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martes, 5 de noviembre de 2013

Reseña: Espejismo (wool)

Espejismo (Wool).

Hugh Howey.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Col. Ciencia ficción. Barcelona, 2013. Título original: Wool. Traducción: Manuel Mata. 551 páginas.

Es esta una «novela» distópica emparentada sin duda con ciertas propuestas anteriores, tanto clásicas como actuales, que enseguida vienen a la mente, ya que no en vano utiliza muchos de los resortes habituales del intra-género, como la superficie del planeta convertida en un erial inhabitable por una catástrofe de inicio no identificada, un lugar cerrado donde viven —o simplemente subsisten— los restos de la humanidad sin poder salir al exterior y un sistema social y político gobernado por rígidos principios inquebrantables, pero a los que el autor consigue imprimir de un carácter personal consiguiendo llevar el juego a su propio terreno y ofreciendo imaginación, entretenimiento, algo de reflexión y mucha aventura. En realidad, no se trata de una obra «unitaria», sino que el volumen recopila las cinco historias o novelas cortas que Howey fue autopublicando en formato digital de forma consecutiva dado, sobre todo, el éxito de la primera, con miles de copias vendidas en la red antes de su publicación «en papel».

El planteamiento quizá no sea lo más original de la historia, pero es lo que hace Howey con esa base, la dirección en que mueve su relato, lo que la hace tan atractivo. Toda la existencia de la humanidad se reduce a un inmenso silo de 144 plantas excavadas en la tierra, de la que solo sobresale el piso superior. Un lugar donde los «malhechores», condenados a una certera de muerte, son enviados con un traje protector al exterior a limpiar las lentes de las cámaras que permiten a los residentes comprobar que el mundo de fuera sigue siendo un erial tóxico e inhabitable, cuya atmósfera corrosiva deshace toda materia orgánica. El porqué todos los condenados, sin excepción, deciden utilizar los retales de «lana» que se les ha entregado y realizar la limpieza, en vez de enviar al infierno a los que les han enviado allí es un misterio sin respuesta. Una duda que carcome al comisario Holston, sobre todo desde que tres años antes su esposa fuera enviada «a limpiar».

El volumen se encuentra dividido en cinco partes correspondientes a las cinco novelas cortas que se fueron sucediendo tras la popularidad de la primera: Holston. Calibración. Expulsión. Resolución. Los desamparados. La primera parte se lee como una historia completa en sí misma. Una historia que sirve, además, como introducción a todo lo que ha de venir a continuación. Así, las dos primeras secciones son realmente intrigantes y un tanto aterradoras, no porque den «miedo», sino por lo que se va conociendo del funcionamiento interno del silo. La tercera se frena un poco, quizá en busca de encontrar el rumbo y el tono idóneo para lo que ha de venir, aunque es donde uno de los personajes llamados a ser principales, Jules, empieza a demostrar su valía, y lo narrado y desvelado es la base de todo lo que ha de desatarse después. La cuarta retoma el pulso con firmeza; y si bien es mejor no entrar revelar detalles, para no chafar las sorpresas —y hay unas cuantas—, cabe decir que aunque el ritmo se pueda considerar pausado lo cierto es que la intriga no cesa de aumentar, acumulando una presión que no tiene por donde escapar. La quinta parte, donde se alcanza la resolución de varios hilos distintos, es muy emotiva; podría decirse que un tanto precipitada, pero que sin duda es lo que la historia estaba requiriendo.

Esta estructura de novelas continuadas, escritas impulsadas por el éxito de las anteriores, tiene como consecuencia que ciertos elementos que, quizá, debieran haber estado desde el principio, se van incorporando sobre la marcha, en la tercera o cuarta narración, llamando la atención que por su importancia en el relato no hubieran sido mencionadas antes. Asimismo, se van añadiendo personajes, haciendo que la novela se vaya convirtiendo poco a poco en una historia coral con abundantes puntos de vista, algo de agradecer dada la mayor amplitud que otorga tanto al trasfondo como a la historia en sí. A la vez, cada sección va aumentando la complejidad de las tramas, dividiéndose en varios hilos y manteniendo álgido el interés a través de una intriga de conspiraciones, secretos, traiciones, engaños y mentiras, muertes, rebeliones y levantamientos en que todos los implicados creen en todo momento estar haciendo lo mejor para el silo y en que el destino de los menguados restos de la humanidad se encuentra sin duda en juego.

Si en un primer momento el protagonismo recae en el comisario Holston, pronto el mismo pasa a la alcaldesa Jahns y al ayudante Marnes, que a su vez irán abriendo el escenario hasta poner en primer plano a la mecánica Jules, llamada a sustituir a Holston, pero cuya historia personal va a dar un giro inesperado, llevándola donde jamás imaginó ir y que se verá acompañada de los más diversos compañeros y antagonistas en su viaje vital. El silo es una auténtica olla a presión, con la única válvula de escape de la «limpieza» como medida preventiva de un muy previsible estallido; pero cuando el vapor empieza a acumularse más y más y la válvula da síntomas de fallar, nadie —o casi nadie— puede predecir los resultados.

Y es que el silo se encuentra ampliamente estratificado en un sistema político de división en «castas» productivas, que incluye una diferenciación por el color de los monos de trabajo, con los «servicios» en la parte superior, informática y tecnología en el medio, seguidos por abastecimientos, escuelas, guarderías y escuelas, con agricultura un poco más abajo y mecánica en el fondo del todo. Cuanto más abajo, más duro y peor considerado es el trabajo y las personas que lo realizan. El lugar se rige por un estricto sistema donde todo se encuentra compartimentado, y donde se siguen una serie de férreas reglas para mantener el delicado status quo en funcionamiento: desde el número y el momento de tener hijos, el tiempo de descanso, la difícil promoción para cambiar de «profesión» hasta el control de las comunicaciones internas. Algo propiciado y favorecido por la falta de ascensores dentro del lugar. La única forma de subir o bajar es recorriendo la larga, y discontinua, escalera de caracol que lo atraviesa de arriba a abajo y que se va a convertir en el elemento siempre presente por el que pasa necesariamente toda la acción.

Los personajes se mueven en un ambiente, perfectamente plasmado por el autor, claustrofóbico y opresivo. No tanto por las dimensiones del lugar, bastante grande para lo que pudiera suponerse, casi un pueblo subterráneo que se extiende hacia abajo en vertical en vez de en la superficie en horizontal; ni siquiera por la opresiva sensación de la imposibilidad de salir al exterior, algo perfectamente asumido por los habitantes en general; sino por la sociedad que se ha construido allí dentro... Absolutamente inmovilista. Sin esperanza de cambio. Rutinaria y repetitiva. Mera supervivencia por la supervivencia. Una sociedad, obligadamente autosuficiente, que vive de cierta manera feliz en la ignorancia, donde el control de la información es vital y el asomo de una dictadura permanece en la sombra. Un lugar ideal para vivir si no te haces preguntas y cumples con tu función a rajatabla, sin cuestionar el modelo ni el status quo. El supuesto poder del silo parece encontrarse repartido entre diversos representantes, democráticamente elegidos, pero cuando las cosas se ponen tensas el lector pronto va a darse cuenta de que los residentes están sumidos en una farsa y de dónde reside el auténtico poder.

Una sociedad que se mueve de maravillas en la contradicción. Su «religión» les asegura que el silo ha existido siempre, que fue creado para protegerlos del mortífero exterior y su atmósfera tóxica y gris; sin embargo, los libros infantiles muestran imágenes de cielos azules y plantas verdes que «nadie» ha conocido. Los edictos impiden la mención del mundo exterior, como un tabú, y sin embargo se promueve como una auténtica fiesta, con grandes peregrinaciones hacia arriba incluidas, cada vez que hay una «limpieza». Los habitantes viven en un mundo de enormes carestías y sin embargo la sección de informática se lleva gran parte de sus recursos sin que se sepa demasiado bien a qué los dedica. Se sabe que en el pasado se produjo al menos una gran revuelta, seguramente varias, pero no se conocen los motivos ni parece interesar saberlos...

Y con tan interesantes mimbres, con un atractivo escenario y unos bien construidos y caracterizados personajes, lo cierto es que Howey parece apostar decididamente por la aventura y la acción más que por la reflexión, que también, sobre las profundas cuestiones planteadas en torno al ejercicio del poder, al control de la información, a la «propiedad» de los sistemas productivos y las posesiones materiales, al derecho a la intimidad, a la opresión y la revolución... potenciando las situaciones peligrosas que llevarán a sus protagonistas hasta el límite —¿y más allá?—. El autor, a pesar de ciertos altibajos, no pierde el pulso y factura un libro muy entretenido, sorprendente en ocasiones, con cierto sabor «clásico» y una historia que no deja de crecer.

Así, su éxito fue tal que ya hay dos continuaciones, precuela y secuela, prontas a ser publicadas también en España: Desolación (Shift) y Vestigios (Dust) en marzo y octubre de 2014 respectivamente. Planeta, a través de su sello Minotauro ha llevado a cabo una intensa campaña promocional de apoyo a la novela, siendo su punto culminante la página http://www.cronicasdelsilo.com/, un sitio que merece ser visitado para recorrer sus diversos niveles, conociendo muchos de los entresijos de la historia, de su localización y personajes, además de poder disfrutar de la lectura de su primera parte, con lo que cada lector se podrá hacer idea cabal de si le merece continuar con el resto. Por mi parte solo me queda esperar a poder completar la historia y ver dónde ha llevado Howey a su criatura.




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