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sábado, 13 de octubre de 2012

Reseña: Los que duermen

Los que duermen y otros relatos.
 
Juan Gómez Bárcena.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Ed. Salto de Página. Col. Púrpura. Madrid, 2012. 125 páginas.

Detrás de una portada realmente atractiva —obra de George Brie— quince relatos breves asaltan de forma agradablemente inesperada la mente del lector. Es difícil explicar el sentido de maravilla que transmiten todos ellos, hablando de hechos imaginarios que no dejan de retratar nuestra realidad, invitando a verse reflejados de alguna manera en las muy diferentes miradas de los protagonistas de estas historias.

Unas historias imperceptiblemente conectados entre sí de forma casi etérea, a veces por una sensación, otras por una fecha, por un personaje en segundo plano o por una laguna o ciénaga que atrapa los cuerpos de los sacrificios para devolverlos muchos años después haciendo que se pueda así especular, muchas veces erróneamente, con las causas que los llevaron allí. Unos cuentos que van tejiendo una fina, imperceptible, tela de araña que atrapa de forma irremediable al lector hasta que pasa la última página.

Gómez Bárcena hace gala de una prosa de una sobria belleza, de una contenida delicadeza poética, que consigue engarzar cada cuento como una pequeña, casi diminuta, joya de un precioso collar destino a brillar con luz propia. Una prosa descriptiva, sin diálogos, con cada palabra, cada artículo, cada adjetivo... colocados en su sitio con precisión nada mecánica, como un precioso encaje en absoluto recargado o barroco. Las frases fluyen, creando imágenes y sensaciones, entregando sabores y texturas, llenas de reminiscencias siempre a un paso de ser aprehendidas.

No hay un definido hilo conductor que siga la antología de cuento en cuento y, sin embargo, todos parecen conectados. Es un placer escondido el descubrir las conexiones: esa fecha, ese pantano, ese jinete cabalgando un famélico jamelgo... y que invita a una vez terminada la lectura empezarla de nuevo. Difícil clasificarlos; hay aquí una fantasía sutil, apenas onírica, de realidades paralelas, de Historia secreta; hay toques de aventura, de romance y de tragedia; hay una ciencia ficción que habla del presente, con viajes en el tiempo e inteligencias artificiales hijas de los seres humanos...

Relatos que transmiten tal amor por la palabra que incluso describen sociedades donde las mismas son la «moneda» en curso, como en Cuaderno de bitácora. Relatos que a su manera son en realidad pequeñas crónicas de eventos que pudieron o no suceder, momentos congelados en el tiempo, a veces indeterminado e inaprensible, otras veces paralelo al nuestro, fuera de la realidad. Relatos que van desde un pasado indeterminado, extraño y reconocible a un tiempo, a un futuro de maravillas y duras revelaciones.

Y es que precisamente a lo largo de la antología es un factor recurrente ese paso del tiempo y, sobre todo, de una Historia terriblemente mutable, abierta a interpretaciones, a juicios y sentencias. Un tiempo que en manos del autor se hace inmisericorde, voluble, que se retuerce sobre sí mismo y devuelve a una viuda la juventud de su marido después de muerto —Fábula del tiempo—, un tiempo indefinido, sin grietas donde agarrarse, terriblemente relativo...

Son precisamente cuentos donde el relativismo es una forma de ver, de entender y describir el mundo y la vida, donde no hay nada fijo ni seguro, donde si viajas lo suficientemente rápido, lo suficientemente lejos, puedes cambiar el devenir de los años. Donde la «realidad» varía dependiendo del observador o de quien narre la historia —La leyenda del rey Atkasar—, donde el sacrificio ritual de una persona —El regreso— puede dar comienzo a otras muchas leyendas que solo mucho después serán descubiertas —La virgen de los cabellos cortados, El Padre fundador de Alemania o el propio Los que duermen—. Donde Aquiles puede zafarse de su destino y ver sin embargo cómo se cumplen las profecías —El mercader de betunes—.

Futuros donde los criogenizados despiertan a una nueva realidad que les aterra —2374— o donde los robots anhelan con paciencia la vuelta de sus creadores —La espera— como una nueva religión no exenta de herejes. En muchas ocasiones se trata de cuentos muy duros, desgarradores, como Las buenas intenciones, que obligan al lector a enfrentarse al horror de una enfermedad deshumanizadora con los ojos de la pura desesperación de los que sufren sus consecuencias. O del engaño que tranquiliza las conciencias bienpensantes para que puedan volver a casa y dormir con la satisfacción de un mundo que «funciona» —Hitler regala una ciudad a los judíos—. Y mucho más...

Se muestra el acto de la creación como acto de divinidad, las apariencias como sustituto de la verdad, el amor como fuerza para cambiar el mundo, las palabras como vehículo de poder, las suposiciones como trasunto de la Historia... Una enorme pequeña antología, llena de poesía y de poderosas reflexiones, para paladear muy lentamente, para deleitarse con sus expresivas imágenes, para soñar, para sentir la poesía y para horrorizarse con los abismos del alma humana. Una antología tan breve como completa, y una voz a tener muy en cuenta en el futuro.

2 comentarios:

  1. Estoy esperando que me llegué pues me llama muchísimo la atención y, ahora, después de tus palabra, mucho más.

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  2. La verdad es que no sé muy bien qué esperaba de esta antología, pero me ha sorprendido muy gratamente.

    Espero que te guste ;-)

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