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jueves, 8 de agosto de 2013

Reseña: Viaje a un planeta Wu-Wei

Viaje a un planeta Wu-Wei.

Gabriel Bermúdez Castillo.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Sportula. Gijón, 2013. Edición digital (epub). 435 páginas.

En 1976 la editorial Acervo publicaba un libro, del autor Gabriel Bermúdez Castillo, que habría de convertirse en uno de los «imprescindibles» de la ciencia ficción histórica española, tanto por el interés de su trama y por el mensaje libertario de su contenido, como por el hecho diferencial hispano que distanciaba su prosa de la ciencia ficción anglosajona que marcaba la pauta en ese momento, con un elemento castizo e irreverente que empezaba a demostrar que podía hacerse una literatura fantástica autóctona sin seguir a rajatabla el modelo que llegaba desde el otro lado del Atlántico. Desde entonces Viaje a un planeta Wu-Wei había sido reeditado en varias ocasiones y ahora ha sido recuperado por Sportula, que sigue aumentando así su particular «biblioteca de clásicos», para disfrute de los nuevos lectores, ya que era muy difícil de adquirir en la actualidad. La novela, con una casi caótica mezcla de géneros que, sin embargo, consigue una historia muy consistente, destila una enorme imaginación, un humor socarrón y gamberro, y un enorme amor por la aventura clásica: Ciencia ficción, fantasía, aventuras, misterio, western, humor y novela picaresca —entre otros— hacen del conjunto una obra indefinible, que consigue mantener, casi cuarenta años después, un gran atractivo.

Sergio Armstrong, criminal convicto por actos de terrorismo, es castigado con la expulsión de la Ciudad, un constructo gigantesco que orbita la Tierra, y al exilio a su superficie. El planeta es un lugar salvaje e incivilizado, que se encuentra habitado tan solo por salvajes; así que es de suponer que, si logra sobrevivir a la entrada en la atmósfera planetaria, lo más sencillo es que muera al poco de llegar, por la falta de recursos o por la mano de los bestiales habitantes. Pero no todo es lo que parece, y Sergio pronto demuestra tener un par de ases escondidos dentro de la manga, a la par que sus acciones dejan palpable que tiene un objetivo en mente.

Según avanza en su camino se hace evidente que las cosas no son tal y como se piensa en la Ciudad. La Tierra es un mundo poblado de personajes peculiares, socarrones, entrañables y atractivos, que viven bajo una curiosa filosofía, el wu-wei, tan difícil de explicar como fácil de poner en práctica, porque básicamente lo que propugna es dejar que las cosas sucedan por si solas. Enfrentados a los despreocupados habitantes de la Ciudad —de los que apenas llega a saberse mucho— que viven sin embargo bajo un férreo régimen hereditario la novela contiene una soterrada denuncia del autoritarismo y un alegato por la libertad individual y por una especie de anarquía social no violenta realmente curiosas —o tal vez no— si se piensa en el año original de su publicación, pero que de alguna manera es tema o fondo recurrente de muchas de las obras del autor.

La novela se desarrolla como una aventura por etapas, con varios tramos perfectamente diferenciados, como si el autor no terminase de decidirse por el género de la narración ni quisiera cerrarse caminos, y tirase por la calle de enmedio. Sergio se encuentra de pronto inmerso en una sociedad similar a la que podría haber regido en el «lejano Oeste», sin un gobierno centralizado o unas reglas de conducta demasiado definidas, pero muy solidarias; con un comercio basado en el trueque y una moneda que se consigue mediante la donación limitada de sangre; con sanguinarios bandoleros y patrullas organizadas espontáneamente para perseguirlos; con pequeñas poblaciones —de no más de 80 o 100 habitantes— y abundantes granjas o instalaciones familiares dispersas; y donde impera la filosofía Wu-Wei, casi una especie de religión que todos respetan, quizá más que nada por la libertad que en realidad les otorga.

Con ayuda de alguno de los peculiares individuos que va a encontrarse, el Manchurri —buhonero y editor del El Clarinazo Matinal y Avisador Irregular de la Gran Región Europea—, el Vikingo —un Profe Wu-Wei—..., va a iniciar su misión de encontrar la Columna Real, también conocida como el Pilón del Alba, algo para lo que necesitará la ayuda de Herder el mago, un misterioso personaje que habita un tétrico castillo imbuido de pura maldad y habitado por las «potencias», súcubos y seres de apariencia demoníaca de origen desconocido. El mago le embarcará en una misión en busca de cierto objeto que debe conseguir a cambio de su ayuda.

Empieza entonces un «periplo africano» que en cierta manera algunos consideran superfluo o demasiado desligado de la trama general; sin embargo, si hubiera faltado los lectores se hubieran perdido algunas de las partes más divertidas y a la vez tensas de la novela, como son los propios preparativos de la expedición o el viaje en sí mismo, y no hubiera conocido a personajes tan memorables como son el Capitán Grotton, el Abuelo Jones o la sin par Marta di Jorse. La culminación de tal periplo, aparte de bastante sicodélico, es pura fantasía howardiana y burroughsiana, con un templo perdido en la jungla, defendido por embrutecidos hombres-bestia gobernados por una desconcertante reina con muchas reminiscencias pulp.

La continuación de la novela, hasta la sorprendente conclusión, navega firmemente por las aguas de una ciencia ficción que se podría considerar post apocalíptica con la existencia de la ciudad orbital mega tecnológica y una superficie planetaria atrasada, pero con atisbos de una rudimentaria sociedad que va a demostrarse mucho más «humana» que la de los «civilizados» orbitales. La solución a todos los misterios que la situación presenta y del cómo se ha llegado hasta allí, sorprendente incluso para el protagonista, es un cierre perfecto, y coherente, a todos los guiños «extraños» con los que se ve salpicado el texto —nombres de ciudades y localizaciones fuera de lugar, mapas inexactos, intrigantes estructuras de finalidad desconocida, pequeños secretos...—

Singularizando a sus personajes por sus formas de hablar —cultos unos, llanos y coloquiales otros, rimbombantes algunos...—, Bermúdez Castillo hace gala de una prosa desenfadada, afilada, desinhibida, muy entretenida y fácil de leer. Con un tono humorístico y un punto de cachondeo que no oculta la seriedad de ciertos temas, y que da cabida tanto a la acción, con estallidos de desatada violencia y mortandad, y a la reflexión filosófica como a un ruborizante erotismo —cosas de la época, supongo—. Existen, quizás, algunos pasajes que se han quedado algo desfasados por el tiempo pasado desde su publicación original, pero el grueso de la narración se mantiene tan fresco, emocionante y desvergonzado como el primer día.

Para completar la edición, Sportula ha incluido en el volumen el prólogo histórico-analítico que Julian Diéz escribiera para la edición a cargo de Avalon en el año 2000, la valoración editorial original a cargo de Domingo Santos por encargo de Acervo previa a su primera publicación, diversos recortes de prensa con reseñas y comentarios críticos a lo largo del tiempo o una galería de portadas de sus diversas ediciones..., detalles que suman valor bibliófilo a un libro ya de por sí interesante.

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