Juan Gómez Bárcena.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ed. Salto de Página. Col. Púrpura. Madrid, 2012. 125 páginas.
Detrás de una portada realmente atractiva —obra de George Brie—
quince relatos breves asaltan de forma agradablemente inesperada la mente del lector.
Es difícil explicar el sentido de maravilla que transmiten todos ellos,
hablando de hechos imaginarios que no dejan de retratar nuestra
realidad, invitando a verse reflejados de alguna manera en las muy
diferentes miradas de los protagonistas de estas historias.
Unas
historias imperceptiblemente conectados entre sí de forma casi etérea, a
veces por una sensación, otras por una fecha, por un personaje en
segundo plano o por una laguna o ciénaga que atrapa los cuerpos de los
sacrificios para devolverlos muchos años después haciendo que se pueda
así especular, muchas veces erróneamente, con las causas que los
llevaron allí. Unos cuentos que van tejiendo una fina, imperceptible,
tela de araña que atrapa de forma irremediable al lector hasta que pasa
la última página.
Gómez Bárcena
hace gala de una prosa de una sobria belleza, de una contenida
delicadeza poética, que consigue engarzar cada cuento como una pequeña,
casi diminuta, joya de un precioso collar destino a brillar con luz
propia. Una prosa descriptiva, sin diálogos, con cada palabra, cada
artículo, cada adjetivo... colocados en su sitio con precisión nada
mecánica, como un precioso encaje en absoluto recargado o barroco. Las
frases fluyen, creando imágenes y sensaciones, entregando sabores y
texturas, llenas de reminiscencias siempre a un paso de ser
aprehendidas.
No
hay un definido hilo conductor que siga la antología de cuento en
cuento y, sin embargo, todos parecen conectados. Es un placer escondido
el descubrir las conexiones: esa fecha, ese pantano, ese jinete
cabalgando un famélico jamelgo... y que invita a una vez terminada la
lectura empezarla de nuevo. Difícil clasificarlos; hay aquí una fantasía
sutil, apenas onírica, de realidades paralelas, de Historia secreta;
hay toques de aventura, de romance y de tragedia; hay una ciencia
ficción que habla del presente, con viajes en el tiempo e inteligencias
artificiales hijas de los seres humanos...
Relatos
que transmiten tal amor por la palabra que incluso describen sociedades
donde las mismas son la «moneda» en curso, como en Cuaderno de bitácora.
Relatos que a su manera son en realidad pequeñas crónicas de eventos
que pudieron o no suceder, momentos congelados en el tiempo, a veces
indeterminado e inaprensible, otras veces paralelo al nuestro, fuera de
la realidad. Relatos que van desde un pasado indeterminado, extraño y
reconocible a un tiempo, a un futuro de maravillas y duras revelaciones.
Y
es que precisamente a lo largo de la antología es un factor recurrente
ese paso del tiempo y, sobre todo, de una Historia terriblemente
mutable, abierta a interpretaciones, a juicios y sentencias. Un tiempo
que en manos del autor se hace inmisericorde, voluble, que se retuerce
sobre sí mismo y devuelve a una viuda la juventud de su marido después
de muerto —Fábula del tiempo—, un tiempo indefinido, sin grietas donde agarrarse, terriblemente relativo...
Son
precisamente cuentos donde el relativismo es una forma de ver, de
entender y describir el mundo y la vida, donde no hay nada fijo ni
seguro, donde si viajas lo suficientemente rápido, lo suficientemente
lejos, puedes cambiar el devenir de los años. Donde la «realidad» varía
dependiendo del observador o de quien narre la historia —La leyenda del rey Atkasar—, donde el sacrificio ritual de una persona —El regreso— puede dar comienzo a otras muchas leyendas que solo mucho después serán descubiertas —La virgen de los cabellos cortados, El Padre fundador de Alemania o el propio Los que duermen—. Donde Aquiles puede zafarse de su destino y ver sin embargo cómo se cumplen las profecías —El mercader de betunes—.
Futuros donde los criogenizados despiertan a una nueva realidad que les aterra —2374— o donde los robots anhelan con paciencia la vuelta de sus creadores —La espera— como una nueva religión no exenta de herejes. En muchas ocasiones se trata de cuentos muy duros, desgarradores, como Las buenas intenciones,
que obligan al lector a enfrentarse al horror de una enfermedad
deshumanizadora con los ojos de la pura desesperación de los que sufren
sus consecuencias. O del engaño que tranquiliza las conciencias
bienpensantes para que puedan volver a casa y dormir con la satisfacción
de un mundo que «funciona» —Hitler regala una ciudad a los judíos—. Y mucho más...
Se
muestra el acto de la creación como acto de divinidad, las apariencias
como sustituto de la verdad, el amor como fuerza para cambiar el mundo,
las palabras como vehículo de poder, las suposiciones como trasunto de
la Historia... Una enorme pequeña antología, llena de poesía y de
poderosas reflexiones, para paladear muy lentamente, para deleitarse con
sus expresivas imágenes, para soñar, para sentir la poesía y para
horrorizarse con los abismos del alma humana. Una antología tan breve como completa,
y una voz a tener muy en cuenta en el futuro.
Estoy esperando que me llegué pues me llama muchísimo la atención y, ahora, después de tus palabra, mucho más.
ResponderEliminarLa verdad es que no sé muy bien qué esperaba de esta antología, pero me ha sorprendido muy gratamente.
ResponderEliminarEspero que te guste ;-)