Luis Manuel Ruiz.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Ed. Salto de Página.
Col. Púrpura # 55. Madrid, 2014. 221 páginas.
Un leve retrofuturismo, ucronía, costumbrismo, aventuras, misterio y género policiaco confluyen en el
Madrid de 1908 y el resultado es tan subyugante como atractivo.
Con una elegante prosa, que se podría tildar sin temor de «culta» con algún
rastro decimonónico y un puntito de «engolamiento» realmente
encantador, abundante humor, mucha acción, un intrigante misterio, varios asesinatos y
unos personajes tan variopintos como interesantes ―y en los que
reside gran parte del acierto de la novela―, Ruiz ha forjado
una trama apasionante a medio camino entre lo detectivesco, lo
histórico, lo castizo y la fantasía científica, con una magnífica
recreación de época, muy a lo Pío Baroja, con un ritmo que
no decae y atrapa desde el mismo momento en que un pterodáctilo
cae de manera harto inexplicable sobre Don Ernesto Silva, director del Museo de Historia
Natural de Madrid, causándole la muerte. A partir de ahí, conspiraciones, crímenes, viajes y secretos de
estado a golpe de ciencias naturales.
Elías Arce es un
joven un tanto torpe, exaltado y de sangre caliente, que sueña con
ser un gran reportero habiendo alcanzado su condición de periodista
dentro del diario El Planeta un tanto de rebote: desde
simple recadero a improvisado encargado de crucigramas, no
desaprovecha la ocasión de alcanzar el puesto que deja vacante la
baja de un compañero. Cuando un grupo de reputados científicos
empiezan a morir en extrañas circunstancias, Arce piensa encontrarse
ante el reportaje de su vida y, de forma imparable, aunque algo
atolondrada, se sumergirá en la investigación, le lleve la misma a
dónde le lleve.
Por el camino conocerá
al sabio, pero un tanto desquiciado y muy excéntrico, profesor
Salomón Fo, a su independiente hija Irene, de la que se
enamorará perdidamente, a su mayordomo de 200 años Nabuconodosor
Orlock ―quien fuera encontrado congelado en los hielos polares
en una antigua expedición― y a todo otra serie de personajes a
cual más extraño y humano. Como en toda buena investigación
criminal, cada revelación tan solo profundiza en el misterio y al
seguir las pistas los protagonistas se embarcarán en un viaje que
les llevará de la capital hasta Barcelona y de allí a
Galicia. Y es que, de entre un enorme secretismo empieza a
surgir la sombra de un proyecto científico de gran nivel que hubiera
dado a España un poder insuperable y en el que todos los científicos
fallecidos habían trabajado en un momento u otro. Un proyecto
abandonado, pero sin duda no olvidado.
El autor subvierte el
orden social y los estereotipos de la época y convierte a Irene
en el auténtico cerebro del grupo, una brillante, bella y arrojada
joven que con su inteligencia dirigirá certeramente los pasos de la
investigación. Independiente, practicante del «viril» deporte del
boxeo, conductora arriesgada, sin demasiado pudor ni pelos en la
lengua, librepensadora e irresistible. Una auténtica fuerza de la
naturaleza, receptora reticente de las atenciones de Arce,
quien no destaca precisamente por sus dotes detectivescas o sus
muchas luces, ni para lo criminal ni para lo amoroso. El reportero,
conductor de alguna manera de la narración, es un joven de escasos
recursos económicos, proveniente de un pequeño pueblo de Andalucía y
llegado a la capital para realizar unos estudios que deja aparcados
en pos de seguir sus sueños periodísticos ―unos sueños que ni la
dura realidad podrá hacer naufragar―, quien precisamente se hace con
la simpatía del lector por su torpeza, sus idealistas sueños y su
sinceridad sin dobleces.
Ruiz retrata con
enorme frescura un periodo de cambio en la historia, la esperanzada
apertura de un nuevo siglo, un tiempo de pujanza industrial, de
perfecionamiento de la automoción, de avances tecnológicos y
sociales, antes de la oscuridad a la que el continente europeo se
encontraba abocado. El autor, dada la peculiar condición del
misterioso asesino, hace dudar al lector de la manera más pérfida
de todos los implicados en un momento u otro en la narración ya que,
literalmente, el criminal pudiera ser cualquiera de ellos. Al final,
quizá descubrir la identidad del sujeto tras las muertes o sus
razones para embarcarse en semejante tarea criminal, sea lo de menos.
Después de todo, como se suele dcecir, lo importante es el viaje, la
investigación en sí misma, la arrebatadora personalidad y las
extraordinarias cosas que les suceden a aquellos que lo realizan, y
alcanzar la meta significa el final de una apasionante lectura.
Con un ritmo remarcable,
el único punto negro se produce quizá en el largo elipsis entre su salida
de Barcelona y la llegada a Galicia, dado que un viaje mucho más
corto Madrid - Barcelona se demuestra mucho más «movido», y
no se termina de explicar satisfactoriamente la espera del villano en
actuar en el largo camino que cruza de una costa a otra, antojándose
que hubiera tenido muchas oportunidades para poner en práctica sus
habilidades asesinas sin llegar a hacerlo.
La novela termina con un
cierre perfecto, sin dejar cabos sueltos en el caso planteado, pero
con una pequeña línea en el aire que da esperanzas en que el autor
pueda escribir nuevas aventuras de estos atrayentes personajes y dar
lugar a una serie con las muchas peripecias que, sin duda, les quedan
por vivir. El hombre sin rostro es puro entretenimiento, pero un
entretenimiento «inteligente», planteando un interesante suspense,
un arriesgado periplo aventurero y un mortal misterio, transmitido a
través de una pulida, elegante y muy trabajada prosa, plagada de
diversión, ironía, parodia y desparpajo invitando en casi todo
momento a la sonrisa, aunque sin caer por ello de lleno en la
comedia, aunque bordeándola de forma retorcida ―geniales las
definiciones de crucigrama que se empeña en utilizar Arce para
definir la realidad que le rodea―. La sombra de Conan Doyle,
de Verne, de Wells o de Ibáñez, Hergé
y Tardi es, ciertamente, muy alargada. Una novela diferente y
sorprendente.
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