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sábado, 3 de mayo de 2014

Reseña: El rey Lansquenete

El rey lansquenete.
Cybersiones /1.

Santiago García Albás.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Sportula. Gijón, 2014. Edición digital (epub). 84 páginas.

Hace ya un tiempo y unas cuantas reseñas que vengo comentando la magnífica labor que está realizando la editorial Sportula al ofrecer a los lectores unas serie de obras que, por su longitud primordialmente ―y salvo recopilaciones―, difícilmente iban a encontrar a su público «en papel». También indicaba que el formato electrónico es ideal para publicar novelas cortas que de otra manera deberían esperar a una hipotética «reunión» con otras de temática y tamaño similares para ver su edición tradicional. Con una efectiva, efectista e intrigante portada y un ajustado precio, la editorial asturiana ofrece ahora a los lectores la primera entrega de Cybersiones, del autor barbastrense afincado en Vitoria Santiago García Albás, ganadora del Premio Alberto Magno 2013. Cybersiones es un ciclo de ―al menos― cuatro novelas cortas que, por lo menos en la que nos ocupa, ofrecen unas miradas un tanto oscuras al futuro que se nos echa encima de forma implacable. El rey lansquenete, en efecto, propone una narración desarrollada en un futuro cercano, donde el autor se dedica a explorar las aplicaciones de alguno de esos avances tecnológicos que se intuyen a la vuelta de la esquina y que no siempre se antoja que vayan a obtener una dimensión positiva, más allá de las mejores intenciones.

Situando la acción a mediados de este siglo, la narración presenta una sociedad donde la condena por los crímenes se ha convertido en toda una ciencia que ha terminado con las largas estancias de los criminales en las cárceles, devolviéndolos de alguna manera a su entorno, pero con una especial particularidad: han sido sometidos a un «tratamiento distrópico», un proceso mediante el cual el sujeto ve nublada su percepción de la realidad, modificando su entorno de una manera ficticia, pero muy tangible para él, permitiendo el control de su comportamiento mediante la implantación de imágenes y certezas ―falsas― en su mente. Siendo ciertamente una aspiración noble y deseable, la erradicación de la reincidencia en los ciminales, el devolverlos a la sociedad como personas productivas dentro de sus limitaciones y el descenso en sí de los delitos ante la mera amenaza del castigo distrópico, no deja de ser una posibilidad inquietante, puesta en según qué manos la decisión de impartir la justicia. Y es que dentro de la aparente bondad del sistema se encuentra su propia perversión.

El autor presenta una sociedad donde el crimen todavía existe, pero la reincidencia ha sido prácticamente erradicada. Sin embargo la justicia sigue siendo impartida por meros humanos, dados como tales a cometer errores e injusticias manifiestas. El protagonista clama venganza cuando el asesino de sus dos hijos, su vecino Leroy Lansquenete, escapa del peor castigo, sentenciado al más leve de los tres niveles de pena por ciertos «atenuantes» ―como que los niños habían entrado en su casa, aunque la sentencia no busca la «verdad» y no profundiza en los motivos―. Incapaz de vivir con lo sucedido y cegado por la injusticia de la condena, decide ser él quien se tome la justicia por su mano y castigue al criminal. Cuando infructuosamente ataca al asesino de sus hijos resulta, sin embargo, él el castigado por el mero intento con mucha más dureza, viéndose obligado además a convivir día tras día con el objetivo de su odio al otro lado de la calle. Inmerso en la confusión distrópica, planea una aparentemente imposible venganza, le cueste lo que le cueste. Empieza así un retorcido plan para obtener, a pesar de todo y aunque tenga que enfrentarse a todo el sistema, su ansiada venganza.

Como en las historias de robot de Asimov, quien primero crea las Tres Leyes y luego inventa formas de soslayarlas, García Albás formula un sistema de justicia retributiva prácticamente «perfecto» e imposible de vulnerar y sobre esa base construye un relato de cómo vencerlo y, efectivamante, vulnerarlo. El tratamiento distrópico al que se ha sometido al protagonista le impide ver el mundo tal y como es, superponiendo imágenes ilusorias sobre la realidad ―el criminal condenado puede pensar que lleva en la mano un arma letal cuando en realidad lleva un utensilio de lo más inofensivo o creer que tiene alguien delante cuando se encuentra hablando con el poste del buzón―. La tarea del protagonista se convierte entonces en transformar en certezas las acciones que realiza cada día hasta confirmar, o no, su existencia. De alguna manera se trata de la historia de encontrar el fallo en un sistema «perfecto», el robo imposible, el asalto a la cámara impenetrable...

El autor, con una certera y cómplice prosa, juega con el protagonista y con los lectores, ofreciendo un sorprendente giro final que invita a la relectura para revisar el relato a la luz de esa última revelación. El relato se sustenta sobre la paciencia que demuestra el protagonista, el método para vencer al condicionamiento, mediante prueba y error, para superar las adversidades que su propio mente pone ante él. Se establece un juego del gato y el ratón, un delirio que roza la paranoia ante una realidad en la que no puede confiar, que sabe que le está engañando, pero a la que debe someter para poder seguir funcionando día a día y alcanzar el objetivo de sus planes. Pero, ¡cuidado!, el relato tiene mucha profundidad; tal vez el autor esté jugando con el propio lector y no todo sea lo que parezca… Hay que poner en cuestión nuestra propia percepción de la realidad y quizá sea el momento de dudar de todo.

El rey Lansquenete es una gratificante novela corta, cuya lectura, además, se ve complementada por la inmediata publicación por parte de Sportula de la segunda entrega de Cybersiones, Delirios de grandeza, segundo premio Alberto Magno 2007.

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