tengan lugar dos asesinatos sin aparente relación: los de Naoko Imai, una estudiante universitaria de 20 años, y Ryosuke Tokoroda, un empresario de 48, casado y con una hija adolescente, Kazumi.
Las dos investigaciones en principio independientes van a llegar a un
punto en el que, después de todo, la conclusión es que ambas muertes posiblemente sí
que se encuentran conectadas al conocerse las víctimas con anterioridad. Viejos conocidos de anteriores obras van a adquirir de nuevo cierto
protagonismo, como Chikako Ishizu, inspectora caída en desgracia desde los sucesos narrados en Fuego cruzado —Crossfire—, y de Fusao Nakamoto,
con una mínima aparición que, sin embargo, es el germen que permite una
nueva interpretación de lo sucedido y que llevará a toda una nueva
línea de investigación que deberá montar un tanto contrarreloj, y fuera
de sus habituales labores, el inspector Etsuro Takegami.
Los
primeros capítulos de la novela, algo áridos tal vez, se podrían
considerar de mera exposición de datos sobre las diferentes líneas de
las investigaciones llevadas a cabo hasta concluir que es un mismo caso y
obtener una serie de sospechosos. La autora vuelca en las primeras
páginas, mediante una intensa recopilación del procedimiento policial,
toda la información y precedentes de los asesinatos, —aunque luego se
conviertan en un mismo dossier— de forma un tanto concentrada, para
poder centrarse enseguida en la nueva línea de investigación —que se
presenta un tanto como un «tiro a ciegas», una apuesta personal por un
nuevo enfoque desechado por la investigación «principal»— y en el drama
que ha de tener lugar en una sala de interrogatorios donde reúne a los
principales protagonistas bajo la atenta mirada de Kazumi,
la hija del asesinado, protegida por el vidrio espejado. Ante sus
sorprendidos, y algo ofendidos, ojos va a ir saliendo a la luz la
compleja relación de una familia virtual,
sin ningún tipo de lazos consanguíneos, creada por su padre. Y no es
hasta el momento en que todos los implicados van a irse encontrando
paulatinamente allí reunidos, a uno y otro lado del cristal, que la
novela no explota con toda su intensidad.
A
partir de ahí hasta el final título encierra un doble sentido que no se
puede desvelar a riesgo de chafar la resolución de la investigación,
aunque eso sí, es fácil de advertir que se trata de un «juego de rol» un
tanto distinto de lo que entendemos habitualmente por estos lares.
Durante la investigación del asesinato de Ryosuke Tokoroda,
la policía va a descubrir un buen número de correos electrónicos y
otros intercambios cibernéticos —algunos de las cuales se reproducen
antes de capítulos significativos— mediante los cuales el finado había
formado una unidad familiar en un chat de internet, compuesta por él
mismo en el «rol» de papá, completándola con una mamá y dos hijos, Kazumi —que coincide en nombre con la auténtica— y Minoru.
Mientras en la vida real su matrimonio se tambaleaba bajo el peso de
sus aventuras amorosas, toleradas tristemente por su esposa, y una muy
distante relación con su hija, esa familia virtual parecía darle aquello
que no le ofrecía su propia vida, pudiendo volcar toda su necesidad de
dar apoyo y consejo en gente que ni siquiera conoce en persona, mientras
no se atreve a hacer lo mismo con aquellos más cercanos a él y el mundo
real se le escapa de entre las manos.
Tras
establecer la relación de los dos asesinatos y reconstruir, por medio
de los citados mensajes que intercambiaban, la vida «familiar» de los
implicados, Takegami y compañía, siguiendo el pálpito de Nakamoto
—apartado de la investigación por un infarto— van a montar un
interrogatorio-rueda de reconocimiento con los otros tres miembros vivos
de la familia al tiempo que invitan a la verdadera Kazumi
a escuchar tras el espejo unidireccional para ver si reconoce a ciertas
personas que pudieran estar reuniéndose con su padre, mientras que su
madre aguarda en una sala de la comisaría revisando los objetos de su
marido bajo la atención de Chikako.
El
lector se encuentra siguiendo el proceso policial sin saber realmente
cuál es el juego de la policía ni tener todos los datos en la mano. Se
sabe que están poniendo en práctica un meticuloso plan, pero se
desconoce cuál es su objetivo. Los datos van fluyendo con la historia,
poco a poco, mientras se van sumando sujetos al interrogatorio y sus
confrontaciones traigan a primer plano las complejas interacciones que
se habían establecido. Hay una palpable tensión en todos los implicados,
tanto en esa «familia» que va viéndose cara a cara, como en la
auténtica Kazumi, que ve cómo unos desconocidos recibían la atención y
cariño que su padre no le daba a ella, sin poder entenderlo ni
perdonarlo del todo.
Miyabe
concentra en la sala de interrogatorios el grueso de toda la narración,
desvelando mediante una investigación un tanto al margen de los
procedimientos habituales de la policía, los antecedentes de la
historia, y los tristes hechos que han llevado a establecer tan peculiar
relación, trayendo a un primer plano un retrato de la soledad dentro de
la sociedad japonesa actual, donde algunos individuos, a pesar de estar
rodeado de personas por todos lados, no se sienten acompañados en
absoluto. Dentro de ese ambiente cerrado, bullendo de tensión entre
interrogadores e interrogados —y entre estos entre sí— empieza a surgir
un interior de las personas que suele estar escondido para el resto de
la gente, la identidad que no se atreven a compartir más que con unos
desconocidos, y las presiones que han llevado a alcanzar tan paradójica
situación.
La edición anglosajona |
Son
personas dañadas, quienes a pesar de toda su aparente normalidad sienten
que algo les falta en sus vidas. Sale a la luz la infelicidad de una
existencia vacía. Se muestra la paradoja de la búsqueda, casi
desesperada, de un modelo ideal de familia, ahora en desuso, por parte
de una gente que no encuentra un lugar donde refugiarse, salvo en el
mundo virtual, en una fantasía al fin y al cabo, más satisfactoria que
la propia vida, más fácil y rápidamente gratificante. Ante las pruebas
de la vida, ante cualquier dificultad, el individuo se repliega, sin
apenas capacidad de lucha, vencido de antemano por una existencia vacua,
de satisfacción inmediata, de conseguir todo lo deseado apenas sin
esfuerzo, que convierte en frustración el mínimo tropiezo.
Más
allá del procedimiento policial y la investigación canónica de unos
crímenes, más allá de descubrir a un culpable que se ve venir con cierta
anticipación —aunque haya que estar muy atento a las contradicciones—,
la autora parece estar en realidad interesada en retratar una fracción
de la sociedad japonesa que, después de todo, se revela no tan diferente
de la occidental. Un mundo de secretos y engaños ocultos en las redes informáticas,
de existencias ficticias que de alguna manera se convierten en más
satisfactorias que las auténticas. Pero ¿cuándo se convierte en más
«real» el mundo virtual de Internet que aquello y aquellos que de verdad
nos rodean? ¿Cuándo la «libertad» que permite el aparente anonimato de
las redes empieza a tener consecuencias en la vida real? ¿Cómo se puede
compaginar esa doble existencia, ese engaño, en el día a día laboral o
estudiantil? ¿Qué presiones insoportables sufren esos individuos, de muy
diferente edad, por parte de la sociedad que le llevan a construirse
una existencia más benigna y afable donde puede ser por fin «uno mismo»?
¿Permite el contacto cibernético una empatía mayor que el «personal» a
pesar de que quien está recibiendo los consejos seguramente no se
corresponda en la realidad con la imagen que proyecta en los chats?
R.P.G. (Juego de rol),
aún siendo más «simple» que obras anteriores de la autora, dada su
mayor brevedad en páginas, la concentración de toda la acción en un solo
día y su localización en un solo lugar —recapitulaciones de la
investigación y algunos flash backs
mediante—, y de que tampoco termina de profundizar a fondo en el
problema, lo cierto es que termina siendo una lectura muy interesante.
No es tanto un libro a lo Agatha Christie de «descubre al asesino» —que también—, sino un intento de profundizar en la psicología de la unidad familiar en Japón
y en la manera que tienen ciertas personas de enfrentarse a las
intensas presiones, individuales y colectivas, a la que las somete una
férrea e inmovilista sociedad; de la libertad y los peligros que suponen
internet —a pesar de que la novela es de 2001 se mantiene bastante
vigente— para aquellos que quieren usarlo como recurso fácil para
escapar de una realidad que sienten demasiado constreñida. Sencilla, tal
vez, pero también intensa y emocionante, cargada de tensión, y con un
cierto poso sobre el que reflexionar.
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Reseña de otras obras de la autora:
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