Santiago Eximeno.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Amargord ediciones.
Col. Cana Negra Microrrelato # 8. Madrid, 2013. 104 páginas.
Amargord ediciones,
dentro de su colección Cana Negra, ha decidido iniciar una
sub colección dedicada a los cuentos ultra cortos, llamándola
precisamente Cana Negra «Microrrelato», e
inaugurándola con el título que nos ocupa —junto a Esa
dulce sonrisa que te dejan los gusanos, de Alberto
García-Teresa—. Un escarabajo de siete patas rotas es
la recopilación de un buen número de obras, tanto inéditas como ya
publicadas —incluso premiadas— de la «ficción mínima» escrita
por el autor, gran experto en esta «distancia», e incluye cuentos
que van desde apenas dos líneas de los más cortos hasta cinco
páginas el más «largo» de todos ellos, aunque los más se manejan
en la distancia de uno o dos párrafos apenas.
Los microrrelatos
o cuentos ultra cortos son, o deberían ser, a la prosa lo que
los haikus a la poesía. Pequeñas piezas que deben
«transmitir» lo máximo con el mínimo de palabras posibles. Las
obras brevísimas de Eximeno presentes en este volumen lo son.
Son obras que presentan una situación
que parece conducir en una dirección concreta, cotidiana y habitual,
para en un giro final, en una frase, en un pequeño cambio, lanzar la
conclusión en otra radicalmente distinta, normalmente con una dureza
desoladora, pero con una extraña belleza que dulcifica y a la par
amarga. En esta ocasión, los textos no buscan tanto sorprender —que
también—, divertir o «epatar», rompiendo con los esquemas
mentales de los lectores, sino cautivar sus sentimientos y
sensaciones. Plantean una situación aparentemente idílica, de una
normalidad apabullante, para mostrar la realidad subyacente con una
conclusión no tan demoledora como emotiva.
Y es que en el título,
magistralmente elegido, queda explicado desde el principio el
contenido y la intención del libro, que se abre con los versos de
Oda a la tristeza de Pablo Neruda:
Tristeza, escarabajo
de siete patas rotas,
huevo de telaraña,
rata descalabrada,
esqueleto de perra:
Aquí no entras.
Historias sutiles, muy
tiernas en ocasiones, mostrando muy diferentes tipos de amor;
descarnadas e irónicas en otras; reflexivas las más de las veces
—hay que paladear cada relato, sin prisas, sin atropellarlos, sino
dejando pasar un tiempo entre uno y otro—; nostálgicas y
melancólicas casi siempre, y sobre todo tristes. Con una tristeza
que de alguna manera llega incluso a producir dolor. La tristeza de
lo que unos seres humanos pueden hacerles a otros, del abandono, de
la crueldad, de las difíciles relaciones familiares, del odio hacia
uno mismo o hacia otras personas cercanas, de la indiferencia, del
final de la infancia y sus sueños..., pero también de las
consecuencias de la enfermedad, de la vejez y de la pérdida más
importante: la de la memoria. Una pérdida que convierte lo más
cotidiano en una pesadilla de inmensas dimensiones, en un territorio
desconocido que se ha olvidado hasta cómo explorar, que encierra la
ser humano en un cascarón que los demás, sus seres queridos ya
siquiera reconocidos, no pueden atravesar.
Puntos de ruptura donde
lo más normal se troca de pronto en inseguridad o indeterminación;
el momento en que retiran la alfombra bajo los pies para descubrir
que no hay suelo sino una larga caída. El instante en que, cuando
más confiado e inadvertido se estaba, se descubre el final de una
esperanza. Relatos que a través de una prosa afilada cual bisturí o
escalpelo se clavan en la memoria casi sin que uno se de cuenta,
diseccionando la mente y dejando helado el corazón. Epitafios que no
entregan consuelo, que no engañan con falsas esperanzas, que
entristecen por su palpable realidad. Píldoras amargas que llenan de
añoranza. Nano historias de una violencia palpable, física y
mental, que duele más al estar destinada a los más débiles: los
niños, ciertas mujeres, los ancianos...
Al contrario que en obras
anteriores del autor no hay lugar aquí para lo macabro, lo lúgubre
o lo truculento. No hay más horror aquí que el horror vacui que
cada lector lleva consigo y que busca desesperadamente llenar, muchas
veces sin conseguirlo. No hay más miedo que el de buscar en las
entrañas y encontrarse protagonista de alguna de estas historias
aunque sea en carne ajena —¿Quién, en estos tiempos, no conoce a
alguien cercano aquejado de demencia o alzheimer? ¿Quién no ha oído
de algún caso de maltrato, infantil o de cualquier tipo? ¿Quién no
ha sufrido en primera persona o a través de un familiar o de un
amigo, los golpes de la vida, su injusticia, sus muertes prematuras,
sus enfermedades devastadoras, sus pérdidas inexplicables...?—.
De todas estos dolores,
de todas esas tristezas —y de muchas más— se nutren los
microrrelatos de Eximeno, auténticas lecciones vitales,
enternecedoras muchas de ellas —cómo no emocionarse ante la niña
que espera la vuelta de una madre que no ha de volver, del niño
enfermo que no puede jugar con los demás, del hijo cuyo padre ya no
recuerda su nombre ni quién es esa persona que lo cuida, del nieto
que a pesar de todo ama a su abuelo...—, pero, quizá por ello
mismo, por esa visión entre cariñosa e irónica, mucho más
cercanas y demoledoras, a la par que evocadoras.
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