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viernes, 11 de septiembre de 2020

Reseña: Battle Royale

Battle Royale.

Koushun Takami.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Col. Minotauro Games. Barcelona, 2020. Título original: Battle Royale. Traducción: José C. Vales. 544 páginas.

[Esta reseña corresponde a la edición de la novela por parte de Booket en 2013. La recuperamos ahora con motivo de su edición en el sello Minotauro].

A estas alturas pocos aficionados habrá que no hayan oído hablar o no sepan de qué va esta novela distópica —antecedente de muchos de los libros de literatura juvenil del género que hoy pueblan las estanterías—, sobre todo por la relativa repercusión que en su momento tuviera la película —películas, en realidad— y, en menor medida, el manga que en ella se basan. Pero lo cierto es que han tenido que pasar un buen puñado de años para poder disfrutar del libro original, publicado en 1999, traducido al español. ¿Y qué se van a encontrar los lectores en sus páginas? Una realidad alternativa donde se desarrolla un juego cruel donde los haya, muertes —muchas, aunque no demasiado gráficas o viscerales—, totalitarismo, abuso de poder, amistades truncadas, traiciones, romances inesperados —trágicos, sin tiempo para llegar a nada—, secretos, violencia sin justificación, equívocos, juegos psicológicos, adolescentes convertidos en sociópatas, nobles sentimientos ahogados en la más bochornosa ignominia, locura, valor y entrega, tragedia, desintegración moral... Y una terrible reflexión sobre el «monstruo interior».

Takami ofrece una ucronía donde la situación geo-política de la Tierra es francamente distinta de la de nuestra realidad. La República del Gran Oriente Asiático es un régimen totalitario encerrado en sí mismo que se extiende por, entre otros no especificados, los territorios de Japón y China, manteniendo tensas relaciones con sus vecinos más aperturistas —como Corea— y que, como medio de control social, ha inventado el «Programa», unos crueles juegos en los que cada año casi cincuenta clases de diferentes institutos son aislados en otros tantos lugares remotos y sus alumnos deben luchar con sus compañeros a muerte hasta que sólo quede un único superviviente que obtendrá como premio un retrato autografiado por el propio Dictador.

La novela narra la «partida» que se ven forzados a «jugar» los alumnos de tercero B del Instituto Shiroiwa, de la ciudad del mismo nombre, en la prefectura de Kagawa. Los 42 estudiantes del curso, 21 chicos y 21 chicas, serán llevados a una isla, de la que no hay forma de escapar ni de contactar con el resto del mundo, y obligados a matarse entre sí. Aleatoriamente, cada adolescente recibe una mochila que contiene un mapa de la isla, una brújula, un reloj, algo de comida y agua, y un «arma». Un arma distinta para cada joven y que puede variar desde un simple cuchillo a una ametralladora, pasando por ballestas, chalecos antibalas o localizadores de posición. Los estudiantes son controlados mediante unos collares explosivos que a su vez les fuerzan a permanecer en movimiento mientras ciertas zonas de la isla van quedando «prohibidas». Si el estudiante no abandona en un breve espacio de tiempo el área que queda fuera del juego, el collar explotará. Cuatro veces al día, los supervisores del «experimento» darán, por los altavoces distribuidos por toda la isla, unos avisos con la información de las bajas acontecidas y de las zonas de la isla que quedan fuera de los límites.

Con un estilo prosístico un tanto plano, más enunciativo, descriptivo y efectivo, que emotivo, la novela se divide en un gran número de puntos de vista, siguiendo a unos cuantos personajes que podríamos considerar principales, pero mostrando intercaladas intervenciones más breves con lo que les está sucediendo al resto de sus compañeros, reflejando multitud de personalidades distintas, cada cuál con sus sueños y aspiraciones, con sus secretos, sus alegrías y sus miserias, todos —salvo el último, el «ganador»— condenados a morir sin culpa alguna. El autor ofrece una cuarentena de personajes, todos, salvo los que mueren al principio de la novela nada más aparecer, cuentan con sus propios rasgos, mentalidades y personalidades diferenciadas, desde los cobardes, cuya única táctica es esconderse, a los psicópatas a los que no le importa matar a sus compañeros porque ya eran auténticos depredadores antes de que la isla les diera la oportunidad de desatar todo su sadismo, pasando por aquellos que desconfían de todo y de todos, y por los que buscan la compañía de sus amistades más cercanas para tratar de capear el temporal juntos —algo que, después de todo, tampoco va a garantizarles la supervivencia—. Fiel reflejo de todo ello, uno de los pasajes más intensos y sintomáticos del libro es el que narra todos los sucesos en torno al faro de la isla, con toda su irracional tragedia.

El autor, en el seguimiento de todos los «actores» de este drama, también incluye un buen número de flashbacks mostrando pequeñas historias que presentan sentimientos, vivencias y momentos significativos de las vidas anteriores de los estudiantes, mostrando sus gustos y sus sueños de adolescentes o sus relaciones tanto dentro como fuera del instituto, y dando así pistas y explicaciones para comprender su forma de reaccionar y de enfrentarse a la prueba. Incluso aquellos que se obcecan en actuaciones que se pueden antojar sin duda absurdas dada la situación en que se encuentran, se demuestra después que tenían una razón para hacerlo. Hay ocasiones en que se siente que estas pequeñas aportaciones «cortan» la trama principal, demorándose en detalles y personajes «menores» que sólo se encuentran ahí para morir o matar, en vez de seguir a aquellos sobre los que recae un mayor protagonismo, pero al final lo cierto es que todo aporta conformando un gran tapiz con el tema de la violencia en primer plano. Se antoja que algunos de estos chicos y chicas actúan por encima de lo que sería su edad, con un exceso de conocimientos técnicos o de habilidades que es difícil justificar en alguien de catorce o quince años, pero al fin y al cabo también es cierto que nunca se termina de conocer a fondo al compañero de pupitre.

Poster de la película
Las tragedias se suceden, los amores —reales o platónicos— no significan nada, las despedidas no tienen cabida, reina la desconfianza y las alianzas son tan inestables como los castillos de naipes. Los lazos de amistad previos se rompen sin aviso, dejando a los que se consideraba «hermanos del alma» en la estacada, mientras que otros alumnos que apenas habían tenido relación en el instituto establecen unos fuertes vínculos que muy posiblemente terminarán en drama. La desesperación y la desconfianza va calando en la mayoría de los jóvenes mientras se comprende que, al final, casi todos ellos pefieren matar a morir, llevándoles a aceptar algo que hasta entonces consideraban, mayoritariamente, inaceptable. La espiral de muertes no se puede detener, ya sea por convicción, por miedo a la reacción violenta de los compañeros con los que pueden cruzarse, por instinto de conservación o por simple confusión en las intenciones, los jóvenes van entrando paulatinamente en el macabro «juego».

El tiempo avanza inmisericorde, el espacio permitido es cada vez más limitado y los «jugadores» cada vez menos. Con detallada precisión, algo impersonal quizá, uno a uno los jóvenes van cayendo de las formas más variopintas, por arma blanca o de fuego, por inventivas trampas o a mano desnuda. Cada muerte queda reflejada con minucioso detallismo, entrecortando un tanto el ritmo de la línea «principal» —pausado, por otra parte, aunque la novela sea todo un «pasapáginas»—, pero dando gran profundidad al relato general. Cualquiera pensaría que con tantos nombres japoneses —algunos muy similares entre sí— el lector occidental terminaría irremediablemente perdido, pero hay que reconocer que, salvo muy de inicio, Takami tiene la habilidad para caracterizarlos a todos —incluso a los que no aparecen más que en una decena de páginas o menos—, haciendo fácil el seguir las peripecias de cada uno sin confundirlos demasiado entre ellos. Incluso llega a sobrar, por innecesario y reiterativo, el que tras la aparición, o reaparición, de cada alumno siempre se incluya el número que ocupa en la lista de la clase—.

Portada del nº 1 del manga
La novela se convierte así en un pormenorizado retrato de la desesperación psicológica, de la descomposición y desintegración moral y ética a que se ven sometidas las mentes todavía en formación de unos jóvenes enfrentados a una pesadilla mortal de la que no pueden escapar de ninguna manera. El Programa saca lo mejor de unos y lo peor de casi todos. Unos pocos intentan aferrarse a la idea de una bondad intrínseca en el ser humano y buscan forjar alianzas que les permitan sobrevivir contra toda esperanza e incluso escapar del lugar, rebelándose y buscando soluciones imposibles; otros se dejan arrastrar por la desconfianza y sus temores más o menos infundados; algunos simplemente se aíslan, intentando esconderse de los demás y negándose a aceptar lo que les sucede; otros buscan a algún compañero o compañera para decirle aquello que nunca se han atrevido a compartir; los menos se muestran de entrada más que dispuestos a eliminar sin piedad a sus compañeros, se abrazan a la locura y dan rienda suelta a unas tendencias psicóticas que habían mantenido ocultas hasta el momento...

Crudamente violenta, con toques de un gore light, en Battle Royale las inevitables muertes se van sucediendo, alternándose con momentos de tensa calma, más introspectivos o sentimentales. Más allá de la simple ultraviolencia, hay mucho mensaje en el texto, con una cierta reflexión sobre los fascismos y las tiranías, la represión y la fuerza de corrupción de los totalitarismos, la locura de la obediencia ciega y la burocracia institucionalizada. Sobre la muerte del espíritu humano sometido a una presión insoportable. Sobre la lealtad y la confianza más allá de toda explicación. Y sobre la violencia deshumanizadora, cruel y gratuita que concede el abuso del poder absoluto, ya que en ningún momento llegan a explicarse realmente, más allá de excusas enfermizas, los fines perseguidos por tal «experimento» social.

Como dato algo negativo, siento tener que cerrar la reseña diciendo que la prosa parece adolecer de ciertos defectos —esas oraciones pasivas, esas frases sintácticamente «desordenadas», esos sustantivos repetidos dentro de un mismo párrafo...—, no sé si motivados por la traducción o heredados del original, que podrían haber sido fácilmente subsanados, aunque tampoco es que impidan el disfrute en sí de la obra.
Empiezan las muertes

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