Peter Jackson.
Reseña de: Amandil.
Metro-Goldwyn-Mayer, New Line Cinema, WingNut Films. 2012. Título original: The Hobbit: The Desolation of Smaug. Duración: 161 minutos.
El director neocelandés Peter Jackson nos vuelve a mostrar su particular versión del clásico de la literatura El Hobbit. En esta segunda parte se pueden volver a utilizar todos los argumentos que se habían utilizado para criticar y alabar la primera parte con algunas novedades importantes. Obviamente, como toda adaptación, usa (y abusa) de las normales licencias artísticas que son necesarias para convertir en imágenes lo que únicamente está escrito. Sin embargo, en esta ocasión, da la sensación de que se ha extralimitado en la opción de añadir o modificar material hasta el extremo de rebajar sensiblemente el nivel de la narración en algunos momentos cruciales. Probablemente, según avanza la incursión del director en la Tierra Media de Tolkien, más cómodo se siente a la hora de incluir cosas de su propia cosecha. Lamentablemente, su ampliación no encaja del todo bien en la narración. Aún así, la película rebosa de acción, hermosos paisajes y un tratamiento de la estética en general (vestuarios, decorados, atrezzo) que sigue poniendo el listón muy alto en lo referido a la caracterización del mundo ficticio que nos sedujo en la trilogía de El Señor de los Anillos. Pero, mejor, vayamos por partes.
La trama se retoma en el mismo lugar dónde quedó la anterior entrega de la saga con un lotero preludio que narra el primer encuentro de Thorin (Richard Armitage) con Gandalf (Ian McKellen). Tras ese "flashback" continúan las aventuras del señor Bilbo Bolsón (Martin Freeman) y su corte de enanos saltarines. Tras la fuga con la concluye El Hobbit 1, los protagonistas se encuentran desamparados, pero aparentemente a salvo, en los límites de las tierras de un misterioso personaje llamado Beorn (Mikael Persbrandt). Tras adentrarse en las mismas y sufrir algún que otro altibajo llegan al célebre Bosque Negro dónde la cosa se tuerce del todo y comienzan realmente las aventuras que desembocarán en el flojo final de la película. Las tres horas de metraje, en definitiva, apenas suponen 75 páginas de la novela y por eso mismo se notan demasiado los rellenos que el director ha tenido que pergeñar para sacar adelante una trilogía que, en origen, iban a ser sólo dos películas (de un libro de 300 páginas, recordemos).
La trama se retoma en el mismo lugar dónde quedó la anterior entrega de la saga con un lotero preludio que narra el primer encuentro de Thorin (Richard Armitage) con Gandalf (Ian McKellen). Tras ese "flashback" continúan las aventuras del señor Bilbo Bolsón (Martin Freeman) y su corte de enanos saltarines. Tras la fuga con la concluye El Hobbit 1, los protagonistas se encuentran desamparados, pero aparentemente a salvo, en los límites de las tierras de un misterioso personaje llamado Beorn (Mikael Persbrandt). Tras adentrarse en las mismas y sufrir algún que otro altibajo llegan al célebre Bosque Negro dónde la cosa se tuerce del todo y comienzan realmente las aventuras que desembocarán en el flojo final de la película. Las tres horas de metraje, en definitiva, apenas suponen 75 páginas de la novela y por eso mismo se notan demasiado los rellenos que el director ha tenido que pergeñar para sacar adelante una trilogía que, en origen, iban a ser sólo dos películas (de un libro de 300 páginas, recordemos).
Dos personajes que no aparecen en el libro. Y uno inventado por Peter Jackson. Combo 2x1. |
¿Qué se puede decir del guión de La desolación de Smaug? Pues que es sólido y entretenido en las partes que son más fieles al cuento de Tolkien, donde se nota la coherencia y la consistencia de la trama argumental "natural". Por el contrario, todos los añadidos que ha sido necesario introducir en la historia se notan excesivamente artificiosos, carentes de profundidad, transitorios y, por momentos, aburridos. De hecho el espectador puede llegar a fatigarse porque se nota demasiado que hay partes cuyo único cometido es lograr que se alargue el tiempo total de la película. Relleno puro y duro que a veces extiende demasiado escenas y situaciones que podrían haberse resuelto en la mitad de tiempo. En Erebor es exagerado, pero también en la Ciudad del Lago y en el reino de Thranduil. Por otra parte, reconozco que las escenas en Dol Guldur (con la aparición de Sauron) son una auténtica delicia y consiguen mostrar de un modo estremecedor el resurgir del Señor Oscuro en un preludio muy bien traído de lo que luego será El Señor de los Anillos.
A esto hay que añadir que, en realidad, la película está tratando de adaptar al cine DOS libros distintos (El Hobbit y El Señor de los Anillos, concretamente sus Apéndices) a la vez que sufre añadidos completamente ajenos a Tolkien. Si adaptar un solo libro ya es difícil ¿cómo esperar que resulte satisfactoria esta radical mezcla de estilos, ideas y autores? Hay momentos en que la trama se tambalea y confía en sostenerse por la pura inercia que generan las partes de la película que sí son realmente buenas. Son esos momentos de tránsito los que hacen que, al terminar de ver la producción, de la sensación de que algo falla, que la historia cojea.
A estos fallos de duración y mezcla de historias se añaden otros de guión probablemente impuestos desde fuera de la dirección. Me refiero al tema sentimental (dónde Peter Jackson se mueve francamente mal) que ha querido impulsar por medio de un pseudoromance artificial entre dos personajes accesorios, la inventada elfa Tauriel (Evangeline Lilly), y el enano Kili, (Aidan Turner) que resulta poco creíble, mal desarrollado y que no llega a cuajar ni como relleno ni como subtrama. Otros momentos alterados o añadidos que llaman la atención por sus contradicciones con el sentido común son, por ejemplo, la incursión estilo "fuerzas especiales" orcas sobre Ciudad del lago y el juego de "corre que te pillo" entre Smaug y la compañía de Thorin en las entrañas de Erebor. De hecho sobre el papel de Smaug merece la pena detenerse un momento.
El personaje de Smaug es, a todas luces, el gran perjudicado de esta película. Mientras que en la primera parte de esta nueva trilogía se nos muestra al dragón de manera casi misteriosa (la cola, el ojo, un ala, su aliento de fuego) en esta ocasión lo vemos en su majestuosa plenitud de forma y habla (merece destacar el gran papel que juega el actor que le presta su voz y la expresividad de rostro y movimientos, Benedict Cumberbatch). Sin embargo, el gran espectáculo que se nos prometía ofrecer cuando el dragón se enfrentase a Bilbo en una de las conversaciones más elaboradas y cuidadas que podemos encontrar en el libro (a fin de cuentas es muy peligroso hablar con un dragón) se convierte en una escena demasiado larga, con una sucesión de añadidos inexplicables y con una apoteosis final incongruente con toda la trama de las películas. La furia, inteligencia, egoísmo y avaricia de Smaug se trocan en una rabieta infantil injustificada. Una persecución propia de un patio de colegio aunque llena efectos especiales, bonitas imágenes generadas por ordenador, algo de tensión y gritos. Y la escena final, el vuelo hacia lo que será el inicio de la tercera parte, contradice TODO lo que se nos ha contado y mostrado en SEIS horas de metraje. ¿En serio es creíble y coherente que Smaug abandone su cubil con una manada de enanos en su interior? Son estos detalles los que, a la postre, van a lastrar la impresión final que se obtiene de la película.
Al elenco de personajes ya conocidos se vienen a añadir unas cuantas novedades que amplían el elemento narrativo para preparar lo que será ,esperemos, la gran conclusión de El Hobbit las próximas navidades. La primera novedad que encontramos es el ya citado Beorn, un personaje que queda infrautilizado y muy desdibujado en la película, lo cual puede suponer un problema si el final de la trilogía pretende parecerse al del libro. De la interpretación de Mikael Persbrandt poco se puede decir realmente porque apenas tiene dos lineas. Una lástima.
Pixie, Dixie ¿dónde estais?¡Marditos roedores! |
Al elenco de personajes ya conocidos se vienen a añadir unas cuantas novedades que amplían el elemento narrativo para preparar lo que será ,esperemos, la gran conclusión de El Hobbit las próximas navidades. La primera novedad que encontramos es el ya citado Beorn, un personaje que queda infrautilizado y muy desdibujado en la película, lo cual puede suponer un problema si el final de la trilogía pretende parecerse al del libro. De la interpretación de Mikael Persbrandt poco se puede decir realmente porque apenas tiene dos lineas. Una lástima.
Un personaje que ha dado mucho que hablar por su apariencia (mezcla de draqueen y encantador de serpientes) es el rey elfo Thranduil (Lee Pace) que, en esta ocasión, dispone de una presencia más desarrollada aunque a la sombra de Legolas (Orlando Bloom) y la elfa Tauriel. Del rey silvano se puede decir que cumple su función a la perfección. Ni molesta ni engrandece la trama.
Por su parte Bardo (Luke Evans) se nos presenta con más profundidad de la que tiene realmente en el libro. Se introduce su elemento familiar que permite la presencia de niños en la película (un elemento muy importante de cara al público infantil). También se le atribuye una especie de lucha contra su sino (al estilo de la que acecha a Aragorn en El Señor de los Anillos) caracterizada por lo que se nos presenta como el fracaso de Girion, su antecesor y una especie de héroe caído en desgracia. Y todo ello aderezado con una especie de aire rebelde en contra de los gobernantes de la Ciudad del Lago. El personaje de Bardo es, por tanto, el que parece tener más profundidad en una película muy inclinada a los épico y poco a lo demás. Habrá que ver como lo cierra Peter Jackson en la tercera parte.
Por último señalaré al personaje del Maestre de Ciudad del Lago, interpretado por un sublime Stephen Fry, ya que es uno de los grandes aciertos de esta película. De hecho, se convierte un poco en el guasón de toda la trama, siendo una mezcla que refresca la trama en un momento en que realmente lo necesita. Precisamente es su interpretación (histriónica y expansiva) lo que permite dotar a La desolación de Smaug de un aire más distendido y cercano, hasta cierto punto, al aire más jovial del libro.
La banda sonora, de nuevo compuesta por el genial Howard Shore, acompaña de manera magistral a la trama. Esta quinta composición para Peter Jackson y su versión de la Tierra Media vuelve a engarzar perfectamente la acción, el suspense y la aventura utilizando los mismos estilos que tan buenas resultados le ha dado en las cuatro películas anteriores. Volvemos a disfrutar de una excelente mezcla de piezas fuertes, sensibles, poderosas y hasta siniestras. Desde luego, en el aspecto musical al película no tiene peros.
En resumen. El Hobbit: La desolación de Smaug es una película aceptable pero una adaptación endeble. Cuanto más se aleja de la trama de la novela más se nota lo perdido que estaba Peter Jackson a la hora de tener que sacar tres horas de metraje para una producción que, inicialmente, no estaba programada (puesto que iban a ser sólo dos películas). El relleno pesa mucho a la hora de valorar en su conjunto la trama y desmerece en más de una ocasión al conjunto. Además, se muestra como una historia de enlace entre la primera y la tercera de esta nueva trilogía. Al final, da la sensación de que todo se justifica como una colocación de las piezas para la gran conclusión que será la última parte. Quizá con esa película aún por llegar esta quede mejorada. Mientras tanto, la sensación que deja La desolación es agridulce.
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Por su parte Bardo (Luke Evans) se nos presenta con más profundidad de la que tiene realmente en el libro. Se introduce su elemento familiar que permite la presencia de niños en la película (un elemento muy importante de cara al público infantil). También se le atribuye una especie de lucha contra su sino (al estilo de la que acecha a Aragorn en El Señor de los Anillos) caracterizada por lo que se nos presenta como el fracaso de Girion, su antecesor y una especie de héroe caído en desgracia. Y todo ello aderezado con una especie de aire rebelde en contra de los gobernantes de la Ciudad del Lago. El personaje de Bardo es, por tanto, el que parece tener más profundidad en una película muy inclinada a los épico y poco a lo demás. Habrá que ver como lo cierra Peter Jackson en la tercera parte.
Con esta trilogía nos vamos a hacer de oro en Ciudad del Lago. |
La banda sonora, de nuevo compuesta por el genial Howard Shore, acompaña de manera magistral a la trama. Esta quinta composición para Peter Jackson y su versión de la Tierra Media vuelve a engarzar perfectamente la acción, el suspense y la aventura utilizando los mismos estilos que tan buenas resultados le ha dado en las cuatro películas anteriores. Volvemos a disfrutar de una excelente mezcla de piezas fuertes, sensibles, poderosas y hasta siniestras. Desde luego, en el aspecto musical al película no tiene peros.
En resumen. El Hobbit: La desolación de Smaug es una película aceptable pero una adaptación endeble. Cuanto más se aleja de la trama de la novela más se nota lo perdido que estaba Peter Jackson a la hora de tener que sacar tres horas de metraje para una producción que, inicialmente, no estaba programada (puesto que iban a ser sólo dos películas). El relleno pesa mucho a la hora de valorar en su conjunto la trama y desmerece en más de una ocasión al conjunto. Además, se muestra como una historia de enlace entre la primera y la tercera de esta nueva trilogía. Al final, da la sensación de que todo se justifica como una colocación de las piezas para la gran conclusión que será la última parte. Quizá con esa película aún por llegar esta quede mejorada. Mientras tanto, la sensación que deja La desolación es agridulce.
Esto, Peter ¿no sería mejor poner tapas a los barriles como en el libro? ¡Ni tapas, ni libro! Os tiráis por los rápidos u os sustituyo por elfos de mi invención ¡MWAHAHAHAHAHA! |
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