Reseña de: Santiago Gª Soláns.
RBA libros. Col.
Literatura fantástica # 13. Barcelona, 2013. Título original:
Osama. Traducción: Raúl García Campos. 348 páginas.
¿Ciencia ficción?
¿Fantasía? ¿Historia alternativa? ¿Novela negra? ¿Mera paranoia? Al
estilo del Dick de El hombre en el castillo, la
novela discurre por cauces de una realidad paralela, obviamente
distinta a la nuestra. ¿Ucronía? Pudiera ser. En un ejercicio de
metaficción que quizá no sea más que el intento del autor, testigo
de varios de los atentados más sangrientos del terrorismo islámico,
de exorcizar sus propios demonios interiores, Tidhar factura
una obra tan sorprendente como desconcertante. Una novela extraña,
que bebe de muchos de los mecanismos internos de la ciencia ficción
y al mismo tiempo los rechaza. Una obra que recurre al noir
y al pulp de forma manifiesta, y los trasciende con su
mensaje. Un mensaje encriptado en sus páginas, enigmático y
contradictorio, proporcionando muchas capas y niveles de lectura,
gracias a lo que el lector va a seguir dándole vueltas a la historia
tiempo después de haber pasado la última página. Sin embargo, hay
que decir que esta es una obra áspera, de difícil asimilación
inicial, a la que se debe encontrar el «punto» para disfrutarla en
condiciones, descubriendo —y aceptando— unas claves internas
—literarias y metaliterarias— que pueden llegar a resultar
complicadas.
Alrededor de la II
Guerra Mundial, en un momento indeterminado, algún suceso cambió el discurrir de la Historia. De
Gaulle, héroe de guerra también, no fue elegido presidente
de la República francesa; un puesto que sí obtuvo Antoine de
Saint-Exupéry, quien obviamente no murió en 1944. De alguna
manera, por cauces distintos a los discurridos en nuestra realidad,
en la actualidad se ha llegado a un mundo más pacífico y más tranquilo, ajeno a las
prisas tecnológicas que agobian al nuestro —parece no haberse alcanzado toda la revolución de las comunicaciones, sin la
omnipresencia de ordenadores y móviles—, y donde el clima de
enfrentamiento entre el mundo musulmán y el occidental es mucho
menor, prácticamente inexistente.
Joe —sin
apellido conocido— es un detective privado con poco trabajo que
vive en Vientián, capital de Laos, dejando pasar el
tiempo y leyendo libros pulp, en particular es fan de la serie de
Osama bin Laden: Vigilante, escritos por un tal Mike
Longshott —seguramente tan solo un seudónimo—, llenos de
violencia terrorista de origen religioso, muy alejados de lo que
sucede en la realidad del mundo que le rodea. Pero cuando una mujer,
una misteriosa femme fatale, le encarga encontrar al elusivo
autor, poniendo en sus manos una tarjeta de crédito ilimitado,
pronto va a empezar a sospechar que las cosas son más complicadas de
lo que siempre había pensado.
Tidhar, al menos
en esta novela, es un escritor de atmósfera, dando mucha importancia
a los detalles, muchos en apariencia nimios, dejando más en el aire
la visión general del conjunto. Las escenas tienen una cualidad
fotográfica, con precisión puntillista, colores, formas, objetos,
ropas... La investigación va a llevar al detective a recorrer medio
mundo, a viajar a ciudades como París o Londres,
buscando respuestas entre las elusivas sombras, mientras una
organización secreta, supuestamente gubernamental, va a tratar de
impedir su tarea a cualquier precio. En torno a Joe las ciudades se
desdibujan, el paisaje urbano se hace confuso, difuminando los bordes
de la realidad; empieza a interactuar con gentes que podrían no
estar allí, que desaparecen sin dejar rastro, y las elusivas pistas
parecen girar sobre sí mismas como en una espiral o un juego de
espejos enfrentados.
Mientras Joe parece ir lidiando con diversos callejones sin salida, muertes silenciadas
o puertas que se le cierran, para el lector de nuestra realidad la
persistente sombra del 11/S sobrevuela las páginas —como
esa hoja de periódico que alcanza al detective flotando en el viento—, una
fecha que no significa nada para el protagonista, pero que lo conecta
con otra existencia. Al igual que los breves retazos de las novelas
de la serie de Osama bin Laden: Vigilante, que el autor
va incluyendo intercalados en medio del relato de las peripecias de
Joe —secos, poco literarios, impersonales, quizá meros listados de
sucesos y bajas— reflejan nuestro lado de la realidad —los
atentados de Madrid, de Londres...— llevando al
protagonista a cuestionarse cómo podría existir un mundo así, cómo
las personas podrían soportar vivir en él. Cómo se puede asimilar
tanto muerte, cómo se puede aceptar y seguir adelante, cómo se
puede justificar un mundo de violencia y respuesta violenta, en
continuo estado de agresión.
El relato es onírico, es
subjetivo, es extraño, y la sensación de irrealidad se instala
tanto en la mente de Joe como en la del lector. Además de Dick,
la prosa evoca aromas de Borges o de Kafka. Lo ilusorio
se adentra en lo real, de una manera casi —casi— surrealista, con
la descripción de arquitecturas que no existen, modificadas,
distintas, con monumentos que conmemoran eventos sutilmente
diferentes, lugares que no son tal y como deberían, bares con
nombres relevantes, convenciones que celebran la «ficción» de las
novelas de Osama, mujeres que se desvanecen dejando solo su
recuerdo, juegos de sombras que susurran al protagonista... Dos
posibles realidades paralelas que se rozan, con fisuras de la una
hacia la otra como vasos comunicantes. O simplemente una compleja
alucinación.
Cabe la duda. El
recurrente olor del opio, las continuas visitas a los bares y hoteles
de mala muerte, la copa casi perenne en la mano, el cigarro siempre a
punto para fumarlo... Es una vida desequilibrada, siempre al borde de
descubrir algo, pero lejos de la aceptación. Joe comienza a
comprender que algo fuera de lo común le está sucediendo, pero es
incapaz de atar los cabos. Agentes supuestamente del gobierno
—hombres de negro— le persiguen y no puede comprender por qué.
Sin embargo, sin ese empuje, esa persecución, es muy posible que
hubiera abandonado anticipadamente su misión, de manera que el
intento de impedir la investigación se convierte de alguna retorcida
manera en el motor que impulsa al detective.
Hay una evidente
reflexión sobre lo qué es el terrorismo, sobre los objetivos, las
causas y las consecuencias. Occidente se refleja en un espejo poco
halagador —han causado más muertes, de inocentes y combatientes,
las guerras posteriores, las represalias, que los atentados en sí
mismos—, con una imagen perturbadora en la que víctima y verdugo
pueden llegar a confundirse. La paradoja de la definición de un acto
de agresión según quien se encuentre a cada lado.
Y al final, Tidhar
deja en manos de sus lectores, no podía ser de otro modo, que saquen
sus propias consecuencias, que busquen su propio cierre, sus
conclusiones... jugando con la naturaleza de la identidad, de la
realidad y el sentido de la propia búsqueda. El autor no toma
partido y su detective no termina de desenredar la madeja —o si lo
hace, tal vez es de una forma no esperada—. Existen muchas capas,
muchas claves, muchos pequeños detalles que parecen llevar a una
respuesta u otra, y es labor del lector decidir si alguna de ellas le
convence o le deja indiferente. Osama es una novela no apta para
quienes busquen un desenlace totalmente cerrado y explicado, sin
fisuras. Como en la propia vida, no existen toda las respuestas y
cada cual debe elegir el camino de su preferencia.
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