Cybersiones /1.
Santiago García
Albás.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Sportula. Gijón,
2014. Edición digital (epub). 84 páginas.
Hace ya un tiempo y unas
cuantas reseñas que vengo comentando la magnífica labor que está
realizando la editorial Sportula al ofrecer a los lectores
unas serie de obras que, por su longitud primordialmente ―y salvo
recopilaciones―, difícilmente iban a encontrar a su público «en
papel». También indicaba que el formato electrónico es ideal para
publicar novelas cortas que de otra manera deberían esperar a una
hipotética «reunión»
con otras de temática y tamaño similares para ver su edición
tradicional. Con una efectiva, efectista e intrigante portada y un
ajustado precio, la editorial asturiana ofrece ahora a los lectores
la primera entrega de Cybersiones, del autor
barbastrense afincado en Vitoria Santiago García Albás,
ganadora del Premio Alberto Magno 2013. Cybersiones
es un ciclo de ―al menos― cuatro novelas cortas que, por lo menos
en la que nos ocupa, ofrecen unas miradas un tanto oscuras al futuro
que se nos echa encima de forma implacable. El rey lansquenete,
en efecto, propone una narración desarrollada en un futuro
cercano, donde el autor se dedica a explorar las aplicaciones de
alguno de esos avances tecnológicos que se intuyen a la vuelta de la
esquina y que no siempre se antoja que vayan a obtener una dimensión
positiva, más allá de las mejores intenciones.
Situando la acción a
mediados de este siglo, la narración presenta una sociedad donde la condena por los crímenes se ha convertido en toda una ciencia
que ha terminado con las largas estancias de los criminales en las
cárceles, devolviéndolos de alguna manera a su entorno, pero con
una especial particularidad: han sido sometidos a un «tratamiento
distrópico», un proceso mediante el cual el sujeto ve nublada su
percepción de la realidad, modificando su entorno de una manera
ficticia, pero muy tangible para él, permitiendo el control de su
comportamiento mediante la implantación de imágenes y certezas
―falsas― en su mente. Siendo ciertamente una
aspiración noble y deseable, la erradicación de la reincidencia en
los ciminales, el devolverlos a la sociedad como personas productivas
dentro de sus limitaciones y el descenso en sí de los delitos ante
la mera amenaza del castigo distrópico, no deja de ser una
posibilidad inquietante, puesta en según qué manos la decisión de
impartir la justicia. Y es que dentro de la aparente bondad del
sistema se encuentra su propia perversión.
El autor presenta una
sociedad donde el crimen todavía existe, pero la reincidencia ha
sido prácticamente erradicada. Sin embargo la justicia sigue siendo
impartida por meros humanos, dados como tales a cometer errores e
injusticias manifiestas. El protagonista clama venganza cuando el
asesino de sus dos hijos, su vecino Leroy Lansquenete, escapa
del peor castigo, sentenciado al más leve de los tres niveles de
pena por ciertos «atenuantes» ―como que los niños habían
entrado en su casa, aunque la sentencia no busca la «verdad»
y no profundiza en los motivos―. Incapaz de vivir con lo
sucedido y cegado por la injusticia de la condena, decide ser él
quien se tome la justicia por su mano y castigue al criminal. Cuando
infructuosamente ataca al asesino de sus hijos resulta, sin embargo,
él el castigado por el mero intento con mucha más dureza, viéndose
obligado además a convivir día tras día con el objetivo de su odio
al otro lado de la calle. Inmerso en la confusión distrópica,
planea una aparentemente imposible venganza, le cueste lo que le
cueste. Empieza así un retorcido plan para obtener, a pesar de todo
y aunque tenga que enfrentarse a todo el sistema, su ansiada
venganza.
Como en las historias de
robot de Asimov, quien primero crea las Tres Leyes y luego inventa
formas de soslayarlas, García Albás formula un sistema de
justicia retributiva prácticamente «perfecto» e imposible de
vulnerar y sobre esa base construye un relato de cómo vencerlo y,
efectivamante, vulnerarlo. El tratamiento distrópico al que se ha
sometido al protagonista le impide ver el mundo tal y como es,
superponiendo imágenes ilusorias sobre la realidad ―el criminal
condenado puede pensar que lleva en la mano un arma letal cuando en
realidad lleva un utensilio de lo más inofensivo o creer que tiene
alguien delante cuando se encuentra hablando con el poste del buzón―.
La tarea del protagonista se convierte entonces en transformar en
certezas las acciones que realiza cada día hasta confirmar, o no, su
existencia. De alguna manera se trata de la historia de encontrar el
fallo en un sistema «perfecto», el robo imposible, el asalto a la
cámara impenetrable...
El autor, con una certera
y cómplice prosa, juega con el protagonista y con los lectores,
ofreciendo un sorprendente giro final que invita a la relectura para
revisar el relato a la luz de esa última revelación. El relato se
sustenta sobre la paciencia que demuestra el protagonista, el método
para vencer al condicionamiento, mediante prueba y error, para
superar las adversidades que su propio mente pone ante él. Se
establece un juego del gato y el ratón, un delirio que roza la
paranoia ante una realidad en la que no puede confiar, que sabe que
le está engañando, pero a la que debe someter para poder seguir
funcionando día a día y alcanzar el objetivo de sus planes. Pero,
¡cuidado!, el relato tiene mucha profundidad; tal vez el autor esté jugando con el propio lector y no
todo sea lo que parezca… Hay que poner en cuestión nuestra propia percepción de la realidad y quizá sea el momento de dudar de todo.
El rey Lansquenete
es una gratificante novela corta, cuya lectura, además, se ve
complementada por la inmediata publicación por parte de Sportula
de la segunda entrega de Cybersiones, Delirios de
grandeza, segundo premio Alberto Magno 2007.
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