Los
Assassini, acto 2.
Jon
Courtenay Grinwood.
Reseña
de: Santiago
Gª Soláns.
Alianza
editorial.
Col. Runas. Madrid, 2013. Título original: The Outcast Blade.
Traducción: Dimitri Fernández Bobrovski. 423 páginas.
La
segunda entrega de la trilogía de Los
Assassini
continúa
la acción poco después de donde se cerrase la anterior, La
espada maldita.
En esta Europa
alternativa,
mezcla entre ucronía
y
fantasía
oscura, Marco
Polo
al
volver de sus viajes por Oriente se hizo con el trono de Venecia,
deshaciendo la República; allí, tiempo después, sus descendientes, la casa de los
Millioni, siguen gobernando, y las intrigas políticas y las
conspiraciones se encuentran al orden del día. En la novela
precedente, un misterioso joven, Tycho,
llegó prisionero, sin memoria, medio muerto y con una desconocida misión a la ciudad de los
canales, se convirtió en uno de los assassini
y
tuvo una importante aportación en la batalla naval que debía
dirimir la supremacía sobre el Mediterráneo. Ahora, enamorado de la
mujer que no debía, su aportación puede ser más decisiva todavía.
Hombres
lobo, magia, un posible vampiro —vocablo que nunca aparece en el
texto, pero que se encuentra más que sugerido—, algún otro ser
sobrenatural, princesas rebeldes y, sobre todo, las ambiciones de los
poderosos de toda Europa, han convertido a Venecia en un barril de
pólvora a punto de estallar. En un drama cuasi shakespeariano que
ofrece traiciones, duelos, luchas sin cuartel, amores retorcidos e
imposibles... El
Proscrito
no
se limita a ser, en absoluto, la «novela central» de una trilogía,
sino un libro con entidad propia, casi independiente, desde principio
a fin. Es obvio que hace falta haber leído la anterior para conocer
a los actores —y porque merece la pena, la verdad—, pero en todo
lo demás es ésta una obra con principio, nudo y desenlace más que
satisfactorio.
El
retorno a Venecia
de
los supervivientes de la gran batalla contra los mamelucos, Atilo,
Tycho,
lady
Giuletta,
Desdaio...,
no es exactamente lo que estos esperaban cuando se ven obligados a
pasar la cuarentena como cualquier otro barco que se acerque a la
Serenisima. Una cuarentena que va a tener lugar en la isla de San
Lázaro
donde
los Cruzados
Blancos
tienen
un convento-hospital y que va a terminar de forma inesperada, al
menos para los protagonistas. Además, lejos de allí, se extiende la
noticia de que la ciudad se encuentra en una situación de debilidad,
algo que quieren aprovechar sus rivales para forzar la mano y hacerse
con ella de la forma, supuestamente, menos cruenta: casarán a uno de
sus herederos con lady
Giuletta Millioni,
adquiriendo así sus derechos sucesorios sobre el trono de Venecia.
Quien lo consiga forjará una firme alianza, el rechazado se
convertirá en un encarnizado enemigo.
Sigismund,
emperador del Sacro Imperio Romano, Rey de Alemania, Hungría y
Croacia —o emperador de los germanos a secas para sus enemigos—,
postulará a Frederick,
hermanastro de Leopold
y
un krieghund
como
aquel, como pretendiente a la mano de la joven, asumiendo el derecho
que le da la reconocida paternidad de su hijo Leo —un hijo de la
que ella no puede decir quién es el padre—. Juan
V Paleólogo,
el Basileo, Emperador del Imperio Bizantino, designará también a
tal efecto a su heredero Nikolaos,
a quien hará acompañar de su «consejero» Andronikos,
ducho en las artes mágicas y en las «negociaciones» diplomáticas.
La
trama, se va a centrar mayoritariamente en Tycho —que crece mucho
como personaje—, nombrado ahora caballero, quien va recuperando
retazos de su pasado y aprendiendo lo que realmente es, enfrentándose
a sus sentimientos y luchando por lo que él piensa que es justo. Los
vaivenes de la vida no han cesado para el «joven», y la muerte va a
seguir rondándole por mucho que él no lo desee. De hecho, en la
fosa donde se entierra los cadáveres de los pordioseros algo se
remueve y hay quien dice que un espíritu encanta la isla de los
muertos en la laguna de Venecia, asesinando a aquellos que se atrevan
a acercarse a la misma. Como un fantasma del pasado, cierta joven va
a entrar de nuevo en la vida de Tycho de forma más que inesperada.
En
un mundo de decididas tonalidades grises es realmente difícil
empatizar con ninguno de los personajes, salvo, quizá, con ese
Marco,
el Simplón,
que muy posiblemente no lo sea tanto, y que se hace querer con sus
decisiones y sus indirectas. Es un mundo duro y, sin duda,
desagradable y despiadado, más por lo que las personas deciden hacer
de él que por sí mismo. Las amenazas se reparten con justicia por
igual para los poderosos como para los pordioseros, y nadie se
encuentra a salvo de la vulgar puñalada trapera o del más exótico
veneno.La
inocente y desgraciada lady Desdaio
y
sus deseos de mero consuelo y, por qué no decirlo, su simple
aburrimiento, van a ser el vehículo perfecto para el desarrollo de
la tragedia, cuando las maledicencias del envidioso Iacopo,
criado de Atilo a la vez que uno de sus assassini,
encuentren los oídos adecuados. Enredos, equívocos —intencionados
o no—, mentiras y medias verdades van a desatar celos y violencias
que muy bien pudieran haber sido evitadas. Mientras, la alta política
no deja de maniobrar, interfiriendo en los asuntos del corazón tanto
como en los de la guerra.
Los
co-gobernadores de Venecia van a seguir manteniendo su tenso
equilibrio de poderes. La duquesa
Alexa
y
el príncipe
Alonzo
miden
y prueban sus fuerzas, casi siempre en las sombras y en secreto, para
tratar de encontrar la fisura que les permita gobernar en solitario.
Él por pura ambición desmedida, ella por mantener a su hijo a salvo
de los afanes de poder de su tío. Alexa cuenta además con el lejano
apoyo de Tamerlán, Khan de Khanes, gobernante de los mongoles y
Emperador de China, quien como muestra de afecto no duda enviarle muy
valiosos —y no sólo monetariamente— presentes.
Con
una prosa que en ocasiones puntuales peca de confusa o de
excesivamente «cerrada» y críptica, dificultando incluso la
comprensión cabal de algunas escenas, la trama se desarrolla a
través de insidiosas y maquiavélicas intrigas políticas con el
destino de buena parte del Mediterráneo
en
juego, que muchas veces no encuentran otra salida que la más brutal
de las violencias. Juegos de poder ocultos en las sombras que moldean
sin embargo los destinos de ricos y pobres, entrelazando los romances
con las obligaciones dinásticas, los sentimientos con las cuestiones
de estado, la magia con la dura realidad de las ambiciones
terrenales...
Venecia,
en este contexto, con sus canales, sus islas, sus puentes y
callejones, sus palacios y cementerios, sus sombras impenetrables,
sus iglesias, sus muchos secretos, sus suciedades y miserias, su
rancia decadencia, su esplendor comercial, sus fastos y sus
corruptelas, su atmósfera opresiva... es un personaje más.
Reinventada de forma fascinante y atractiva, es un escenario
excepcional para la aventura. Y el enfrentamiento final en una de sus
islas, si bien de menor escala que el combate naval que venía a
cerrar la anterior entrega, mantiene toda la tensión y la emoción
con un desenlace tan equilibrado como sangiento.
Cuando
se pasa la última página, muchas cosas han cambiado en esta Venecia
tan cercana y lejana a un tiempo, y el tablero ha sido modificado de
manera bastante radical. Alguno de los protagonistas va a abandonar
la escena de forma bastante sorpresiva, unos tan sólo de momento y
otros para siempre. Las alianzas cambian al albur del viento, y el
destino de la ciudad de los canales pende más que nunca de un mero
hilo. Sin embargo, cabe decir que, a pesar de que se ha publicado ya
una tercera entrega, The
Exiled Blade,
que supuestamente cierra la trilogía, El
proscrito
podría
tranquilamente considerarse una novela totalmente completa y cerrada
a la perfección en todas sus tramas. Es obvio que su desenlace
permite la continuación, pero si tal no existiese tampoco podría
haber queja —más allá del deseo de seguir leyendo aventuras de
los personajes en tan conseguido escenario—.
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Reseña
de otras obras del autor:
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